El Camino de Renovación de la Iglesia
Al Excelentísimo Monseñor Doctor
Edgar Robinson Peña Parra[1]
Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de
la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta
Camino de renovación de la Iglesia:
Vaticano II
El 28 de octubre 1958, hace sesenta
años, la Iglesia y la humanidad entera vive una agradable sorpresa, un regalo
del Altísimo, es elegido papa un italiano campesino, el patriarca de Venecia, el
papa bueno, Juan XXIII. Se trata, sin duda, de una acción divina que rompió lo
cotidiano y creó cambios radicales. Un acontecimiento evangélico, es decir, una
buena noticia para el mundo sumergido en profundos cambios, llenos de conflictos y
crisis. Aún se viven las penas de las recientes guerras mundiales y una llamada
“Guerra Fría” en pleno desarrollo, no menos violenta. La amenaza de una guerra
nuclear que destruiría totalmente a la humanidad, mientras muchos países luchan
por sus independencias políticas.
Por otro lado, encuentra una Iglesia
tratando de salvarse y protegerse a sí misma presentando a un Dios cada vez más
alejado del mundo. Como escribe el teólogo alemán Walter Kasper, se ha alejado
tanto a Dios del mundo, que hemos hecho a Dios menos mundano y un mundo más
ateo. En este contexto, el rostro de una nueva presencia de la Iglesia en la
humanidad contemporánea se asoma al barcón del Vaticano en la persona del ya
anciano de 77 años Ángel Roncalli, Juan XXIII.
Juan XXIII abre el camino de
renovación, rejuveneciendo a la Iglesia en su interior y de cara a la
humanidad, colocándola a la altura de los grandes y graves desafíos de nuestra
época con el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Hace poco celebramos
cincuenta años de tan magno evento,
tan importante que todos experimentamos en él un nuevo pentecostés, una nueva
acción del Espíritu Santo que, como en los primeros discípulos de Jesús, lanza valientemente
a la iglesia al mundo para una nueva presencia de Dios salvador, para la
evangelización renovada. Hoy escuchamos al papa Polaco Juan Pablo II
diciéndonos, al comienzo del nuevo milenio, que debemos seguir interrogándonos
sobre la acogida y puesta en práctica del Vaticano II. Pues, dice el papa
grande, “con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos
en el camino del siglo que comienza” (Novo
millennio ineunte 57).
Se ha dicho que Juan XXIII es elegido
como un papa de transición, es decir, por un tiempo corto mientras se encuentre
otro mejor. En esto observamos que los humanos hacemos los cálculos, pero el
Espíritu Santo es quien actúa. Como lo diría el teólogo Ives Congar, realmente
su pontificado significó una verdadera “transición o paso de una Iglesia en sí a una Iglesia para los hombres,
abierta al diálogo con los otros. Este aspecto se puso de relieve en el
Concilio o con ocasión del Concilio, pero también en el estilo tan pastoral y
tan evangélico de este corto Pontificado”.
Así,
el 11 de octubre de 1962, con la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano
II, se comienza un camino renovador que, impulsado por Juan XIII, es
protagonizado de una manera concreta por su inmediato sucesor, el humanista
contemporáneo Juan Bautista Montini, elegido papa el 21 de junio de 1963,
tomando el nombre de Pablo VI (1963-1978), quien inmediatamente anuncia a la
humanidad: “Hago mía la herencia de Juan XXIII, de feliz memoria,
convirtiéndola en programa para toda la Iglesia”. Se refiere al Concilio
Vaticano II, marcando sus objetivos por lo que entregó su vida entera: una
auto-comprensión más clara de la Iglesia, su renovación interior, tender
puentes hacia el mundo contemporáneo y realizar un esfuerzo de unidad con los
hermanos de otras religiones cristianas.
Más
específico lo señala en su programática encíclica Ecclesiam suam el 6 de agosto de 1964, tres pensamientos agitan
nuestro espíritu: “Esta es la hora en que la Iglesia debe profundizar la
conciencia de sí misma… Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente
de renovación… El segundo pensamiento…, a fin de encontrar no sólo mayor
aliento para emprender las debidas reformas, sino también para hallar en
vuestra adhesión el consejo y apoyo en tan dedicada y difícil empresa, es ver
cuál es el deber presente de la Iglesia de corregir los defectos de los propios
miembros y hacerlos tender a mayor perfección y cuál es la vía para llegar con
sabiduría a tan gran renovación” (ES 4). Su tercera inquietud es el diálogo de
la Iglesia con el mundo, no para censurar ni condenar, sino para respetar su
autonomía y brindarle el servicio de la evangelización. Una Iglesia sirvienta
de la humanidad o, como hoy lo pide el papa Francisco, una Iglesia samaritana,
con entrañas de misericordia.
Pablo
VI, a quien pronto se nos permitirán llamarlo san Pablo VI, es el Concilio en
marcha. No sólo lo siguió y lo culminó, sino que lo aplicó en la gran reforma profunda
y radical. En esta época dialogar con el mundo contemporáneo significaba
encontrarse con la diferentes culturas en el proyecto de la evangelización de
las culturas. Pero, para la situación de miseria y dominación socio-política
del Tercer Mundo, exigía una nueva acción evangelizadora que integrara el
progreso y la liberación de los pueblos. Aquel sueño de Juan XXIII de una
Iglesia para todos, especialmente para los pobres, encuentra continuidad de
compromiso en Pablo VI. Es ahí donde nos cuestiona desde la Evangelii Nuntiandi 31: “¿Cómo proclamar
el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero,
el auténtico crecimiento del hombre?”.
Pablo VI le debe Latinoamérica la Conferencia de Medellín en 1968, inaugurada personalmente
por él. Una Iglesia que se presenta liberadora, con una clara opción
preferencial por los pobres y oprimidos, una Iglesia de comunión de cuyo seno
nace el signo renovador con las comunidades de base. Es Pablo VI quien convoca
la Conferencia de Puebla y le entregó la Evangelii
Nuntiandi como base para sus estudios.
Puebla
es convocada por Pablo VI poco antes de su partida al cielo. Igual, fue
convocada por el feliz papa Juan Pablo I en sus pocos días de su ministerio
petrino. La Iglesia no se detiene y su continua renovación avanza guiada por el
Espíritu Santo. Finalmente, es el papa grande Juan Pablo II quien convoca y
preside la Conferencia de Puebla en 1979. Juan Pablo II viene a proponer una
Iglesia que renueva su misión evangelizadora con su proyecto pastoral más
querido: la nueva evangelización con nuevos métodos, nuevo ardor y nuevas expresiones, marcando así
la Conferencia de Santo Domingo, convocada y presidida por él en 1992.
A Benedicto
XVI le corresponde seguir adelante con una Iglesia abierta al mundo e inaugura
la Conferencia de Aparecida el año 2007. Recuerdo sus primeras intervenciones
destacando que la Iglesia está viva. Impactante su encíclica Caritas in Veritate (2009), celebrando
los cuarenta años de la Populorum
Progressio de Pablo VI. Dice el hoy papa emérito: “La crisis nos obliga
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y encontrar nuevas formas de
compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y rechazar las negativas.
De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un
modo nuevo” (CV 21). La Iglesia y la humanidad actual son proyectos abiertos,
tareas que nos comprometen. Ciertamente, un mundo mejor es posible, tenemos
vocación de construir el reino de Dios.
El
Papa Francisco, nueva etapa de renovación
Después de cincuenta años del Vaticano
II, el Señor vuelve a sorprender al mundo con el regalo de un papa nuevo,
latinoamericano, de gestos y palabras claras y sencillas para que su mensaje
siga penetrando en el interior de cada persona del siglo XXI, invitándonos a
abrir nuestras vidas al Evangelio de Jesús. Ciertamente, desde que el papa
Francisco, el 13 de marzo de 2013, se asomó al balcón del Vaticano, pidiendo al
pueblo que lo bendijera antes de bendecir él al pueblo, se siente la presencia
de un tiempo nuevo, de renovaciones, para seguir construyendo el camino de sus
predecesores, el mundo fraterno, fundado en el amor. Con la exigencia de una
visión de Iglesia como Jesús, pobre para los pobres, desde el principio de
misericordia, una Iglesia samaritana. Es como dar un renovado impulso al sueño
de Juan XXIII cuando expresaba que el Concilio debe auto-comprenderse como la
Iglesia de todos, especialmente de los pobres. El sueño de Pablo VI que, al
culminar el Concilio, proclama a la Iglesia como la sirvienta de la humanidad,
es la misma Iglesia samaritana del papa Francisco.
He leído un libro de dos periodistas,
el paisano del papa, Sergio Rubin y la romana Francesca Ambrogetti, que trata
de una conversación con el entonces cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio.
En esta obra, el rabino amigo del primado de Argentina, que presenta la obra,
Abraham Skorka, define el pensamiento de Francisco con dos vocablos: “encuentro
y unidad”. A mi juicio, es esto lo que expresan sus gestos y palabras, desde
que comenzó su ministerio como obispo de Roma.
En el referido libro, habla ya sobre
un tema apasionante y urgente: “la construcción de una cultura del encuentro”,
como propuesta concreta a una situación de individualismo, discordia y
desencuentro: “En este momento creo que, o se apuesta a la cultura del
encuentro, o se pierde. Las propuestas totalitarias del siglo pasado –fascismo,
nazismo, comunismo o liberalismo- tienden a atomizar. Son propuestas
corporativas que, bajo el cascarón de la unificación, tienen átomos sin
organicidad. El desafío más humano es la organicidad. Por ejemplo, el
capitalismo salvaje atomiza lo económico y social, mientras que el desafío de
una sociedad es, por el contrario, cómo establecer lazos de solidaridad”. Así
piensa el cardenal que hoy es el papa Francisco.
Esto es lo que nos ha estado
transmitiendo como pastor universal. Por ejemplo, al cuerpo diplomático
acreditado ante la Santa Sede, el 23 de marzo de 2013, calificando el acto como
un encuentro con todos los pueblos, “que quiere ser idealmente el abrazo del
papa al mundo”; propone un proyecto común: el amor a los pobres y el esfuerzo
en construir la paz. Y les manifiesta el auténtico sentido de su ministerio
como pontífice. De ahí su programa más querido: crear puentes de encuentro
entre las personas humanas con Dios y entre sí. En concreto, “la lucha contra
la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir
puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera
invitar a participar a cada uno de los Países que representan”.
Otro de sus discursos emblemáticos
sobre el mismo tema es el del encuentro con los representantes de las Iglesias
y comunidades eclesiales, y de las diversas religiones, el 20 de marzo de 2013.
De entrada los invita a asumir de nuevo el deseo de Jesús de la unidad en la
fe: “Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los
cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por
divisiones, contrastes y rivalidades”. Luego, manifiesta su deseo sincero de un
diálogo respetuoso con las comunidades judías y musulmanas, con el fin de
cooperar para el bien de la humanidad. Pues, con la promoción de la amistad
entre las personas de diversas tradiciones religiosas, “podemos hacer mucho por
el bien de quien es más pobre, débil o sufre, para fomentar la justicia,
promover la reconciliación y construir la paz”.
Por último, quisiera referirme también
al discurso que ofrece a la clase dirigente del Brasil el día 27 de julio del
año 2013. Aquí insiste en “un proceso que hace crecer la humanización integral
y la cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera cristiana de
promover el bien común, la alegría de vivir”.
Luego pasa a llamar la atención sobre
la responsabilidad social. Claramente afirma que “quien actúa responsablemente
pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de
Dios. Este sentido ético aparece hoy como desafío histórico sin precedentes,
tenemos que buscarlo, tenemos que insistir en la misma sociedad. Además de la
racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la
vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria”.
Completa su reflexión sobre el
humanismo integral, respetando la cultura original y asumiendo la
responsabilidad solidaria, con el tema recurrente que traza su línea fuerte de
encuentro y unidad, “el diálogo constructivo”. Asegura que “el único modo de
que una persona, una familia, una sociedad, crezca, la única manera de que la
vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que
todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir a cambio. El
otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud
abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin
prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el
diálogo”.
Mons. Edgar Peña, asociado al proceso
renovador
Hoy el Señor de la historia miró de
nuevo a tierra latinoamericana y encontró a un Sacerdote nacido en el
Saladillo, sector más tradicional y mariano en la Ciudad de Maracaibo, del
Estado Zulia, Venezuela. Un sacerdote que sale de clero de nuestra
Arquidiócesis de Maracaibo, su excelencia mons. dr. Edgar Robinson Peña Parra.
Nacido el 3 de marzo de 1960, comienzo de la década renovadora de la acción
evangelizadora de la Iglesia, en plena preparación del concilio Vaticano II. De
una buena y digna familia cristiana de Robinson Peña, su padre, y Adela Parra
de Peña, su madre.
Dios vino a buscarlo para la importante
misión de trabajar muy cerca del papa Francisco, correspondiéndole seguir las
líneas trazadas en la Exhortación Evangelii
Gaudium de la reforma de la Iglesia en salida misionera, entendida como la
totalidad del pueblo de Dios que evangeliza, apuntando a la inclusión social de
los pobres. En fin, una impostergable renovación eclesial, para decirlo con las
mismas palabras del papa Francisco.
Hoy, excelencia, hermano y amigo, te
toca soñar con el papa Francisco. El papa dice: “Sueño con una opción misionera
capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los
horarios, el leguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce
adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto-preservación.
La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede
entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras,
que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta,
que coloque a los agentas pastorales en constante actitud de salida y favorezca
así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su
amistad” (Evangelii Gaudium 27). Sólo
para indicar una muestra de lo significa trabajar alado del papa Francisco.
Nosotros, excelencia, conocemos lo que
significa esta misión y te estaremos acompañado con nuestras oraciones y, desde
nuestra instancia pastoral, específicamente desde esta tu Universidad Católica
Cecilio Acosta, con la acción renovadora que nos corresponda asumir. Señores
universitarios, familia UNICA, invitados especiales, este sacerdote zuliano,
Edgar Peña, nuestro profesor honorario, es elegido por el papa Francisco como
sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano,
misión que comienza el próximo 15 de octubre.
Su excelencia es presbítero desde el 23
de agosto de 1985, ordenado por mons. Domingo Roa Pérez, entonces arzobispo de
Maracaibo, después de haber cursado estudios de filosofía y teología en los
Seminarios Santo Tomás de Aquino de San Cristóbal y el Interdiocesano Santa
Rosa de Lima de Caracas.
Lleva consigo una exitosa pastoral en
diferentes Parroquias de nuestra Arquidiócesis, Nuestra Señora de Guadalupe
(Sierra Maestra), San Pablo Apóstol (La Rotaria) y San Rafael Arcángel (El
Moján). Esto sirva de testimonio de que el elegido para tan importante misión,
no es un improvisado, le tocó, como joven sacerdote desarrollas una pastoral
rural y popular, muy cerca de la gente, como le gusta al papa Francisco.
También sirvió como profesor del seminario Mayor Santo Tomás de Aquino de
Maracaibo. Pretenciosamente les digo que nuestro rector, el padre Eduardo
Ortigoza y yo, somos testigos fieles de tan valiosa misión pastoral de su
excelencia en nuestra Arquidiócesis. Pues, les hemos acompañado por estos
caminos.
Doctorándose en Derecho Canónico en la
Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y en la Pontificia Academia
Eclesiástica para realizar su formación al servicio diplomático de la Santa
Sede. Su tesis doctoral versa sobre “los derechos humanos en el sistema
interamericano a la luz del Magisterio Pontificio”. Convirtiéndose así en el
primer diplomático venezolano al servicio de la Santa Sede.
Su misión diplomática comenzó en
Nairobi-Kenia, donde también representó a la Santa Sede ante las Agencias de
las Naciones Unidas para el Ambiente y para la vivienda conocida como HABITAT.
Luego, pasa a la nunciatura de Yugoslavia en Belgrado, en medio de la guerra de
los Balcanes. De ahí pasa a Suiza, Ginebra y luego a Sur África. Es así como
cumple su misión diplomática en la Misión Permanente de la Santa Sede ante las
Naciones Unidas, Organizaciones Especializadas y la Organización Mundial del
Comercio. Es consejero de la Nunciatura en Tegucigalpa-Honduras y, después, en
la Nunciatura de México, donde le correspondió ejercer como encargado de
negocios.
También en África hemos tenido el honor
de contemplar de cerca su grata y comprometida presencia muy cerca de los
misioneros. En Kenia nos invitó, al padre Eduardo y a mí, a visitar Turkana, un
pueblo nilótico en el noroeste de Kenia. Ahí pasamos la noche y el día domingo
compartiendo una bella experiencia espiritual y pastoral de los misioneros. De
su cercanía y preocupación por los misioneros sacerdotes, religiosos y laicos,
también hemos sido testigos.
El 8 de enero de 2011 es nombrado por
el papa Benedicto XVI arzobispo titular de la Diócesis de Telepte, situada en la
antigua Túnez, y nuncio apostólico de Pakistán. Consagrado arzobispo por
Benedicto XVI el 5 de febrero de 2011. El 21 de febrero el papa Francisco lo
nombra nuncio apostólico en Mozambique hasta este momento. Ahora ha venido a
Maracaibo para ofrecer al Señor su nueva misión eclesial en el Altar de la
Virgen de Chiquinquirá, la Sagrada Dama del Saladillo, donde le acompañamos
pueblo y pastores en una sola plegaria a la amada Chinita de Maracaibo.
Hoy, nuestra Universidad, unida en
comunión con la Iglesia de Venezuela y su pueblo, le expresamos nuestra
felicidad por este nuevo paso en su entrega sacerdotal al servicio de la
Iglesia y la humanidad. Nos honra entregarle la Orden Cecilio Acosta en su
Única Clase para su distinguida personalidad, al excelentísimo monseñor doctor
Edgar Robinson Peña Parra, hermano y amigo. Y con su excelencia, a nuestro
querido papa Francisco por quien oramos cada vez que nos pide rezar por él. Es
él quien nos anima a avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y
fraternidad (cf. Evangelii Gaudium
221). No será fácil trabajar alado del pastor universal. Pero será fascinante
ayudarle al papa Francisco a cargar la cruz de la humanidad. Ya sabes, todo lo
puedes en Aquel que te conforta.
[1]
Discurso de Orden promunciado el 27 de septiembre 2018 por motivo del
conferimiento de la Orden Cecilio Acosta de la Universidad Católica “Cecilio
Acosta” al excelentísimo monseñor Doctor Edgar Robinson Peña Parra, nombrado
por el papa Francisco como sustituto para asuntos Generales de la Secretaría de
Estado del Vaticano.