Coordinador del Foro Eclesial de Laicos
Introducción
Este taller quiere ser un instrumento
de formación para grupos comunidades y círculos de estudios sociales de laicos
católicos. Intenta ofrecer unas
exposiciones necesariamente sintéticas sobre la enseñanza social de la iglesia,
ya en sus bases escriturísticas y en la tradición hasta estos últimos
tiempos. El taller proporcionará una
visión de conjunto de lo que es la Doctrina Social de la Iglesia. En primer
lugar, porque sinceramente pensamos que la enseñanza social de la iglesia, como
continuación de una tradición secular de justicia y caridad, es en sí misma de
gran valor, un monumento moral sin parangón.
En segundo lugar, porque los fallos, las omisiones, las rupturas, y
sobre todo, las inconsecuencias se suelen repetir de forma machacona, y quizás
alguna vez, sin negarlo debemos tomar conciencia también del tesoro que tenemos
entre manos. Y, en tercer lugar, porque,
en el fondo, estamos ya metidos en el reino de Dios; la Resurrección de Jesús
es presente, y Dios nos ofrece un camino constructivo y gozoso.
Con esto no queremos justificar los
pecados de la Iglesia, que son los nuestros, sino estimular a la conversión, a
la reacción, a la ilusión y muy especialmente a la creatividad, que hoy
necesitamos en dosis notables. Se
progresa en el clima de sano optimismo y
en la convicción de que la utopía lo es cuando se va convirtiendo en realidad y
no cuando queda en el ámbito de los sueños imposibles.
Sin lugar a dudas, la encíclica Rerum
Novarum del Papa León XIII, publicada en 1891, es el documento de la
enseñanza social de la iglesia de los tiempos actuales. Ella fue un punto de llegada de todo un movimiento social cristiano, que en el
siglo XIX se sensibiliza con los grandes problemas éticos y morales que el
capitalismo reinante había provocado a la conciencia. Hay toda una historia de búsqueda y de
trabajo social, que iba abriéndose camino en las Iglesias europeas, norteamericanas
y latinoamericanas. Ya no bastaba con
los tratados tradicionales sobre la Justicia y el Derecho, porque la “cuestión
social” era tan provocadora que postulaba otro tipo de tratamiento. Ya en 1846, la Iglesia Católica cambiaba de
actitud y de rumbo con la condena del socialismo y el comunismo. En la
Encíclica “Qui Pluribus”, que publicó
Pio IX con ocasión de su elevación al pontificado, condenó a ambos movimientos y
lo fue repitiendo no pocas veces. Lo que
pasa es que no precisó concretamente a que se refería con las palabras
“socialismo” y “comunismo”, porque en aquel entonces había cantidad de
socialismos y comunismos que indicaban en su conjunto a los movimientos
revolucionarios, los cuales no había alcanzado los niveles de concreción e ideología
propios de los partidos comunistas y socialistas, tan pluriformes, del siglo
XX.
LA DSI FECUNDA Y FERMENTA LA SOCIEDAD
CON EL EVANGELIO
Con su doctrina social, la Iglesia se
hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos
el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, enseña
al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión
de las personas; y les descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina. (Cf. San Juan Pablo II, Carta Encíclica Redentor
hominis, 14).
En cuanto Evangelio que resuena
mediante la Iglesia en el hoy del hombre, la doctrina social es palabra que
libera. Esto significa que posee la
eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra los corazones
disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia y de
paz. Evangelizar en ámbito social
significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y de
liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre en
cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre más humana
porque es más conforme al Reino de Dios.
DOCTRINA SOCIAL, EVANGELIZACIÓN Y
PROMOCIÓN HUMANA
La Doctrina Social es parte integrante
del ministerio de evangelización de la Iglesia; todo lo que atañe a la
comunidad de los hombres –situaciones y problemas relacionados con la justicia,
la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz-, no es
ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la
mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida
concreta, personal y social del hombre. Entre evangelización y promoción humana
existe vínculos profundos: “Vínculos de
orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser
abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico ya que no se puede
disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta
situaciones muy concretas de injusticia,
a la que hay que combatir, y de justicia,
que hay que restaurar. Vínculos de orden
eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar
el mandamiento nuevo sin promover mediante la justicia y la paz el verdadero,
el auténtico crecimiento del hombre?” (Cf. Pablo VI Exhortación Apostólica Evangeli
Nuntiandi, 31).
II
LA NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
a)
UN CONOCIMIENTO ILUMINADO
POR LA FE
La Doctrina Social de la Iglesia no
ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha
formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del
Magisterio sobre temas sociales. Una
clarificación decisiva en este sentido la encontramos, precedida por una
significativa indicación en las encíclicas Laborem Excercens y Solicitudo Rei Socialis de San Juan Pablo II: “La Doctrina Social de la Iglesia no
pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de
la teología moral. No se puede definir
según parámetros socioeconómicos. No es
un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las
relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es la
cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas
realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional,
a la luz de la fe y de la tradición eclesial.
Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su
conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su
vocación terrena y, a la vez, transcendente, para orientar en consecuencia la
conducta cristiana” (Cf. San Juan Pablo II, Solicitudo Rei Socialis, 41).
La doctrina social, por tanto, es de
naturaleza teológica, y específicamente teológico–moral, ya que se trata de una
doctrina que debe orientar la conducta de las personas. “Se
sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones
del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las
familias, operadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para
darles forma y aplicación en la historia”. (Cf. Carta Encíclica Centésimus Annus, 59). La doctrina social refleja, de hecho, los
tres niveles de la enseñanza teológico-moral: el nivel fundante de las
motivaciones; el nivel directivo de las normas de la vida social; el nivel deliberativo de la
conciencia, llamada a mediar las normas objetivas y generales en las
situaciones sociales concretas y particulares.
Estos tres niveles definen implícitamente también el método propio y la
estructura epistemológica específica de la Doctrina Social de la Iglesia.
La doctrina social halla su
fundamento esencial en la Revelación Bíblica y en la Tradición de la
Iglesia. De esta fuente, que viene de lo
alto, obtiene la inspiración y la luz para comprender, juzgar y orientar la
experiencia humana y la historia.
La fe, que acoge la palabra divina y
la pone en práctica, interacciona eficazmente con la razón. La inteligencia de la fe, en particular de la
fe orientada a la praxis, es estructurada por la razón y se sirve de todas las
aportaciones que ésta le ofrece. También
la doctrina social, en cuanto saber aplicado a la contingencia y a la
historicidad de la praxis, conjuga a la vez “fides et ratio” y es expresión
elocuente de su fecunda relación (Cf. Carta Encíclica Fides et Ratio).
La fe y la razón constituyen las dos
vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las cuales
se nutre: la Revelación y la naturaleza humana.
El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del
misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo
por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante
la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y
la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino
expresado por la creación (Cf. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis
humanae, 14), es decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser
espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con
las demás criaturas.
La centralidad del misterio de
Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y por lo mismo
no priva a la Doctrina Social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por
tanto, de su destino universal. Ya que
el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de
sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que
la tutelan.La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, que –precisamente porque es tal- expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da razón a todos de las verdades que afirma y
de los deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartida por todos.
b) EN DIÁLOGO CORDIAL CON TODOS LOS SABERES
La Doctrina Social de la Iglesia se
sirve de todas las aportaciones cognoscitivas, provenientes de cualquier saber,
y tiene una importante dimensión interdisciplinaria: “Para encarnar cada vez mejor, en contextos socioeconómicos y políticos
distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta
doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del
hombre, e incorpora sus aportaciones” (Cf. San Juan Pablo II, Carta
Encíclica Centésimus Annus, 59).
La doctrina social se vale de las contribuciones de significado de la
filosofía e igualmente de los aportes descriptivos de las ciencias humanas.
Es esencial, ante todo, el aporte de
la filosofía, señalado ya al indicar la naturaleza humana como fuente y la
razón como vía cognoscitiva de la misma fe.
Mediante la razón, la doctrina social
asume la filosofía en su misma lógica interna, es decir, en la argumentación
que le es propia. Afirmar que la doctrina
social debe encuadrarse en la teología más que en la filosofía, no significa
ignorar o subestimar la función y el aporte filosófico. La filosofía, en efecto, es un instrumento
idóneo e indispensable para una correcta comprensión de los conceptos básicos de la Doctrina
Social de la
Iglesia -como la persona, la
sociedad, la libertad, la conciencia, la ética, el derecho, la justicia, el
bien común, la solidaridad, la subsidiaridad, el Estado-, una comprensión
tal que inspire una convivencia social armónica. Además, la filosofía hace resaltar la
plausibilidad racional de la luz que el Evangelio proyecta sobre la
sociedad y solicita la apertura y el
asentimiento de la verdad de toda inteligencia y conciencia.
Una contribución significativa a la Doctrina
Social de la Iglesia procede también de las ciencias humanas y
sociales; ningún saber resulta excluido, por la parte de verdad de la que es
portador. La Iglesia reconoce y acoge
todo aquello que contribuye a la compresión del hombre en la red de las
relaciones sociales, cada vez más extensa, cambiante y compleja. La apertura atenta y constante a la ciencia
proporciona a la Doctrina Social de la Iglesia competencia, concreción y
actualidad. Gracias a éstas, la Iglesia
puede comprender de forma más precisa al hombre en la sociedad, hablar a los
hombres de su tiempo de modo más convincente y cumplir más eficazmente su tarea
de encarnar en la conciencia y en la sensibilidad social de nuestro tiempo, la
palabra de Dios y la fe, de la cual la Doctrina Social de la Iglesia “arranca”.
C) EXPRESIÓN DEL MINISTERIO DE ENSEÑANZA DE LA IGLESIA
La doctrina social es de la Iglesia
porque la Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y la enseña. No es prerrogativa de un componente del
cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera: es expresión del modo en que la
Iglesia comprende la sociedad y se confronta con sus estructuras y sus variaciones. Toda la comunidad eclesial – sacerdotes,
religiosos y laicos – participan en la elaboración de la doctrina social según
la diversidad de tareas, carisma y ministerios.
Los aportes múltiples y multiformes -que son también expresión del sentido sobrenatural
de la fe de todo el pueblo- (Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen
gentium, 12), son asumidas, interpretadas y unificadas por el
Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia. El Magisterio compete en la Iglesia, a
quienes están investidos del munus
docendi, es decir, del ministerio de
enseñar en el campo de la fe y de la moral con la autoridad recibida de Cristo.
La doctrina social no es sólo fruto
del pensamiento y de la obra de personas cualificadas, sino que es el
pensamiento de la Iglesia, en cuanto obra del Magisterio, que enseña con la
autoridad que Cristo ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores: el Papa y
los Obispos en comunión con él. (Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 2034).
En la Doctrina Social de la Iglesia se
pone en acto el Magisterio en todos sus componentes y expresiones. Se encuentra, en primer lugar, el Magisterio
universal del Papa y del Concilio: es este Magisterio el que determina la
dirección y señala el desarrollo de la doctrina social. Éste, a su vez, está integrado por el
Magisterio Episcopal, que especifica, traduce y actualiza la enseñanza en los aspectos
concretos y peculiares de las múltiples y diversas situaciones locales (Cf.
Pablo VI, Carta Apostólica Octogesima adveniens, 3-5). La enseñanza social de los obispos ofrece contribuciones
válidas y estímulos al magisterio del Romano Pontífice.
En cuanto parte de la enseñanza moral
de la Iglesia, la doctrina social reviste la misma dignidad y tiene la misma
autoridad de tal enseñanza. Es
Magisterio auténtico que exige la aceptación y adhesión de los fieles (Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 20-37).
El peso doctrinal de las diversas enseñanzas y el asentimiento que
requieren depende de su naturaleza, de su grado de independencia respecto a
elementos contingentes y variables, y de la frecuencia con la cual son
invocados. (Cf. Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instrucción Donum veritatis, 16-17)
D) HACIA UNA SOCIEDAD RECONCILIADA EN LA JUSTICIA Y EN EL AMOR
El objeto de la doctrina social es
esencialmente el mismo que constituye su razón de ser: el hombre llamado a la
salvación, y como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de
la Iglesia (Cf. San Juan Pablo II, Carta Encíclica Centésimus annus, 53). Con su Doctrina Social, la Iglesia se
preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad
de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y amor que la
forman, depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que
constituyen cada una de las comunidades.
En la sociedad, en efecto, estan en juego la dignidad y los derechos de
la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las
comunidades. Estos bienes deben ser
logrados y garantizados por la comunidad social.
En esta perspectiva, la doctrina social
realiza una tarea de anuncio y de denuncia.
Ante todo, el anuncio de lo que la
iglesia posee como propio: “una visión
global del hombre y de la humanidad” (Cf. Paulo VI, Carta Encíclica Populorum
Progressio,
4), no sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece
solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas
y las directrices de acción que de ellos derivan. Con esta doctrina, la Iglesia no persigue
fines de estructuración y organización de la sociedad sino de exigencia,
dirección y formación de las conciencias.
La doctrina social comporta también
una tarea de denuncia en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y
de violencia que de diversos modos afecta a la sociedad y en ella toma
cuerpo. Ésta denuncia se hace juicio y
defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de
los pobres, de los pequeños, de los débiles.
Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias
y la violencia que abarca categoría entera de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan
lugar a cuestiones sociales, es decir a abusos y desequilibrios que agitan a
las sociedades. Gran parte de la
enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes
cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia
social.
La finalidad de la doctrina social es
de orden religioso y moral. Religioso,
porque la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza al hombre en
la plena verdad de su existencia, de su ser personal y, a la vez, de su ser
comunitario. Moral, porque la Iglesia
mira hacia un humanismo pleno, es decir, a la liberación de todo lo que oprime
al hombre y al desarrollo integral de todo el hombre y de todos los
hombres. La doctrina social traza los
caminos que hay que recorrer para edificar una sociedad reconciliada y
armonizada en la justicia y en el amor, que anticipa en la historia de modo
insipiente y prefigurado “los nuevos
cielos y nueva tierra, en los que habita la justicia (Cf. Segunda Carta de Pedro, 3,13).
Por fidelidad doctrinaria con lo aquí
expuesto debemos afirmar que estas reflexiones han sido tomadas del Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, elaborado por el Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, y de la obra de Jesús Renau, S.J. Desafiados por la realidad. Enseñanza
social de la Iglesia, Editorial SAL TERRAE. Santander (España), 1994. Las
referencias y las citas de las encíclicas pertenecen, por igual, al Compendio.