miércoles, 21 de agosto de 2013

El Papa Francisco: Encuentro y unidad

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
            El Papa Juan XXIII fue una sorpresa agradable, una acción divina que rompió lo cotidiano y creó cambios importantes. Un acontecimiento evangélico, es decir, una buena noticia para la Iglesia y la humanidad. Este hecho eclesial dio como fruto el Concilio Vaticano II, una gracia divina que rejuveneció a la Iglesia y la puso al frente de los más grandes desafíos de la época. De su inauguración se ha celebrado cincuenta años con la exigencia que nos diera Juan Pablo II al comienzo de nuestro milenio, de seguirnos interrogando sobre su acogida y puesta en práctica. Pues, “con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte 57).
            Por esta celebración conciliar, el Señor nos ha regalado un Papa nuevo, latinoamericano, de gestos y palabras claras y sencillas para que su mensaje penetre en el interior de cada persona, invitándonos a abrir nuestras vidas al Evangelio de Jesús. Desde que el Papa Francisco se asomó al balcón del Vaticano, pidiendo al pueblo que lo bendijera antes de bendecir él al pueblo, se siente la presencia de un tiempo nuevo, de renovaciones, de despertar, especialmente, con respecto a la vocación universal de construir un mundo fraterno, fundado en el amor. Y de la exigencia de una visión de Iglesia como Jesús, pobre para los pobres.
            Últimamente he leído un libro de dos periodistas, el paisano del Papa Sergio Rubin y la romana Francesca Ambrogetti, que trata de una conversación con el entonces Cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio. En esta obra, el rabino amigo del primado de Argentina, Abraham Skorka, define el pensamiento de Francisco con dos vocablos: “encuentro y unidad”. A mi juicio, es esto lo que expresan sus gestos y palabras, desde que comenzó su ministerio como Obispo de Roma.
            En el referido libro, habla ya sobre un tema apasionante y urgente: “la construcción de una cultura del encuentro”, como propuesta concreta a una situación de individualismo, discordia y desencuentro: “En este momento creo que, o se apuesta a la cultura del encuentro, o se pierde. Las propuestas totalitarias del siglo pasado –fascismo, nazismo, comunismo o liberalismo- tienden a atomizar. Son propuestas corporativas que, bajo el cascarón de la unificación, tienen átomos sin organicidad. El desafío más humano es la organicidad. Por ejemplo, el capitalismo salvaje atomiza lo económico y social, mientras que el desafío de una sociedad es, por el contrario, cómo establecer lazos de solidaridad”. Y confiesa con dolor: “No haber puesto todos los medios a mi alcance para llegar a una comunión con alguien en conflicto”.
            Esto es lo que nos ha estado transmitiendo últimamente. Por ejemplo, en su discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, calificando el acto como un encuentro con todas las naciones del mundo, “que quiere ser idealmente el abrazo del Papa al mundo”; plantea un proyecto común: el amor a los pobres y el esfuerzo en construir la paz. Y les manifiesta el auténtico sentido de su ministerio como pontífice. De ahí su programa más caro: crear puentes de encuentro entre las personas humanas con Dios y entre sí. En concreto, “la lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representan”.
            Otro de sus discursos emblemáticos sobre el mismo tema es el del encuentro con los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, y de las diversas religiones. De entrada los invita a asumir de nuevo el deseo de Jesús de la unidad en la fe: “Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones, contrastes y rivalidades”. Luego, manifiesta su deseo sincero de un diálogo respetuoso con las comunidades judías y musulmanas, con el fin de cooperar para el bien de la humanidad. Pues, con la promoción de la amistad entre las personas de diversas tradiciones religiosas, “podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre, débil o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y construir la paz”.
            Por último, quisiera referirme también al discurso que ofrece a la clase dirigente del Brasil el día 27 de julio pasado. Aquí insiste en “un proceso que hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir”. Así invita, en primer lugar, a valorar la cultura brasileña y sus tradiciones.
Luego pasa a llamar la atención sobre la responsabilidad social. Claramente afirma que “quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como desafío histórico sin precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que insistir en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria”.
Completa su reflexión sobre el humanismo integral, respetando la cultura original y asumiendo la responsabilidad solidaria, con el tema recurrente que traza su línea fuerte de encuentro y unidad, “el diálogo constructivo”. Asegura que “el único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca, la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el diálogo”.


 

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