En plena situación de conflicto social,
político y económico que experimentamos los venezolanos, que afecta en especial
a los trabajadores que sufren con sus familias los diversos males como el
injusto salario, las condiciones de inseguridad jurídica y social, la poca
oportunidad de empleo estable con los beneficios propios y respeto a sus
necesidades, causados por la destrucción del aparato productivo y el deterioro
de las empresas privadas, el alto costo de la cesta básica y tantas otras
situaciones que nos han conducido a grandes descontentos expresados en manifestaciones
masivas de protestas. Éstas sólo han encontrado respuestas de represión y
violación a los derechos humanos de parte de los gobernantes, responsables de la
garantía de un trabajo digno del ser humano que permita un justo desarrollo humano
integral.
Expresamos,
como lo enseña la doctrina social de la Iglesia católica, la dignidad del
trabajo humano que tiene su fundamento en la creación del ser humano con
participación en la obra de su Creador, con libertad y amor, para la
construcción de un mundo donde se pueda vivir en relaciones fraternas. Uno de
los más importantes documentos sociales que la Iglesia venezolana nos ha
ofrecido, en situación de dictadura opresora, es la histórica Carta Pastoral
del entonces Arzobispo de Caracas Mons. Rafael Arias Blanco del 1° de mayo de
1957 que aún nos sirve de inspiración porque, dice el valiente pastor de
Caracas, cuando abogamos por los derechos de los trabajadores, también les
recordamos sus deberes y les acompañamos en sus reclamos en todos los aspectos,
económicos, culturales, sociales, morales y espirituales, para que se respete
la dignidad de la persona humana que en todos y cada uno Dios nos ha donado.
Alzamos
nuestras voces, como también lo hizo de manera admirable y con un auténtico
testimonio cristiano nuestro patrono San Alberto Hurtado, dedicando su
existencia a la defensa de los derechos de los trabajadores, enseñándoles a
vivir con dignidad su vocación obrera, y al derecho a la justa organización.
Estos derechos se basan en la naturaleza humana y en su dignidad trascendente.
El derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad en el lugar de
trabajo, sin que sean conculcados de ningún modo en la propia conciencia. No es
posible pedir absoluta fidelidad y adhesión al partido del gobierno para que se
les permita un trabajo.
El derecho a la
justa remuneración y distribución de la renta. Como lo asegura la constitución Gaudium et spes 67, bajo la influencia
del Magisterio social de San Juan XXIII y del Papa Pablo VI, “la remuneración
del trabajo debe ser tal que permita al ser humano y a su familia una vida
digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes
el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones
de la empresa y el bien común”. Por su parte, San Juan Pablo II, en su
extraordinaria encíclica Laborem exercens,
nos invita a vivir la solidaridad con nuevas formas de organizaciones más
justas, auténticas y eficaces, al servicio sincero al bien común. Además, a vivir
la dignidad del trabajo desde una profunda espiritualidad centrada en la
persona de Jesús obrero y su Evangelio.
Nuestras
felicitaciones a todos los trabajadores y nuestro respeto a su tan alta
dignidad.
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