16/9/2016
Pbro. Mg. José Andrés Bravo H.
Director del Centro de Estudios de
Doctrina y Praxis Social de la Iglesia UNICA
Nos reúne hoy la acción de gracias por los diez
años de una existencia consagrada al Señor para el servicio del Pueblo de Dios,
como sacerdote, como pastor y como profeta. Como lo recuerda el papa Juan Pablo
II al comienzo de nuestro milenio, refiriéndose al mandato que Jesús hace a
aquellos pescadores a quienes luego los consagra para ser sus Apóstoles y remar
mar adentro, “¡Duc in altum! Estas
palabras resuenan también hoy para nosotros y nos invitan a recordar con
gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza
al futuro” (Novo millennio ineunte 1).
Éste es el mandato que recibimos todos y la gracia de poder
responder como lo hicieron esos humildes pescadores: dejándolo todo, lo siguieron. Éste es el gozo que hoy celebramos en
la persona del padre Nedward Jorge Andrade Govea. Gratitud por el pasado, por
su vocación, por su llamado, por el mandato recibido, por su elección, por su
consagración. Ese pasado de entrega llena de vivencias gratas y pruebas
difíciles. Diez años que han pasado entre trabajos pastorales y estudios, que inspira
una alabanza agradecida al Señor de la historia.
El Padre Nedward fue ordenado sacerdote el 16 de septiembre
de 2006, por la imposición de manos y la oración consagratoria de nuestro
Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana. Un sacerdote para el tercer milenio. De origen
marense, aunque nacido en Maracaibo, porque su papá, el Maestro Norberto
Andrade viene del pueblo de San Rafael de El Moján, cantor y compositor de
nuestra música folclórica, característica de nuestro pueblo costeño, donde las
aguas del lago chocan con el malecón inspirando las más hermosas musas. Su
mamá, la Sra. Nancy Govea de Andrade, desde el cielo lo acompaña, lo guía y
bendice siempre.
Precisamente
en Mara vive sus primeras experiencias pastorales, primero como vicario
parroquial de la parroquia Inmaculada Concepción de Carrasquero; luego como
administrador parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de Coromoto y San José
Obrero de la Sierrita. Aunque sus primeros servicios los brinda como vicario
parroquial de las parroquias populares San Pablo Apóstol y la Resurrección del
Señor.
Una
de las más gratas vivencias que da el ser sacerdote es poder sentir el calor
humano, sencillo y humilde de las comunidades parroquiales. Acercarse y servir
a Cristo en ellas, compartiendo sus inquietudes y enseñándoles a vivir la
comunión, es, más que un trabajo, un descanso espiritual, una caricia divina.
No
digo que las dificultades son inexistentes. Pero los momentos de compartir son
aún más agradables. Yo sé lo que significa el trabajo pastoral y comunitario en
pueblos y barrios. No dejan tiempo ni para el reposo. Enseña el papa Francisco
que en la parroquia se requiere la docilidad y creatividad misioneras del
Pastor y de la comunidad. Que estemos en contacto con los hogares y la vida del
pueblo sin separarnos de la gente. No podemos dedicarnos a grupos selectos que
nos mimen y donde podemos sentirnos seguros. Todo esto nos enseña nuestro
actual papa. Para él, “la Parroquia es presencia eclesial en el territorio,
ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del
diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración”
(Evangelii gaudium 28).
El
Padre Nedward desde seminarista ha orientado su formación y su ministerio preferencialmente
a la sagrada liturgia. Gran parte de su vida sacerdotal la ha dedicado con gran
competencia y responsabilidad a la liturgia de la Arquidiócesis, como Maestro
de Ceremonias. Esto lo conduce a Madrid, España, donde realiza sus estudios de
postgrado en teología litúrgica en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. A
pesar de dedicarse con responsabilidad a sus estudios en España, no deja su
acción pastoral en la parroquia madrileña Santa María de la Caridad.
Regresando
a esta su Iglesia particular, se dedica a una de las más importantes y graves
tareas del Pueblo de Dios, la formación de los futuros sacerdotes. Pues, es
nombrado vice-rector de nuestro Seminario Mayor y profesor de teología
litúrgica. Es tan importante esta acción pastoral que el Vaticano II reconoce
que la renovación impulsada por este concilio depende en gran parte del
ministerio sacerdotal y, estos, de “la trascendental importancia que tiene la
formación sacerdotal” (Optatam totius
1). Porque, como lo enseña el santo papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica
Pastores dado vobis en el capítulo
cuarto, la vocación sacerdotal es la pastoral de la Iglesia. Es, pues, una gravísima
responsabilidad para un formador, porque para enseñar a ser sacerdote se debe
vivir como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo.
Juan
Pablo II indica las dimensiones de esta formación sacerdotal. Mientras las
señalamos, más nos convencemos de su gran importancia. Comenzando con la
formación humana, que significa una justa y necesaria maduración y realización
de sí mismo. Más aún, exige el cultivo de valores que ayuden a una personalidad
equilibrada, sólida y libre, capaz de llevar el peso de las responsabilidades pastorales.
También,
se debe fortalecer la capacidad de relacionarse con los demás. Sobre esto, dice
el santo papa: “Esto exige que el sacerdote no sea arrogante ni polémico, sino
afable, hospitalario, sincero en sus palabras y en su corazón, prudente y
discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de ofrecer
personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas, dispuesto a
comprender, perdonar y consolar” (PDB 43).
Otra
dimensión subrayada por Juan Pablo II es la formación espiritual. Esta
formación es, por supuesto, integral, pues, “la misma formación humana, si se
desarrolla en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad sobre
el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual” (PDB 45).
Y,
con estas dos primeras dimensiones de la formación sacerdotal, se integra la
formación intelectual – el santo papa lo refiere como la inteligencia de la fe
– aquí tienen una gran responsabilidad los formadores, especialmente los
profesores del Seminario. Y, por último pero no menos importante, la formación
pastoral. Así, padre Nedward, comprendo perfectamente tu constante y asidua inquietud
por la formación de los futuros sacerdotes nuestros. Comprendo tu grave tarea
como vice-rector del Seminario, porque también yo, como joven sacerdote, llegué
a honrarme con esa misión. A igual que tú, lo viví con gran pasión, pero con
temor y temblor por la magnitud de su importancia.
Actualmente,
el padre Nedward tiene bajo su cuidado pastoral, nada menos que la capellanía
de la Universidad Católica Cecilio Acosta desde donde también sirve al
Seminario como profesor. Es director general del Instituto Niños Cantores
Ciudad de Dios, capellán militar, miembro del Consejo Presbiteral, Maestro de
Ceremonia, y otras acciones que lo mantienen entregado por completo a la
Iglesia que ama, la Iglesia de Cristo.
Así, pues, se encuentra hoy viviendo el presente con pasión
y el futuro con confianza. En entrega renovada, con el entusiasmo de siempre
comenzar, sabiendo que el amanecer no arrastra el afán del día anterior, sino
que nos despierta para una nueva jornada que trae consigo sus propias inquietudes,
sus nuevas exigencias.
Pasión
por el Evangelio que debe anunciar siempre con nuevo ardor, nuevo método y nuevas
expresiones. Como lo exige el documento de la Conferencia de Puebla, “debemos
presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las
angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y
celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).
Querido padre Nedward, la única forma que conozco para que
nuestro pueblo crea en este Cristo, resucitado y glorificado, anunciado y celebrado
por la Iglesia, es viviendo nosotros como Jesús, compartiendo la vida, las
esperanzas y las angustias de este nuestro pueblo. No olvides que el glorioso
Cristo es quien ha entregado su vida en la cruz, quien es despojado de todo, quien
siendo eterno se hace terreno, quien siendo divino se hace humano, quien siendo
rey se hace esclavo, quien siendo todopoderoso se hace débil, quien siendo rico
se hace pobre, quien siendo inmortal muere crucificado.
Es
ese Jesucristo a quien seguimos, el sumo y eterno sacerdote quien, según nos
testimonia la carta a los Hebreos, inaugura un nuevo estilo de sacerdote que en
vez de derramar sangre y sacrificar vidas de animales, sacrifica su propia vida
y derrama su propia sangre, porque es Él el verdadero cordero de Dios que quita
el pecado del mundo. Así es el verdadero sacerdote cristiano. Entrega total de
la vida hasta la cruz.
Sí, querido
hermano, en la cruz nace nuestro sacerdocio. Porque al ser instituido en la
última cena, como un solo misterio con la Eucaristía, Jesús dijo que entregaba
su vida y derramaba su sangre por todos, especialmente por los pecadores, y que
nosotros debemos hacerlo en memoria suya. Sacerdocio y Eucaristía son los
sacramentos del amor extremo que se viven y celebran entregando la vida por la
salvación de todos los seres humanos tal como lo hace Jesús en la cruz.
Hoy,
el mismo Señor te hace un regalo, con gran significado. En esta celebración,
Acción de Gracias por el don de tu sacerdocio, permite que un hijo espiritual
tuyo, Ángel Pico, engendrado en el bautismo por ti, reciba la primera comunión.
Que
el Pastor bueno te bendiga a ti y a esta Comunidad Parroquial que celebró con
gozo tu ordenación sacerdotal y hoy comparte contigo la fiesta de tus diez años
de entrega. Recordando con gratitud el pasado, viviendo con pasión el presente
y abriéndose con confianza al futuro. ¡Alabado sea el Señor!