Profesor emérito de La Universidad del Zulia (LUZ)
11/07/2013
La humanidad
atraviesa actualmente una nueva era de su historia caracterizada por rápidos y
profundos cambios debidos a la inteligencia y a la actividad creadora del
hombre que progresivamente se extienden al mundo entero. Tales cambios recaen tanto sobre los hombres
como sobre las cosas, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos,
sobre su modo de pensar y obrar. Cabe, por lo tanto, hablar de una verdadera
transformación social y cultural que redunda en el sentido de nuestra vida.
Esta
transformación lleva consigo no leves dificultades. El hombre cuando trata de
penetrar en el conocimiento más íntimo de su propio espíritu, con frecuencia
aparece más inseguro de sí mismo. Y, cuando progresivamente va descubriendo con
mayor claridad las leyes de la vida personal y social, permanece perplejo sobre
la dirección que se le debe imprimir.
Nunca como hoy, ha tenido el hombre
sentido tan agudo de su libertad, mas al mismo tiempo se encuentra prisionero
de nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Aumenta intensamente el
intercambio de ideas, pero las palabras mismas correspondientes a los más
importantes conceptos, reciben significados muy distintos, según las diversas
ideologías. Y, mientras con todo ahínco se busca un ordenamiento temporal más
perfecto, no se avanza paralelamente en el progreso espiritual.
La filosofía nos enseña que no hay vida ajena a un
fin. Toda vida, en efecto, está animada
por un principio del obrar. Sólo el BIEN, por esencia, Dios, no obra por
un fin diverso de sí-mismo. Eso hace de Dios, la Vida Suma. Sólo Él no es causado por nada y no es ordenado a
nada fuera de Sí-mismo, como un bien.
El ser humano es algo más complejo. Al ser humano, señalaba ya Pío XII en 1953 ante el
Congreso Mundial de Psicopatología y Psiquiatría reunido en Roma, hay que considerarlo como: Totalidad psíquica,
Unidad estructurada en sí mismo, Unidad social, Unidad trascendental
naturalmente orientada hacia Dios.
En efecto, cada
ser humano es un compuesto de cuerpo, alma
y espíritu íntimamente unidos en una sola naturaleza y una sola persona.
Su vida, por tanto, es biología y
transbiología.
Como vegetal, el ser humano, se oxigena;
como animal, conoce los objetos sensibles, se dirige a ellos por el apetito
sensitivo con sus emociones y pasiones, y se mueve con movimiento espontáneo;
como espíritu conoce intelectualmente al ser suprasensible, lo verdadero, y su
voluntad se dirige libremente hacia el Bueno. “He vivido la sensación de la
presencia de Dios en muchas ocasiones. Cuando me pasó por primera vez (durante
un servicio religioso a la edad de quince años) me sentí físicamente ebrio ((¡No
lo estaba¡) y apenas podía caminar. En otras ocasiones, sólo he tenido una
sensación sobrecogedora de paz y amor y, a menudo, me he olvidado del tiempo
(Happold, The Case of Spiritual Experience, en Donah Zohar / Ian
Marshall, Inteligencia Espiritual, 2001).
Para que un ser humano esté vivo, no sólo debe ejercer los actos que pertenecen
a la vida vegetativa y animal, no sólo debe subsistir, crecer y tener
sensibilidad, no sólo moverse, alimentarse y demás. Debe realizar las
actividades propias de su vida específicamente humana. Es decir, dirigir sus
acciones mediante decisiones libres, tomadas a la luz de su propio pensamiento
y de su desarrollo intelectual, moral y espiritual, del propio significado de
su vida, el significado que nos ha revelado Dios. (Cfr. Thomas Merthon, El Hombre Nuevo, 1966).
Como expresa San Pablo: “Hagan morir en ustedes todo
lo terrenal: la inmoralidad sexual, la impureza, la pasión desordenada, los
malos deseos y la avaricia, que es una especie de idolatría. […] Dejen todo
eso: el enojo, la pasión, la maldad, los insultos y las palabras indecentes. No
se mientan unos a otros, porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus
obras para revestirse del hombre nuevo, que por el conocimiento se va renovando
a imagen de su Creador. […] Como elegidos de Dios, consagrados y amados,
revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia; sopórtense mutuamente; perdónense si alguien
tiene queja de otro; el Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo. Y por
encima de todo el amor, que es el broche de la perfección” (Col, 3: 5-14).
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