Andrés
Bravo
Profesor
de la UNICA
En el tercer
domingo de adviento, la Iglesia hace suyo el pregón paulino: “Estén siempre
alegres. Oren en todo momento. Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo
que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús” (1Ts 5,16-18). La
alegría, la oración y la acción de gracias nos acompañan en el camino
espiritual de adviento, porque viene
quien nos ama y a quien amamos. Si es triste alejarse de un ser querido, cuánto
más es el júbilo que produce el acercamiento de aquél que amamos. Nuestro
corazón se prepara con esmero, se organiza la fiesta con gozo.
Recordemos
un bello documento del beato Pablo VI que nos invita: “Estén siempre alegres en
el Señor, porque él está cerca de cuantos lo invocan de verdad” (Gaudete in Domino 1). Es la misma
exhortación de san Pablo a los filipenses (4,4-5), quien agrega: “Que todos los
conozcan a ustedes como personas bondadosas”. Porque la alegría cristiana es
expresión del bien. Así también lo pregona el profeta: “Me alegro en el Señor
con toda el alma… porque me cubrió con un manto de justicia” (Is 61,10-11). El
escrito del papa está enmarcado en un contexto históricos de júbilo, el Año
Santo de 1975, y es un llamado, hoy más necesario, a la renovación interior y a
la reconciliación en Cristo.
Ciertamente,
el pecado ha trastornado el rumbo de nuestra historia y nos ha dejado terribles
consecuencias de sufrimientos, maldades que, muchas veces, hacen mayor daño a
los más débiles de nuestros pueblos. Sin embargo, nuestro beato nos invita a
gozar por “la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del
amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del
silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y la
satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del
servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio” (Gaudete in Domino 12).
Pero,
nada produce más gozo que la reconciliación. Hasta Dios hace fiesta cuando perdona.
En estos tiempos, busquemos el modo de acercarnos los unos a los otros. A veces
argumentamos que no perdonamos porque la razón está de nuestra parte. Sin
embargo, estamos convencidos de que se gana más perdonando y acogiendo al otro
que empeñándonos en defender nuestras razones. La lógica del Señor es distinta,
el amor es primordial. Recordemos a Jesús en la cruz, el inocente condenado por
el mundo. Sin embargo, su acción es contraria, el mundo culpable es perdonado y
liberado por el amor entregado. Es esto lo que nos da la victoria: “¡Me ha cubierto
de victoria!”, lo profetiza Isaías.
También
el papa Francisco nos invita a “la alegría del Evangelio (que) llena el corazón
y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar
por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium 1).
Para
nuestro actual pastor, la alegría, don de Dios que se renueva en navidad, se
debe comunicar y abrir a la fraternidad. Porque, “cuando la vida interior se
clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (Evangelii Gaudium 2).
Nuestra
exhortación es la de vivir de tal manera la fe en el amor, empeñarnos en la
reconciliación y la construcción de la fraternidad, que podamos cantar con
sinceridad las alabanzas de María: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador,
porque Él ha puesto sus ojos en la humildad de sus servidores” (Lc 1,46-48).
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