Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal
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XV Domingo Ordinario
Para los
políticos y economistas con sus analistas, la reciente visita del papa
Francisco a tres países latinoamericanos – Ecuador, Bolivia y Paraguay –
significa una estrategia política e indagan cuáles son sus intensiones. Algunos
acusan un apoyo a la izquierda, otros a acabar con ella. Afortunadamente, para
la mayoría entusiasta sintiendo la cercanía del pastor universal, es una
bendición. Con sus espontáneos gestos y su modo claro de hablar, el papa logró
sembrar esperanza, fe, paz y compromiso de caridad traducido en justicia y fraternidad.
Se dirige a la persona integral, en sus ámbitos personal, familiar y social.
Por eso, su presencia y mensaje repercute lógicamente en lo político. Porque la
fe no puede seguir divorciada de la vida social concreta, por el contrario, se
compromete en una praxis liberadora de los males que dañan las relaciones
humanas. Así, pues, nos conviene escuchar al papa Francisco.
Sus
homilías, mensajes y discursos no tienen desperdicio. Son cuidadosamente elaborados
y claramente anunciados. Uno de los encuentros más significativos fue con la
sociedad civil o, como él mismo los califica, “con hombres y mujeres que
representan y dinamizan la vida social, política y económica del país”. En
Ecuador les presentó algunas claves de la convivencia ciudadana tomando como
base la vivencia familiar. Esto significa, en primer lugar, que ninguno debe
sentirse excluido. Implica también la ayuda y el apoyo mutuo. Como consecuencia,
los problemas de uno son responsabilidad de todos. Lo cito textualmente porque
es importante su precisión: “Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque
se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de
todos”. En este caso, ni a los que hayan cometido un delito los podemos
abandonar. Como me decía un amigo, que él reconocía que su hermano había
cometido un delito y estaba preso justamente. Pero es mi hermano y lo acompaño
en su condena, aunque busco todas las formas para que salga de su mal
comportamiento, no aprobando su conducta, pero jamás abandonándolo. El papa
refiere otro ejemplo parecido pero la lección es la misma: “En la sociedad, ¿no
debería suceder también lo mismo?”, porque la sociedad es una gran familia.
Otra
clave: “En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por
el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo
promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las
peleas de familia son reconciliaciones después”. Debemos aprender a ver al
oponente político como a uno de casa, uno de los nuestros aunque de distintas
tendencias partidistas. Aquí nuestro papa nos lanza unas cuestiones
fundamentales: “¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo
anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete? ¿Amamos nuestro
país, la comunidad que estamos intentando construir? ¿La amamos sólo en los
conceptos disertados, en el mundo de las ideas?”. La respuesta es la gran
clave.
Si
realmente amamos nuestra sociedad, debemos preocuparnos por sembrar en el
corazón de las personas, como lo hace la familia verdadera, “los valores
fundamentales del amor, la fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en
valores sociales esenciales, y son la gratuidad, la solidaridad y la
subsidiariedad”. Estas claves forman el centro del contenido de su discurso. “En
el ámbito social, esto supone asumir que la gratuidad no es complemento sino
requisito necesario para la justicia”. Esto es la base de toda economía de
justicia social.
Dice el
papa que “de la fraternidad vivida en la familia, nace ese segundo valor, la
solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado,
sino en ser responsables los unos de los otros. Si vemos en el otro a un
hermano, nadie puede quedar excluido, nadie puede quedar apartado”. La
inclusión social parece ser una constante en la predicación de nuestro
Francisco. “Por último, el respeto del otro que se aprende en la familia se
traduce en el ámbito social en la subsidiariedad”.
Realmente,
este discurso es una lección de la visión cristiana de la política que todos
deberíamos recibir y asumir. Pero, podemos añadir otro de sus discursos más
iluminadores, esta vez dirigido a la sociedad civil de Paraguay. Lo construye
respondiendo a las inquietudes que les han hecho llegar anteriormente, de ahí
reflexiona el tema de la sociedad fraterna y la verdadera felicidad para
responder a las interrogantes de la juventud paraguaya. El tema del verdadero diálogo
y la cultura del encuentro que nos lleva, desde el conflicto que debemos
enfrentar, hacia la comunión. El tercer tema tratado es la acogida del clamor
de los pobres para construir una sociedad más inclusiva. En este último tema
denuncia el mal de las ideologías: “Las ideologías terminan mal, no sirven”,
dice el papa categóricamente. El cuarto tema trata de “una economía con rostro
humano”. Finaliza con la cultura, especialmente, “la cultura de los pueblos, de
los pueblos originarios, de las diversas etnias. Una cultura que me atrevería a
llamar – pero en el buen sentido – una cultura popular”.
Ésta es
otra de sus extraordinarias enseñanzas sobre la visión cristiana de la
política. Afirmaciones como éstas: “Un pueblo que vive en la inercia de la
aceptación pasiva, es un pueblo muerto”, por el contrario, este pueblo debe
despertar e inquietar los espíritus latinoamericanos. Igual que este texto que
llena de fe y esperanza comprometidas, moviliza hacia una auténtica acción
política: “Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar,
la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas,
sí. Pero verlos y sentirlos me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que
sigue actuando en medio de su gente”. Por eso, insisto, nos conviene escuchar
al papa Francisco, interiorizar sus palabras y practicarlas. Nos hace mucho
bien.
La lucha
de los jóvenes es “hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de
justicia, de paz y dignidad para todos”. Porque la “verdadera felicidad pasa
por la lucha de un país fraterno… La felicidad exige compromiso y entrega”. Por
otro lado, nos habla del diálogo auténtico, no del “diálogo-teatro” como
califica el papa al falso diálogo. La clave del verdadero diálogo es que nadie
pierda su identidad. Nadie debe dejar de ser él mismo para escuchar al otro y
hablarle con sinceridad. Pero, la cuestión es no despreciar la base fundamental
que nos une, la identidad común, “el amor a la patria”. Aclara: “La patria
primero, después mi negocio. ¡La patria primero! Esa es la identidad. Entonces,
yo, desde esa identidad, voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad
el diálogo no sirve. Además, el diálogo presupone y nos exige buscar esa
cultura del encuentro. Es decir, un encuentro que sabe reconocer que la
diversidad no solo es buena, es necesaria… El diálogo es para el bien común, y
el bien común se busca, desde nuestras diferencias, dándole posibilidad siempre
a nuevas alternativas”.
En este
sentido, trata el papa un tema muy sensible para los políticos, “acoger el
clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva”. En relación a
esto, digo yo, tenemos que desmontar el populismo, las ideologías que utilizan
a los pobres como banderas para engañar y ostentar el poder. Por eso, el papa
es categórico en sentenciar que “las ideologías terminan mal, no sirven. Las
ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las
ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron
las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no
dejan pensar al pueblo”. Concluye que debemos “respetar al pobre. No usarlo
como objeto para lavar nuestras culpas. Aprender de los pobres, con lo que
dije, con las cosas que tienen, con los valores que tienen. Y los cristianos
tenemos ese motivo, que son la carne de Jesús”.
Apuesta
nuestro Francisco por una economía en función de la persona y no del dinero,
esto es “una economía con rostro humano”. Finalmente, responde a la inquietud
sobre la cultura del pueblo. Y, con la espontaneidad que lo caracteriza, antes
de su bendición, advirtió que no pensemos que el papa dijo eso para “fulano”, para
uno o para otros, nos ha hablado a cada uno de nosotros, lo ha dicho para ti y
para mí: “¿El papa a quién le dijo eso? A mí. Cada uno, quien sea: A mí”.
Escuchemos al papa Francisco que nos habla de corazón a nuestro corazón.
Maracaibo, 12 de julio de 2015
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