Capellán de la UNICA
El pasado sábado siete de junio nuestro Arzobispo, Mons.
Ubaldo Santana, celebró la Eucaristía en mi Parroquia Santa Teresita del Niño
Jesús (Amparo – Maracaibo) donde confirió el ministerio del lectorado y del
acolitado a personas que están viviendo el proceso de formación para ser
diáconos permanentes. Fue una ceremonia litúrgica que causó mucho agrado en
nuestra comunidad. Más aún, porque uno de los nuestros recibió el ministerio
del lectorado. Este hecho me motiva a escribir estas líneas sobre el sentido de
los ministerios eclesiales.
Ya sabemos que “ministerio” significa servicio y que, por
tanto, el ministro es un servidor. En este caso, el ministro de la Palabra es,
en nuestra comunidad cristiana, un servidor de la Palabra de Dios. El acólito,
por su parte, es el que acompaña o asiste en el altar donde celebramos la Eucaristía.
Es decir, el ministro o servidor de la Eucaristía. Para conocer su sentido necesitamos
leer el Ministeria quaedam
(16/8/1972), Motu Proprio de Pablo
VI, sobre los grandes cambios, exigidos por el Concilio Vaticano II, sobre los
ministerios u órdenes menores, como se llamó hasta entonces, recibidos previos
a las ordenes sagradas. Quiero, en esta oportunidad, dedicarme al ministerio de
la Palabra.
El ministro de la Palabra es instituido lector con la
misión “de leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica”. Pablo VI
especifica más: este ministro es un anunciador de la Palabra de Dios para la
comunidad. Es decir, tiene una grave responsabilidad porque no se trata
simplemente de leer, sino de transmitir, de comunicar, de hacer que con
fidelidad los oyentes sepan exactamente lo que está escrito en las Sagradas
Escrituras. Para eso debe familiarizarse antes con la Palabra que anuncia.
Implica una seria preparación: “El lector, sintiendo la responsabilidad del
oficio recibido, debe aplicarse y valerse de todos los medios oportunos para
adquirir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento
de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto del Señor”. Porque, el
ministro eclesial no es un funcionario, es una persona de fe profunda y
conocimiento claro de lo que anuncia. Sí, es un privilegio. Pero, más que
privilegio, es una gracia recibida del Señor que nos hace evangelizadores, que
nos obliga a responder con competencia, responsabilidad y honestidad.
Con este documento, Pablo VI, siguiendo los postulados
del Vaticano II, declara que este ministerio de la Palabra de Dios lo pueden
recibir también todo laico, con una profunda y exigente preparación, con la
misma responsabilidad y competencia. En nuestra Iglesia local son ya muchos los
laicos que han sido formados e instituidos como ministros de la Palabra. A ellos
les recomiendo aprovechar el rico magisterio actual que, desde el mismo
Concilio hasta el último documento ofrecido por el Papa Francisco, Evangelii gaudium, nos guía a una
vivencia más auténtica del ministerio de la Palabra de Dios. Ante todo, porque
en toda comunidad cristiana, además de centrar la pastoral en la Eucaristía y
conducirnos hacia la práctica de la caridad, es prioridad la Palabra de Dios,
anunciada, vivida y celebrada.
El bello proemio de la constitución conciliar Dei Verbum, nos enseña que la Iglesia es
la oyente de la Palabra que proclama con valentía, “para que todo el mundo con
el anuncio de la salvación, oyendo crea, y creyendo espere, y esperando ame”. Esto
indica que ser ministro de la Palabra no es un estatus eclesial que nos
posesiona de un cargo. Es más bien un siervo, alguien que tiene la misión de
hacer que nuestras comunidades convocadas por la Palabra, vivan la fe, la
esperanza y la caridad.
Es importante asumir las sugerencias que el Papa
Benedicto XVI nos da en la exhortación Verbum
Domini: promover celebraciones de la Palabra en las comunidades, no para
sustituir la Eucaristía, sino para ampliar más aún las celebraciones
litúrgicas. Enseñar la práctica del silencio y su relación con la Palabra: “En
efecto, la Palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e
interior”. Resaltar la solemnidad del anuncio de la Palabra, con dignidad y
reverencia. Se debe prestar atención al lugar del templo donde la Palabra es
anunciada: “Ha de colocarse en un sitio bien visible, y al que se dirija
espontáneamente la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra”,
con un buen sonido. Parece obvio, pero, aún así, Benedicto XVI recuerda “que
las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura nunca sea sustituidas por otros
textos, por más significativos que parezcan desde el punto de vista pastoral o
espiritual”. Además, “para ensalzar la Palabra de Dios durante la celebración
litúrgica, se tenga también en cuenta el canto en los momentos previstos por el
rito mismo, favoreciendo aquel que tenga una clara inspiración bíblica y que
sepa expresar, mediante una concordancia armónica entre las palabras y la
música, la belleza de la Palabra divina”. Y, por último, el Papa emérito pone
atención especial a los discapacitados de oído y vista.
Un ministro de la Palabra de Dios, debe ser un estudioso
y un místico. Inteligencia y espíritu. Estudio y oración. La Palabra se
interioriza, pero también se entrega. En nuestra Parroquia, por gracia divina,
contamos con un equipo de pastoral bíblica, con una clara conciencia de su
misión evangelizadora. Pienso, por tanto, que la institución de un hermano nuestro
al ministerio de lector, debe enriquecer nuestra pastoral comunitaria y, desde
ya, colocarse al servicio de la pastoral bíblica, respetando su metodología y
naturaleza.
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