Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal 12
Primer
domingo de cuaresma
Esta reflexión es una invitación a
vivir un desierto espiritual de cuarenta días, como camino hacia la pascua de
resurrección. Este tiempo de cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y culmina
el Jueves Santo con la Misa crismal, donde se consagra el aceite perfumado
llamado crisma, con el que nos consagran en el bautismo. Con la Misa de la Cena
del Señor vivimos el Misterio Pascual (Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor). Lo principal de la cuaresma es hacia dónde nos conduce: la pascua como
el triunfo de la vida.
¿Cómo
debemos vivir la cuaresma? Contemplemos, pues, cómo la vive Jesús. Sabemos que
la intención de contemplar la experiencia de Jesús en el desierto es para
conocer la naturaleza evangélica de la cuaresma. Marcos no se detiene en detalles, simplemente nos
dice que el Espíritu Santo retiró a Jesús al desierto donde convive con fieras,
es decir, en un lugar peligroso. Y se produce dos experiencias contradictorias:
es tentado por el demonio y es servido por los ángeles (Mc 1,12-13). Mateo y Lucas
señalan que Jesús es tentado por el demonio y describen cada tentación (Mt
4,1-11; Lc 4, 1-13). Sin dudas, la peor fiera es el demonio y nuestra lucha es
contra el pecado.
En
la cuaresma de Jesús se encuentran vivencias que la Iglesia sigue recomendando.
Lo importante es que debemos hacer un esfuerzo por mirar nuestro interior, un
encuentro sincero con nosotros mismos. Seguro observaremos muchos valores que
nos enriquecen y nos ayudan en nuestra relación comunitaria y el compromiso por
el bien de todos. Así reconoceremos a los otros y el espacio donde practicar la
caridad. Pero también nos topamos con nuestros errores y pecados. Es ahí donde
se hace presente nuestro Dios para ayudarnos a superarlos y, con su
misericordia, nos conduce por el camino del bien.
Este
es el fundamental llamado de la Iglesia en tiempo cuaresmal, la conversión.
Nuestro querido Mons. Oscar Romero, en su homilía del primer domingo de
cuaresma de 1979, lo dice con toda sencillez, ubicado en la realidad de su
pueblo: “El desierto es temporada de oración, temporada de austeridad, temporada
de renovación. ¡Si un país necesita de un desierto, de una oración, de una
renovación, es el nuestro! Qué hermoso fuera ver todos los salvadoreños
aprovechar su cuaresma para una introspección. Todos somos causantes del mal que
está sufriendo el país. Sólo queremos echar las culpas a otros y no nos
miramos. La cuaresma es una invitación a entrar con Cristo, a pensar en sí”. Y
no ser indiferentes a la sociedad oprimida.
El
papa Francisco, en su mensaje de la cuaresma del 2014, nos invita a una
profunda conversión, aprendiendo de Jesús que siendo rico, se hizo pobre por
nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Es la lógica del amor, despojarse
de su divinidad para ser uno de nosotros. Por esa lógica, su pobreza no es la
exaltación de la pobreza misma, sino la riqueza que hace digno al ser humano. Dice
nuestro papa que “la riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su
relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre”.
“Cuando
Jesús nos invita a tomar su yugo
llevadero, nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza
suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en
hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito”. Así, pues, como Jesús,
nuestra conversión nos exige el despojo de todas esas riquezas adquiridas por
las tentaciones del poder, del tener, del parecer, para entregarnos al amor
hasta el sacrificio de la cruz que nos da el triunfo de la resurrección. Concluye
este mensaje diciendo que “la cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y
nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y
enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza
duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de
la limosna que no cuesta y no duele”.
En
el mensaje cuaresmal de este 2015, el papa Francisco nos pide enfrentar una de
las tentaciones más peligrosas de la actual humanidad, la indiferencia hacia el
prójimo y hacia Dios. Partiendo de una hermosa realidad revelada: “Dios no es
indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la
salvación de cada hombre… El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de
renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo”. Entre
muchas otras cosas igualmente importantes, el papa nos interpela: “¿Qué podemos
hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?”:
Orar, vivir la caridad y convertirnos porque “el sufrimiento del otro
constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me
recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos”.
Maracaibo,
22 de febrero de 2015
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