Rector
Universidad Católica Cecilio Acosta
Arquidiócesis de Maracaibo
Texto leído en la Asamblea 73 de FEDECAMARAS: ¿Un nuevo pacto republicano o estado comunal?
“El tiempo no
tiene ni comienzo ni fin y por ello es que siempre nos encontramos en el centro
del tiempo.”
J.L. Borges
“La
conciencia solo es posible desde la experiencia”
Kant
“Todo lo real
siempre es racional”.
Hegel
La
libertad humana nunca es absoluta, su límite es el “Otro”; los “Otros” con
quien estamos obligados a convivir, tolerar, respetar y eventualmente a ayudar
en función de un Bien Común. La libertad con responsabilidad resume el
principio ético-moral fundamental: desearle al otro el mismo bien que deseo
para mí.
Bertrand
Russell recomendaba para la sobrevivencia de la especie, la tolerancia para la
convivencia y la necesidad de atenernos a los hechos para entender la realidad.
Decía
y sostengo que la libertad humana nunca es absoluta. No escogemos nuestro
tiempo ni la sociedad y la cultura de la cual vamos a formar parte. Siendo
lugareños emocionales, de lengua y costumbres predeterminadas, nuestra época
nos obliga a la globalización. Asumirnos como habitantes de la casa común
(Encíclica Laudato Si´ del Papa Francisco). Nuestra identidad
culturalmente se amplía hasta niveles planetarios. Hemos creado una noosfera
tecnológica-comunicacional en un contexto económico y geopolítico global.
Habitantes
del tiempo, éste nos habita consumiéndonos y al mismo tiempo nos exige
“consumir” el tiempo particular y en nuestro caso este tiempo venezolano tan
difícil, atormentado y opresivo y es éste quizá nuestro principal desafío,
intentar “comprender” lo que nos ha venido sucediendo para que, desde la
lucidez, superar las dificultades, creativamente y asumir la crisis como tantas
veces se ha dicho, como una oportunidad y no como una derrota.
Como
Nación tenemos siglos de existencia en un largo mestizaje antropológico y
cultural que nos hace particulares y universales a la vez.
Como Nación, a partir de 1492 fraguamos durante
tres siglos en el colonialismo hispánico de la época y desde 1810-1811 optamos
por la modernidad, al asumirnos como República Civil y desde el siglo XX,
intentado desarrollar un proyecto democratizador de nuestra sociedad de
economía moderna y un sistema político democrático.
Como
todo proceso histórico de larga duración se ha progresado sin lugar a dudas,
pero el progreso por definición no es lineal y en el camino permanentemente hay
obstáculos que vencer y siempre con posibilidades ciertas de retroceso.
De la matriz hispánica europea africana y asiática
surge la venezolanidad, como “un pequeño nuevo género humano”, emparentado
directamente con el Continente Americano en su totalidad y particularmente en
la región geo-política y económico-cultural que venimos llamando Latinoamérica.
La independencia, que recién acabamos de conmemorar
los 206 años de la misma, fue un proyecto civil y civilizatorio tempranamente
abortado por la guerra, la violencia y la anarquía que nos duró casi un siglo,
hasta la derrota bárbara de los caudillos en 1903. No otra cosa fue nuestro
siglo XIX, una larga y perniciosa guerra civil de una sociedad extraviada en la
pobreza y las discordias. Solo en los 20 años de la guerra emancipadora se
calcula una merma de nuestra población en 30%, y un 30% en la llamada guerra
federal.
Hay que esperar al siglo XX y el azar del petróleo
para que Venezuela despierte de su letargo histórico y con el desarrollo
demográfico, social y económico del país, surge y se desarrolla el proyecto
político más importante de nuestra modernidad que no es otro que la Democracia,
como proyecto político moderno del poder y la subordinación militar al poder
civil. Separación y autonomía del poder y alternabilidad electoral, vía
sufragios confiables.
Formalmente la Democracia venezolana, en términos
electorales y políticos, surge en 1947, al establecerse el sufragio universal y
el reconocimiento pleno de los partidos políticos y sindicatos. Proceso que se
continúa de manera accidentada pero a la larga perfectible cuando en 1989 se
logra establecer de manera legal la elección directa de gobernadores y alcaldes
y en 1999, dentro de la discusión constituyentísta de la época, se logra
establecer en la nueva Constitución, la actual, el principio fundamental de la
Teoría Política moderna como es el Principio de la Soberanía Popular que viene
a sustituir el viejo principio del derecho divino del poder. Tal como dijera
John Locke, al apelar los pueblos a la consulta popular están apelando al
Cielo. No otra cosa es nuestra genética democrática, no una serie de principios
abstractos sino la concreción histórica de esos principios en leyes y
constituciones y en la práctica política concreta. En la genética de todas las
sociedades modernas está la aspiración legítima a vivir mejor, como individuos
y como colectividad (este fue el gran descubrimiento del pensamiento liberal y
que los intelectuales llamaron la idea de progreso) educar, formar y darle
oportunidades a cada individuo y a través de la libertad individual y con las
garantías del Estado de Derecho posibilitar y permitir que toda la sociedad
progrese y si en el camino del desarrollo se producen rezagos o marginación por
diversos motivos la Sociedad y el Estado, en función del Bien Común, y de
acuerdo al Principio de Subsidiariedad y Complementariedad, se ocuparán de
desarrollar las políticas pertinentes que permitan de alguna manera hacer real
el principio de la igualdad. El fracaso de estas políticas en garantizar el
mayor equilibrio posible en la sociedad permitió desarrollar dos deformaciones
políticas e ideológicas que por comodidad y reduccionismo terminamos llamando
“populismo”, y su complemento de burocratismo-electoral-clientelar. En la
medida que el proyecto democrático se rezaga con respecto a las legítimas
aspiraciones individuales y colectivas de libertad, ascenso social y bienestar,
nuestros sistemas democráticos entran en crisis y cada tanto tiempo el
autoritarismo y la dictadura nos amenazan (militarismo); pero igualmente esa
utopía fracasada que es el marxismo, al renunciar como proyecto político-social
a la democracia, termina en el conocido y terrible comunismo real, cuyo fracaso
y espejo más cercano es el castro-comunismo que en mala hora sigue proyectando
su sombra sobre el proyecto político nacional-autoritario que surgiera a la luz
pública en 1992, se hizo gobierno por voto popular en 1998 y en los últimos
años, atrapado en su propia lógica de intereses perversos está comprometiendo
fuertemente la paz social, el desarrollo económico, y la propia convivencia
entre los venezolanos.
Nuestro país se puede caracterizar como un sistema
social no cristalizado, en donde los diversos grupos y clases sociales están en
permanente hibridación sin terminar de definirse y asumirse desde una identidad
conclusiva y su respectiva conciencia de clase. En ese sentido podemos hablar
de una burguesía en formación, igualmente unas clases medias que no terminan de
definir sus límites socio-económicos y una marginalidad difusa desde el punto
de vista de su actividad social y económica. Un buen ejemplo es la información
que el 96% de nuestras empresas están constituidas por grupos familiares en
donde la tradición y los intereses creados tienden a ser mucho más importantes
que los procesos de cambio e innovación tan necesarios en los tiempos de la
sociedad del conocimiento y de la globalización generalizada.
En el orden político, igualmente existen unas
carencias importantes que se manifiestan fundamentalmente en la precariedad
institucional y el débil apego al respeto a la Ley. El poder se concibe más
como poder-dominación que poder-gobierno-servicio.
Resumiendo, diría, que en este caminar histórico de
los últimos dos siglos hemos sufrido distorsiones que urge corregir: un
presidencialismo exacerbado, monarcas sin corona, y la fortuita riqueza
petrolera no han logrado superar el horizonte de una economía colonizada,
dependiente, parásita, cuyo eje, principio y fin es la minería petrolera,
ampliado a la minería en general que se sigue asumiendo desde una ley colonial
de la monarquía que otorga al Estado toda la propiedad del subsuelo.
La otra distorsión convertida en enfermedad
política es el presidencialismo; no es una maldición, la aupamos y mantenemos
nosotros mismos así como el petróleo tampoco puede ser asumido como un fatalismo
negativo, sino como lo que debe ser, una oportunidad para todo el país, no
solamente para enriquecer a una minoría y para que ejerza el poder esa misma
minoría.
No hay tarea más importante y urgente, y perdonen
la simplificación y el barbarismo lingüístico, que: Desestatizarnos,
Despresidencializarnos y Despetrolizarnos. En el primer caso, poner a funcionar
de manera adecuada el sistema democrático y en el segundo caso independizar
nuestra economía de la dependencia petrolera (aunque entiendo que esto tiene
que ser de manera progresiva e inteligente) y quizá lo más importante de todo
el cambio de mentalidad de todos los venezolanos frente al poder político y
frente a la economía petrolera, y entender de una vez por todas que la única
riqueza de un país es su población, educada, saludable, con trabajos
productivos y niveles de vida que les permita desarrollar a cada uno sus
posibilidades y potencialidades humanas, en una sociedad del conocimiento,
globalizada en cambio y transformación permanente.
Hay que desterrar de nuestra mentalidad lo de país
o sociedad joven, antropológicamente venimos de milenios de evolución humana.
Como Nación tenemos más de cinco siglos. Como Estado tenemos un desarrollo de
más de dos siglos y definitivamente el Dorado no existió ni existe ni va a
existir sino en función de la riqueza que entre todos los venezolanos podamos
crear y disfrutar.
La libertad no permite otra definición sino desde
la responsabilidad de cada uno, de todos. En la sabiduría oriental se afirma
que si cada ser humano cumpliera a cabalidad con sus responsabilidades seríamos
libres y no haría falta gobierno alguno.
La Historia no puede seguir siendo mitología
consoladora, ni literatura de evasión, la realidad no existe sino como hecho y
sus consecuencias. En el siglo XXI las ideologías terminan siendo
supersticiones fanáticas. No hay doctrina política sino la doctrina de los
Derechos Humanos y en sentido progresivo estos derechos desarrollados como
protección y posibilidad de todos los habitantes de la tierra y de la tierra
misma.
Asumir los hechos y la tolerancia, para convivir en
la diversidad y las diferencias. El futuro siempre es precario e incierto, pero
de nosotros depende que pueda ser mejor para todos. Hay que educarse en la
construcción del futuro a ser contemporáneos del mismo. Siempre estamos en el
“centro del tiempo” y en esta centralidad conflictiva de los últimos años,
meses y días el desafío no es el riesgo de un Estado comunal fantasmagórico y
amenazante, al cual habría que denominar de manera apropiada lo que es en
realidad un proyecto totalitario de sociedad, sino entender que vencida la
amenaza del autoritarismo-totalitario hay que seguir en el empeño de la
construcción de una República de hombres virtuosos y leyes convenientes, y en esa
perspectiva, acceder con confianza al siglo XXI que demanda por nosotros ya que
llevamos un atraso de 17 años.
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