Profesor emérito de la Universidad del Zulia (LUZ)
El próximo 25 de Agosto se cumplen cincuenta años de
la ordenación sacerdotal de Mons. Gustavo Ocando Yamate, persona que me ha honrado con sesenta y dos
años de amistad sólida.
Contábamos con solo doce años cuando comenzamos a
cultivar nuestra relación, como compañeros, en el Seminario Menor Santo Tomas
de Aquino de Maracaibo. Desde entonces, se visionaba, en Gustavo, el sacerdote
emprendedor y líder que es. Bajo la égida de los padres Paules y de los
Eudistas, se fue construyendo su perfil
sacerdotal, su vocación a realizar en su vida tres tareas principales: Educar a otros en la fe a través de sus
homilías, instrucciones y ejemplo; Pastorear,
guiar, unir y animar a sus hijos
espirituales; Santificar: Administran
los sacramentos.
En efecto, todos esperamos de los sacerdotes: que sean
especialistas en promover el encuentro entre el hombre y Dios. No se pide al
sacerdote que sea un especialista en economía, en construcción o en política.
Se espera de él que sea un experto en la
vida espiritual. (Cfr. Benedicto XVI, 2006, Encuentro con el Clero, Catedral
de Varsovia).
He visto, muy de cerca, como Gustavo se ha venido
esmerando, cada día de sus últimos cincuenta años, en satisfacer tal
expectativa, sin duda, originada, desde muy temprano en su vida, por la acción del seminario en su espíritu
indagador y emprendedor.
En el Seminario nació su admiración por la historia y
por la profunda dedicación al estudio del pensamiento civilista y acciones de personajes
como Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Andrés Bello, José María Vargas, Rafael
María Baralt, Cecilio Acosta, Juan Vicente González, Andrés Eloy Blanco, Adolfo
Colina; de Sacerdotes como Carlos
Borges, Olegario Villalobos, Roberto Acedo, Julio César Faría, José Méndez
Romero y Obispos: Juan Bautista Castro, Marcos Sergio Godoy, Gregorio Adam, Jesús María Pellín, Ramón Lizardi, Mariano J.
Parra León, José Rafael Pulido Méndez, Humberto, Cardenal Quintero, Domingo Roa
Pérez.
Su inclinación natural por la historia, las letras y
el arte, se fortaleció bajo las orientaciones del Mons. Helímenas Rojo, en el
Seminario de Maracaibo y Mons. Miguel Antonio Salas, rector del Seminario
Interdiocesano, para nuestra época, posteriormente Arzobispo de Mérida, y el
Profesor Hostos, nuestros docentes de Historia e Venezuela Documental y Critica
y de Literatura Venezolana. El seminario acrecentó su deseo de ser especialista
en Historia, tarea que culminara con su doctorado en esa disciplina, en Roma.
Su extensa obra historiográfica es muestra de su inquietud en demostrar la
repercusión de los acontecimientos en la vida de los pueblos y, especialmente,
en la iglesia venezolana.
En el seminario se hizo afecto a las lenguas clásicas,
latín y griego, a la Literatura Universal, Castellana, Latinoamericana. Venezolana y a la Preceptiva Literaria.
Gustavo, además, se aficionó al teatro y
la comedia. Era un lector acucioso de los clásicos griegos, españoles y franceses.
Dios le dio grandes habilidades para hacer montajes y dirigir obras como el Medico a Palos de Moliere y el
Divino Impaciente, de José M. Peman.
Más aun, ya en el seminario menor comenzó a cultivar
el arte de diseño y producción de escenografía, vestuario y maquillaje para las
obras que él mismo seleccionaba, montaba y dirigía. Como no recordar el empeño
de Gustavo adolescente en producir obras como Damián el Leproso, de cuyo guion fue autor. La
experiencia del seminario fortaleció su vocación y lo motivó a construir en
el Complejo Niños Cantores, la mejor
sala de teatro que existe en Maracaibo.
A Gustavo le atraía no solo el teatro sino, en general
todas las bellas artes y, especialmente la música orquestal, coral y gregoriana. Sus dotes las ponía al
servicio de los demás. Con que gusto convocaba a sus amigos, cada domingo, muy
temprano, a embellecer la liturgia eucarística, con cantos polifónicos, en el
oratorio de las Hermanas de Santa Ana, quienes prestaban amoroso servicio en la
cocina y la enfermería del Seminario Interdiocesano. El seminario vigorizo el
desafío de crear y desarrollar un coro de niños capaz de competir con las
mejores corales de niños del mundo: La Croix du Bois y los Niños Cantores de
Viena, los Niños Cantores del Zulia.
Gustavo nació educador. Su vocación docente se
despertó en la catequesis dominical para los niños pobres de los barrios
vecinos al seminario de Caracas. Para ellos contribuía a organizar momentos de formación
y recreación. Esta inquietud la rememoramos,
al regresar de la Universidad de Michigan, en Setiembre de 1981, cuando visite
por vez primera su obra monumental, el Instituto
Niños Cantores, síntesis de su amor a quienes, como el mismo ha dicho
sabiamente, carecen de posibilidades de desarrollo pleno de sus talentos.
De Gustavo es aquella hermosa sentencia: “No hay pueblos subdesarrollados sino
pueblos sin oportunidades”. En el
instituto les ofrecía el pan para la vida corporal y espiritual los formaba
para alcanzar la madurez y el éxito profesional. Este proceso formador lo
culminaban, muchos de ellos, en otra de sus obras perennes: La Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA).
También es testimonio de su acción catequética su
concepción de la Ciudad de Dios, museo inspirado en la tradición docente de las grandes
catedrales góticas, traducida en el lenguaje figurativo. Sus muros estaban
destinados, con el apoyo de los medios actuales de comunicación de masas y, sobre todo, de la telivisión Niños Cantores, a la contemplación de la obra de Dios en la vida del hombre. Desvirtuada esta obra en la actualidad, es posible, pero que puede llegar a ser un instrumento para la formación cristiana de esta región y del país.
Es más, el sacerdote está llamado a ser mediador entre
Dios y los hombres. “[…] es elegido entre los hombres y nombrado su
representante ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Puede
ser indulgente con ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a la
debilidad humana, y a causa de ella tiene que ofrecer sacrificios por sus
propios pecados, lo mismo que por los del pueblo. Y nadie puede tomar tal
dignidad para sí mismo si no es llamado por Dios, como Aarón” (Heb. 5, 1-3).
En su aspecto exterior, como manifestase Juan Pablo II
(1996, Don y Misterio), cada
sacerdote debe reflejar su dignidad y, por eso, debe distinguirse de los demás
como el pastor se distingue de sus ovejas. Debe ser un padre para todos,
siempre disponible. Debe ser un hombre de fe, un hombre de Dios. Y debe sentir,
como una responsabilidad, la salvación de todos los hombres. Por lo cual, cada
día, durante la celebración de la misa, debe encomendarlos a todos como un
padre a sus hijos. Porque cada sacerdote debe vivir la solicitud por toda la
Iglesia y sentirse, de algún modo, responsable de ella. Gustavo testimonia esta
actitud. Muestra de ello, su empeño de
hacerse especialista en liturgia. Cada una de sus celebraciones estimula la
piedad de quienes viven con él la eucaristía. El esplendor del culto que él
desea, se refleja en cada rincón de la Iglesia de San Tarsicio.
A pesar de su obra, como suele ocurrir en la historia
de la iglesia, no han faltado ocasiones en las que Gustavo ha sido acusado
falsamente. Sin embargo, ha sabido descubrir en ello la mano providente de
Dios. Bien expresa Santa Teresa: “Aquí me enseño el Señor el grandísimo bien
que es pasar trabajos y persecuciones por Él, porque fue
tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios y otras muchas
cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder dejar de desear trabajos. Y
las otras personas pensaban que estaba muy corrida, y sí estuviera si el Señor
no me favoreciera en tanto extremo con merced tan grande […] Harto mal sería para mi alma si en ella
hubiese cosa que fuere de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensare
había para qué, yo me la iría a buscar; y que si era levantada (una calumnia),
el Señor me libraría y quedaría con ganancia" (Libro de la Vida, Cap. 33).
Al acercarse esta fecha memorable en la vida de mi
amigo, quiero dejar esta reflexión como expresión de mi respeto a quien es,
educador, emprendedor y, sobre todo, SACERDOTE de quien se puede afirmar sin titubear, es figura incomparable del
sacerdocio en esta porción del pueblo de
Dios, a quien nuestra ciudad debe tantos beneficios, no solo en el campo de la
fe y de la predilección cristiana por los más necesitados, sino también en el
de la educación y el desarrollo sociocultural.
Ad multos annos!!!
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