Capellán de la UNICA
El Papa Juan XXIII fue
una sorpresa agradable, una acción divina que rompió lo cotidiano y creó
cambios importantes. Un acontecimiento evangélico, es decir, una buena noticia
para la Iglesia y la humanidad. Este hecho eclesial dio como fruto el Concilio
Vaticano II, una gracia divina que rejuveneció a la Iglesia y la puso al frente
de los más grandes desafíos de la época. De su inauguración se ha celebrado
cincuenta años con la exigencia que nos diera Juan Pablo II al comienzo de
nuestro milenio, de seguirnos interrogando sobre su acogida y puesta en
práctica. Pues, “con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para
orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte 57).
Por esta celebración
conciliar, el Señor nos ha regalado un Papa nuevo, latinoamericano, de gestos y
palabras claras y sencillas para que su mensaje penetre en el interior de cada
persona, invitándonos a abrir nuestras vidas al Evangelio de Jesús. Desde que
el Papa Francisco se asomó al balcón del Vaticano, pidiendo al pueblo que lo
bendijera antes de bendecir él al pueblo, se siente la presencia de un tiempo
nuevo, de renovaciones, de despertar, especialmente, con respecto a la vocación
universal de construir un mundo fraterno, fundado en el amor. Y de la exigencia
de una visión de Iglesia como Jesús, pobre para los pobres.
Últimamente he leído un
libro de dos periodistas, el paisano del Papa Sergio Rubin y la romana Francesca
Ambrogetti, que trata de una conversación con el entonces Cardenal de Buenos
Aires Jorge Bergoglio. En esta obra, el rabino amigo del primado de Argentina,
Abraham Skorka, define el pensamiento de Francisco con dos vocablos: “encuentro
y unidad”. A mi juicio, es esto lo que expresan sus gestos y palabras, desde
que comenzó su ministerio como Obispo de Roma.
En el referido libro,
habla ya sobre un tema apasionante y urgente: “la construcción de una cultura
del encuentro”, como propuesta concreta a una situación de individualismo,
discordia y desencuentro: “En este momento creo que, o se apuesta a la cultura
del encuentro, o se pierde. Las propuestas totalitarias del siglo pasado –fascismo,
nazismo, comunismo o liberalismo- tienden a atomizar. Son propuestas
corporativas que, bajo el cascarón de la unificación, tienen átomos sin
organicidad. El desafío más humano es la organicidad. Por ejemplo, el
capitalismo salvaje atomiza lo económico y social, mientras que el desafío de una
sociedad es, por el contrario, cómo establecer lazos de solidaridad”. Y
confiesa con dolor: “No haber puesto todos los medios a mi alcance para llegar
a una comunión con alguien en conflicto”.
Esto es lo que nos ha
estado transmitiendo últimamente. Por ejemplo, en su discurso al cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede, calificando el acto como un
encuentro con todas las naciones del mundo, “que quiere ser idealmente el
abrazo del Papa al mundo”; plantea un proyecto común: el amor a los pobres y el
esfuerzo en construir la paz. Y les manifiesta el auténtico sentido de su
ministerio como pontífice. De ahí su programa más caro: crear puentes de
encuentro entre las personas humanas con Dios y entre sí. En concreto, “la
lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y
construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual
quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representan”.
Otro de sus discursos
emblemáticos sobre el mismo tema es el del encuentro con los representantes de
las Iglesias y comunidades eclesiales, y de las diversas religiones. De entrada
los invita a asumir de nuevo el deseo de Jesús de la unidad en la fe: “Éste
será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un
servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones, contrastes
y rivalidades”. Luego, manifiesta su deseo sincero de un diálogo respetuoso con
las comunidades judías y musulmanas, con el fin de cooperar para el bien de la
humanidad. Pues, con la promoción de la amistad entre las personas de diversas
tradiciones religiosas, “podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre,
débil o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y
construir la paz”.
Por último, quisiera
referirme también al discurso que ofrece a la clase dirigente del Brasil el día
27 de julio pasado. Aquí insiste en “un proceso que hace crecer la humanización
integral y la cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera
cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir”. Así invita, en
primer lugar, a valorar la cultura brasileña y sus tradiciones.
Luego pasa a llamar la atención sobre la
responsabilidad social. Claramente afirma que “quien actúa responsablemente
pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de
Dios. Este sentido ético aparece hoy como desafío histórico sin precedentes,
tenemos que buscarlo, tenemos que insistir en la misma sociedad. Además de la
racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la
vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria”.
Completa su reflexión sobre el humanismo
integral, respetando la cultura original y asumiendo la responsabilidad
solidaria, con el tema recurrente que traza su línea fuerte de encuentro y
unidad, “el diálogo constructivo”. Asegura que “el único modo de que una
persona, una familia, una sociedad, crezca, la única manera de que la vida de
los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el
mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir a cambio. El otro
siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta
y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin
prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el
diálogo”.
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