Andrés Bravo
Profesor de la
UNICA
Reflexión Semanal 10
Cuarto
domingo ordinario
La Iglesia es en Cristo maestra y
profeta. Por eso se esmera en enseñar como Cristo, con la autoridad que le
brinda una existencia auténtica, “es una enseñanza nueva, con autoridad” (Mc
1,27). En esto consiste la novedad de la evangelización, sorprender a la
humanidad con la autoridad de sus palabras, es decir, con la fidelidad al
Evangelio (cf. Mc 1,21-28). Sólo así es capaz de hacer eficaz la Palabra
anunciada, hasta arrancar del mundo el mal y hacer nacer vidas nuevas. Esta ha
sido la tarea de la Iglesia, que la Palabra de verdad llegue al corazón de las
personas humanas y se vuelva vida, para la edificación de la comunidad y la vivencia
del amor preferencial por los pobres y necesitados (cf. Puebla 380-382). Para
esto, “la Iglesia se convierte cada día a la Palabra de verdad; sigue a Cristo
encarnado, muerto y resucitado, por los caminos de la historia y se hace
servidora del Evangelio para transmitirlo a los hombres con plena fidelidad”
(Puebla 349). Esto significa que la autoridad de la Iglesia como servidora de
la Palabra no la asume por el poder, sino por el testimonio de la fe, don de
Dios.
La Iglesia es evangelizada antes de
ser evangelizadora. Como María de Nazaret que primero recibe a Cristo (la
Palabra hecha carne) en su seno y luego lo da a luz para que la humanidad goce
de su presencia. De igual forma, la Iglesia se hace oyente devota de la Palabra
que penetra en su interior, para luego proclamarla con valentía para que el
Señor siga encarnado, presente entre nosotros como uno de tantos, como Palabra
de vida, “para que todo el mundo, con el anuncio de la salvación, oyendo crea, creyendo
espere y esperando ame” (Dei Verbum
1).
Muchas
son las enseñanzas del Magisterio al respecto, desde que el Vaticano II subraya
la preeminencia de la Palabra para la vida de la Iglesia. Pues, “la Iglesia
camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se
cumplan en ella plenamente las palabras de Dios… Así el Espíritu Santo, por
quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo
entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en
ellos intensamente la palabra de Cristo” (Dei
Verbum 8).
Muchas veces la Palabra de Dios se
comunica en el silencio del misterio que nos ha revelado en la historia a través
de acciones humanas extraordinarias. La lucha de los jóvenes por la libertad y
la democracia, asumiendo toda clase de sacrificios, ante la incomprensión de
los demás y la represión del poder. El servicio silencioso de muchos que, como
dicen actualmente, hacen la diferencia cuando se dedican a acciones que cambian
el mundo, en la educación, en el cuidado ecológico, en la siembra de valores
éticos y espirituales, en la defensa de la familia. En fin, toda actividad
social con sentido auténtico de servicio a la humanidad. Son acciones donde la
Palabra de Dios se hace carne, se hace historia, se hace vida. Ahí se debe
sentir la presencia de la Iglesia con el anuncio del “verdadero rostro de
Cristo, porque en él resplandece la gloria y la bondad del Padre providente y
la fuerza del Espíritu Santo que anuncia la verdadera e integral liberación de
todos y cada uno de los hombres de nuestro pueblo” (Puebla 189).
El papa Juan Pablo II, cuyo
magisterio es tan magno como su ministerio petrino, escribe una carta
apostólica al comienzo del nuevo milenio, Novo
millennio ineunte (6/1/2001), que fortalece esta reflexión. Nos presenta el
santo papa un itinerario espiritual basado en la contemplación del rostro de
Jesús (Novo millennio ineunte cap.
II) teniendo como fundamento las Sagradas Escrituras. Pues, citando a san
Jerónimo, afirma una gran verdad: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”
(Novo millennio ineunte 17). De ahí
la importancia de una pastoral bíblica que cumpla con el mandato del Concilio
Plenario de Venezuela de entregar la Biblia al pueblo. Pero, como lo enseñan
también muchos de nuestros teólogos latinoamericanos, la Palabra se lee en la
realidad que habla, que cuestiona y exige respuesta.
Así podemos caminar desde Cristo (Novo millennio ineunte cap. III). Es un
llamado a la santidad que “sólo se puede concebir a partir de una renovada
escucha de la Palabra de Dios” (Novo millennio
ineunte 39), para revitalizar la tarea de la evangelización. Así,
“alimentándonos de la Palabra para ser servidores
de la Palabra en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una
prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio” (Novo millennio ineunte 40). Este servicio se trasciende a sí mismo
hasta la vida en comunión (Novo millennio
ineunte 43).
Maracaibo, 1 de febrero de 2015