domingo, 15 de abril de 2012

Señor Comandante Hugo Chávez Frías, Presidente de la República

Mons. Eduardo Herrera Riera
Obispo Emérito de Carora
C.I. 650.501
Carora 09 de abril

Se dirige a usted este anciano obispo emérito de Carora, con 84 años acuesta, que además padece las graves consecuencias de un fuerte tratamiento de quimioterapia y de radioterapia, que me han dejado extremadamente débil por haber rebajado 16 kilos de peso. Soy como un esqueleto ambulante, que no se puede movilizar por sí solo, llevándome siempre en silla de ruedas. Todo eso me da la seguridad de que mi muerte está muy cercana. De todo esto podrá deducir la sinceridad y el sano deseo que me mueven para hablarle con la mayor claridad...
Hay una frase de Jesús en el Evangelio, que por cierto la acaba de citar el Cardenal Urosa en Televisión, que dice: "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre Celestial”. Usted ha dado diversas demostraciones de fe y de confianza en Dios, llamándolo "Diosito mío", abrazando y besando crucifijos, visitando el santuario del Santo Cristo de La Grita y muchas otras cosas por el estilo. Si todo eso se hace con sinceridad, es muy laudable y se lo aplaudo; pero, lamentablemente, eso no basta para recibir el perdón de Dios y entrar en el reino de los cielos. Es estrictamente necesario, además, reparar el mal y las injusticias que se le han causado a las personas y a las instituciones, y que usted llevado por su soberbia, las ha cometido en innumerables ocasiones. "El gran pecado" llama la sagrada escritura a la soberbia, y eso fue lo que llevó al bellísimo y poderoso arcángel Luzbel a rebelarse y querer emular el poder de Dios, alzándose contra Él, junto con un grupo de ángeles que le siguieron en su loca empresa. Pero Dios envió contra ellos al poderoso arcángel San Miguel, que les presentó batalla y los venció enviándolos a los terribles y eternos sufrimientos del infierno. Desde entonces Luzbel, que ahora se llama satanás y que no ha perdido sus dotes de inteligencia y poder, no cesa de trabajar por llevar a su reino a todos los humanos que desprecian el infinito amor y misericordia de nuestro padre Dios.
Como le decía, señor Presidente, usted ha cometido muchas y muy graves injusticias. Sólo para recodarle algunos casos más emblemáticos: La injusta prisión de María de Lourdes Afiuni y la de los tres comandantes de la policía; y así como ellos, innumerables casos más que han hecho sufrir muy gravemente a ellos y a sus familias.  Todo eso debe y puede ser reparado con una orden suya, que estoy cierto se cumpliría de inmediato de abrir las puertas de las prisiones a todos los presos políticos y, además, las puertas del país a todos los exiliados que se han visto obligados de abandonar su patria huyendo de las casi seguras represalias.

Prédica de violencia

Hay, además, Presidente, otro mal tremendo que le ha causado al país: Su inexplicable prédica de odio y de violencia que le han proporcionado a casi todas las ciudades de nuestra patria ese doloroso río de sangre que diariamente corre por nuestras calles. Usted como Jefe del Estado, es el que tiene la gravísima obligación, en primerísimo lugar, de procurar la paz y la seguridad de los venezolanos, empezando por todo aquel que posea un arma ilegalmente; atacando con firmeza y decisión a todos los grupos violentos, después de un estudio serio realizado y llevado a cabo por técnicos en la materia que los hay muy buenos en el país. Lamentablemente usted ha sido muy débil y descuidado en enfrentar ese gravísimo problema. Si no se enfrenta con decisión y valentía a solucionar ese terrible mal,  también Dios le pedirá cuentas de su negligencia.
Habría, señor Presidente, algunos otros pecados sobre los cuales debería llamarle la atención, pero no quiero terminar sin hacerle ver su culpa en su inexplicable negligencia de enfrentar con decisión la horrorosa corrupción que asola a Venezuela, tanto es así que muchos piensan en su complicidad en esos -hechos. De allí se deriva la venalidad de la mayoría de los jueces que dictan sentencias injustas, las decisiones tomadas por los altos poderes del Estado que maneja a su leal saber y entender sin control ni respeto ala Constitución y a las leyes. De todo eso le tomará cuenta Dios, si Ud. no corrige de inmediato esas graves faltas.
Le dirijo esta ya larga carta, públicamente, porque quiero que la lean también sus seguidores. También ellos, si quieren salvar sus almas, tienen la gravísima obligación de pedir con la mayor sinceridad de sus corazones el perdón de Dios y de reparar todas las tropelías e injusticias cometidas.
Como podrá apreciar, mi estimado Presidente, le he hablado, quizás con mucha rudeza, pero con el mejor y más santo deseo de que algún día nos encontremos gozando de la felicidad eterna en el Reino de nuestro Dios y Señor.
Atentamente,
Tomado del: DIARIO EL IMPULSO (Martes, 10 de Abril de 2012)

viernes, 6 de abril de 2012

De Pilatos a Jesús

Padre Luís Ugalde S.J.
En la Semana Santa hay dos lavatorios que nos impresionan desde niños: Pilatos se lava las manos y Jesús lava los pies a los discípulos. Aquel no quiere poner en riesgo su poder por salir en defensa de un pobre inocente, se lava las manos y lo entrega. En la liturgia del Jueves Santo impresiona ver a Jesús arrodillado lavando los pies a sus discípulos, incluso a Judas. El Señor no los trata como siervos sino como amigos, y les dice que serán felices si hacen lo mismo unos con otros (Juan 13,17). Todo un símbolo de una humanidad nueva en la que el poder es para servir y no para oprimir. Lavar los pies significa reconocer la dignidad del otro y proclamar que servir no es rebajarse, sino ejercer la propia dignidad: que el mayor entre ustedes sea el que más sirve.
Jesús expresamente relacionó el rescate de la dignidad humana y la paz con el amor y el servicio mutuo. También la humanización de la riqueza y del poder pasa por convertirlos en servicio y vida. Ese es el sentido del Hijo del Hombre y el sueño de la humanidad, en sus versiones religiosas y también en las seculares que proponen el horizonte de libertad, igualdad y fraternidad, con economía y poder al servicio de la vida.
En Venezuela estamos enredados en un campo minado de odio, exclusión, ineptitud y deseos de revancha, de todo lo que impide un verdadero renacer humano compartido. Si los otros sólo cuentan como instrumentos para el poder, no es posible construir la República.
En el más reciente documento de la Conferencia Episcopal (19-03-12), los obispos rememoran el terrible terremoto de 1812 con unas oportunas reflexiones sobre la ruina de la Primera República que se derrumbó ese año, luego de una efímera vida de 10 meses. No pudo tener éxito ­dicen­, pues cada sector social iba a lo suyo: "La libertad e igualdad, proclamada desde 1810, fue en los hechos selectiva y excluyente de las mayorías, conformadas por los pardos, mestizos, indios y negros" (n.5). La República era un proyecto histórico que las mayorías no sentían propio y cada provincia miraba a lo suyo, dispuesta a enfrentarse a las otras. Eso causó la derrota de la Primera República en 1812. Mucho peor fue la ruina de la Segunda República ahogada en sangre de venezolanos en 1814.
La actitud espiritual hacia el otro tiene raíces interiores, que florecen en la plaza pública y alimentan para bien o para mal la vida económica y política. De ahí que frente a las amenazas y las esperanzas que preñan el año 2012, los obispos nos llamen a la reconciliación como actitud espiritual: "Reconciliarnos va más allá del buen trato; lleva en sí un cambio de mentalidad y paradigma, donde el centro de nuestra dedicación esté en el otro, en el ser que tiene igual dignidad, pero que vive en medio de elementos contradictorios para una vida plena. Trabajar por construir la unidad entre los venezolanos no es tarea fácil.
El progreso y el bienestar de este país sólo podrán lograrse con la participación de todos los ciudadanos.
Ante las dificultades, por grandes que sean, no debemos desesperar, ni como personas, ni como creyentes. (...) "Construyamos un futuro de entendimiento y de paz, el único camino que nos puede ofrecer la alegría de vivir juntos como hermanos".
La Semana Santa nos invita a no condenar al justo lavándonos las manos, y a servir a los demás lavándoles los pies; a pasar de Pilatos a Jesús. No a la violencia y al desastre cotidiano en que millones viven muriendo de mengua. Ahí está la responsabilidad de construir el futuro social, político y económico de Venezuela. Ese es el Espíritu del Dios-amor que da vida frente a tanta muerte desatada que aflige a nuestro país en contraste con tanto poder usado para dominar y oprimir, y no para servir y dar vida. Jesús no es líder político, pero encarna el Amor de Dios y revela la dignidad humana de dar la propia vida en el servicio a los demás, y también en la política.