Pbro. Mg. José
Andrés Bravo Henríquez
Director del
Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de
Maracaibo
Universidad
Católica Cecilio Acosta
El sacerdote
jesuita chileno Alberto Hurtado Cruchaga es un ser transparente de una
existencia auténtica, vivida con sentido trascendente, fiel al seguimiento de
Jesús en su Iglesia. Él mismo lo expresa diciendo que el camino de su vida es
la voluntad de Dios, su santificación, que exige colaborar con Dios y realizar
su obra. Se pregunta: “¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más
capaz de entusiasmar?”. Así vive eternamente. Hoy sigue presente como antorcha
encendida iluminando los caminos de los universitarios y de los pobres a
quienes tanta dedicación consagró. Sigue siendo entusiasta y sigue entusiasmando,
como “un fuego que enciende otros
fuegos”. Esta es su mayor lección transmitida por medio de su vida, sus
palabras y sus escritos: el sentido trascendente de la existencia. Así se
convierte en el mejor maestro del humanismo cristiano, integral y solidario:
“Pedimos heroísmo a los cristianos, y ¡tanto heroísmo! ¿En qué se basa esta
exigencia? En la visión de eternidad. Uno es santo o burgués, según comprenda o no esta
visión de eternidad. El burgués es el instalado en este mundo, para quien su
vida sólo está aquí. Todo lo mira en función del placer. La vida para él es un
limón que hay que exprimir hasta la última gota; una colilla de cigarro que se
fuma con fruición, sin pensar que luego quedará reducido a una colilla; un
árbol cuyas flores hay que cortar pronto… Burguesa es la mentalidad opuesta en
todo al cristianismo: es resolver los problemas con sólo el criterio de tiempo.
¡Aprovechar el día! Gozar, gozar.
Su
concepción de una vida con sentido trascendente es expresada con su peculiar
modo de hablar claro y sencillo: “¿Yo? Ante mí la eternidad. Yo, un disparo a
la eternidad. Después de mí, la eternidad. Mi existir un suspiro entre dos
eternidades. Bondad infinita de Dios conmigo. Él pensó en mí hace más de
cientos de miles de años. Comenzó, si pudiera, a pensar en mí, y ha continuado
pensando, sin poderme apartar de su mente, como si yo no más existiera. Si un
amigo me dijera: los once años que estuviste ausente, cada día pensé en ti,
¡cómo agradeceríamos tal fidelidad! ¡Y Dios, toda una eternidad! ¡Mi vida,
pues, un disparo a la eternidad! No apegarme aquí, sino a través de todo mirar
a la vida venidera. Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre
ver a Dios y la eternidad”.
Es
necesaria una reflexión que pueda interpretar ese modo de ver y de vivir la
existencia. Muchos piensan, cuando hablamos de un santo, en alguien lejano del
cielo inalcanzable o del misterio incomprendido. Decidimos no hablar de ello
porque es inútil. Ciertamente, el santo vive en la gloria pero recorriendo
antes nuestra historia, encarnados en nuestros pueblos, deja bien marcada sus
huellas y lleva en sus pies nuestro barro. Cuando se tiene una visión
trascendente de la existencia, todo tiene sentido, nada deja de proyectarse
lejos, hacia Dios. Los espíritus se inquietan, la vida se entrega, tal como lo
hizo Jesús. Así lo enseña San Alberto a los jóvenes: “Una vida íntegramente
cristiana, he ahí la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por
tanto, en vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida
cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jóvenes… vida
cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el cine, en el baile, en el
deporte. El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transformación
en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio”. Esta
visión trascendente no nos aparta del compromiso de transformar el mundo,
construir el reino de Dios, de la fraternidad universal. Por el contrario,
dinamiza nuestro ser hacia la entrega total de la vida en la cruz para alcanzar
la eternidad. Jesús dice que la vida es eterna si se entrega en el amor (cf. Jn
12,25).
La existencia del padre Alberto comienza el 22 de enero de
1901 en el seno de la familia de Alberto Hurtado Larraín y Ana Cruchaga
Tocornal, exactamente en Los Perales de Tapihue de Casablanca, en Viña del Mar,
Chile. Un importante detalle en el ambiente familiar de los Hurtado-Cruchaga es
la fe cristiana vivida con convicción por sus padres. Pero, además, existe en
ellos una gran sensibilidad social, que los lleva a vivir su fe en el servicio
social, a favor de los más necesitados. Tanto por la dedicación del trabajo
fuerte de su padre como la cuidadosa educación que le brinda su madre, Alberto,
el mayor de dos hermanos, crece con esta herencia espiritual que va
fortaleciendo día a día, en su peregrinar histórico.
A
causa de la muerte de su padre, cuando apenas contaba cuatro años de edad,
Alberto es obligado a trasladarse con su familia a la capital para habitar con
su tío Jorge Cruchaga. Ahí recibe sus primeras enseñanzas en el Colegio San
Ignacio finalizadas en 1917. Pero, su vida familiar y estudiantil va integrada
a su fe cristiana vivida apostólicamente. En 1909 recibe la primera comunión y
es confirmado al siguiente año. Ya en 1911 comienza su compromiso apostólico
como miembro de las Congregaciones Marianas.
Nosotros
encontramos en cada instante de la historia de San Alberto un vivir en
abundancia, en plenitud. Quiere su vida como una creación amorosa de Dios y
como un culminar en su misma gloria. Qué será una historia donde la vida parte
de la nada y llega a la nada: una pasión inútil o una náusea, como lo ha
proclamado el existencialista Sartre. Pero, para el cristiano, la historia es
el camino hacia Dios. Dios es fuente, modelo y meta de la historia de la
persona humana. Es una vocación hacia el reino eterno. Dice nuestro santo que
“la vida eterna es poseer a Dios… y llenar eternamente con nuevos y nuevos
aspectos mi inteligencia sedienta de verdad. No es mirar y saciarme, sino
penetrar y ahondar un libro inagotable, porque es infinito y mi inteligencia
permanece finita Es un viaje infinitamente nuevo y eternamente largo”.
En 1918 inicia sus estudios universitarios de Derecho en la
Universidad Católica de Chile. Es un universitario inquieto, siempre movido por
su seguimiento a Jesús. Activista político en el Partido Conservador, en el
Centro de Alumnos de Derecho y dedicado a los pobres en el Patronato de
Andacollo. La cuestión obrera también ocupa su vida apostólica con gran
entusiasmo. Participa en el Círculo de Estudios León XIII y se convierte en
instructor de obreros en el Instituto Nocturno San Ignacio.
Para obtener su título de Bachiller en Derecho presenta en
1921 una disertación sobre La
reglamentación del trabajo de los niños. Tesis que es publicada el mismo
año. Esta investigación fue motivada por la realidad de Chile, de los siete mil
ciento veintidós niños varones menores de 12 años de edad empleados en las
industrias, con medio salario y 8,7 horas de jornada. Así también las tres mil
doscientas veintiuna niñas menores de dieciocho años de edad, con medio salario
y con 9,2 horas de jornada. Señala Alberto que “la comisión parlamentaria que
visitó la zona salitrera expone en su informe en 1917 que sólo en la industria
del nitrato había más de tres mil niños menores de 16 años incluyéndose muchos
de 7 y 8 años, ocupados en trabajos no sólo superiores a sus fuerzas, en extremo
peligrosos e insalubres”. Por eso, sostiene Alberto, es necesaria una
legislación sobre el trabajo de los niños y niñas porque “son ellos la parte
más delicada de la humanidad y la que más protección merece por ser la más
incapaz de valerse por sí misma; porque un trabajo excesivo y prematuro agota
sus fuerzas físicas, debilita su inteligencia, enerva su voluntad, les impide
recibir la instrucción que ha de hacerlos elementos útiles a la sociedad, los
incapacita para aspirar a ser algo más de lo que son y, por consiguiente, los
condena a vivir una vida que poco merece ser vivida”. En suma, el autor de esta
tesis pretende hacer justicia sobre las injustas situaciones de los menores y
que se establezcan leyes que los protejan de la explotación. Esta inquietud se
manifestará, no sólo en sus estudios profesionales, sino también en su entrega
por los demás, respondiendo como seguidor de Jesús a su vocación sacerdotal.
Al año
siguiente (1922), para su licenciatura en Leyes y Ciencias Políticas, presenta:
su tesis sobre El trabajo a domicilio,
aprobada con distinción máxima y publicada ese mismo año en Santiago de Chile.
Otra de las graves realidades que vive su pueblo, que dinamiza su espíritu e
inteligencia para aportar eficaces soluciones para el bien, es la cuestión
obrera, primera y principal inquietud de la doctrina social de la Iglesia desde
la Encíclica Rerum novarum (1891)
sobre la condición de los obreros, a raíz de la revolución industrial y la
ideología político-económica del capitalismo liberal. Al igual que la tesis
anterior, esta apunta a uno de los más importantes problemas sociales, y que
requiere una solución urgente. A Hurtado le mueve, pues, el número de estos
trabajadores cuyas estadísticas oficiales en su país se desconoce. Además, el
aislamiento entre los operarios a domicilio impide una lucha por sus derechos. Por
otro lado, denuncia el autor, que por la carencia de una necesaria organización
se hace dificultoso conocer los contratos en los cuales se basa esta realidad. Textualmente
la disponibilidad de voluntades para la solución de este problema es planteado
en estos términos: “Cuando los Estados han querido legislar sobre esta materia
los enemigos de la intervención legal, además de repetir las objeciones que
forman su credo, han alegado, para confirmar sus razonamientos, que una
reglamentación del trabajo a domicilio implicaría la violación de una de las
mayores libertades públicas: la inviolabilidad del hogar, que quedaría sometido
a inspecciones. Cierto, el hogar es inviolable pero mientras no existe violado
un derecho y así como se suspende el imperio de este principio cuando hay
razones para temer que allí se oculta un delito, se suspende, por tanto, cuando
con fundamento se sospecha que permanentemente se está cometiendo un delito
contra la vida y la propiedad de miles de pobres seres, al privarlos de una
justa remuneración, derechos éstos, más sagrados y más antiguos que la
inviolabilidad de su hogar”. Ciertamente es un delicado tema, sobre todo cuando
se enfrentan dos derechos que merecen igual respeto. Pero, la propuesta del
joven jurista se basa en la justicia social y en la dignidad de las personas. Con
fundamento, concluye presentando un proyecto de ley digno de ser estudiado por
los especialistas, teniendo en cuenta el espíritu cristiano que inspira a
Alberto Hurtado.
El
mismo año 1922 presenta su examen final calificado de sobresaliente. Sin duda,
su vida universitaria trascurre entre su activismo político, su apostolado cristiano y su competencia
académica, esto hace de Alberto Hurtado una persona de excelencia.
Pues,
además, del Reglamentación del trabajo de
los niños (1921) y El trabajo a
domicilio (1922), Hurtado publica, El
sistema pedagógico John Dewey ante las exigencias de la doctrina católica
(1935), La crisis sacerdotal en Chile
(1936), La vida afectiva en la adolecente
(19367), La crisis de la pubertad la
educación de la castidad (1937), ¿Es
Chile un país católico? (1941), Puntos
de educación (1942), Elección de
carrera (1943), Cine y moral
(1943), Humanismo social (1947), El orden social cristiano en los documentos
de la jerarquía católica (1947), Sindicalismo
(1950).
Entre
los artículos publicados en la revista Mensaje,
fundada por él, se cuentan: Signos del
tiempo (Octubre 1951): aquí presenta el pensamiento pontificio en materias
sociales y económicas. Denuncia la “concentración de poder, sobre todo
financiero, en muy pocas manos puesto no al servicio del bien común, sino del
negocio orientado al lucro como fin último. Esto trae desorden del crédito, con
grave daño de los que más lo necesitarían para fines honestos. Predominio de
los intereses económicos en la gestión política e internacional, con desmedro
de la colectividad y de la paz internacional…”. Citando a Pío XII, también
denuncia el “crecido número de hombres, desprovistos de toda seguridad directa
o indirecta respecto de su vida, no se interesan ya por los valores reales y
más elevados del espíritu, abandonan su aspiración de una libertad genuina y se
arrojan a los pies de cualquiera que les prometa en alguna forma pan y seguridad”.
Además, “la horrible crisis de
desocupación; esas inmensas multitudes vejadas por su falta de trabajo, cuya
triste condición se ve aumentada por el amargo contraste que ofrecen otros
viviendo en el placer y en el lujo, desinteresados de las necesidades de los
pobres”. Ahora, citando la Quadragesimo
anno de Pío XI, también denuncia que “la inestabilidad propia de la vida
económica y, sobre todo, su complejidad exigen de los que se han entregado a
ella una actividad absorbente y asidua. En algunos se han embotado los
estímulos de la conciencia hasta llegar a la persuasión de que les es lícito
aumentar sus ganancias de cualquier manera y defender por todos los medios las
riquezas acumuladas con tanto esfuerzo y trabajo contra los repentinos reveses
de la fortuna... La desenfrenada especulación hace aumentar y disminuir
insensatamente a la medida de su capricho y avaricia el precio de las
mercancías para echar por tierra con sus frecuentes alternativas las
previsiones de los fabricantes prudentes”. En la misma línea, expresa “el
nacimiento del Comunismo. Para explicar cómo ha conseguido el Comunismo que las
masas obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que éstas estaban
ya preparadas por el abandono religioso y moral en que las había dejado la
economía liberal; con los turnos de trabajo, incluso el Domingo, no les daba
tiempo ni siquiera para satisfacer a los más graves deberes religiosos y se
continuaba promoviendo positivamente el laicismo". Y para terminar,
volviendo a citar la Quadragesimo anno,
señala que "los gérmenes del nuevo régimen económico aparecieron por
primera vez cuando los errores racionalistas entraban y arraigaban en los
entendimientos y con ello pronto nació una nueva ciencia económica distanciada
de la verdadera ley moral y que por lo mismo dejaba libre paso a la
concupiscencia humana".
Para
presentar el nacimiento de la revista Mensaje,
escribe un editorial titulado El mensaje
cristiano frente al mundo de hoy (Octubre 1951), donde expresa su pretensión
con esta publicación en los siguientes términos: “La revista, dentro siempre de
un criterio estrictamente católico y sin más limitaciones que las de él,
abarcará tanto el campo de la teología y de la filosofía, como el de los
problemas económicos y sociales, de la historia, de la literatura y del arte.
También procurará Mensaje vincular a
los lectores chilenos con los problemas que agitan al mundo entero: el hombre
ya no puede vivir aislado, pues cada día lo convierte más en ciudadano del
mundo. De una manera especial, eso sí, atenderá a lo tocante a Chile mismo, no
sólo para conocerlo, sino también para buscar en común soluciones de
mejoramiento en la vida religiosa, intelectual y social”.
Con
una trilogía de artículos, le habla a la juventud: Psicología de la juventud: Pre-guerra (Octubre 1951), Psicología de la juventud: Post-guerra I
(Noviembre 1951) y Psicología de la
juventud: Post-guerra II (Diciembre 1951). Describe en ellos, los rasgos de
la juventud chilena en esta difícil época de los primeros años del siglo XX. Una
vez más, manifiesta su solícita inquietud por los jóvenes de su pueblo.
El diablo y el buen Dios de J.
P. Sartre (Abril 1952), comentario, profundamente
interesante, sobre la obra que el existencialista ateo publicó en la revista Les Temps Modernes (1951), con una
impresionante publicidad anterior que la convirtió en la obra esperada con
ansiedad, según el testimonio del mismo Hurtado. ¿Cuál es el contenido de la
obra de Sartre? ¿Cuál su mensaje?, la respuesta a estas interrogantes
constituye el presente escrito en la revista “Mensaje”. Concluye nuestro
personaje: “El diablo y el buen Dios
nos deja, sin pretenderlo, una profunda lección: su sed de absoluto, que Sartre
coloca en el yo, en la adoración del hombre, como el marxista en el proletariado,
palanca de la sociedad sin clases. Pero, para el cristiano, su único absoluto
es Dios, y su gran descubrimiento, su mensaje. Es que la vida sin Dios nada
vale”.
La búsqueda de Dios
(Septiembre 1952), es un artículo colmado de un gran sentimiento. Así se
despide para ir a la casa del Padre. Una vez más expresa el sentido
trascendente de la existencia, cuando ésta se vive como respuesta a una
vocación o llamado de Dios: “Todas nuestras peregrinaciones terrestres han sido
movidas por el llamado divino, llamado que ya nos eleva a lo alto, ya nos
precipita en lo hondo. Ese llamado de Dios, perceptible en nuestras almas, es
el que nos ha convocado a todo lo que merece llamarse grande en nuestra vida, a
todo lo que da sentido a una existencia cuando la vida es en verdad una vida”.
La muerte
(Noviembre 1952), es un artículo escrito el año anterior y publicado después de
su partida a la eternidad. Para Alberto Hurtado, tanto la razón como la fe nos
conducen a Dios. Así, la muerte se contempla con mirada de esperanza: “la
muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios, a Dios a quien ha
buscado durante toda su vida. Es el encuentro del hijo con el Padre; es la
inteligencia que halla la suprema verdad, la inteligencia que se apodera del
sumo bien”. Porque “cada día y hora que pasa nos acerca alegremente al tiempo
del triunfo divino, al término del pecado y la miseria”.
Misión del Universitario
(Enero 1953), otro artículo póstumo escrito en 1945, exponiendo cómo debe presentarse
el universitario con las bases del orden cristiano de la sociedad. Para el
autor, “el universitario es un obrero intelectual de un mundo mejor”. La
Universidad debe despertar en los alumnos: el sentido social, la conciencia
activa por la condición humana, el sentido de responsabilidad social, el
sentido crítico no sólo para destruir el mal sino también para construir el
bien, el hambre y la sed de justicia, la visión de futuro como personas de fe y
el espíritu realizador. Por último, nos señala, que “la acción del
universitario es hacer que la doctrina de la Iglesia desarrolle su máximo de
posibilidades teóricas y prácticas”.
San Ignacio Maestro de la vida
espiritual (Julio 1953). Se trata de unos apuntes
encontrados entre sus escritos, donde expresa la espiritualidad del fundador de
la Compañía de Jesús que bien podríamos resumir así: “En medio de un mundo
cristiano sin conciencia de su fe, ante una religión conformista, sentimental o
servil, Ignacio levanta la bandera de un cristianismo que comprende las
exigencias de la fe porque ha entrevistado la grandeza de Dios. Por otra parte
ha visto Ignacio en el Evangelio el aniquilamiento de Jesucristo en su pobreza,
en su obediencia y en su pasión. Admirable respuesta de Ignacio a las
provocaciones del amor. Seguirá a su jefe en los más duros combates. Él, el
vano y valiente capitán se hará pobre y humilde mendigo por amor de Cristo
Pobre, pero enseñará a la Compañía formas menos poéticas, puede ser, pero no
menos exigentes en su interior despojo. La lucha con el mundo a la que va a
lanzar a la Compañía será como la lucha moderna menos aventurera, pero no menos
fuerte y exigente”.
Nobleza de la Persona Humana
(Agosto 1953). Se trata de una conferencia dictada en una Semana Social para
jóvenes, en el año 1940. Una bella y sencilla exposición de su visión humanista
basada en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino y de la moderna doctrina
social de la Iglesia, superando toda visión monista (espiritualista o
materialista) y dualista, para presentar la nobleza de la persona humana en su
integridad. El texto que, a nuestro juicio, más impacto causa y mejor responde
a esta visión integral y trascendente de la persona humana es este: “Triste
sería que los cristianos se contentasen con esperar como única solución una
medida extraordinaria de Dios, o el martirio. Quizás porque muchos han
adquirido el hábito de ser víctimas, inconscientemente descansen en esta
solución. ¡Cómoda solución, para los que preparan con sus omisiones y torpezas
el martirio de los otros! Sto. Tomás Moro hubiera estimado presuntuoso la
gloria de ser decapitado por Dios, sin haber antes agotado los otros recursos
legítimos para concluir en justicia su proceso. El martirio no suprime las
soluciones que guardan proporción con la naturaleza, sino que las reclama y las
fecunda”.
Podemos
encontrar una serie de escritos sobre la psicología pedagógica en la Revista Católica de Chile, la mayoría
compuestos de los apuntes de sus clases universitarias.
Así
también están a nuestra disposición obras redactadas a partir de diversos
escritos recogidos en varios libros publicados por el Centro de Estudio “San
Alberto Hurtado” de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Entre otros: Un disparo a la eternidad (1972), se
trata de los apuntes de varios retiros espirituales, donde expresa la visión de
fe como visión de eternidad y la visión de la voluntad de Dios como visión de
la caridad. Aquí encontramos también un escrito sobre la misión social de la
Universidad.
Otro
libro editado por el Centro de Estudio es una recopilación de cartas e
informes, publicado en 2003. Debemos tener presente, corroborando la visión
trascendente que san Alberto tiene sobre la existencia humana, la carta escrita
desde su lecho de enfermo a los amigos del Hogar de Cristo: “Al partir,
volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el que se
trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el
pobre es Cristo”.
Otra
de sus más importantes obras publicadas también por el Centro de Estudio en el
2004 es: Moral Social-Acción Social.
Siguiendo su obra Humanismo Social,
trata los temas que distingue la moral social de la individual; la moral social
católica, el derecho del Magisterio de la Iglesia en el terreno de lo social,
las varias formas del Magisterio eclesiástico, las fuentes profanas de la moral
social católica, un resumen histórico del desarrollo de la moral social
católica, la vida social y las sociedades naturales, el desorden social como
cuestión social, los sistemas para resolver la cuestión social; entre muchos
otros temas.
Por
otro lado, son recogidos conferencias, artículos y discursos pastorales en un
libro publicado en 2004 bajo el título La
búsqueda de Dios. En uno de estos
escribe que “la Iglesia de Dios se establece y triunfa por el trabajo heroico
de sus santos; por la plegaria de sus contemplativas, encerradas en vida; por
la aceptación de las madres a la obra de la naturaleza, y que van a realizar en
su hogar la obra de la ternura y de la fe; por la educación del que enseña y
por la docilidad del que escucha; por las horas de fábrica, de navegación, de
campo al sol y a la lluvia; por el trabajo del padre que cumple así su deber
cotidiano; por la resistencia del patrón, del político o del dirigente de
sindicato a las tentaciones del dinero, al acto deshonesto que enriquece; por
el sacrificio de la viuda tuberculosa que deja niñitos chicos y se une con amor
a Cristo crucificado; por la energía del jocista, que sabe permanecer alegre y
puro en medio de egoístas y corrompidos; por la limosna del pobre que da lo
necesario... La Iglesia, en todo momento, se construye y triunfa”. Se muestra
en el padre Hurtado una espiritualidad santificante que no descuida ni la
acción interior ni la praxis social.
Otro
libro es La verdadera educación. Escritos
sobre educación y psicología (2005). Y uno de los más excelentes libros es
“Un fuego enciende otros fuegos”, que define muy bien la existencia de este excelente
hombre. No es sino diversos escritos escogidos por el Centro de Estudio y
publicado en 2007.
Ciertamente,
entre sus libros, ¿Es Chile un país
católico?, escrito en 1941, es el más famoso y de mayor controversia. Es
una obra crítica, con cuestionamientos serios a nuestro catolicismo. Comienza
analizando el catolicismo de su época en Chile en plena guerra mundial. Estudia
las orientaciones filosóficas que influyen en la humanidad calificada por el
autor como una guerra espiritual. Ataca por igual el materialismo agnóstico
como el pragmatismo, el utilitarismo y el relativismo que recrudece la moral
pagana contra la moral cristiana. Otra cuestión que enfrenta es denominada por
él como la “Apostasía de las masas”, pues, “una de
las causas más profundas del recrudecimiento de la moral pagana es la pérdida
de la fe en las masas. El gran escándalo del siglo XX es que la Iglesia haya
perdido la clase obrera, decía con profundo dolor S.S. Pío XI al fundador de la
J.O.C., canónigo Cardyn”. Trata de un renacimiento católico, porque a pesar de
todo el panorama difícil, se abren caminos, aunque muy tímidos y selectos hacia
un cristianismo más auténtico: “Indiscutiblemente dentro de este cuadro general
de apostasía de las masas, de indiferentismo religioso, hay un hecho bien
comprobado y comprobado en todas partes: el renacimiento religioso de grupos
selectos que llevan una vida profundamente cristiana y que compensan con su
fervor la indiferencia de los demás. Estos grupos serán el fermento que
levantará toda la masa”. J.O.C. es la Juventud Obrera Cristiana, fundada en
1924 por el sacerdote belga Joseph Cardijn.
Siguiendo
con su historia, no podemos dejar de destacar la amistad del joven Alberto con
quien es su compañero y más tarde Obispo y hasta Presidente del CELAM, Mons.
Manuel Larraín, pariente suyo. Junto a este gran amigo, Alberto pudo descubrir
su vocación religiosa y sacerdotal. Él en su existencia siempre busca descubrir
la voluntad de Dios, “¿Qué quiere Dios para mí?”. Toda vida es una vocación.
Todos tenemos una misión que da sentido trascendente a nuestro existir. La
Universidad Católica de Chile sintió que entregaba a Dios uno de sus mejores
estudiantes cuando en el año 1923 Alberto entra al Noviciado de la Compañía de
Jesús (Jesuitas). Entre los años 1927 y 1931 estudia filosofía y teología en
Barcelona (España). Continúa la teología en Lovaina (Bélgica).
Es ordenado Sacerdote el 24 de agosto de 1933 en Lovaina.
Al año siguiente aprueba el examen Ad Gradum
de Teología y su examen para el Doctorado en Ciencias Pedagógicas en la misma
Universidad de Lovaina.
Su Universidad Católica de Chile no deja de sentir su
presencia, aun lejos trata de impulsar la Facultad de Teología. Al retornar a
su país el año 1936, comienza su apostolado con los jóvenes y universitarios en
general. En su Universidad como profesor, predicador de retiros espirituales y
su misión de Pastoral Universitaria. Además, su asesoría espiritual de la
Acción Católica a nivel diocesano. También trabaja con estudiantes liceístas.
En Santiago de Chile, el año 1945, comienza su obra social
de inspiración cristiana de mayor importancia en el País, el Hogar de Cristo. Ahora “Cristo,
acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a
quién llamar padre, que carecen hace muchos años del beso de madre sobre su
frente”, tiene un hogar. En 1947, con un grupo de universitarios constituye la
Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH) y establece un centro de formación
sindical cristiano. En 1951 funda la revista Mensaje de formación cristiana, como ya lo hemos expresado.
Con la única inquietud por los pobres y necesitados, pero
con una existencia disparada a la eternidad, como él mismo lo enseña, sufrió su
enfermedad manifestando su fe en las palabras inolvidables para la humanidad:
“Contento Señor, contento”. Así parte a la casa del Padre Dios a las 5 de la
tarde del 18 de agosto de 1952. Joven, como “un fuego que enciende otros
fuegos”, Juan Pablo II lo beatifica el 16 de octubre de 1994 y es canonizado
por Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005. Al año siguiente, el 7 de abril, en
una Visita Pastoral a nuestra Alma Mater,
Mons. Ubaldo Santana lo proclama Patrono Oficial de la Universidad Católica
Cecilio Acosta.
Hoy, San Alberto Hurtado es para nosotros un importante referente
como modelo de vida humana y cristiana. Su presencia en medio de nuestra
Comunidad Universitaria nos inspira a vivir la historia con sentido
trascendente. Es un santo de nuestra época, del siglo XX recientemente
concluido, aún sus palabras y sus acciones son actuales y nos comprometen. Las
grandes cuestiones sociales vividas por él con intensidad, siguen desafiándonos
y estimulando nuevas respuestas. Un santo latinoamericano como nosotros,
compartiendo nuestra misma cultura y viviendo nuestras mismas necesidades. Un
santo que tuvo una vida activa e inquieta como nuestra actual juventud,
impulsado por la misma fuerza renovadora y una espiritualidad cristiana
traducida en acciones concretas por el bien social, defendiendo los derechos
humanos y sirviendo a los jóvenes y a los pobres porque así, lo enseña
continuamente, sirve a Jesús de Nazaret. Un santo universitario como nosotros,
como estudiante, profesor y guía espiritual. Un sacerdote que hizo de la
Eucaristía su vida. Para él su existencia es la prolongación de la Eucaristía y
su apostolado sacerdotal en beneficio del progreso y atención de los seres
humanos, desde la vida y el Evangelio de Jesús como su profundo conocimiento de
la doctrina social de la Iglesia, es la manifestación humana de su misterio.
Es, con competencia intelectual y auténtica espiritualidad cristiana, un
orientador y promotor de las actividades socio-políticas para los movimientos
estudiantiles y obreros. En fin, un santo joven y dinámico que descubre que la
vida es eterna si se entrega en el seguimiento a Jesús, nuestro Dios.