Profesor emérito de
La Universidad del Zulia - LUZ
La humanidad atraviesa actualmente una
nueva era de su historia caracterizada por rápidos y profundos cambios debidos
a la inteligencia y a la actividad creadora del hombre que progresivamente se
extienden al mundo entero. Tales cambios recaen tanto sobre los hombres como
sobre las cosas, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su
modo de pensar y obrar. Cabe, por lo tanto, hablar de una verdadera
transformación social y cultural que redunda en el sentido de nuestra vida.
Esta transformación lleva consigo no leves dificultades. El
hombre cuando trata de penetrar en el conocimiento más íntimo de su propio
espíritu, con frecuencia aparece más inseguro de sí mismo. Y, cuando
progresivamente va descubriendo con mayor claridad las leyes de la vida
personal y social, permanece perplejo sobre la dirección que se le debe
imprimir.
Nunca como hoy, ha tenido el hombre sentido tan agudo
de su libertad; mas, al mismo tiempo, se encuentra prisionero de nuevas formas
de esclavitud social y psíquica. Aumenta intensamente el intercambio de ideas,
pero las palabras mismas correspondientes a los más importantes conceptos,
reciben significados muy distintos, según las diversas ideologías. Y, mientras
con todo ahínco se busca un ordenamiento temporal más perfecto, no se avanza
paralelamente en el progreso espiritual.
La filosofía nos
enseña que no hay vida ajena a un fin. Toda vida, en efecto, está animada por un
principio del obrar. Sólo el BIEN, por esencia, Dios, no obra por un fin
diverso de sí-mismo. Eso hace de Dios, la Vida Suma. Sólo Él no es causado por
nada y no es ordenado a nada fuera de Sí-mismo, como un bien.
El ser humano es algo más complejo.
Al
ser humano, señalaba ya Pío XII en 1953 ante el Congreso Mundial de
Psicopatología y Psiquiatría reunido en Roma, hay que considerarlo como:
Totalidad psíquica, Unidad estructurada en sí mismo, Unidad social, Unidad
trascendental naturalmente orientada hacia Dios.
En efecto, cada ser humano es un
compuesto de cuerpo, alma y espíritu íntimamente unidos en una sola naturaleza
y una sola persona. Su vida, por tanto, es biología y transbiología. Como vegetal, el ser
humano, se oxigena; como animal, conoce los objetos sensibles, se dirige a
ellos por el apetito sensitivo con sus emociones y pasiones, y se mueve con
movimiento espontáneo; como espíritu conoce intelectualmente al ser
suprasensible, lo verdadero, y su voluntad se dirige libremente hacia el Bueno[1].
Para
que un ser humano esté vivo, no sólo debe ejercer los actos que pertenecen a la
vida vegetativa y animal, no sólo debe subsistir, crecer y tener sensibilidad,
no sólo moverse, alimentarse y demás. Debe realizar las actividades propias de
su vida específicamente humana. Es decir, dirigir sus acciones mediante
decisiones libres, tomadas a la luz de su propio pensamiento y de su desarrollo
intelectual, moral y espiritual, del propio significado de su vida, el
significado que nos ha revelado Dios[2].
Dimensiones
de la Vida
1. Orgánica. El cuerpo
define el «lo concreto» del ser humano; lo ubica en coordenadas
espacio-temporales; es raíz que sustenta al existente y puente entre un ser concreto
y una existencia en permanente fuga. El cuerpo es el instrumento privilegiado
de la acción. También, proporciona la identidad en edad, raza, características
físicas.
2. Social.
La comunidad: la ideología dominante, sus características socio-económicas, el
papel que juega el sujeto en la misma, condiciona, modela, regula y orienta
aspectos fundamentales del comportamiento y de la personalidad. La persona
vive, conviviendo, Práctica. La vida humana necesita se constituye mediante las
más diversas acciones; experiencias que se constituyen en vivencias como formas
organizadas y modelada de actuación.
3. Motivacional: La
persona necesita cuidar de su existencia, responder por sí misma a sus
circunstancias. En consecuencia, actúa y forja su vida estimulado por sus
necesidades; abierto a sus intereses y posibilidades, regulado por sus
experiencias afectivas. Asi, necesidades, demandas e intereses movilizan al ser
humano.
4. Afectiva: La trama
subjetiva tiene un carácter predominantemente emocional. La persona reacciona y
se envuelve por las impresiones; se vincula por los sentimientos y se encuentra
siempre en afinación con el mundo por medio de estados de ánimo.
5. Temporal: El ser
humano es transitorio, ajustado a un momento. Ser temporal implica una finitud
de la que deriva su condición mortal. Ajustado a un momento señala que vive en
un presente, condicionado por un pasado, que es su historia, y abierto a sus
posibilidades futuras.
6. Espacial: El ente
humano ocupa siempre determinados lugares donde configura un territorio que lo
conduce a establecer la perspectiva desde la cual evalúa y percibe tanto el
mundo como la situación que ocupa en la red de conexiones interpersonales y
sociales. La teoría y praxis de la psicología existencial induce a que para
comprender un determinado juicio, análisis u opinión es necesario observar los
planos de lo posible (real, imaginario, simbólico, abstracto) emanan del lugar
dinde habita la persona.
7. Axiológica.
Los valores son inherentes a la existencia humana. Toda elección, preferencia o
decisión implica una forma de valorización. Los valores representan los bienes
deseados, procurados, instaurados y hasta mitificados por el ser humano.
8. Ontológica. La
persona es ser-en-el-mundo; habita, constituye y define su realidad en términos
del mundo, ya personal, corresponde a una vida individual; histórico, referido
a un período del devenir de un pueblo, o de un período cultural; representativo
si corresponde a una pluralidad de sujetos que muestran características comunes.
En un tiempo de profundas
transformaciones es necesario plantearse de nuevo las preguntas fundamentales
sobre el sentido de la vida humana. Más aún, Al contemplar los conflictos y
tensiones de la sociedad actual, no podemos menos que constatar que en el fondo
se encuentra una crisis moral y religiosa; crisis que ha afectado la
consistencia de los valores.
[1] Happold, The
Case of Spiritual Experience, en Donah Zohar / Ian Marshall, Inteligencia
Espiritual, 2001
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