Director del Centro de Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
UNICA
En estos días el pueblo zuliano
enfoca con mayor relieve su atención hacia la Virgen de Chiquinquirá, la
Chinita de Maracaibo, la Sagrada Dama del Saladillo, la Zuliana de los Zulianos
o como queramos decirle, porque los zulianos nos tomamos la libertad de
llamarla con una gran confianza, con nombres que la identifican con nuestra
cultura, nuestra idiosincrasia. Así la sentimos cada vez más cerca y más amada.
Los
zulianos somos chiquinquireños. Igual que los cristianos somos marianos.
Porque, en nuestra genuina espiritualidad, los seguidores de Jesucristo nos
sentimos amados por su Madre. Aquella que el crucificado nos entregó como
nuestra Madre y, como lo hizo el discípulo amado, la hemos recibido en nuestro
hogar. Es precisamente en este acontecimiento que narra el Evangelio según San
Juan (cf. Jn 19, 25-27), donde Jesús anuncia el nacimiento de la nueva familia,
en la que todos somos hermanos, con el mismo Padre Dios y la misma Madre María.
Los cristianos somos hijos amados porque estamos configurados al Hijo amado.
Amados por nuestro Padre común que es también el Padre de Jesucristo y la misma
Madre común que es su misma Madre María.
Los
Zulianos también somos la familia de Dios y a esta Madre la veneramos e
invocamos como Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, la Reina del Lago,
Chinita amada. Ya hace muchísimos años que se reveló humilde como nuestro
pueblo, a orillas del inmenso Lago del Coquivacoa, a una señora pobre de El
Saladillo quien la custodió hasta que fue llevada a la Ermita de San Juan de
Dios que luego se convertiría en la bella Basílica de Chiquinquirá. A partir de
entonces la Basílica es el lugar de encuentro espiritual de los Zulianos entre
sí y con Dios, por medio de la Virgen que nos lo muestra. Ahí acudimos todos,
sin vestimentas de poder, sin las prebendas humanas que nos distinguen, sin la
soberbia que nos encierra en nosotros mismos e impide el encuentro con el otro
humano y con el Otro divino.
Encuentro de amor, sin otra razón que la búsqueda de Dios.
Ahí, podemos observar los hechos más sencillos, donde la persona humana se
inclina al Absoluto de quien se sabe necesitada. Para pedirle a Jesús por
mediación de la Madre buena, Chinita, porque para nosotros es Guajira y a los
Guajiros los identificamos como chinos y chinas, chinitos y chinitas. Ante la
imagen de esta Madre Guajira, pedimos empleo, salud, liberación de los vicios,
salvación de matrimonios en crisis, paz y justicia para la sociedad, liberación
de secuestrados, y muchas otras necesidades más que seguro son peticiones
escuchadas con amor solícito por nuestro Padre Dios y nuestra Madre Chinita.
Esto lo sabemos porque el mismo Señor nos lo ha revelado en
su Evangelio. La Madre de Dios es nuestra mejor medianera. Ella, como lo hizo
en las bodas de Cana de Galilea (cf. Jn 2,1-11), se fija en las necesidades
humanas y siente sus carencias: “No tienen vino, les falta alegría, felicidad”.
Luego se acerca a su hijo Jesús para expresarle con confianza materna que
atienda nuestras necesidades. Enseguida se vuelve a nosotros y la Señora nos
invita a hacer lo que el Señor nos pide. Así, cumpliendo la voluntad de Dios,
podemos sentir la acción salvadora que hace el milagro de la fraternidad, la
fiesta del amor, donde María también está presente con su digna misión de Madre
medianera.
Con
la misma sinceridad, le entregamos a María de Chiquinquirá nuestras mejores
ofrendas. Los premios ganados por cualquier zuliano son para la Virgen. Desde
el trofeo de la Serie del Caribe, las diversas bandas de concursos de bellezas,
así como títulos académicos o el primer salario obrero. Hasta el solideo del
santo Papa Juan Pablo II en su extraordinario encuentro con nosotros en 1985. Pero,
la Virgen sólo quiere que sus hijos se amen entre sí, se cuiden y protejan
mutuamente, expresen su solidaridad por los más necesitados y nos sintamos la
Gran Familia de Dios, la Familia Chiquinquireña.
Les
cuento que es Dios quien asocia a la joven María de Nazaret a su plan de
salvación a la humanidad y le pide que sea la Madre del Salvador (cf. Lc 1,
26-38). Ella, con una fe sincera, le responde con obediencia y expresa que este
Dios que la elige hace cosas maravillosas con “su sierva”. A partir de
entonces, siente que los cristianos de todos los tiempos la amamos y la veneramos
como la bienaventurada (cf. Lc 1,46-55). Es decir, la bendecida por Dios.
Es
maravilloso el misterio que se revela en la persona de la joven virgen de
Nazaret. Con su obediencia, se manifiesta el acontecimiento de la encarnación
que hace plena la historia. El Hijo eterno, la segunda persona de la Santísima
Trinidad, se hace humano como nosotros. Al participar Dios de nuestra
naturaleza humana en el seno limpio y puro de la Nazarena, nosotros podemos
gozar de su naturaleza divina. Ella le da su naturaleza humana y recibe para
nosotros la naturaleza divina de Dios. Recibiendo al Hijo encarnado en la fe
humilde, en la entrega generosa, comprometiéndose con la causa salvadora y
libremente obediente. Así le da a luz en este mundo y lo entrega a la humanidad
que goza de su presencia salvadora. Cristo es la luz verdadera que ilumina al
mundo. La Virgen es como un candelabro que hace brillar la luz divina en el
mundo.
En
este sentido, los zulianos creemos en la Virgen Chinita como la Aurora bonita,
aquella que le da paso al Sol de Justicia (cf. Malaquías 4,2), el Sol que nace
de lo Alto (cf. Lc 1,67-79), al Redentor de la humanidad. Este es el genuino
significado de la extraordinaria procesión de la Aurora, para mi gusto, la más
bella, llena de fantasía, de cantos y colores, de expresiones culturales, de
zulianidad: “Noche de emoción bendita/ aquella de El Saladillo/ cuando al son
del estribillo/ el pueblo espera la hora/ de que le llegue la aurora/ y
aparezca la Chinita/ y Ella se asoma bonita/ y el pueblo de emoción llora”, reza
el pueblo cantando gaitas.