En
sus bodas de Oro Matrimoniales
20
de septiembre de 2014
Padre Andrés Bravo
Para la Iglesia
la familia es lo primero y principal, no hay duda. El testimonio de toda la
obra pastoral a favor de la familia y las enseñanzas del Magisterio de la
Iglesia, lo confirman. Y con la familia, la Iglesia se juega todo por el valor
humano y divino del matrimonio, institución que funda la familia. Lo dice Pablo
VI en su polémica encíclica Humanae vitae:
“La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es
considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, el Padre de quien procede
toda la paternidad en el cielo y en la tierra. El matrimonio no es, por tanto,
efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales
inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor” (HV 8). Estamos, pues, celebrando el amor presente
sacramentalmente en el matrimonio y la familia de Guillermo y Yola.
Juan Pablo II se ocupó desde muy
temprano de este tema ofreciéndonos su exhortación apostólica Familiaris consortio (22/11/1981), sobre
el matrimonio y la familia, fruto del sínodo de 1980. Es uno de los documentos
más completos sobre el tema en cuestión. El principio que sostiene la dignidad
del matrimonio y de la familia es el que “Dios ha creado al hombre a su imagen
y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo
al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de
amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios
inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.
El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (FC
11).
Es decir, toda familia es
sacramento del ser de Dios que es Comunión de Amor. En el discurso inaugural de
la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrado
en Aparecida en el 2007, Benedicto XVI también valora a la familia
calificándola como patrimonio de la humanidad. Dice que “Ella ha sido y es
escuela de fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida
humana nace y se acoge generosa y responsablemente”.
Hoy, para el Papa Francisco, el
sacramento del matrimonio y la familia desafían a la Iglesia con nuevas y
graves situaciones. Para ello ha convocado a un sínodo que ha producido un
diálogo abierto, quizás el más importante de lo que va del siglo XXI. En un
mensaje enviado a los participantes del I Congreso Latinoamericano de Pastoral
Familiar celebrado recientemente en Panamá, Francisco sencillamente afirma que
“en la familia la fe se mezcla con la leche materna”. Y, ante la pregunta ¿qué
es la familia?, responde: “Más allá de sus acuciantes problemas y de sus
necesidades perentorias, la familia es un centro de amor, donde reina la ley
del respeto y de la comunión, capaz de resistir a los embates de la
manipulación y de la dominación de los centros de poder mundanos”.
También la Iglesia Venezolana se
ha ocupado del valor del matrimonio y de la familia. El Concilio Plenario de
Venezuela le dedica un documento. A mi juicio, es significativo cuando afirma
que “servir a las familias desde la fe implica, en nuestro país, tener claridad
en un proceso que, partiendo del designio original de Dios sobre la familia creacional, llegue a la meta del
ideal cristiano de la Iglesia doméstica”
(IF 36). ¿Por qué la familia es una Iglesia doméstica? Porque está abierta a la
vida: Como la Iglesia es fecunda para dar a luz a los hijos de Dios en el
bautismo, también la familia fecunda al mundo dando vida humana para hacer
crecer a la creación. Porque se práctica la vocación ministerial: como los
sacerdotes, el Padre y la Madre son los principales ministros del amor
familiar. Porque es una comunidad orante: “Transmite y celebra la fe, reza
unida, es lugar de encuentro con Dios”. Y porque, “como la Iglesia, la familia
está llamada a peregrinar en la historia. Por tanto, la familia debe aprender a
quererse, ayudarse, compartir, perdonar, convertirse”.
Todavía podemos referirnos a
otro texto del Magisterio de la Iglesia, a mi juicio, el más hermoso que yo
conozco hasta ahora. Está tomado del documento de la Conferencia de Puebla: “La
familia es imagen de Dios que en su misterio más íntimo no es una soledad, sino
una familia. Es una alianza de personas a las que se llega por vocación amorosa
del Padre que invita a los esposos a una íntima comunidad de vida y de amor,
cuyo modelo es el amor de Cristo a su Iglesia. La ley del amor conyugal es
comunión y participación, no dominación. Es exclusiva, irrevocable y fecunda
entrega a la persona amada sin perder la propia identidad. Un amor así
entendido, en su rica realidad sacramental es más que un contrato; tiene las
características de la Alianza” (Puebla 582).
Sigue Puebla, para terminar, señalando
genialmente los cuatro amores de Dios revelados en la familia. Dice: “La pareja
santificada por el sacramento del matrimonio es un testimonio de presencia
pascual del Señor. La familia cristiana cultiva el espíritu de amor y de
servicio. Cuatro relaciones fundamentales de la persona encuentran su pleno
desarrollo en la vida de la familia: paternidad,
filiación, hermandad, nupcialidad. Estas mismas relaciones componen la vida
de la Iglesia: experiencia de Dios Padre, experiencia de Cristo como hermano,
experiencia de hijos en, con, y por el Hijo, experiencia de Cristo como esposo
de la Iglesia. La vida en la familia reproduce estas cuatro experiencias
fundamentales y las participa en pequeño; son cuatro rostros del amor humano”
(Puebla 583).
Ahora bien, concluyo yo, estos
cuatro rostros del amor humanos son signos sacramentales de Dios: El amor del
papá y la mamá actualiza misteriosamente el amor del Padre eterno. De manera
que, al ver a un papá y a una mamá amando a sus hijos, vemos al Padre eterno
con su divino amor. Igualmente, cuando vemos a los esposos amándose mutuamente,
vemos cómo Cristo ama a su Iglesia y cómo la Iglesia ama a Cristo. De la misma
manera vemos el amor del Hijo de Dios, por el Espíritu de amor, amando al
Padre, cuando los hijos aman a sus Padres. Y, no hay manifestación más clara
del Reino de Dios, que en el amor mutuo entre los hermanos.
Por eso, la familia, para la
Iglesia, es lo primero y principal. Con estas reflexiones del Magisterio de la
Iglesia he querido expresar el honor de celebrar con gozo los cincuenta años de
vida matrimonial o, con este feliz matrimonio, la fundación de esta Iglesia
doméstica, santuario de la vida. Feliz aniversario Guillermo y Yola, gracias
por permitirme presidir esta Acción de Gracias.
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