José Andrés Bravo Henríquez
Hijo de J.J. Bravo Ríos y Eliana de Bravo Ríos
El
sonido suave de mi celular jamás me había sobresaltado y menos la voz de mi
hermano con quien es habitual la comunicación. Pero esta vez sí, mi hermano me dio
la noticia directa de que mi mamá acababa de fallecer. Mi cuerpo tembló y mi alma
se encogió sintiendo que algo se desprendió de mi existencia. Sí, esto es
precisamente lo que sucedía en ese momento, alguien muy amado fue arrancado de
mí y de mi familia. Muchos me podrían decir que debí estar preparado porque
este hecho se acercaba inevitablemente sin poderlo detener.
Dos
meses más y cumpliría noventa y cinco años, cerca del siglo de existencia. Yo
mismo llegué a pensar que ya no pertenecía a este mundo, poco entendible en una
persona que siempre leía la prensa y, sobre todo, los artículos de opinión, los
análisis socio-políticos y el ritmo de la historia. Pero los años le indicaban
que no era capaz de comprender más por mucho que lo deseaba. Lectora de
importantes libros literarios, ya sólo atinaba a acariciarlos. Los rezos
mañaneros y los de la hora de la misericordia se le hacían cada vez más
difícil. Todavía gozaba de vernos juntos y reunidos alrededor de ella, pero
protestaba porque hablábamos alto o todos a la vez. Su presencia fue consciente
hasta su último segundo. Nunca me preparé, me llegó golpeando mi alma y lloré
como jamás lo había hecho. Fue un llanto consolador, no pude ni quise ocultar
mi profunda tristeza, mamá ha partido a la eternidad a encontrarse con su amado
esposo después de cincuenta y seis años que él se fue al cielo, con sólo 49
años. Hoy unidos en la casa de Dios Padre, ni la muerte pudo separarlos.
Una semana antes se acostó en su cama, ya no caminó más, ya
no podía comer ni hablar bien, como quien se entrega entera para que le hagamos
todo. Hacía solo dos días que estuve con ella, siempre consciente, bendiciendo
a sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y a todos los que se acercaban. Le
pedí al párroco de mi pueblo que le administrara los últimos sacramentos como
generosamente lo hizo. Recibió de él la comunión y le beso las manos porque así
acostumbraba bendecir ella. La mañana del día siguiente la visitó un hermano
sacerdote con un grupo de laicos de su parroquia. Oraron y cantaron por y con
ella y, como siempre, ella les agradecía bendiciéndolos, besándoles las manos.
Por la tarde, sus hijas y nietas estaban con ella rezando el rosario hasta que
se quedó dormida hasta la eternidad, donde nos espera. Sin dolor ni agonía, se
durmió en el Señor.
Mientras
que yo celebraba la Eucaristía en una capilla de la ciudad, ofreciendo su vida
en el cáliz y la patena de las sagradas ofrendas, que consagraba para el
milagro de hacer presente al Salvador con su cuerpo entregado y su sangre
derramada por nuestros pecados. Cuando recibí la noticia, ya el Señor estaba en
mí para fortalecerme con su gracia. Por eso, aunque mi tristeza es muy profunda,
la fe y la esperanza son aún mayores. Mentalmente me dirigí al Señor, a ese
Jesús de la Misericordia que tanto amaba mi mamá, para decirle que así como él lloró
ante la tumba de su mejor amigo, comprenda mis lágrimas y mi tristeza. Nada hay
más consolador que sentir que mi Dios experimentó también estos sentimientos
humanos. Él estaba a mi lado, se lo aseguro, así como lo estará con mi mamá por
siempre.
No sé como contarles el momento de cuando llegué a mi casa
y la vi vestida de socia de la Virgen del Carmen. Pero, otra gracia del Dios
misericordioso me arropaba. Las innumerables expresiones de solidaridad y
generosidad de familiares y amigos. Los que no estaban presentes, se acercaron
por todos los medios que hoy disponemos. Bellas palabras y presencias de muchos,
incluso con el sacrificio de trasladarse hasta mi pueblo. Muchas oraciones. Muy
pocos momentos sin oración. Un rosario tras otro. Mientras sus nietos se
encargaron de todas las dirigencias pertinentes. ¡Dios!, cómo ayuda la cercanía
de mi familia, de mis amigos, de mis hermanos sacerdotes y de mis pastores, el
Arzobispo de Maracaibo que presidió la Eucaristía. Como si fuera el mismo Señor
quien me consolaba, así sentí la cercanía de mis amigos y hermanos que viven en
otros lugares del país y del mundo. Sólo me sale de lo más íntimo de mí ser un
gran agradecimiento por ser tan generosos. Incluso, llegué a soñar que una
buena señora que partió al cielo poco tiempo antes, con quien compartí mucho
por ser muy cercano a sus hijos e hijas, apóstoles juveniles, me abrazaba para
consolarme con palabras sencillas, llenas de amor sincero.
La Eucaristía celebrada en el templo del pueblo fue para mí
y mi familia muy consoladora, nos llenó de paz. La sepultamos con su amado
esposo, mi papá. Ahí la dejamos, a los dos unidos como siempre, así como lo
están verdaderamente en comunión con la Trinidad Santísima. Mi mamá ha
trascendido la historia y está ahora en la eternidad. El Dios bendito nos siga
ayudando a no sufrir su ausencia, tenerla siempre y sentir que bendice la cena
de la noche de Navidad y de Año Nuevo. Besándonos y abrazándonos mientras nos
bendice a cada uno. Así como ella hizo que nunca mi papá estuviera ausente de
casa, a pesar que se adelantó muy temprano a su partida al cielo, así nosotros
lograremos que los dos sigan estando con nosotros, que la casa jamás esté vacía.
Gracias, mamá, por tu existencia entregada con amor a
nosotros. Por tanto sacrificio, por tanto trabajo, por tantas angustias que
viviste por nosotros. Hiciste un buen trabajo, nos ayudaste a estudiar y a
hacer nuestras tareas escolares, nos cuidaste con esmero y con dedicación
extrema, nos mantuviste unidos y solidarios entre nosotros, nos acompañaste en
las malas y en las buenas, te alegraste con nuestra alegría y lloraste con
nuestra tristeza, acogiste a los demás y
nos enseñaste a ser amigos de verdad, quisiste a nuestros amigos y nos
advertiste de los que no nos convenían. Eras sabia, mamá. Estaremos tranquilos
de saber que, como muchas veces dijiste que eres la más feliz, de saberte en
comunión con Dios, gozando del banquete eterno de su amor. Espéranos ahí. Hasta
la eternidad, mamá. Te amamos cada vez más.
Maracaibo, 16 de diciembre de
2017
Natalicio de mi Mamá
(16/12/1922)