lunes, 2 de marzo de 2015

Vocación de Libertad

Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
 
Reflexión Semanal 14
Tercer domingo de cuaresma
            Dios nos creó con vocación de libertad y “para ser libres nos liberó el Señor” (Gal 5,1). Esta gran verdad es revelada en la historia de la salvación, tal como nos lo trasmite la Sagrada Escritura. Podemos comenzar en el momento cuando Dios se deja conmover por la difícil situación que vive el pueblo de Israel. Este pueblo que se refugia en Egipto a causa del hambre, sufre una inhumana situación de esclavitud por parte del régimen absoluto del Faraón. Ante esta realidad, Dios se presenta a Moisés para expresarle su descontento y su decisión de liberar a Israel, porque ha escuchado sus gemidos (cf. Ex 3,1-6). Es un Dios que irrumpe en la historia y se convierte en el samaritano de la parábola evangélica. Es Dios que se acerca para liberar al pueblo, porque todo ser humano ha sido creado para la libertad. Toda esclavitud es, por tanto, causada por el pecado. De ahí que, la liberación debe incluir la conversión de los habitantes del pueblo para aceptar la actuación Dios que se expresa por el profeta elegido.
            Este Dios liberador es el que ha creado al humano a su imagen y semejanza, haciéndole partícipe de su naturaleza divina, y la Iglesia nos enseña: “La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues, Dios quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión, de modo que busque sin coacción a su  Creador y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección” (Gaudium et spes 17).
            Aquí es donde se enmarca la más significativa experiencia del encuentro de Dios con  el pueblo, la Alianza sellada en el monte Sinaí. Es cuando Dios se entrega como el Dios del pueblo y recibe a Israel como su pueblo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo” (Ex 20,2). Para que el ser humano pueda vivir su libertad, Dios lo creó en comunión. Aquel que quiera caminar solo se pierde en el desierto, el camino hacia libertad se hace como pueblo. Así es como, en este acto amoroso de la Alianza, el Dios del pueblo le entrega unas leyes que escribe en el corazón de cada ser humano para que le sirva de ayuda, de modo que viva la libertad en la comunión (Ex 20,1-17).
            De esta manera podrá vivir en relación de hijo, amando a su Dios y obedeciendo sus deseos amorosos. Y entre sí, en una relación fraterna. Y como señor de todo lo creado: “La Sagrada Escritura enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, capaz de conocer y amar a su Creador y que ha sido constituido por Él señor de todas las criaturas terrenas para regirlas y servirse de ellas glorificando a Dios” (Gaudium et spes 12). Esta Alianza llega a su culmen con la entrega del Hijo amado en la cruz, ahí se sella la nueva y definitiva Alianza. Este acontecimiento salvífico convierte a toda la humanidad en el pueblo de Dios.
            San Pablo nos enseña que “Cristo nos dio la libertad para que seamos libres. Por tanto, manténganse firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Ga 5,1). Más adelante nos dice que tenemos vocación de libertad. Sin embargo, esta libertad sólo se vive auténticamente en el amor (cf. Gal 5,13). Es que la Alianza cristiana tiene su cumplimiento en la cruz, máxima manifestación del amor. Por eso, a la única ley a la que debemos someternos es a la del amor: “Porque toda la ley se resume en este solo mandato: ama a tu prójimo como a ti mismo. …si ustedes se muerden y se comen unos a otros, llegarán a destruirse” (Gal 5,14-15).
            Siguiendo esta verdad revelada, la Iglesia enseña que la libertad, así como todos los valores humano-cristianos, se fundamenta en el acontecimiento del misterio pascual de Cristo: la entrega de su vida y su recuperación en la resurrección. De esta manera entiende la libertad como don y tarea. Se va construyendo en el proceso histórico disponiéndonos a ir hacia la comunión y la participación, hasta su meta definitiva: la fraternidad universal en la casa de comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
            Quiero concluir esta breve reflexión con un texto maravilloso del documento de Puebla, muy apropiado para este tiempo: “…la dignidad del hombre verdaderamente libre que no se deje encerrar en los valores del mundo, particularmente en los bienes materiales, sino que, como ser espiritual, se libere de cualquier esclavitud y vaya más allá, hacia el plano superior de las relaciones personales, en donde se encuentra consigo mismo y con los demás. La dignidad de los hombres se realiza aquí en el amor fraterno, entendido con toda la amplitud que le ha dado el Evangelio y que incluye el servicio mutuo, la aceptación y promoción práctica de los otros, especialmente de los más necesitados” (Puebla 324).
Maracaibo, 8 de marzo de 2015

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