Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
Sobre el Origen de las Semanas de
la Doctrina Social de la Iglesia
Permítanme comenzar con unas consideraciones previas, con el
fin de ubicarnos en este evento y su importancia. Celebro con mucha esperanza
la realización de la X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia
en nuestra Arquidiócesis de Maracaibo, unidos a nuestra hermana Diócesis de
Cabimas. Este proyecto que cuenta ya con una década de historia, unió los
espíritus inquietos de insignes laicos, con auténtico sentido de fe cristiana,
que viven en comunión con la Iglesia Católica, con el fin de formar al pueblo
de Dios en el rico tesoro del magisterio social que desde hace más de un
centenar de años nos brinda nuestra Iglesia en los documentos de sus más
calificados pastores universales y locales. Este consecuente grupo es el Foro
Eclesial de Laicos de nuestra Arquidiócesis, guiados por nuestro
Arzobispo Mons. Ubaldo Santana y su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo.
Hacer memoria histórica nos permite conocer la motivación de
estas jornadas. El Papa Benedicto XVI, responsabilizando al Pontificio Consejo
“Justicia y Paz”, promulga el extraordinario documento conocido como el Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia (en adelante cito: Compendio),
publicado por la Santa Sede el año 2004. Como lo leemos en la Introducción,
Este documento pretende
presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza
social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del
constante compromiso de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo
y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad.
Los aspectos teológicos, filosóficos, morales, culturales y pastorales más
relevantes de esta enseñanza se presentan aquí orgánicamente en relación a las cuestiones sociales. De este modo se
atestigua la fecundidad del encuentro entre el Evangelio y los problemas que el
hombre afronta en su camino histórico (Compendio 8).
Inmediatamente todas las Iglesias locales se activaros para
presentar y dar a conocer solemnemente nuestro Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia. A nivel de América Latina, el Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM) hizo lo propio. El Pastor de Maracaibo convocó al Foro Eclesial de Laicos y
a nuestra Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA), para que juntos
realizáramos la presentación al pueblo zuliano. Comenzamos a trabajar y
lanzamos la idea de celebrar la I Semana de la Doctrina Social de la Iglesia en
la Arquidiócesis de Maracaibo que se realizó con éxito del 10 al 16 de junio de
2007, centrando nuestras reflexiones en el Compendio que presentamos. Pero, no
se podía ignorar los grandes acontecimientos del momento: el Concilio
Plenario de Venezuela (CPV-2000-2006) y la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en la mariana ciudad brasileña
Aparecida
(2007). Fue un tiempo histórico eclesial de una significación especial.
Mientras que Venezuela convulsionaba social y políticamente.
Aparecida en su numeral 99 nos habla de la invaluable riqueza
de la Doctrina Social de la Iglesia que anima el testimonio y la solidaridad
del cristiano, como discípulos y misioneros de la caridad que transforma el
mundo. Concretamente recomienda a los catequistas utilizar como instrumento de
formación cristiana, además del Catecismo de la Iglesia Católica, el
Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia.
Por
su parte, nuestro CPV en su documento La Contribución de la Iglesia a la Gestación
de una Nueva Sociedad (Cf. CIGNS
71) denuncia el poco conocimiento de esta tan importante doctrina social,
exigiendo la formación sistemática a las Universidades Católicas, a los
Seminarios, a los Centros de Formación para Religiosos y para Religiosas, así
como en la Catequesis (Cf. CIGNS 171-172).
En
la misma línea, lo exige para los jóvenes cristianos en su documento Jesucristo
Buena Noticia para los Jóvenes (Cf. JBNJ 81). Precisamente, uno de sus
desafíos es formulado así: “Alentarles en su misión de colaborar y ser levadura
en la construcción de una nueva sociedad, desde la fe, y ofrecer oportunidades
para que estudien, profundicen y pongan en práctica la Doctrina Social de la
Iglesia” (JBNJ 88). Ahora saben ustedes el porqué de nuestro empeño y la
motivación de tan grande compromiso.
Debo subrayar que para nuestra Católica de Maracaibo, la
UNICA, esta iniciativa es natural a su
identidad católica y humanista. En el seno de nuestra Comunidad
Universitaria, tanto en lo académico, como en su vida pastoral, inspirada por
nuestro santo patrono, el Padre Alberto Hurtado, y nuestro epónimo, el gran
humanista cristiano Cecilio Acosta, esta doctrina social penetra su alma.
De
manera que estas jornadas de reflexión tienen garantizado el éxito.
Prontamente, desde el Área Académica de Pensamiento Teológico de su Facultad de
Filosofía y Teología, reactivaremos más temprano que tarde el Diplomado de la
Doctrina Social de la Iglesia que se ha dictado pocos años antes en Maracaibo y
en Cabimas e introduciremos pronto la propuesta de una Maestría en el tema.
Casi enseguida, se une a nuestro proyecto eclesial, la
Pastoral Universitaria y Pastoral Social de la Diócesis de Cabimas y, desde
entonces, caminamos unidos en esta faena. Rápidamente, Cabimas consolida su
“Semana” con su propia originalidad. Pero, siempre unidos en la fortaleza de la
fe y la caridad. Hemos intentado en otras Iglesias Locales, pero nos falta
mucho por hacer. Significa que nuestro sueño sigue buscando espacios donde
desarrollarse.
Hemos estado presentes en la Universidad del Zulia (LUZ), en
las Escuelas Católicas, en otras Instituciones Católicas como el Centro de
Formación Profesional “San Francisco”. Seguimos buscando cómo brindar este
extraordinario tesoro doctrinal donde, como afirma el Compendio, “el cristiano
sabe que puede encontrar… los principios de reflexión, los criterios de juicios
y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y
solidario”, en concreto, en nuestra Sociedad Venezolana, que reclama de
nosotros una respuesta comprometedora, hasta el sacrificio de la Cruz. En este
sentido, asumimos el llamado insistente del Papa Francisco de no ser indiferentes (Mensaje de la
Jornada de Paz 2016).
Este año, celebramos con mayor fuerza esta X Semana de la
Doctrina Social de la Iglesia, con nuevas experiencias. Hace un tiempo,
escuchamos al entusiasta Padre Ovidio Duarte, Párroco de la Comunidad
Parroquial “San Antonio María Claret”, brindándonos un excelente apoyo.
Ahí se ha creado un grupo en torno a la Doctrina Social de la Iglesia. Nos
hemos reunido, en la medida de nuestras posibilidades, los martes en la tarde,
para conversar y planificar actividades que van pujándose paso a paso, al ritmo
de un País en situaciones sumamente críticas. Así hemos llegado aquí, a esta
acogedora Comunidad Cristiana que se une a nosotros en la misión que Jesús nos
ha encomendado.
Pensamos
que podemos seguir buscando en las Comunidades Parroquiales, porque sabemos que
muchos esperan este impulso del Espíritu para aprender y vivir la doctrina
social que se enriquece cuando la Iglesia, como el buen samaritano del
Evangelio, se acerca a la humanidad herida por las injusticias y las tiranías,
para servirle con el amor del mandamiento de Jesús. Así pues, la celebración de
estas jornadas es una misión que no asumimos solos, sino como Iglesia, en
comunión cristiana.
Desde la Venezuela del siglo XXI
Esta X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia gira en
torno a un tema: Contribución y Desafíos de la Doctrina Social de la Iglesia en el siglo
XXI. Iglesia que peregrina y sirve en la Venezuela del siglo XXI.
Aunque, a mi juicio, a nuestro pueblo venezolano se le ha negado el derecho de
avanzar con el progreso de la historia y no hemos todavía llegado al nuevo
milenio. Por el contrario, hemos retrocedido copiando modelos sociales,
económicos y políticos, fracasados y dañinos para la humanidad. Creo que esta
apreciación es común entre nosotros, no decimos nada que no hemos escuchado
antes.
Hoy,
aquella sociedad de desarrollo humano ha ido desapareciendo. Las propuestas
gubernamentales son más bien primitivas como el bañarnos con totuma, usar velas
para alumbrarnos, entre otras absurdeces que da pena mencionar. Pero, más grave
aún, es el franco deterioro de la salud, de la educación, de la justicia, de
los servicios elementales de nuestra comunidad. Nadamos en basura y no hay
agua. Más que pobreza, el empobrecimiento creciente signa el comienzo de este
siglo que no nos han permitido vivir, sino sufrir. Se ha impuesto una tiranía y
todavía preguntamos ¿qué hace la oposición? ¿Qué hace la Iglesia? Y, por otro
lado, cuestionamos ¿qué hacemos nosotros? ¿Por qué hemos llegado a esta
situación? He ahí la cuestión social que nos ocupa como venezolanos cristianos.
En
1968 la Iglesia en la Conferencia de Medellín denunciaba que el subdesarrollo que
vive América Latina es una injusta situación promotora de tensiones que
conspira contra la paz. El año anterior lo denunciaba Pablo VI en la Populorum progressio (PP 87). Después de
casi medio siglo, es lamentable tener que seguir denunciándolo para Venezuela.
Así como la creciente y cada vez más grave marginalidad. Nuestra patria es
marginal, socioeconómica y políticamente. Las desigualdades sociales son
excesivas, las frustraciones como nunca, la opresión clama al cielo. Somos un
pueblo empobrecido.
Pero,
aún más grave todavía, es la falta de testimonio de los cristianos porque no
hemos formado nuestra conciencia en los valores humanos elementales ni en los
valores cristianos que nos exigen un compromiso mayor, el sacrificio de la
cruz. Somos falsos cuando nos llamamos cristianos y nos convertimos en bachaqueros con la excusa de que debemos
aprovechar el momento. Mientras cada quien pretenda solucionar los problemas
individuales y conformarnos con ello, no vamos a superar esta situación. Ni
saliendo del régimen. Somos falsos cuando no pensamos en los demás que sufren
violencia por las injusticias, por las persecuciones políticas o por la
delincuencia, y nos convertimos en colaboracionistas de la dictadura, bien por
haber recibido un beneficio o para proteger nuestros negocios. Esto, sólo como
ejemplo.
Parafraseando
al querido san Juan XXIII, podemos decir que la Iglesia ve en nuestros días que
la convivencia de los venezolanos, gravemente perturbada, tiende a un gran
cambio. Y cuando la comunidad humana es llevada a un nuevo orden social, la
Iglesia tiene ante sí una misión inmensa. Hoy en Venezuela se exige a la
Iglesia que inyecte la virtud perenne, vital, divina del Evangelio en las venas
de esta sufrida y frustrada comunidad humana (Cf. Humanae salutis 25-12-1961). Esta es nuestra pretensión, inyectar,
sembrar, escribir en nuestro corazón, los valores cristianos, la virtud del
Evangelio de Jesús.
Por fin mi tema: Los valores de la
vida social
El tema de los valores fundamentales de la vida social
es respuesta a este exigente llamado a la Iglesia que hace explicito el Papa
Bueno. Se encuentra formulado en el Compendio, en el capítulo IV sobre los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Introduce afirmando que tales
principios son los verdaderos puntos de apoyo de toda esta doctrina. Señala
cuatros principios: la dignidad de la persona humana, el bien común, la
subsidiaridad y la solidaridad. Todos expresan la verdad del mensaje del
Evangelio, se comprende en el mandamiento nuevo del amor y se concreta en la
justicia. Estos principios, como notamos, forman una unidad entre sí y se
integran en los valores: “Los valores requieren, por consiguiente, tanto la
práctica de los principios fundamentales de la vida social, como el ejercicio
personal de las virtudes y, por ende, las actitudes morales correspondientes a
los valores mismos” (Compendio 197).
Estos valores fundamentales de la vida social son la verdad,
la libertad
y la justicia.
Recordemos al mismo Juan XXIII quien con su impactante encíclica Pacem in Terris (PT - 11-4-1963), al
dejar bien claro que el principio de la convivencia humana es la persona
humana, dotada de inteligencia y libertad, sujeto de derechos y deberes, imagen
de su Creador, redimido por Jesucristo, convertido por ello en hijo y amigo de
Dios, es decir, elevado a la dignidad divina (PT 9-10); nos enseña que los
fundamentos de esta convivencia pacífica son la verdad, la justicia, el amor y
la libertad (PT 35). Lo expresa así:
Una
comunidad humana será cual la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo
la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus
propias obligaciones; cuando estén movidos por el amor de
tal manera, que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan a los
demás participes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio
universal de los valores más excelentes del espíritu humano. Ni basta esto
sólo, porque la sociedad humana se va desarrollando conjuntamente con la libertad,
es decir, con sistemas que se ajusten a la dignidad del ciudadano, ya que,
siendo éste racional por naturaleza, resulta, por lo mismo, responsable de sus
acciones (PT 35).
La comunidad humana descrita por Juan XXIII es ordenada a la
dignidad de la persona humana. Para ello anuncia los derechos a la existencia y
a una calidad de vida, a la buena fama, a la verdad y a la cultura, al culto
divino y la libertad religiosa, a elegir el estado de vida que prefieren y a
fundar una familia, al trabajo, a ejercer libremente actividades económicas sin
perder el sentido de responsabilidad, a la propiedad privada con auténtica
conciencia de su función social, a la reunión, a asociarse, a la residencia y a
la emigración, a participar en la vida pública y a la seguridad jurídica. Así
como a sus deberes, esos son: respeto a los derechos ajenos, a colaborar con los
demás y a actuar con sentido de responsabilidad. En suma, el Papa Bueno concluye
en que la sociedad “se funda en la verdad, debe practicarse según los preceptos de la
justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo,
y, por último, respetado íntegramente la libertad, ha de ajustarse a una igualdad
cada día más humana” (PT 37).
Así, pues, en la Pacem
in Terris, los valores fundamentales son: la verdad, la justicia, el amor,
la libertad y la igualdad. El amor es tratado relevantemente por el Compendio
en el apartado siguiente con el subtítulo “La vía de la caridad” (Compendio
204-208). Pienso que debemos hablar primero de la caridad que es la fuente de
todo valor, de la misma existencia humana y del sentido de toda sociedad.
Además, como lo expresa el mismo Compendio, es el camino que nos conduce a la
verdad, a la justicia y a la libertad (Cf. Compendio 205). Con todos ellos,
también es fuente y camino de la convivencia pacífica y democrática.
El Papa Benedicto XVI nos expone en la segunda parte de su
encíclica Deus caritas est que el
ejercicio del amor por parte de la Iglesia como comunidad de amor, tiene al
misterio de la Trinidad como fuente, modelo y meta. Recuerdo al beato Pablo VI
que dice en la Ecclesiam suam (ES – 6-agosto-1964) que “la caridad lo explica
todo” (ES 58), haciendo referencia a la hora de la caridad: “La caridad debe
hoy asumir el puesto que le compete, el primero, el más alto, en escala de
valores religiosos y morales, no sólo en la estima retórica sino también en la
práctica cristiana” (ES 58).
Es de saber que hablar de un valor en particular no se puede
hacer sin relacionarlo con los otros. Por ejemplo, la Conferencia de Medellín enseña
que el amor “es también el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar
la justicia en el mundo, teniendo como fundamento la verdad y como signo la
libertad” (Conclusiones de Medellín, Justicia 4). Es decir, que amar es
practicar la justicia, fundada en la verdad, vivida y expresada en la libertad.
En
todo el maravilloso magisterio de la Iglesia latinoamericana, existe una
coherencia en los valores sociales, que consiste en que antes de hablar de
ellos, nosotros debemos escuchar al pueblo. Por eso en Medellín los Pastores
escuchan: “un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus
pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Conclusiones de
Medellín, Pobreza de la Iglesia 2 – Cf. Puebla 88). Pues, en la III
Conferencia de Puebla (1979) se enfatiza, diez años después, que ese “clamor
pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso
y, en ocasiones, amenazante” (Puebla 89). De ahí, que “nuestra misión de llevar
a Dios a los hombres y los hombres a Dios implica también construir entre ellos
una sociedad más humana” (Puebla 90). Así hizo Dios para liberar a Israel,
escucho sus gemidos de pueblo esclavizado, eligiendo un líder entre ellos, los
movilizó para comenzar a caminar unidos por el desierto sacrificado que lo
conduciría a la Patria de libertad. Una libertad vivida en comunión y en
corresponsabilidad.
Pero,
cuidado, el amor no se agota en la justicia. Así lo hace ver el Compendio: “La
caridad presupone y trasciende la justicia” (Compendio 206). Pero, como lo
canta el salmista: “El amor y la verdad se encuentran, la paz y la justicia se
besan, la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo. El
Señor mismo traerá la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá
delante de él, y le preparará el camino” (Salmo 85, 10-13). No hay duda sobre
la primacía del amor, como lo enseña San Pablo (1Cor 13). Pero, no olvida San
Pablo que el amor no se alegra de las injusticias, sino de la verdad. Sin
embargo, el amor no tiene límite.
Naturalmente,
es supremo el amor con el que identificamos al mismo Dios: “Dios es amor”,
comunidad divina de tres personas distintas en relaciones tan perfectas de amor
que es un solo Dios, comunión de amor. Sí, Dios es la sociedad perfecta,
fuente, modelo y meta de nuestra sociedad ideal. Por eso, nuestra fe cristiana
no puede vivirse en privado ni individualmente, es en comunión de amor. Por
eso, lo primero es el amor en fraternidad, la expresión más grande donde la
justicia, la verdad, la libertad, la igualdad y la paz, tienen su sentido.
El
Compendio expresa que debemos tender hacia la verdad, debemos respetarla y
testimoniarla responsablemente (Compendio 198). Aquí podemos apoyarnos en la excelente
encíclica Caritas in Veritate (CV – 29-junio-2009), de Benedicto XVI.
Comienza diciendo que “el amor – caritas – es una fuerza extraordinaria, que
mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de
la justicia y de la paz” (CV 1). Es que “en Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el rostro de su Persona, en
una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto,
Él mismo es la Verdad” (CV 1).
Para
el Papa emérito, la “Caritas in Veritate
es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un
principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción
moral. Deseo volver a recordar particularmente dos de ellos, requeridos de
manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de
globalización: la justicia y el bien común” (CV 5). Porque “desear el bien
común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad” (CV 7). Esta
justicia comienza por reconocer al otro en su dignidad como persona humana
(Compendio 201).
Hablando
de justicia quiero recordar un documento olvidado por muchos, a mi juicio, de
una enorme actualidad a pesar de ser firmado por Pablo VI en 1971 como fruto
del sínodo sobre la justicia en el mundo. Sólo cito una parte:
Escuchando
el clamor de quienes sufren violencia, oprimidos por sistemas y mecanismos
injustos; y escuchando también los interrogantes de un mundo que con su
perversidad contradice el plan del Creador, tenemos conciencia unánime de la
vocación de la Iglesia a estar presente en el corazón del mundo predicando la
Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los
afligidos. La esperanza y el impulso que anima profundamente al mundo no son
ajenos al dinamismo del Evangelio, que por virtud del Espíritu Santo libera a
los hombres del pecado personal y de sus consecuencias en la vida social.
La
situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al
núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en nosotros la íntima conciencia de
su verdadero sentido y de sus urgentes exigencias. La misión de predicar el
Evangelio en el tiempo presente exige que nos empeñemos en la liberación
integral del hombre ya desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el
mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiestan su eficacia en la
acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente logrará credibilidad entre
los hombres de nuestro tiempo.
La
Iglesia ha recibido de Cristo la misión de predicar el mensaje evangélico, que
contiene la llamada del hombre a convertirse del pecado al amor del Padre, la
fraternidad universal y, por tanto, la exigencia de justicia en el mundo. Esta
es la razón por la cual la Iglesia tiene el derecho, más aún, el deber, de
proclamar la justicia en el campo social, nacional e internacionalmente, así
como de denunciar las situaciones de injusticia, cuando lo exijan los derechos
fundamentales del hombre y su misma salvación. La Iglesia no es la única
responsable de la justicia en el mundo; tiene, sin embargo, una responsabilidad
propia y específica, que se identifica con su misión de dar ante el mundo
testimonio de la exigencia de amor y de justicia tal como se contiene en el
mensaje evangélico.
En
este sentido, debo recomendar el estudio de la primera parte del Compendio que
se refiere a los fundamentos bíblicos y teológicos de la Doctrina Social de la
Iglesia, pues, lo dice Juan Pablo II en la Centesimus
annus (CA - 1991), “la dimensión teológica se hace necesaria para
interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (CA
55). En esta parte se afirma que la fuente y el fundamento de la doctrina
social se encuentran en la acción liberadora de Dios en la historia de
salvación que comienza con la cercanía gratuita de este Dios y que tiene en la
persona de Jesús su cumplimiento. En Jesucristo se cumple el acontecimiento
decisivo de la historia de Dios con los hombres.
En
Cristo, en su anuncio y en sus acciones, encontramos la verdad del amor que se
vive en la justicia. Porque ese anuncio se concreta en el Reino de Dios, un
reino de amor, paz, libertad y justicia. Este Jesús es presentado por la
Iglesia como Señor de la historia e inspirador de un verdadero cambio social.
Por eso este Reino de Dios no sólo es don, sino también tarea, vocación que nos
exige construirlo en las relaciones interhumanas. Por eso, la Iglesia se
compromete en la Conferencia de Puebla, a hablar de Jesucristo, proclamar su
Evangelio del Reino, y pedirle al pueblo latinoamericano acoger su doctrina liberadora.
Por
eso, “solidarios con los sufrimientos y aspiraciones de nuestro pueblo,
sentimos la urgencia de darles lo que es específico nuestro: el misterio de
Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Sentimos que ésta es la fuerza de Dios capaz de transformar nuestra realidad personal y
social, y de encaminarla hacia la libertad y la fraternidad, hacia la plena
manifestación del Reino de Dios” (Puebla 180-181).
Cuando
se habla de libertad, otro de los valores humanos y, por lo mismo, fundamental
en la vida social, es signo eminente de la imagen divina. Con la libertad, el
ser humano se expresa como ser divino, partícipe de la naturaleza de Dios. El
Compendio, citando textualmente el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC),
afirma que “la libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos.
Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada
cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la
libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana”
(Compendio 199 y CIC 1738).