Profesor de la UNICA
Padre, amigo y
hermano, nos despertaste de golpe y, de verdad, nos dolió. Te vimos actuar con
dinamismo, siempre entregándote por tu comunidad desde la Iglesia que amaste. Con
sinceridad confesamos que no entendemos. Sin embargo, por la fe, nos rendimos
en obediencia ante el misterio de Dios-Amor. Tiene razón el Profeta cuando dice
que los caminos de Dios no son los nuestros. Nos consuela cuando, con humildad,
lo aceptamos para hacerlos nuestros. Tú ya los recorriste y llegaste pronto a la
meta. Nos adherimos a las voces que te gritaron: “Padre querido, nos vemos en
el cielo”.
Sabemos que vienes de una bella
familia, humilde y sencilla. Tus padres se esforzaron mucho para darte las
mejores oportunidades para una esmerada educación que tú aprovechaste con
inteligencia y responsabilidad en el Instituto Niños Cantores del Zulia,
primero, y, luego, en el Seminario. Ahí nos encontramos y comenzamos a cosechar
amistad y fraternidad. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que tu
vocación sacerdotal es fruto natural de tu familia cristiana y tu formación en
Niños Cantores.
Naciste en Maracaibo el 6 de agosto
de 1964, cuando el mundo cristiano transitaba la experiencia renovadora de
la Iglesia con el Concilio Vaticano II. Renovación eclesial que se desarrollaba
contigo y, como sacerdote, la viviste con mayor protagonismo. Ciertamente,
nadie te lo puede dejar de reconocer, fuiste primero en mucho. Primer Niño
Cantor ordenado sacerdote y el primer fruto del Seminario de Maracaibo. Por
eso, la celebración de tu ordenación sacerdotal en 1990 fue grande para nuestra
Iglesia. Lo más importante es que tu consagración en tus últimos veinticuatro
años sacerdotales fue un digno testimonio de esa gran alegría.
No hiciste alardes de tu brillante
inteligencia. Tu actitud sencilla, humilde y simpática te valió el aprecio y
respeto de todos. Te quisimos, aunque poco te lo decíamos. Tu disponibilidad y
servicio sincero fueron tus mayores valores, pero, no siempre fuiste
comprendido. Muchos debiéramos pedirte perdón por nuestras malas actitudes
hacia ti. Tú, sin embargo, en los momentos más conflictivos de nuestra Iglesia
local, con libertad y responsabilidad, asumiste misiones importantes, contra
toda crítica equivocada, sin ofender a nadie, porque, sin dudas, amaste a
nuestra Iglesia.
Tu
primera experiencia fue en la Parroquia San José, donde serviste como vicario
parroquial. Ahí fuimos testigos de tu gran capacidad para el trabajo en equipo
sacerdotal. Era fácil vivir y trabajar contigo, porque eras hermano sincero,
respetuoso y comprensivo. Los jóvenes te buscaban para apoyarse en ti, en tus
consejos, en tus palabras, en tu espiritualidad, en tu testimonio y amor.
Compartimos los cursos básicos de formación, porque fuiste un buen maestro.
También admiraban tus homilías por su claridad y profundidad.
Compartiste
el trabajo parroquial de San José con tu dedicada y esmerada promoción vocacional,
siendo director del entonces Centro Vocacional. ¡Cuántos recuerdos hermosos,
Padre! Tu relación con los seminaristas y sacerdotes fue extraordinaria, fuiste
padre y hermano. Tu testimonio inspiraba autoridad, la de aquel que ama y
sirve. Creciste en las parroquias que gozaron de tu ministerio: San José, Santísimo
Cristo de San Francisco, Nuestra Señora de Coromoto y Santísimo Sacramento. En
el Seminario y en la Curia Arquidiocesana. Como profesor competente en el
Seminario y en la Universidad Católica “Cecilio Acosta”. Tanto creciste que
pronto llegaste al cielo donde te espera el Señor para decirte: “Siervo bueno y
fiel, pasa a gozar de mi reino preparado para los que aman”.
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