Los Ministros del Canto Litúrgico
Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta
En
mi pueblo, el Templo Parroquial se encontraba frente a la plaza principal, al
otro lado de ésta se encontraba un local de bailes donde se reunían algunos
jóvenes pobladores para divertirse con licor y música. La música expresaba los
sentimientos del momento histórico baladas y ritmos bailables, que tenían
sentido porque alegraban el ambiente festivo de la reunión. Si la música era de
otra época o mal tocada, los jóvenes y las demás personas se iban o morían de
aburrimiento. Una vez, en ese mismo local se realizó, con mucho éxito, un
concierto de cantos del 60 y 70. Por supuesto, se llenó de viejos y algunos
jóvenes asistieron para conocer la música de la época de sus abuelos. Esto nos
indica la importancia de la música y cantos para una reunión.
Una vez estuvo de moda un canto al
ritmo de rock and roll, que decía
algo así: “Jesucristo, Jesucristo, yo estoy aquí…”. La verdad es que la letra
era muy bella como una oración al ritmo de la época. Para sorpresa de muchos,
se cantaba en el bar y en la Iglesia. No faltaron las críticas, pero los mismos
jóvenes asistían tanto a las fiestas del local mencionado como a la Eucaristía
de la Iglesia. ¿Cómo lo ven? El mismo canto en dos ambientes humanos totalmente
distintos. Ahora bien, la cuestión que nos ocupa es si el músico y cantor de un
bar tiene el mismo interés y el mismo espíritu que el que canta en las Misas.
¿Cuál es la especificidad del cantor litúrgico?
Antes debo decirles que escribo esto
motivado por la inquietud de un joven director de un coro parroquial, quien
recientemente me llamó para preguntarme sobre la espiritualidad del, como ellos
lo llaman correctamente, ministro del canto litúrgico. Ministro es servidor,
así lo entiende el cristiano. Pienso que sirve también para ellos las mismas
consideraciones que el papa Francisco hace sobre la homilía. Por eso,
parafraseando al papa (Cf. Evangelii
Gaudium 138), la Misa no es un espectáculo entretenido, no responde a la
lógica de los recursos mediáticos, más bien debe darle el fervor y el sentido a
la celebración. Esto, de principio, es fundamental. Es como cantar el “Santo
Gregoriano” en el bar.
Tienen que saber que el movimiento
litúrgico que impulsó la reforma del Concilio Vaticano II exige para una nueva
liturgia que en ella se revele y se viva el misterio de amor de Jesús que
ofreció su vida para nuestra salvación y, para este propósito, la mayor
formación y participación del pueblo. Esto nos condujo a la Constitución
Conciliar sobre la Liturgia (Sacrosantum
Concilium). Uno de sus grandes enseñanzas es la de centrar los sacramentos,
especialmente la Eucaristía, en la dinámica de la historia de la salvación.
Ellos no son productos de la lógica humana, sino de la acción salvadora de Dios
en el tiempo humano, es decir, la historia. Deben, por tanto, revelar este
misterio en sus ritos y celebraciones, para que Dios siga actuando su salvación
en nosotros.
Al recuperarse la riqueza del “signo”,
se recupera la bella simbología del canto y la música. Así el sacramento celebrado
es signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. La pascua en una liturgia
renovada es núcleo del misterio de la Iglesia. De esta forma la liturgia,
celebrada correctamente y con la dulzura natural del lenguaje humano, se
convierte en epifanía de Cristo y de la Iglesia. Cristo crucificado es el acto
de amor más grande, el sacrificio eucarístico, porque es cuando verdaderamente
entrega su cuerpo y derrama su sangre para la salvación. Desde la cruz es donde
el amor se hace extremo para atraernos a Él y hacer de nosotros un solo Pueblo
de Dios en comunión. A la vez, revela la pascua eterna, porque es la fiesta de
la resurrección, el triunfo de la vida, la liberación de todo pecado y sus
consecuencias.
Desde esta acción divina hecha humana
en nuestra liturgia, ¿cómo cantar un canto al Señor en tierra extrajera? Es
decir, desde una vida esclavizada por el egoísmo, las pasiones desordenadas,
las discordias, el odio, las injusticias y toda clase de maldad. En un bar,
quizás, pero en la Eucaristía jamás. El ministerio del canto litúrgico debe ser
ejercido de modo tal que ayude a que la celebración alcance la armonía de la
comunión.
A partir de estas consideraciones, le
he respondido al joven director del coro de su parroquia. Primero, para
entender la espiritualidad debemos superar la visión dualista de la persona
humana, para asumir una visión integral según el humanismo cristiano. La
persona humana no es un cuerpo y un alma yuxtapuestos. Por eso muchos piensan
que espiritualidad es exaltar lo espiritual que hay en mí, para mortificar lo
corpóreo porque es materia. Por el contrario, el ser humano es una compleja
unidad de cuerpo y alma, integrada en su ser. Podemos, incluso, decir que somos
un espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. Sólo que, en el bautismo nos
unimos íntimamente a Cristo en quien el Padre Dios nos adopta como hijos suyos
y el Espíritu Santo habita en nosotros como en su casa. Somos hijos del Padre,
en comunión de amor con su Hijo y templos del Espíritu Santo. Espiritualidad es
vivir según el Espíritu Santo quien, habitando en nosotros, dinamiza nuestra
existencia para vivir los valores del Evangelio de Jesús. Tal como lo enseña
San Pablo en la carta que dirige a los romanos (capítulo 12): ofrecerse en el
mismo sacrificio de Cristo, ser una ofrenda agradable a Dios; vivir la humildad
de la caridad en la comunidad; vivir la caridad con todos los seres humanos
aunque sean enemigos; ser luz despojándonos de las obras de las tinieblas y revestirnos
de las vestiduras de la luz; vivir la caridad con los débiles acogiéndolos en
la fe; en fin, vivir según el Espíritu es vivir el mandato nuevo del Señor, el amor fraterno. Todo lo que
hacemos debe ser inspirado, movido y santificado por el Espíritu. El ministro
del canto litúrgico hace crecer la relación con Dios siempre que el Espíritu
Santo lo mueva, lo inspire, lo edifique, lo santifique; para glorificar a Dios,
edificar la Iglesia y santificarse personalmente.
Para concluir, les exhorto a cumplir
el ministerio del canto litúrgico como una bella vocación otorgada de lo Alto,
por eso cantar en la liturgia es distinto a cantar en un sitio de fiesta. Los
otros cantantes hacen espectáculos, ustedes hacen oración, crean puentes
milagrosos para que los seres humanos puedan acercarse a Dios y éste los pueda
recibir con su misericordia. Con sus poesías y melodías provocan la comunión
entre la asamblea y la Trinidad Santísima. Si en sus cantos no se conectan con
la Comunidad Divina de Amor, que es el Dios que Cristo nos reveló, es que no
están siendo movidos por el Espíritu que habita en ustedes. Les recomiendo,
pues, mucha oración comunitaria, ensayen como si fueran a cantar por primera y
última vez, mediten la Palabra de Dios, mediten también la letra y la música de
cada canción, estén serenos y confiados, estimen más el éxito y esfuerzo del
otro, celebren, abrácense, felicítense. Que la asamblea litúrgica no los sienta
distraídos, peleados, divididos, competitivos, de mal humor. Cuando se ha
faltado o errado en algo, descubran que son humanos y pidan perdón y, los otros, no se cansen de perdonar.
Lo más bello de los cantos cristianos
bien hechos es que transparentan la misma belleza de Dios, la armonía de lo
diverso No canten para que los admiren y aplauden, sino para que vean que Dios
nos ama y que nosotros también debemos amarnos. ¡Canten, canten y canten bien,
hasta que irrumpa la justicia en la
aurora!