Pbro.
Eduardo Ortigoza
Basílica de
Ntra. Sra. de Chiquinquirá
Maracaibo, 20
de agosto de 2016
Nos congregamos en esta tarde abrigados en el
regazo de nuestra Madre María del Rosario de Chiquinquirá, para una vez más
hacer profesión de nuestra fe.
Aquí estamos respondiendo a la iniciativa
salvífica del Señor expresada hoy por el Profeta Isaías “Yo vendré a reunir a todas las naciones”, ese es el sueño de Dios
que en palabras de Jesús nos dice “Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán”.
Venimos a acompañar a Mons. Roberto Lückert en
su acción de gracias por sus cincuenta años de ministerio sacerdotal. Él,
durante su vida, ha sido portador de la invitación de comunión y unidad que nos transmite el Profeta, Él, como buen
pastor, se ha esforzado en prepararse junto con su pueblo para pasar por la
puerta estrecha.
Nos reúne el testimonio de una vida entregada al
servicio del Señor y de los hermanos. Nos estimula la gratitud y el cansancio
de un largo camino recorrido por la mayoría de nosotros al lado de un hermano
mayor, Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
Con afecto fraterno y desde la comunión en un
solo Señor, en una sola Fe y en un solo Bautismo, compartimos la alegría y gratitud
de este pastor de la Iglesia venezolana, por las Bodas de Oro de su ordenación
sacerdotal. Largo ha sido el camino recorrido.
Mons. Lückert, durante estos cincuenta años
de ministerio sacerdotal, ha demostrado su fidelidad inquebrantable a los
grandes amores de su vida: Cristo, la
Iglesia, la Virgen María en sus diversas advocaciones, en especial la Chinita,
el Zulia y la Patria Venezolana.
A Monseñor Lückert lo hemos admirado por su
sencillez, su amabilidad y su temple de carácter, que ha sabido combinar con
una natural mansedumbre y con una voluntad a toda prueba, todos estos son dones
que Nuestro Señor, dador de toda gracia, le ha concedido en abundancia y que él
ha sabido desarrollar con mucha inteligencia.
Para entender el
carácter de este pastor de la Iglesia venezolana debemos referirnos a quienes
contribuyeron en su formación.
En primer lugar los Padres Jesuitas
del Colegio Gonzaga donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Sin
duda que la participación en la Congregación Mariana le permitió consolidar su
vocación cristiana y comenzar a pensar en una futura vida sacerdotal. En
efecto, en los Colegios dirigidos por los Padres Jesuitas la Congregación
Mariana se constituía en un lugar especial donde los alumnos “…desarrollaban una devoción muy particular,
fundamentada sobre tres pilares: la frecuencia de los sacramentos, la oración y
la penitencia, sin olvidarse de otras obras de piedad. Los miembros llevaban,
de este modo, vidas edificantes, muy cercanas a la condición de beatos
mensajeros de la Madre de Dios”.[1]
En segundo lugar, los Padres Eudistas quienes
durante bastante tiempo fueran los responsables de la formación sacerdotal en
el Seminario interdiocesano de Caracas. Que en el decir de, Mons. Baltazar
Porras, uno de los compañeros de estudio de nuestro homenajeado, “…Bajo
la estricta disciplina…. y la excelente formación académica de aquellos
abnegados formadores. ….Nos fogueaban en las continuas charlas de formación
social, política y religiosa que nos daban hombres de renombre y de amplitud de
miras. Las convicciones profundas, la forja de virtudes que dan constancia y
coraje, se fraguan en la adversidad y en las contradicciones. De allí el
agradecimiento perenne a quienes moldearon nuestro ser cristiano y sacerdotal”[2].
La etapa histórica por la que hoy damos sentidas
gracias al Señor comenzó el domingo 14
de Agosto de 1966, a las 8.30 am, cuando Mons. Domingo Roa Pérez ordenó sacerdote al Diácono Roberto Lückert en
la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo. Al día siguiente, el 15 de agosto de
1966, Solemnidad de la Asunción de la Virgen Santísima, celebraba su Primera
Misa en su Parroquia de origen, Ntra. Sra. de La Asunción, en la Av. Los
Haticos.
A los pocos de días de haber sido ordenado
Presbítero, Mons. Lückert daría una un nuevo paso en su formación permanente. El
22 de septiembre de 1966 es nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia Santa
Bárbara de Maracaibo, para acompañar a quien sería un gran maestro en su vida
pastoral, Monseñor Mariano Parra León. Al año siguiente, por el nombramiento
del nuevo obispo de Cumaná, es nombrado Vicario Ecónomo y posteriormente Párroco
de la misma.
Como Director del Diario La Columna a partir del 1 de octubre
de 1968, pudo continuar la propedéutica experiencia acumulada en los tiempos
del Seminario como integrante del equipo redactor de la
revista Vínculo, órgano de divulgación de la vida del Seminario. “Tal responsabilidad editorial y de difusión
introdujo a un grupo de futuros sacerdotes y obispos venezolanos en ambientes
de frontera, de confrontación y de horizontes amplios en los que se superan
miedos, se dialoga con quienes no piensan como uno y obligan a buscar consensos
para caminar con quien sea, sin distingos de ninguna especie. Esa juvenil
experiencia se convirtió en una escuela invalorable que a lo largo del tiempo
ha marcado nuestras vidas”[3].
Allí están las raíces que, unidas a los orígenes
familiares, han determinado la vida y el ministerio de este zuliano a carta
cabal, de este sacerdote, de este obispo que ha sabido ser hermano, amigo,
padre, y pastor en Maracaibo, en Cabimas, en Falcón y también en toda
Venezuela.
La Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de
Maracaibo, la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, esta Basílica de Nuestra
Señora de Chiquinquirá, los Movimientos de Apostolado, las funciones de
gobierno como Vicario General junto al Arzobispo de Maracaibo, su desempeño
durante ocho años como Obispo de Cabimas, las tareas encomendadas por sus
hermanos Obispos en la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia
Episcopal Venezolana, en el Departamento para las Comunicaciones Sociales del Celam con sede en Bogotá Colombia, en el
Departamento de Liturgia de la CEV, en la Comisión de Música y Arte Sagrado y
Bienes Patrimoniales y en la Comisión de Justicia y Paz de la CEV, su
designación en 1993 como Obispo de Coro y en 1998 como Primer Arzobispo de la
misma. En apretada síntesis podríamos resumir cincuenta años de trabajo
apostólico.
Por eso hemos venido en esta tarde para dar
gracias en torno al altar de la Eucaristía por los 50 años de ministerio
sacerdotal del Arzobispo de Coro. Es un espacio de tiempo muy respetable, es
una vida gastada cada día al servicio del Evangelio cumpliendo lo que nos
refiere el evangelista San Juan en palabras de Jesús “…me desprendo de mi vida, para tomarla de nuevo..” Jn. 10, 17. En
efecto, para un ministro de Cristo, su vida ya no le pertenece, está en manos
de Dios. A Él se la entrega día a día en el servicio de todos, los pequeños y grandes. Haciéndose amigo de todos
y cada uno. En la espera de recibirla de nuevo en la vida eterna.
50 años de servicio en la vida de un pastor que
ha permanecido fiel al Evangelio se convierten hoy en libro abierto y en motivo
de meditación.
Porque eso ha sabido ser nuestro querido Mons.
Lückert, imagen de Cristo Buen Pastor, pues en el obispo, rodeado de sus
presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para
siempre[4].
En efecto, es Cristo, quien por el ministerio ordenado, continúa predicando el
Evangelio de la salvación, continúa conduciendo al pueblo de Dios peregrino
hacia la felicidad eterna, es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda;
es Cristo quien nos guía.
Permítanme una confidencia personal:
En
mis primeros pasos dentro de la Iglesia, me inicié en el servicio del altar en
esta Basílica. Aquí conocí a grandes sacerdotes de esta querida Diócesis, entre
los que destacaba la figura del joven Arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, lleno
siempre de seriedad y majestad, de sus Vicarios Generales, el joven Mons.
Medardo Luzardo y el anciano Mons. Olegario Villalobos tan lleno de años y de
obras, el afamado párroco de Santa Bárbara Mons. Mariano Parra León, el
apacible anciano Pbro. Lisandro Puche siempre rodeado de niños, el emprendedor
Párroco de esta Basílica Pbro. Ángel Ríos Carvajal, y un grupo de jóvenes
sacerdotes que se distinguían por su calidad humana, su piedad y su celo
apostólico, entre ellos Gustavo Ocando, Hermán Romero, Jesús Quintero, José
Joaquín Troconis, Roberto Lückert, José Severeyn, Antonio López, etc.
El
testimonio de estas diversas generaciones de sacerdotes sembró en mi alma de
niño el deseo de explorar en las intrincadas sendas de la vocación sacerdotal.
Allí destacaba Mons. Lückert, a quien luego por casi medio siglo he tenido como
maestro, confesor, compañero y amigo.
Como
maestro en la vida sacerdotal, él nos
enseñó a muchos de los presentes que ser sacerdote significa vivir como enseña Jesucristo:
“El que es mayor debe hacerse el más
pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Ser servidores de
todos, de los más grandes y de los más pequeños. Siempre servidores y siempre
listos para servir. Y además nos enseñó que ser sacerdote y pastor es ser
hombre de oración, de profunda vida eucarística y de firme devoción mariana. De
esta manera, teniendo el corazón lleno de Dios podemos salir a predicar su
Palabra.
En esa misma dimensión de la vida pastoral ha
insistido el Papa Francisco, cuando pide que los pastores “no nos olvidemos que
la primera tarea del ministro es la oración, y que la segunda tarea, es el
anuncio de la Palabra, luego viene lo demás”[5].
Como
compañero sacerdote y amigo, ha estado
siempre atento en los diversos momentos de la vida de cada uno de nosotros, en
los alegres y en los difíciles y tristes. Su presencia se ha hecho tan
cotidiana que, a pesar de la lejanía, siempre ha estado y aparecido cuando más
lo hemos necesitado. Muchos de sus amigos aquí presentes podrán confirmar esto
que digo.
Hoy nos encontramos junto a Mons. Lückert gran
cantidad de familiares y amigos, de todas las edades. Un grupo más grande
todavía celebra esta acción de gracias en la liturgia celestial.
En primer lugar, sus padres Walter y Alicia, sus
hermanos Eva María, Walter y Francisco, desde el cielo dan gracias al Señor de
la Misericordia porque este hijo y hermano ha sabido ser fiel y se ha entregado
generosamente por el Evangelio, por la Iglesia y por la Patria, porque ha
sabido vivir su vida guardando diligentemente el Magisterio y la Tradición,
porque ha vivido intensamente la devoción a María Santísima. Junto a ellos, sus
formadores, sus hermanos sacerdotes y tantos amigos y feligreses a quienes
bendijo y acompañó en diversos momentos de la vida.
Cincuenta
años indican un largo camino recorrido,
las fuerzas físicas ya no son las mismas, el peso del tiempo y del trabajo van
haciendo su efecto, el comején comienza a carcomer la humanidad del pastor.
Cincuenta
años haciendo que las ovejas oigan la voz
de Cristo no es labor fácil, riendo con los que ríen, llorando con los que
lloran, abrazando al atribulado, siendo luz para los que viven en las tinieblas
del pecado personal y del pecado social.
Cincuenta
años viviendo y dejando que sea Cristo el que viva en ti.
Renunciando a tus proyectos personales para ser otro Cristo en medio de tu
pueblo, llenando tu alma con la sonrisa agradecida de tus feligreses que te
sienten cercano y te miran como padre y amigo.
Cincuenta
años viviendo la bienaventuranza de sentirte amado por Dios cada vez
que la canalla te persigue y te calumnia por causa del Hijo del Hombre.
Cincuenta
años siendo figura controversial por llamar las cosas por su nombre y
por no quedarte en medias palabras. Hay muchos que te conocen y te quieren,
como también hay muchos que no te quieren, pero ninguno ha podido permanecer indiferente.
Cincuenta
años poniendo en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola:
“En todo amar y servir” y “Amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas
en Él”. Así has sabido ser buen ejemplo de fidelidad a la Iglesia, siempre remando
mar adentro en la Barca de Pedro, en
las diversas tareas y encargos pastorales que has desempeñado.
Querido
Monseñor Roberto, padre, hermano y amigo, siempre sucede en el servicio
a Dios y en su Iglesia, que este trabajo ofrendado diariamente nos puede desgastar
pero no destruir, y aunque por la ley de la vida nuestro cuerpo en su
integridad sufre el inevitable deterioro físico o psíquico que a todos nos
afecta, sin embargo se da un verdadero fortalecimiento con el pasar de los años
cuando se han vivido en el Señor, y paradójicamente se crece en serenidad, en
libertad y en sabiduría, preciosas virtudes para acoger más y mejor la gracia
de la santidad a la que fuimos llamados.
Monseñor
en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, de su Arzobispo, Mons.
Ubaldo Santana, de su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, y de su clero y de
sus feligreses, doy gracias a Dios por la valentía, la paciencia y la serenidad
con que has vivido estos cincuenta años de ministerio, gracias porque has
llevado la cruz del episcopado en medio de las grandes preocupaciones que ha
tenido que vivir nuestra Iglesia Venezolana. Doy gracias porque siempre has
sabido ser el pastor cercano que acompañas permanentemente a tu pueblo.
Junto a
la acción de gracias pido al Señor que te siga acompañando y que tu voz siga
siendo fuerte, oportuna, certera para continuar guiando a tu pueblo, que tu oración
llegue
al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que
tanto anhelamos nuestra venezuela.
Monseñor.
Que Dios te guarde en su amor y en su misericordia durante largos años, quiero
finalizar con las palabras del Apóstol Pablo:
“..continuamente agradezco a mi
Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo
Jesús… “los ha enriquecido… y los hará permanecer irreprochables hasta el fin…”
Dios es fiel contigo como tú lo has sido con Él.
Queridos
hermanos. Nunca dudemos de la fidelidad del Señor; estos cincuenta años de vida
sacerdotal son prueba palpable de la gracia que un día le concedió a su elegido
y que le ha permitido perseverar con fortaleza. Este hermano nuestro, hoy
celebra con el mismo fervor y devoción con que celebró su primera
eucaristía, con una conciencia más clara pero siempre con emoción nueva y
gratitud. Esta Eucaristía es la acción de gracias de un hombre sencillo a quien
el señor ha invitado a vivir en su intimidad, a descubrir los secretos de su
corazón, a revelarle el rostro de su Padre.
[1] Fermín Marín Barriguete, Los jesuitas y el culto mariano, en TIEMPOS
MODERNOS 9, 2003-2004.
[2] Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo,
Arzobispo de Mérida. Catedral de Coro, 29 de junio de
2010, Homilía con motivo de los veinticinco años de vida episcopal del Excmo.
Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
[4] Papa Francisco, Homilía en la ordenación de nuevos Obispos, 19-03-2016.