Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal
26
Solemnidad de Corpus Christi
La comunión se fundamenta en el amor. Es
decir, el amor se expresa en una interrelación íntima de personas que conviven,
comparten y participan de intereses comunes, manteniendo intacta la identidad
de cada persona. Donde cada una se valora y sabe que sus valores están al
servicio de todos. A la vez, cada persona valora a las demás y se sabe necesitada
de ellas. Se necesitan mutuamente. El amor es comunión de vidas que se entregan
unas al servicio de otras. Así es Dios, Trinidad santa, comunión de personas divinas
en la perfecta unidad del conocimiento y del amor. Es este el Dios que creó el
mundo en la armonía que revela su belleza y bondad. Y, en este mundo creó al
ser humano en el amor y la libertad, en la vocación de relación comunional, con
Dios, con los otros humanos y con las demás criaturas.
El ser humano es creado en una digna participación
de la divinidad de su Creador que lo hizo a su imagen y semejanza. Convivimos
con Dios. Nuestra fuente de existencia es la comunión con nuestro Creador. Lo humano
y lo divino nos construye en la gracia y la bondad. Esta relación comunional con
Dios es de amor filial. Dios es Padre nuestro. Por eso, la comunión interhumana
se identifica con la fraternidad y nace de la comunión Padre-hijos. Es decir,
porque Dios es nuestro Padre, todos los humanos somos hermanos. Como lo enseña
el Magisterio de la Iglesia latinoamericana, “al hacer el mundo, Dios creó a
los hombres para que participáramos en esa comunidad divina de amor: el Padre
con el Hijo Unigénito en el Espíritu Santo” (Puebla 182).
Esta comunión de Dios y de la humanidad tiene
su lenguaje, se expresa en signos sacramentales que esconden y revelan el
misterio de amor. Son los Sacramentos por donde Dios comunica su gracia y nos
permite encontrarlo. Donde Dios viene a nuestro encuentro y entra a vivir en
nosotros y nos invita a salir para recibirlo en comunión. El Sacramento por
antonomasia es Jesucristo, “Él es imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Al
seguir a Jesucristo, nos encontramos con el Padre y recibimos el Espíritu Santo.
Y la Iglesia es el sacramento del amor comunional de Dios, Trinidad santa:
“Cristo, que asciende al Padre y se oculta a los ojos de la humanidad, continua
evangelizando visiblemente a través de la Iglesia, sacramento de comunión de
los hombres en el único pueblo de Dios, peregrino en la historia. Para ello,
Cristo le envía su Espíritu, quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y
quien en lo hondo de la conciencia hace aceptar y comprender la palabra de
salvación” (Puebla 220).
En la historia de la salvación, el Hijo se
encarna y se hace comunión con la humanidad. Lo Eterno y lo histórico, lo
Divino y lo humano, conviven unidos en la Persona de Jesucristo. Desde
entonces, el mundo y la humanidad están colmados de Dios. Todo nos habla un
Dios que nos ama y nos quiere unidos. La comunión entre nosotros y todos con
Él, es la realización plena de la historia, su plenitud. El Padre viene a
comulgar con nosotros por el Hijo encarnado, en el Espíritu Santo, vínculo de
amor.
Y, para que este encuentro comunional se
renueve constantemente a lo largo de la historia, nos ha regalado el don de la
gracia por medio de los sacramentos. Así llega Dios a nuestro corazón y nos
transforma. Lo resumimos con el teólogo napolitano Bruno Forte: “Si Cristo es
el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo, los sacramentos
son las realización más intensas del encuentro con Dios en la Iglesia, cuerpo
de Cristo y templo del Espíritu… Cada uno de los sacramentos despierta y
enriquece nuestra relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo y
que todo itinerario sacramental hace que el Dios vivo permanezca en el corazón
del hombre y que el hombre nuevo permanezca en el corazón de la Trinidad” (Introducción a los Sacramentos, Paulina,
Madrid 1996, pp. 5-6).
En este misterio de comunión interhumano y
humano-divino, podemos contemplar el valor extraordinario de la Eucaristía. El
Sacramento de nuestra fe (Mysterium fidei)
o, como lo identifica nuestro pueblo, el Santísimo Sacramento. Esta es la
manera como el Señor se ha querido hacer presente y permanecer en comunión con
nosotros. Es importante entender que “tal presencia se llama real no por exclusión, como si las otras
(presencias) no fueran reales, sino
por excelencia, ya que es substancial, porque mediante ella, ciertamente se
hace presente Cristo Dios y Hombre, entero e integro” (Pablo VI, Mysterium fidei 5).
Este sentido de presencia de comunión del
Señor que nos realiza como comunidad de fe, esperanza y caridad, es expresado por
Juan Pablo II de una manera excepcional en su encíclica sobre la Eucaristía en
su relación con la Iglesia (Ecclesia de
Eucharistia del jueves santo de 2003). Dice el santo papa: “Con la comunión
eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San
Pablo se refiere a esta eficacia
unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a
los Corintios: Y el pan que partimos ¿no
es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un
solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Cor 10,16-17). El
comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: ¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo ¿En qué se
transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos
sino un solo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté
compuesto de muchos granos de trigos y éstos se encuentren en él, aunque no se
vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión;
de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros
y, juntos, con Cristo” (Ecclesia de
Eucharistia 23).
Concluye su enseñanza: “La argumentación es
terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace
que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia.
La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo mediante
el don del Espíritu” (Ecclesia de
Eucharistia 23). De ahí su tesis: “La Iglesia vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia 1). Por eso, la
vida del cristiano y de la Iglesia es una Eucaristía prolongada, como afirma
san Alberto Hurtado.
Maracaibo, 7 de junio de 2015
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