Arzobispo de Maracaibo
¡Jesús ha
resucitado! Este es el mensaje que resuena esta noche en todas las vigilias que
los cristianos celebramos en el mundo entero. Nos hemos congregado, nosotros también,
al término del largo camino cuaresmal, para recibir con inmenso gozo esta noche
de fiesta, de luz y de vida, renovar con gozo nuestra condición cristiana y
comprometernos a trasmitir tan maravillosa noticia.
La
resurrección de Jesús de entre los muertos, tres días después de haber sido
crucificado, junto con dos ladrones en el monte de la calavera, no marca
solamente la conclusión de su historia personal y de su ministerio público en
Palestina, sino también la conclusión gloriosa de toda la historia de la
salvación.
Todo comenzó,
como lo escuchamos en las lecturas de esta noche, en tiempos remotos. Dios creó
un universo armonioso, que llegó a su culmen con la creación de la pareja
humana “a imagen y semejanza” suya. Varias veces el autor del relato a
medida que va desgranando, día tras día la obra creadora, deja claro que todo
brotó de las manos de Dios con armonía y belleza. El “todo está bien”, se transforma en “todo está muy bien”, cuando tiene ante sí a la primera pareja
humana. Esa belleza y esa bondad sufre un profundo descalabro con el pecado de Adán
y Eva, y se prolonga, como una onda maléfica e indetenible, de división, odio, venganza,
codicia, guerra y destrucción, envolviendo el orbe entero, su historia y sus
pueblos, en un manto de tinieblas.
Pero Dios no
dejó a ninguna de sus criaturas en el abandono. Con Noé, con Abrahán, y luego
con Moisés y seguidamente con Josué, los jueces, los reyes, los profetas y los
sabios llevó adelante, a través la historia concreta de un pueblo, su plan
salvador. Ni los tumbos del ser humano, ni las infidelidades del pueblo de
Israel, por su dura cerviz y su corazón de piedra, detuvieron la persistente
búsqueda de Dios-Pastor de sus ovejas perdidas.
A través de personas elegidas primero, y finalmente, en la persona de su
mismo Hijo hecho hombre, hizo real y efectiva su presencia redentora.
La llegada de
su Hijo a este mundo en el seno de María, la sierva pobre de Nazaret, marcó el
inicio de la plenitud de los tiempos (Gal. 4,4). Con él, con su vida, su
mensaje, su obra, su entrega y finalmente su muerte en cruz y su admirable
resurrección, Dios llevó a feliz término lo empezado en la creación y desarrollado
a través de los siglos con la primera alianza.
Es hermosa la
historia que hemos escuchado llenos de exultación, en el himno que anuncia, al
inicio de esta velada, la llegada de la Pascua. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende
victorioso del abismo”. En la primera pascua un solo pueblo, el pueblo
hebreo, pasó a través del Mar rojo, de la esclavitud a la libertad. La noche en
que Cristo resucita, es la humanidad entera que pasa el infranqueable Mar rojo,
a través de las aguas del bautismo, de las tinieblas a la luz, del pecado a la
gracia, de la muerte a la vida.
Nunca
terminaremos de gozarnos de esta victoria de Jesús. “¡Qué asombroso beneficio de su amor (el de Dios) por nosotros! ¡Qué
incomparable su ternura y caridad!” Con esta Noche dichosa se inicia una
nueva creación; se levanta un nuevo sol “que
no conoce ocaso”. La nueva creación que se inicia el primer día de la nueva
semana, es una obra “más maravillosa
todavía que la misma creación del mundo”. Por obra de Jesucristo, el nuevo
Adán y la nueva Eva, su Iglesia, todas las cosas empiezan a confluir hacia aquella
unidad y belleza plural y armoniosa, que tuvieron en su origen.
Si.
Exultemos, hermanos, ¡porque esa noche de liberación también es nuestra! ¡Es la
Pascua de toda la humanidad! ¡Es nuestra Pascua, tu pascua! Cristo Jesús
portando la cruz, no ya como signo de suplicio sino como trofeo de victoria, “ahuyenta los pecados, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes; expulsa el odio,
trae la concordia, doblega a los poderosos”.
El diablo
pierde definitivamente su dominio sobre este mundo ¡Se une nuevamente y para
siempre el cielo con la tierra, la humanidad con Dios, el tiempo con la
eternidad, el ser humano con su semejante, los hombres con la creación! Dios
Padre abre nuevamente las puertas de su casa a sus hijos pródigos, los viste de
la dignidad de hijos suyos, les da un nuevo corazón sensible y apasionado por
el bien, les comunica un nuevo Espíritu, los invita a todos a la fiesta y los habilita
para cumplir amorosamente sus mandatos.
Lo ocurrido
esa noche en Cristo, pasa a ser de ahora en adelante, patrimonio de la nueva
humanidad. Todos estamos implicados en lo que vivió Jesús en las horas amargas
de su pasión. Ahora todos también quedamos asociados a la vida nueva y
viviremos con El para siempre. Ya no
estamos llamados a vivir perpetuamente en pugna, en guerra. Los enemigos nos
podemos volver hermanos. Los egoístas acaparadores aprendemos a compartir; los
rencorosos a perdonar, los codiciosos a compartir, los irrespetuosos y
violentos a dialogar. La lucha y la destrucción mutua, a través de la
explotación, no son ya el motor de la historia sino el amor y la misericordia,
hechos perdón, compasión, cercanía y servicio desinteresado. Todo empezó bello
y ahora es posible que todo pueda terminar también bello: otro mundo, otras
relaciones humanas, otra organización política y social en beneficio de todos.
¡Todo puede
concluir también bello! Así se lo comunica el joven lleno de luz, sentado a la
derecha de la tumba vacía, a las mujeres, la madrugada del domingo. “¿Buscan
a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado? No está aquí. Ha resucitado”.
Ahora vayan a decirle a los discípulos que no han perdido su condición de
discípulos míos, pese a su fracaso rotundo y a su huida cobarde (Cfr. Mc 14,50). Díganles que la historia no ha terminado. Ahora
es cuando empieza. Que vuelvan a Galilea, que la retomen, pero ahora conmigo, a
la luz de mi resurrección, caminando delante de ellos, como su verdadero y
definitivo Maestro y Señor.
Esta es la
Pascua que nos ofrece el Señor. Nosotros también, estamos invitados, a la luz y
bajo la fuerza irradiante del resucitado, a retomar el hilo de nuestras
existencias, desde nuestras respectivas Galileas, y a releer, bajo esta luz,
toda la historia de nuestra vida, con sus tumbos, sus caídas, sus tinieblas e
infidelidades, sus negaciones, traiciones y zancadillas. Él nos precede. Él va
adelante. Él marca el camino.
Renovemos con
nuestras promesas bautismales este sagrado compromiso. Proclamemos con más
fuerza y entusiasmo que nunca, la fe que hemos recibido. No tenemos mayor
tesoro que éste. La luz de Cristo nos ha iluminado. No dejemos que otras falsas
luminarias nos encandilen y engañen. Para elevar el nivel de calidad de
nuestras vidas y la de nuestros hermanos más desposeídos, tenemos una medida
formidable: la de Jesús. Esa es la única medida por la que tenemos que vivir,
movernos, organizarnos y avanzar en este mundo. Él alumbra y comunica su luz
consumiéndose. Así tenemos que vivir siempre, como Cristo: alumbrando, comunicando
luz y consumiendo, de esta manera, entregada y servicialmente nuestras vidas
por los más débiles. Esta es la fuente de la vida y de la verdadera felicidad.
“Con la resurrección del Señor, reafirmamos
nuestra esperanza y nuestro compromiso caritativo” (Mensaje de la
Presidencia de la CEV del 19-03-18). Oxigenemos a Venezuela con este nuevo
soplo de esperanza. Devolvamos a los pobres y sencillos sus ganas de vivir y su
protagonismo para emprender los cambios necesarios. Presionemos a nuestros
gobernantes para que dejen de matar, de dividir, de robar y en vez de mantener
al pueblo en la esclavitud, el hambre y la mendicidad, le devuelvan su dignidad
y su protagonismo. Nuestra patria puede aún levantarse de su tumba y resucitar
a una vida nueva. No estamos solos. El Señor Jesús, con toda la fuerza de su
vida y de su amor, camina con nosotros. Con caridad y misericordia trabajemos
unidos por la reconciliación de nuestra Patria.
Les invito a
acoger las dos invitaciones que nos ha hecho la presidencia de la Conferencia
Episcopal Venezolana (CEV), en su reciente mensaje del 19 pasado:
a) Organizar
este domingo de resurrección u otro cercano, en cada una de nuestras
comunidades parroquiales, una olla solidaria, una mesa de misericordia, un
convite fraterno con los pobres y necesitados, en la que todos participemos
como expresión de nuestra fe en esta nueva vida en Cristo resucitado.
b) Llevar a
cabo, en el fin de semana del 19 al 22 de abril, en todas las comunidades
parroquiales de Venezuela una jornada nacional de oración, al estilo de las “Cuarenta
Horas”, acompañadas con gestos significativos de misericordia y caridad.
¡No tengamos
miedo! ¡La piedra ya está corrida! ¡El sepulcro está vacío! ¡El crucificado
está vivo para siempre! Con humildad y valentía, pongamos nuestra parte, como
María de Nazaret y sus compañeras, para que la luz y la vida de Cristo
resucitado, que empezó a desparramarse por el mundo en la noche de Pascua,
salgan al encuentro de nuestros hermanos, ilumine sus senderos y transforme sus
existencias. Nuestra Iglesia, nuestro país, el mundo entero, por donde se están
regando tantos compatriotas, lo necesitan hoy más que nunca.
¡Felices
Pascuas de Resurrección! ¡Jesucristo ha resucitado!
Maracaibo, 31
de marzo de 2018