Homilía de la Eucaristía por los 30 años de la
Universidad Católica Cecilio Acosta
1/12/2013
1er. domingo de adviento
Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
El
sentido cristiano de la historia se fundamenta en la acción de Dios en ella
para realizar su plan de salvación para la humanidad. Dios es adviento, Aquél que siempre está
viniendo a nosotros. La irrupción de Dios en el tiempo convierte nuestra
historia en historia de la salvación. Este venir de Dios a nuestro lado tiene
su plenitud con la encarnación del Hijo que habita en nuestro mundo para salvar
lo perdido. Este es el misterio que da sentido al tiempo litúrgico de adviento que hoy comenzamos. Adviento es un camino espiritual que nos
prepara y dispone a celebrar el misterio de la encarnación, la navidad del Hijo
de Dios. Dios mismo que viene a habitar entre nosotros compartiendo nuestra
naturaleza humana e invitándonos a participar de su naturaleza divina.
La
preparación y la celebración del Jubileo del año 2000, la aprovecha el papa
Juan Pablo II para enseñarnos la importancia de la historia, el tiempo humano
donde también Dios participa. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, en su numeral 10, enseña que “en el
cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su
dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la
salvación, que tiene su culmen en la plenitud de los tiempos de la encarnación
y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos.
En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios,
que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los últimos
tiempos, la última hora, se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la parusía”.
Nuestra
celebración litúrgica del adviento
tiene dos sentidos, señalados maravillosamente en este texto de Juan Pablo II.
Uno, memorial, no consiste en un simple recordar. No es el cumpleaños de Jesús
lo que celebramos. Es el misterio actuante del Hijo eterno del Padre que viene
humanado para salvarnos. Con este acontecimiento, la historia se hace plena. Es
el misterio de un Dios que revela su amor en la entrega que alcanza su máxima
vivencia en la cruz y su triunfo en la resurrección. Este primer sentido nos
dice que adviento nos prepara con una
actitud paradójica de penitencia y alegría. Se deja notar en la oración colecta
del tercer domingo de adviento: “Mira, Señor a tu pueblo que espera con fe la
fiesta del nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de
nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría”. El corazón nuevo
lo logramos con la penitencia que nos lleva a la alegría o gozo en el Señor.
Por eso, el color morado de los ornamentos y los cantos alegres de los
aguinaldos.
El
segundo sentido es escatológico, apunta a la siempre esperanza de la definitiva
venida de Cristo para establecer su reino. Es lo que llamamos parusía. Hacia donde se orienta la
historia, la gloria de vivir eternamente en la casa donde reina el Padre, en
comunión con su Hijo en el Espíritu Santo. También nos invita la Iglesia a la
penitencia y al gozo, como bien lo expresa la oración colecta de este primer
domingo de adviento: “Señor, despierta
en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de
las obras de misericordia para que, puestos a su derecha el día del juicio,
podamos entrar al reino de los cielos”.
Ese
día, hacia donde se dirige la historia, es el gran día de la paz profetizada
por el Profeta: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya
no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra”.
Esta es la expectativa que nos da esperanza. Hoy, mientras peregrinamos, lo
tenemos como tarea vocacional. Por eso, estemos siempre despiertos, activos,
actuando en la construcción de la fraternidad que nos lleva hacia el reino de
la comunión eterna del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo. Todo lo que somos y
tenemos tiene, pues, su fuente en Dios y es el mismo Absoluto quien nos atrae
para decirnos: vengan porque cuando yo estaba necesitado en los pobres y
humildes, ustedes practicaron el amor. Así construye la humanidad el Reino.
Este
adviento es gratamente significativo para nuestra Comunidad Cristiana que
peregrina en la Universidad Católica Cecilio Acosta. Con el sentido cristiano
de la historia, podemos decir también con Juan Pablo II, al comienzo de este
nuevo milenio: “¡Duc in altum! (rema
mar adentro). Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a
recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos
con confianza al futuro”. Es la invitación de Jesús a los primeros discípulos
que habían pasado una larga y bochornosa noche trabajando sin fruto alguno.
Hasta que se acerca el Señor y les ordena remar mar adentro y echar las redes.
En su nombre, lo hicieron. He ahí el secreto del éxito para los cristianos. Si
trabajamos en su nombre, triunfamos.
Por
eso, en su nombre, hemos vivido 30 años de existencia de nuestra Universidad
Católica Cecilio Acosta. Por su bendición, hoy traemos a su altar los frutos
abundantes como la pesca milagrosa de los Apóstoles. Y hoy, mirando el futuro
con confianza, estamos siempre dispuestos a echar las redes mar adentro. Pero,
seguimos copiándonos de Juan Pablo II, porque, como él insiste, “no podemos
olvidar el deber de gratitud por las maravillas que Dios ha realizado por nosotros”.
Esta
fiesta aniversario no es sólo memoria del pasado, sino profecía del futuro. Nuestra
Universidad es un proyecto y, como tal, es dinámica, viva. Celebremos también
los años por venir, estos que nos obligan a revisarnos constantemente, a
planificar siempre de nuevo, a andar el tiempo acelerado del presente que siempre
nos exige el futuro. Otra vez Juan Pablo II nos dice hoy a nosotros: “Es
preciso ahora aprovechar el tesoro de gracia recibida, traduciéndola en
fervientes propósitos y en líneas de acción concretas”.
Para
concluir, porque Dios es Adviento,
Aquél que siempre viene y se hace presente, pienso que, como la Iglesia, la
UNICA también hace presente a Dios encarnándose en nuestro pueblo. Es
instrumento humano de la revelación divina. ¡Qué dignidad tan grande! Por eso,
Juan Pablo II vuelve hablarnos: “¡El
cristianismo es la religión que ha entrado en la historia!”. En María de
Nazaret entró hace dos mil años, en nuestra Universidad, como Iglesia que
somos, debe seguir entrando en la realidad actual de nuestra Patria.
Sin
pretensión ni modestia, la Universidad Católica Cecilio Acosta hace presente al
Señor de la historia. Es el adviento
y la navidad de Dios.
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