Capellán de la UNICA
Lumen Fidei –
La Luz de la Fe (LF). Así se titula la primera encíclica del Papa Francisco,
firmada 29 de junio y ofrecida al pueblo de Dios el 5 de julio de este año 2013,
Año de la Fe. Precisamente, el tema es sobre la fe, completando así la trilogía
que constituye el centro del magisterio de Benedicto XVI sobre las tres
virtudes teologales. El Papa emérito dedicó su primera encíclica a la caridad (Deus Caritas est – Dios es Amor) y más
tarde nos entregó otra sobre la esperanza (Spe
Salvi – en la esperanza fuimos salvados). Sin duda, como el mismo Francisco
lo aclara con la sencillez que lo caracteriza, esta nueva encíclica, en su
mayor parte, fue elaborada por Benedicto XVI: “Él ya había completado
prácticamente una primera redacción de esta carta encíclica sobre la fe. Se lo
agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo,
añadiendo al texto algunas aportaciones” (LF 7).
Quiero
comunicarles algunas ideas tomadas del primer capítulo: “Hemos creído en el
Amor”. Así invitarles a leer y reflexionar esta rica enseñanza de nuestro
actual Pastor universal. Antes, Benedicto XVI, convocando al Año de la Fe, nos
dejó una serie de catequesis pronunciadas en las tradicionales audiencias
generales de los miércoles. Aquí se expresó como lo que es, un auténtico
teólogo y pastor, un maestro de la fe. El 17 de octubre de 2012 introduce el
tema convencido de que la fe es un encuentro personal con Dios: “Se trata del
encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva
que nos transforma en profundidad a nosotros mismos, revelándonos nuestra
verdadera identidad de hijos de Dios”. Es, pues, un acto humano, existencial,
histórico. Dios viene a nosotros. Es un Dios que se acerca y se entrega durante
la historia. Esta irrupción de Dios en la historia convierte el tiempo humano
en historia de salvación.
Es
el sentido de la encíclica de Francisco: “La fe nace del encuentro con Dios
vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que
nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (LF 4). Por eso,
Francisco desarrolla toda su enseñanza sobre la fe basándose en las
experiencias de encuentros que nos narra la historia de la salvación y
testimoniada por las Sagradas Escrituras. Comienza con la experiencia de
encuentro de Dios con Abrahán, considerado padre en la fe. A él “Dios le dirige
la Palabra, se revela como un Dios que habla y lo llama por su nombre. La fe
está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios, pero oye su voz” (LF 8). Es
que Dios tiene la primera iniciativa. Él nos amó primero y se acerca a nosotros
para revelarnos que es amor y nos ama. Por eso ser creyente es ser oyente de la
Palabra de Dios. Así comienza la fe cristiana, hablando Dios y escuchando
nosotros. La comunicación es el primer acto de fe.
Esta
Palabra del Dios vivo y actuante, presente entre nosotros, que se encuentra
personalmente con una persona humana concreta, llamándolo con su nombre propio
Abrahán, tiene un propósito que lo vincula. Dios hace alianza con Abrahán. Se
compromete con él y exige una respuesta sincera, a prueba de todo, con una
confianza extrema. “Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada y una
promesa. En primer lugar es una llamada a salir de su tierra, una invitación a
abrirse a una vida nueva, comienzo de un éxodo que lo lleva hacia un futuro
inesperado” (LF 9). La fe nos dinamiza, nos hace despertar, levantarnos y
comenzar a recorrer el camino señalado por la luz de la Palabra de Dios. La
respuesta es pronta y sin vacilación.
“Esta
Palabra encierra además una promesa: tu descendencia será numerosa, serás padre
de un gran pueblo” (LF 9). Dios se compromete también. El encuentro de Dios con
Abrahán, la exigencia de ponerse en camino, dejando atrás su estilo de vida y
sus tierras, hacia un lugar desconocido, sin mayor detalle, y el compromiso de
Dios de una promesa, marca el comienzo de un nuevo pueblo que surge del amor de
Dios y por la fe de Abrahán. Podemos adelantar, con Francisco, una primera
conclusión: “Para Abrahán, la fe en Dios ilumina las raíces más profundas de su
ser, le permite reconocer la fuente de bondad que hay en el origen de todas las
cosas, y confirmar que su vida no procede de la nada o la casualidad, sino de
una llamada y un amor personal”.
Otra
experiencia de fe, referida por Francisco en su primera encíclica, es la fe del
pueblo de Israel. La estructura dinámica es casi igual: un acercamiento de Dios
que ha escuchado el gemido de un pueblo oprimido, comunica su Palabra con el
deseo de liberar al pueblo que es llamado a tomar el camino por el desierto
obedeciendo y confiando en Dios, bajo el liderazgo de Moisés, hacia una tierra
de libertad. Así lo dice la nueva encíclica: “Israel se abre a la intervención
de Dios, que quiere librarlo de su miseria. La fe es la llamada a un largo
camino para adorar al Señor en el Sinaí y heredar la tierra prometida. El amor
divino se describe con los rasgos de un padre que lleva de la mano a su hijo
por el camino. La confesión de fe de Israel se formula como narración de los
beneficios de Dios” (LF 12). Así, el pueblo formado en la fe de Abrahán y su
familia, consigue la libertad y se convierte en el Pueblo de Dios por la
Alianza del Sinaí, alianza de amor.
Esta
experiencia de fe amorosa que se expresa a lo largo de la historia de la
salvación, desde Abrahán y su pueblo Israel, llega a la plenitud de la
revelación de Dios que se entrega a nosotros por la encarnación de su Hijo
Jesucristo. Desde entonces la fe cristiana está centrada en la persona de
Cristo que muere en la cruz y resucita para dar pleno cumplimiento a la promesa
de Dios. Pues, “si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que
constituían el centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la
vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la
manifestación suprema de su amor por nosotros… La fe reconoce el amor de Dios
manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y
su destino último” (LF 15).
En
la experiencia de encuentro del Hijo que revela al Padre, podemos subrayar algo
más. Lo enseña la encíclica en cuestión: “Cristo no es sólo aquel en quien
creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien
nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el
punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver”
(LF 18). Es decir, nos unimos en comunión con Él para que Él viva en nosotros y
nosotros en Él. Así, en la fe, el creyente se hace amor como Dios es amor. “En
la fe, el yo del creyente se ensancha
para ser habitado por Otro, para
vivir en Otro, y así su vida se hace
más grande en el Amor” (LF 21). La experiencia de fe cristiana se convierte en
vivencia del amor.
Además,
esta experiencia de fe y amor da sentido a nuestra existencia como Iglesia, “la
fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del
cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes… La fe no es algo
privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de
la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio… La fe se
hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae
hacia Cristo, y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina en la
historia hasta su cumplimiento” (LF 22).
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