Me contenta mucho que
las autoridades de la UNICA hayan decidido otorgarle el doctorado “honoris causa”
a Mons. Baltazar Porras Cardoso, arzobispo metropolitano de Mérida.
Doctor es aquel que enseña, el docto, palabra que
define al maestro, al profesor. Cicerón y Horacio decían que "docti
dicant et indocti discant"-, es decir, que los doctores hablen y los indoctos que aprendan.
Aparece, por primera vez, como definición de un título universitario, en 1462.
Se le solía añadir algunos adjetivos laudatorios para realzar las excelencias,
reales o figuradas, del recipiendario. A Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, se le reconoce como doctor angelicus.
Las universidades siempre quieren tener, dentro de su claustro, y sentar en sus
cátedras, los maestros más eminentes del momento y, cuando ello no es posible,
procuran prestigiarse asociándolos de forma honorífica. Así se explicaría el
conferimiento del doctorado “honoris causa”.
El ceremonial de otorgamiento se ha
simplificado en los tiempos actuales, pero conserva aún ese profundo
significado contenido en las palabras protocolares que se le dirigían al nuevo
doctor al finalizar la entrega de las insignias:
«Toma asiento en la cátedra de la Sabiduría, y desde ella, descollando por tu
ciencia, enseña, orienta, juzga y muestra tu magnificencia en la universidad,
en el foro y en la sociedad».
Mons.
Porras merece con creces el título de doctor. El ha sido toda la vida precisamente
eso: un intelectual, un académico, un sacerdote, un obispo, que ha enseñado, ha
orientado, ha iluminado mentes con su
ciencia, sapiencia y arte. Ha sabido aprovechar ambas universidades: la
académica y la de la vida. Posee una imponente biblioteca en su casa. Pero más
grande es la que deambula con él. ¡Y Dios sabe si deambula! Ha sorteado, con sabiduría
y valentía, delicados episodios de la historia contemporánea en que se ha visto
involucrado, sobre todo en las complejas relaciones Iglesia-Estado.
Las
“Edades del Hombre” han sido su cantera, de donde ha sacado el amor al arte y
la importancia para un pueblo y para la Iglesia de la valoración, cuidado y
promoción de los bienes culturales. De
su paso por las aulas salmantinas, trajo la tenacidad del “como decíamos ayer” de Fray Luis de León. El agudo sentido de la
dignidad de todo ser humano, de Francisco de Vitoria y la penetración mística
de la mirada de Fray Juan de la Cruz sobre toda realidad. Todo eso sazonado con buenas pinceladas del buen humor español.
Acertaron
al reconocer, dentro de las mil cuerdas de su lira, su trayectoria en el campo de los Medios de
Comunicación social, porque si algo distingue a mi hermano y buen amigo, es su
pasión por comunicar, en crónicas mayores y menores, la buena noticia del
evangelio de Jesucristo, siguiendo la metodología de la Iglesia latinoamericana:
partir siempre de la realidad, iluminarla con la luz del Evangelio de Jesús, identificar los
desafíos y trazar acciones concretas para transformar esa realidad
integralmente.
Mons.
Porras es un gran obispo, digno hijo
espiritual y sucesor en la sede serrana de Mons. Miguel Antonio Salas y de esa
gran estirpe de pastores de recia personalidad que han dejado una huella
perenne en la historia de la Iglesia y
de nuestro país a lo largo del siglo XX. Goza, entre sus hermanos obispos de la
Conferencia episcopal, de gran respeto y admiración y por eso no han dudado en
confiarle grandes responsabilidades. Homenajearlo a él es honrar todo el episcopado
patrio.
Agradezco a las
autoridades universitarias, de esta querida casa de estudios, a las que estoy
estrechamente vinculado desde hace quince años, me hayan otorgado la Orden de
San Alberto Hurtado, patrono de la Capellanía y me hayan asociado al homenaje de este ilustre prelado. Los dos nos
hemos formado en escuelas diferentes. El en España, yo en Francia. De vuelta a
Venezuela, nuestros caminos han confluido, mozos aún en tareas docentes, y
luego como obispos, en la búsqueda de caminos para renovación de nuestra
Iglesia. Agradezco a Dios de haberme arrimado a tan buen roble. Bajo su ramaje
descubrí el significado del proverbio africano: “Si quieres ir rápido, ve solo;
si quieres ir lejos ve acompañado”. Naturalmente, ¡bien acompañado!
De la cultura
francesa aprendí, con Montaigne, que: “Mieux vaut une tête bien faite qu'une tête bien pleine”. Que lo importante no es atiborrar la cabeza
de conocimientos sino saber sacarle provecho. Que el conocimiento es un tesoro
maravilloso porque vence la ignorancia; pero, si
camina solo, queda estéril. Necesita
aliarse con la humildad, que lo hace humano, con la ética que lo hace virtuoso
y con el amor que lo hace fecundo y lo
universaliza. Con Descartes, aprendí la importancia de pensar con cabeza
propia, no con cabeza ajena. Con Nicolas Boileau, aprendí lo imprescindible de
tener un norte, un ideal, un puerto donde llegar y de cultivar la virtud del
tesón y de la perseverancia. Comparto con ustedes una adaptación libre de unos versos suyos, en su obra “Art
poétique”:
Concibe bien en tu mente y lo expresarás claramente.
Sin prisa, pero sin pausas, y sin perder nunca el ánimo,
Si veinte veces te caes, veinte veces ponte en pie.
Dale y dale, sin cesar, dale duro a ese pilón,
Y alcanzarás, algún día, a poseer el filón.
“Honoris
causa” significa por “causa del honor”. Graduandos, no busquen el honor
caballeresco, ni el honor fatuo, ni el honor logrado a punta de acertadas
campañas publicitarias; ni tampoco el honor mercantil, como lo otorgan
automáticamente algunas casas de estudio a quienes depositan una determinada
cantidad de dólares. Busquen el honor como lo entiende Jesús: autoridad moral,
que se logra por la coherencia entre la fe y la vida, entre lo que se enseña y lo que se vive (Mt
23, 2-4).
La vida es un don
de Dios maravilloso. Pero más importante es descubrir para qué vivimos, para
quien vivimos. Tendrá sentido, si la
transformamos en un gran servicio, que ayude a otros a vivir mejor que nosotros. Por donde pasen,
siempre procuren salir mejores que cómo entraron, más dialogantes, más sabios,
más tolerantes, más capacitados para sembrar “la cultura del encuentro” que el Papa Francisco
recomienda a los venezolanos y a la que Carlos Vives le ha puesto música
pegajosa:
Cuando
nos volvamos a encontrar
no dejaré de contemplar la madrugada,
no habrá más llanto regado sobre tu almohada
no habrá mañana que no te quiera abrazar.
no dejaré de contemplar la madrugada,
no habrá más llanto regado sobre tu almohada
no habrá mañana que no te quiera abrazar.
Y
traerá tu amor la primavera
y una vida nueva que aprender
nada volverá a ser como ayer
y una vida nueva que aprender
nada volverá a ser como ayer
¡Cuando nos volvamos a encontrar!
El
doctorado honoris causa, mis amigos y amigas, nos lo podemos ganar todos, si
sabemos transformarlo en un doctorado “amoris causa”. ¡Ojalá lleguen todos a
ser doctores de esta suprema sabiduría! La pieza clave es la presencia de Dios.
Su ausencia solo trae desdichas y amarguras, para nosotros y para los demás,
como lo vemos cada día. Bien lo dijo otra doctora de gran calibre, Santa Teresa
de Jesús, en la cual nos abrevamos Mons. Porras y este servidor: “Quien a Dios tiene nada le falta”. Muchas
gracias.
Maracaibo,
4 de Mayo de 2016
+Ubaldo
R Santana Sequera FMI.
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