Mons. Mario Moronta
Obispo de San Cristobal
Las nuevas generaciones se sienten
emocionadas porque un Papa que conocieron ahora llega al honor de los altares
al ser canonizado este 27 de abril. Pero, también los que llevamos un tiempo en
el camino de la vida sentimos la emoción de ver a Juan, el Papa Bueno,
reconocido por su santidad. Las emociones se convierten en gratitud de parte de
todos a la santísima trinidad, quien recibe el honor y la gloria del testimonio
de santidad de estos dos hombres que entregaron sus vidas por la Iglesia y por
la salvación de los hermanos. Cada uno con sus carismas y características
personales propias, pero ambos con el mismo reconocimiento por parte de la
Iglesia: su santidad de vida, en el ejercicio de su ministerio sacerdotal,
episcopal y petrino.
Junto al testimonio de vida ejemplar,
podemos encontrar en ambos santos dos elementos que nos pueden enriquecer a
cada uno de nosotros: uno es su amor por la Iglesia, a la que entregaron toda
su existencia en los diversos servicios realizados. Otro es, precisamente, su
entrega de servicio sin distingos y sin renunciar a su ministerio. Ambos
vivieron en épocas peculiares y ambos se empeñaron en la renovación de la
Iglesia, para así abrir las puertas del mundo a Cristo. Los dos fueron
ampliamente reconocidos por la gente: uno por su sencillez y su bondad, el otro
por su decisivo empuje evangelizador. Y tanto el uno como el otro con la
conciencia de proclamar a Cristo como el centro y razón de ser de la Iglesia y
de la humanidad.
Muchas son las anécdotas que de cada uno
de ellos se van conociendo. Y en ellas, además de ejemplos para nuestra propia
espiritualidad, nos encontramos con algo que es propio de quien ama a los seres
humanos: el sentido del humor, para entender las situaciones difíciles y
hermosas de cada quien y de cada comunidad. Eso nos le alejaba nunca de su
preocupación solidaria por quienes sufrían o se sentían solos y abandonados.
Desde la atención por las necesidades del mundo hasta las hermosas experiencias
de caridad que encontramos en sus biografías, podemos descubrir la motivación
de estos dos santos papas contemporáneos: actuaban en nombre de Jesús y lo
mostraban con total transparencia al mundo de hoy.
Este 27 de abril, ciertamente, será un
momento especial para todos los que, en diversos momentos, pudimos conocer a
Juan XXIII y Juan Pablo II. Es una ocasión hermosa para darle gracias a Dios
por el don de su Pascua vivida en ellos y por ellos para beneficio de la
Iglesia. La misericordia del Resucitado se ha dado a conocer por medio de su
testimonio de santidad. Es una lección para tantos jóvenes que siguen buscando
la excelencia de vida en la caridad y en el servicio de los demás. Es una
llamada de atención para todos en la Iglesia a fin de seguir siendo testigos
del amor de Dios. Es una invitación a toda la humanidad para que, inspirados en
ellos, busque a Dios de manera decidida.
La Iglesia se enriquece con dos santos
más. No es una cosa cualquiera. Es el reconocimiento de la santidad de quienes
lograron serlo con su fe, con su caridad, con su entrega de servicio a la
Iglesia y a la humanidad. Este 27 de abril, al verlos en la gloria de los
altares, nos corresponde hacer un acto de fe en la santidad de Dios que se
manifiesta en cada uno de los bautizados, y, sobre todo, renovar el compromiso
para que todos podamos ser santos como Dios es Santo.
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