Pbro. Mg. Andrés Bravo
Director del Centro de Estudios
de la Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
Universidad Católica Cecilio
Acosta
Una
gran alegría sentimos los cristianos y los venezolanos en general al escuchar
la buena noticia del nombramiento de Mons. Baltazar Porras como Cardenal de la
Iglesia Universal, anunciado por el Papa Francisco en el rezo del Ángelus el domingo 9 de octubre de este Año
Jubilar de la Misericordia 2016. Mons. Porras, Arzobispo de Mérida, es una de
las personas más apreciada en todo el país y más allá de nuestras fronteras.
Como ciudadano ejemplar y sacerdote integral. Buen pastor e intrépido profeta
que anuncia la verdad del Evangelio con caridad y valentía. Quienes lo
conocemos y hemos tenido la gracia compartir con él, damos testimonio de un ser
integro, destacándose por su amor a la Iglesia y a la Patria. Pienso que al
escribir estas líneas me convierto en un pretencioso por atreverme hablar de
tan alta dignidad.
Lo conocimos en el Seminario Interdiocesano de Caracas
cuando en 1977 los seminaristas esperábamos que llegara de España, como doctor
en teología pastoral de la Pontificia Universidad de Salamanca, el nuevo
director de estudios. Todos hablábamos de un joven sacerdote del clero de Calabozo.
Se había ordenado sacerdote de 22 años y obtiene el doctorado de 32 años. Llegó
tarde (enero de 1978, después de presentar su tesis doctoral), el curso había
comenzado. Una agradable impresión nos causó su llegada. Lo más relevante era
la enorme biblioteca que portaba con él como uno de su más valiosos tesoro. Por
lo demás, su inmediata cercanía ganó nuestra admiración y querencia. Observamos
que los sacerdotes y laicos intelectuales se acercaban para exclamar con entusiasmo:
“Oye, tú eres Baltazar Porras, todos hablan de ti, que gusto conocerte”. Él,
con la sonrisa de siempre, respondía con agrado y hasta con sorpresa.
No tardó mucho para impartir sus primeras lecciones en
teología pastoral, más tarde enseñó cristología y otras asignaturas teológicas.
Su autor preferido es el progresista teólogo español Casiano Floristán quien le
había tutorado su tesis doctoral. Venía con una sólida formación filosófica y
teológica, con una clara inclinación por la historia y la cultura, que ha
profundizado en su devenir histórico. Seis meses después de su llegada al
Seminario Interdiocesano Santa Rosa de Lima, se convierte en nuestro
vice-rector. Venía también con una enorme experiencia pastoral. De diácono ya
era profesor y miembro del equipo directivo del Seminario Menor San José de
Calabozo (1966-1967).
Es
ordenado sacerdote el 30 de julio de 1967, en la Catedral de Calabozo, de manos
de Mons. Miguel Antonio Salas, Obispo de Calabozo. Sin duda, su mentor, su
padre y maestro, desde que fue Baltazar seminarista y Mons. Salas rector del
Seminario Interdiocesano hasta que le entregó su Sede Arzobispal de Mérida.
Seguro su padre y maestro siguió viviendo feliz hasta la eternidad porque la
Iglesia andina quedaba en manos de un buen pastor.
A
Mons. Miguel Antonio Salas Salas lo conoceremos mejor por una breve biografía
escrita por el propio Baltazar y publicada por el Archivo Arquidiocesano de
Mérida (2015), presentada a la Santa Sede para la apertura de su Causa de
Beatificación. Escribe el nuevo Cardenal: “Quienes fuimos sus alumnos en el
Seminario Menor recordamos con fruición las clases de historia de Venezuela y
de formación social, moral y cívica. Verdaderas cátedras de conocimiento, amor
a la propia idiosincrasia, dictadas con pericia pedagógica. Bebimos como
adolescentes el valor de las virtudes humanas y cristianas que deben adornar a
cualquier persona que se precie de su ciudadanía y de ser creyente”. Baltazar
no sólo aprendió estas enseñanzas, sino que las vivió y se dejó orientar por
ellas. Además, nos las comunica con la misma pericia pedagógica.
Pero,
lo repito, entraba el Padre Porras al Seminario con una extraordinaria
experiencia pastoral, como párroco, capellán, asesor de movimientos de laicos,
trabajo de curia y acción vocacional como formador de sacerdotes. Nuestro
formador es un sacerdote amigo de los seminaristas. Creo que aprendimos más
viéndole vivir y con las tertulias informales que muchas veces teníamos en su
estudio o en los paseos improvisados, que en las magistrales clases en el aula.
Se
ve una persona a quien le gusta el deporte y nos exige practicarlo con él. En
la introducción de su libro De Cara al
Futuro, su primer tomo, publicado por la Universidad de los Andes en 1992
como homenaje a su jubileo de plata sacerdotal, lo expresa con espontaneidad
señalando lo que llama “tres querencias”: la capilla, indicando su fuerte vida
espiritual. El ejercicio físico que le permite ser disciplinado, constante y
eficaz en su trabajo. La tercera querencia son sus libros, su estudio e
investigación con seriedad y competencia. Actitudes que formó al sacerdote
Baltazar desde seminarista por parte de los Padres Euditas que, por el decir de
él, eran de hierro.
El
Cardenal Porras vive y se forma en el camino renovador de la Iglesia actual que
comienza por los movimientos litúrgicos, sociales, bíblicos, patrísticos,
teológicos y pastorales que impulsaron el Concilio Vaticano II (1962-1965). El
inicio de su formación teológica en Salamanca coincide con el año de la
apertura de las Sesiones Conciliares. Lo sigue paso a paso por medio de
informaciones, estudios e investigaciones. Va forjando su vida sacerdotal con
el ritmo de una Iglesia que se rejuvenece. Para reflexionar sobre este
acontecimiento del Espíritu, nuestro Cardenal escribe con cierto reclamo: “El
Concilio, no nos engañemos, inició un movimiento irreversible que no lo podemos
detener ni acomodar. Estamos traicionando el paso del Espíritu si seguimos
aferrados a las adherencias que los siglos y nuestra propia comodidad han ido acumulando.
Ha sido tan avasallador el paso del Concilio que la dinámica de la vida
eclesial ha superado, en mucho, algunos planteamientos iniciales y, ¿podemos
quedarnos al margen o ignorar esa realidad? Sería suicida porque faltaríamos a
la fidelidad al Espíritu que es el que lo mueve todo” (De Cara al Futuro, p.20).
A
los cincuenta años de este Concilio, en nuestra Católica de Maracaibo (UNICA),
el actual Cardenal Porras comunicará su experiencia: “Tuve la dicha de que mis
cuatro años de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca coincidieran
con las cuatro sesiones conciliares. Vivimos aquellos años con pasión, ávidos
de aprender, hurgando en ese Espíritu que soplaba por doquier lo que
necesitábamos para poder ser heraldos de la Palabra de Dios en un mundo que mostraba
síntomas de cansancio y aburrimiento por lo religioso” (Conferencia dictada el
13 de septiembre de 2012 en la UNICA).
Sigue
su conferencia aclarando y desafiando: “Pero, me pregunto a estas alturas,
¿cómo hablar del Concilio Vaticano II a un auditorio que en su mayoría,
fundamentalmente por razones de edad, percibe el concilio como un hecho del
pasado que no genera el entusiasmo y la pasión que ardió en quienes nos tocó
vivir el paso cualitativo de la etapa preconciliar a la efervescencia de las
diversas etapas postconciliares? Intentaré, por tanto, de hacer un recorrido
testimonial más que doctrinal, con la esperanza de que el recuerdo cordial del
Vaticano II sea más bien, un acicate para acercarse a él con la convicción de
que hay muchas tareas pendientes que deben asumir las actuales y futuras
generaciones”.
Baltazar
respira amor a su Iglesia, ésta que ha sido capaz de revisarse a la luz del
Evangelio y de la Tradición, que se auto-comprende misterio de comunión y
misión en el mismo Misterio de Dios Trinidad. La que es en Cristo, no en ella
misma, sacramento de salvación. Que, como dirá Juan Pablo II, es casa y escuela
de comunión. La que nace de la voluntad amorosa del Padre y la misión salvadora
del Hijo y del Espíritu Santo. La que sirve al Reino de Dios, no la que se cree
el Reino de Dios. La Iglesia como comunidad cristiana, humana, integrada por
seres humanos, solidaria del género humano y de su historia. Sirvienta de la
humanidad, como dirá Pablo VI, el papa de la modernidad, como lo califica Baltazar.
De
muchas maneras, nuestro Cardenal, participa y es protagonista de primera plana
de los grandes acontecimientos eclesiales de América Latina que sigue el camino
renovador del Concilio. Desde estas experiencias, en 1976, él interroga a los
cristianos actuales (Los Interrogantes
del Cristiano de hoy, Trípode, Caracas 1976): “¿La Iglesia se derrumba? No.
La Iglesia cambia. Necesita cambiar, porque le urge dar respuesta a los
problemas actuales”. Desde Medellín (1968), al siguiente año de su ordenación sacerdotal,
va a vibrar con la Iglesia liberadora que opta preferencialmente por los
pobres. Con el fin de ayudar a los laicos a conocer y acoger las Conclusiones
de Medellín, realiza una extraordinaria síntesis titulada: Documentos del CELAM (Medellín) para Cursillos de Cristiandad
(Trípode, Caracas 1972).
Por
lo mismo, su tesis doctoral la dedica al tema del diagnóstico
teológico-pastoral de la Venezuela contemporánea desde la documentación
episcopal venezolana y desde la teología latinoamericana (Los Obispos y los Problemas de Venezuela, Trípode Caracas 1978).
Para el autor, “el mensaje eclesial de Medellín parte de la necesidad de una
búsqueda de una nueva y más intensa presencia de la Iglesia en la actual
transformación del continente. Convencida de que tiene un mensaje para todos
los hombres que tienen hambre y sed de justicia. Quiere ser Iglesia-signo y
penetrar todo el proceso de cambio con los valores evangélicos. Como línea
pastoral opta por las comunidades eclesiales de base”.
Pero,
en Puebla (1979), Baltazar desde el Seminario Santa Rosa de Lima, trabajó y
reflexionó muy arduamente desde el primer documento de consulta, en la
preparación de los aportes de la Conferencia Episcopal Venezolana y en el mismo
desarrollo de la Tercera Conferencia. Va a criticar con serenidad aquel
documento de consulta de Puebla, reformado totalmente por los aportes de las
distintas conferencias episcopales del continente (se puede leer su artículo
“observaciones desde la teología pastoral al documento de consulta de Puebla”, De Cara al Futuro, pp. 116-119).
Pero,
existe un libro muy importante que nuestro Cardenal escribe con Mons. Mario
Moronta en 1980, siendo los dos presbíteros, se trata de: Puebla, Opción Fundamental de la Iglesia, Trípode, Caracas: “El
documento nos presenta en todo momento una referencia a la Iglesia como signo,
como comunión, como servicio, como evangelizadora, como preocupada por los
hombres, etc. Por ello, la opción de Puebla está en la Iglesia” (p. 7). Aquí se
estudia especialmente, las opciones preferenciales por los pobres y por los
jóvenes.
Aquellos
tiempos de Puebla fueron en el Seminario, gracias Baltazar, intenso en todo lo
que significó estudio y reflexión, información, crítica y análisis, tiempos de
posturas importantes que nos permitió identificarnos totalmente con la realidad
socio-política de Latinoamérica. De luchas, dictaduras militares crueles,
guerras civiles, ideologías como el socialismo, cristianos por el socialismo,
al otro extremo, la seguridad nacional. Tiempos juveniles de la revista Protesta (Ed. San Pablo) penetrada por
nosotros en el Seminario. Cómo olvidar cuando el 24 de marzo de 1980 nos
metimos a llorar el asesinato de Mons. Romero en el estudio de Baltazar, que
compartía nuestras inquietudes y nos escuchaba, así como también nos orientaba
y enseñaba. Es verdaderamente una gracia divina haber vivido mi formación con sacerdotes
como Baltazar.
Después
de que lo nombran Obispo Auxiliar de Mérida en 1983 y luego Arzobispo de la
misma Arquidiócesis andina en 1991, lo hemos visto actuar a nivel nacional.
Especialmente, en estos años de totalitarismo y grave crisis humanitaria. Ha
sido un pastor y un profeta agudo. Según él, “sería
bueno, pasearnos por la realidad venezolana y preguntarnos, si basta la
estética comunicacional o es necesario hincarle el diente a la ética, para que
la igualdad sea el rasero con el que midamos la conducta personal y la de
aquellos que nos dirigen”. Como hijo del Vaticano II, de Medellín y Puebla,
sabe escrutar los nuevos signos de los tiempos y responderle con los valores
del Evangelio de Jesús. De esta forma nos enseña que “la justicia humana no es
sólo el pago de una pena, requiere del respeto a la condición humana y a la
vida, que están por encima de cualquier otra connotación”.
Con la sensación de no haber dicho
lo suficiente, finalizamos estas reflexiones, escritas presumiendo amistad con
nuestro nuevo Cardenal, me rindo ante los pies del crucificado para agradecer
tan importante designación y que sirva, como bien lo ha referido él, para la
paz y la superación de los males que sufre nuestro pueblo venezolano.