Docente
de la UNICA
Cuando se cuestionan las vivencias religiosas, se
espera una respuesta que nos haga despertar al deseo de vivirlas con mayor
autenticidad. La oración que nos enseñó Jesús está hoy en el tapete de la opinión
pública. No nos detengamos en defender a Dios. Seguro él sabe cómo hacerlo. Ocupémonos
el cómo nosotros podemos descubrir el sentido de la oración y busquemos la
manera de practicarla con autenticidad cristiana. El testimonio es más
efectivo. En esto debemos dejar de hablar tanto: “No piensen que por mucho
hablar serán escuchados” (Mt 6,7). Más bien aprovechemos para reflexionar sobre
uno de los textos más hermosos y rico de contenido divino y humano, el
Padrenuestro (Lc 11,2-4; Mt 6,9-15).
Para
san Agustín, en el Padrenuestro se encuentra el resumen de la Sagrada
Escritura, el contenido de la esperanza, el símbolo de la gratuidad de la
gracia. El Cardenal Martini asegura, por su parte, que nuestra oración “resume
todo el cristianismo, lo que somos, lo que vivimos, todo lo que necesitamos, lo
que nos califica como hijos de Dios en camino hacia el Reino. Es una oración
que nunca terminaríamos de meditar y, cuando no sabemos orar, basta retomar
poco a poco, palabra por palabra el Padrenuestro”.
En
el Evangelio de San Mateo (6,5-15) el texto de nuestra oración forma parte del
Sermón de la Montaña. El Maestro nos enseña a orar sin hipocresía y sin
charlatanería, porque sólo queremos expresar la intimidad del corazón al Padre
eterno. Es ahí donde nos propone una simple formula que lo pueden aprender de
memoria hasta los niños más pequeños y entenderla hasta las personas más
humildes. Subrayando, al final, la necesidad de perdonar para que el Padre nos
perdone.
En
el Evangelio de Lucas (11,1-15), los discípulos se impresionan con el
testimonio de Jesús que ora continuamente al Padre. Esto despertó en ellos el
deseo de pedirle: “Señor, enséñanos a orar”. Aquí se privilegia la importancia
de la oración insistente, contante y sincera. Porque “si ustedes, que son
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más el Padre del cielo dará
el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”.
Es
una oración que nos hace reconocernos hijos de Dios. Jesús nos ha dicho siempre
que Dios es Padre de todos. Por eso también nos ayuda a encontrarnos y
aceptarnos como hermanos entre nosotros. San Cipriano resalta esta dimensión
comunitaria y fraterna del Padrenuestro: “Ante todo, el Maestro de la paz y de
la unidad no quiso que la oración se hiciera individual y privadamente, de modo
que cuando uno ore, ore solamente por sí. No decimos Padre mío, que estas en los cielos, ni: dame hoy mi pan, ni pide cada uno que sea perdonado o que él solo
no caiga en la tentación y sea librado del mal. Nuestra oración es pública y comunitaria;
y cuando oramos, no pedimos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque todo
el pueblo somos uno”.
No permitamos, pues, que el
Padrenuestro nos enfrente los unos contra los otros. Precisamente, es la
oración de la reconciliación con Dios y entre nosotros: “…perdona nuestras
ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Así podemos
participar del reino de Dios. Esto significa que pedimos y nos comprometemos a
que sea el Padre quien, en comunión con el Hijo Jesús y el Espíritu Santo,
reine mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a
crecer hacia la gran comunión que les ofrece Cristo.
En la oración dominical (del
Señor), se hacen presentes los misterios fundamentales de la fe cristiana: la
revelación de Dios como Padre (Abba), la trascendencia de Dios (estás en el
cielo) que se hace inmanente en el Hijo encarnado, su Reino (centro de la
predicación de Jesús), las necesidades humanas que nos convierte en pobres de
espíritu, el perdón y la reconciliación fraterna, las tentaciones y el mal del
mundo vencido por la gracia que pedimos al Padre eterno. Con esta oración,
deseamos alcanzar las bienaventuranzas.
Finalmente, debemos destacar que
una verdadera oración es un diálogo entre nosotros y Dios. En el Padrenuestro
alabamos y confesamos al Padre como el Dios eterno cuyo nombre santificamos. Le
pedimos que reine con su amor para que su voluntad se realice en nosotros. Reconociéndonos
necesitados, le pedimos nos dé el alimento y todos aquellos bienes que
necesitamos para vivir con dignidad. Pero, especialmente le pedimos perdone
nuestros pecados y no nos deje caer en tentaciones. Además, que nos libre de
todos los males.
Nuestra respuesta es a un amor
primero: la fe, porque el Padrenuestro es fundamentalmente una profesión de fe
a un Padre que viene a reinar entre nosotros y, por su Hijo encarnado, nos
salva de todo pecado. Nos comprometemos a vivir según su voluntad, a construir
su reino de fraternidad perdonando a todos sin excepción, amando incluso a
nuestros enemigos. De esta manera nuestra oración no será como la de los
hipócritas (Mt 6,5).
No hay comentarios:
Publicar un comentario