Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal
21
5° Domingo de Pascua
En un
grupo de estudios interdisciplinar, una economista mencionó que para el
cristianismo el trabajo es una maldición. Según ella, así se lo enseñaron las
religiosas en su Colegio. Aunque no dio fundamentación, seguramente se refería
a una lectura errada de la escena bíblica de la consecuencia del pecado de Adán
y Eva, cuando el Creador le dijo al varón: “Por haber escuchado la voz de tu
mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el
suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu
vida… Con el sudor de tu rostro comerás el pan…” (Génesis 3,17). La realidad es
que el pecado ha roto la armonía original de la creación y las relaciones se
tornaron difíciles.
El ser humano no quiere obedecer al Padre
eterno y se convierte en hijo rebelde, explotando al hermano y trastornando la
relación con la naturaleza haciéndose esclavo del mundo. Como lo enseña la
Iglesia Latinoamericana, “el hombre… rechazó el amor de su Dios. No tuvo
interés por la comunión con Él. Quiso construir un reino en este mundo
prescindiendo de Dios. En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos: las
obras de sus manos, las cosas del mundo, el mal, la muerte y la violencia, el
odio y el miedo, se destruyó la convivencia fraterna. Roto así por el pecado el
eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron
todas las esclavitudes” (Puebla 185-186).
Por eso, también las relaciones laborales se
utilizaron como instrumentos de explotación con el propósito de buscar una existencia
de abundantes riquezas y placeres, a costa del trabajo agobiante de los más
pobres. En la historia de salvación encontramos al Faraón que, para mantener su
poder absoluto, somete a los hebreos a trabajos pesados e inhumanos. Es el
pecado lo que hace del trabajo una relación difícil. Pero, la verdad es que el
trabajo humano tiene la misma dignidad de la persona humana que participa de la
misma naturaleza divina de su Creador que lo creó a su imagen y semejanza. Dios
no maldice el trabajo, maldice el que el ser humano, en contra de su designio
divino, se busca a sí mismo y explota a sus hermanos para adorar a los ídolos
comunes en nuestra época: riquezas, poderes y placeres. Convirtiéndose a sí
mismo en esclavo del mundo.
Con palabras de san Alberto Hurtado, Patrono
de la UNICA, podemos afirmar que “por el trabajo el hombre da lo mejor que
tiene, su actividad personal, algo suyo, lo más suyo, no su dinero, sus bienes,
sino su esfuerzo, su vida misma. Con razón los trabajadores se ofenden ante la
benévola condescendencia de quienes consideran su tarea como algo si valor.
Trabajar en condiciones humanas es bello y produce alegría, pero esta alegría
es echada a perder por los que altaneramente desprecian el esfuerzo del obrero,
no obstante que se aprovechan de sus resultados”.
Siguiendo a este santo chileno, gran luchador
jurídico y pastoral por la dignidad y la justicia de los trabajadores, podemos
destacar tres puntos: En primer lugar, el trabajo tiene tanto valor porque hace
crecer a la persona humana, es ella el centro del desarrollo, en todos los
niveles, de los pueblos y naciones. En segundo lugar, “el trabajo es un
esfuerzo fraternal, es la mejor manera de probar el amor por los hermanos,
responde a las exigencias de la justicia social de cada trabajador, pues, el
conocimiento de la finalidad del esfuerzo hará más interesante el trabajo
mismo”. Un día, alguien pasa frente a una construcción y pregunta a uno de los
obreros: “¿qué haces?”, éste, de mala gana y hasta de mal humor, responde: “no
ves, estoy pegando bloques”. Sigue preguntando a un segundo obrero lo mismo y
como fustigado y cansado responde con igual actitud: “estoy construyendo un
edificio”. Pero, un tercer obrero, con una sonrisa en sus labios, con el mismo
trabajo, responde: “estoy construyendo la escuela de mi comunidad donde
seguramente estudiarán mis hijos”.
Y, en tercer lugar, “el trabajo es
santificador en sus resultados, pues, por el trabajo el hombre colabora al plan
de Dios, humaniza la tierra, la penetra de pensamiento y de amor, la espiritualiza
y diviniza. Por el trabajo el hombre contribuye al bien común temporal y
espiritual de las familias, de la nación y de la humanidad entera. Por el
trabajo descubre el hombre los vínculos que lo unen a todos los demás hombres, siente
la alegría de darles algo y de recibir mucho en cambio”.
Lo más importante es que somos constructores
de una nueva sociedad, según el designio de Dios, donde las personas humanas
vivimos nuestra dignidad adorando al Padre revelado por el Hijo, en comunión
fraterna entre sí y humanizando a las criaturas naturales, por el trabajo, el
pensamiento, el arte y la cultura.
Maracaibo,
3 de mayo de 2015