Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
Este 30 de
noviembre la Iglesia universal comienza el año litúrgico con el tiempo que
llamamos adviento. Es, pues, el
primer domingo de adviento. No queriendo
adentrarnos en el origen del término, nos basta decir que su significado
cristiano, desde los primeros testimonios, designa la venida de Jesucristo
entre nosotros. La Palabra que se hace carne y habita en nuestra historia como
uno de tantos. Es tiempo de esperanza, vivida en la tensión de la fe y
expresada en la caridad. Es decir, el Hijo de Dios se acerca a nosotros para
que nosotros, gozando de su presencia, vivamos en comunión con Él.
Para nosotros, tiene dos sentidos
que invitan a la reflexión y a la espiritualidad: el sentido de memorial y el
sentido escatológico. El primero nos conduce a prepararnos para celebrar la
navidad del Señor, acontecimiento salvífico que llena de plenitud a la historia
y realiza la promesa profética del Antiguo Testamento: se anuncia a los pobres
el Evangelio (la buena noticia), se sana a los de corazón quebrantados, se
proclama el perdón, la libertad a los prisioneros y la liberación a los
oprimidos. Por cierto, la oración colecta del tercer domingo nos muestra claramente
su primer sentido al pedir al Padre que el pueblo pueda celebrar con fervor la
fiesta de la navidad del Señor que trae la salvación. Por eso, el pueblo espera
con alegría porque es la fiesta de la buena noticia que es anunciada a los
pobres y nos concede la libertad.
El segundo sentido nos mueve a la
esperanza de una vida futura que tiene su culmen en la llegada gloriosa del
Señor que viene a establecer su reino. Así lo expresamos en la oración colecta
de este primer domingo. En ella pedimos al Padre la capacidad de convertir
nuestra historia en un camino que nos conduzca al encuentro definitivo con
Jesús que es el Cristo que viene (adviento).
¿Cómo andar este camino? Con la práctica de las buenas obras, para que nos
permita reinar con él eternamente en su reino de amor.
Hoy el pueblo hace suya la
estremecedora oración del profeta Isaías (63,16-17.19; 64,2-7), porque también adviento es tiempo de conversión y
penitencia. Ciertamente, nos hemos alejado del Señor y, endureciendo los corazones
por nuestros egoísmos y ambiciones, hemos pretendido crear una sociedad
desconociendo los valores de su Evangelio. Como consecuencia, sufre el pueblo
las injusticias, las violencias y las miserias humanas, materiales y
espirituales.
La
confesión de nuestros pecados nos hace descubrir la misericordia de Dios que
nos ha creado y liberado: “Jamás se ha escuchado ni se ha visto que haya otro
dios fuera de ti que haga tales cosas a favor de los que en él confían. Tú
aceptas a quien hace el bien con alegría y se acuerda de hacer lo que tú
quieres” (Is 64,5). Esto es el adviento:
nosotros que esperamos con fe y Dios que viene a nuestro encuentro. El método
es la práctica de la justicia y el cumplimiento de su voluntad.
Este sentido escatológico también lo
refiere extraordinariamente san Pablo en la primera carta que le escribe a la
comunidad de Corinto (1,3-9). Los frutos de su apostolado, de la predicación y
del testimonio cristiano, son los muchos dones de los que gozan esta comunidad,
concedidos por Jesucristo para que sus miembros vivan este camino de esperanza.
La Iglesia es, pues, un pueblo de esperanza. Todo el esfuerzo del Apóstol se verá
justificado “cuando nuestro Señor Jesucristo regrese” (1Cor 1,8). Dios es quien
la ha llamado a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor (cf.
1Cor 1,9).
El mismo Señor, antes de su vía
crucis (camino de entrega en la cruz), nos enseña que un peregrino no puede
estar dormido ni descuidado. Por el contrario, el camino del amor que llega al
sacrificio para lograr el triunfo de la vida eterna se hace en movimiento,
despierto y atento. Para que, cuando nos encuentre el Señor, pueda darse cuenta
de que puede contar con nosotros. Para esto, nos debe encontrar dinamizados,
despiertos, en plena faena construyendo su reino.
Nuestra exhortación es a que vivamos
este adviento con la novedad del Espíritu que nos mantiene siempre dispuestos
al servicio de Dios.
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