Director del Centro de Estudios de la Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
Universidad Católica “Cecilio Acosta”
Maracaibo
Yo
estudié moral social en el Seminario con el padre Urbano Sánchez García,
teólogo español, recordado por su competencia en la materia. Después de varios
años, adquirí su obra en teología moral recogida en tres tomos, bajo el título:
La Opción del Cristiano (Ed. Atenas,
Madrid 1986). Observo en esta obra las enseñanzas de las clases, por supuesto, mejor
elaboradas y expuestas. Su método, lo expresaba en clase, lo denominaba:
“Síntesis Renovadora”. En su obra, guardando el mismo sentido, lo nombra:
“Síntesis Actualizada”. El primer tomo desarrolla el tema de la moral
fundamental y en los dos siguientes la moral especial. El último tomo de moral
especial, está dedicado a la moral social bajo la clave de “humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la
vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna”. De ahí tomo el título de
estas reflexiones. Lo hago porque encuentro en esta opción cristiana de
humanizar el mundo el propósito de la evangelización desde la doctrina social
o, lo que es más exacto, el fin de la misión de la Iglesia.
Comparto con mi profesor su afirmación
de que “lograr un mundo más humano es el
desafío que interpela a toda persona” (Sánchez, p. 7). Explica más adelante
que “se trata de la opción del cristiano por los derechos y deberes de la
verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz” (Sánchez, p. 7). Para ello,
enumera unos criterios fundamentales (Cf. Sánchez, p. 13): el respeto a los
derechos humanos en la solidaridad; la corresponsabilidad en Cristo como eje
central: una fe iluminadora, profética y operativa, propia del reino de Dios;
la verdad, donde el mensaje cristiano entra en armonía con todos los que educan
y buscan la verdad.
A propósito de este criterio, el Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia (CDSI) asegura que esta doctrina está al servicio de la verdad
plena del ser humano y, en el mismo sentido de la obra citada, afirma: “El
primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la
verdad misma del ser-hombre” (CDSI 16). En la misma línea, el documento de
Puebla, al hablar del contenido de la evangelización, expone una excelente
síntesis teológica sobre la verdad sobre Jesucristo (Cf. Puebla 170-219), la
verdad sobre la Iglesia (Cf. Puebla 220.303) y la verdad sobre el ser humano (Cf.
Puebla 304-338). Esto significa que la verdad de la persona humana y su
dignidad forman parte de la misión de la Iglesia. Aclara Puebla que se trata de
una “visión cristiana del hombre, tanto
a la luz de la fe como de la razón, para juzgar su situación en América Latina
en orden a contribuir a la edificación de una sociedad más cristiana y, por
tanto, más humana” (Puebla 304). Se evangeliza para ser más humano.
Desde el criterio de la verdad del
ser-hombre, se genera otros criterios de igual importancia: hablamos de la
valoración integral de la vida humana; la justicia social vivificada por la
caridad y subordinada al bien común; el respeto mutuo y la solidaridad
corresponsable; la actitud de servicio para hacer efectivos la libertad
política y el compromiso cristiano por la liberación; la paz como fruto de la
justicia y expresión de la caridad; el diálogo conciliador y la fraternidad. En
suma, “conseguir un mundo humanizado por
la verdad, la vida digna, la justicia social, la libertad, la paz y la
fraternidad es la mística que motiva la opción corresponsable de toda persona”
(Sánchez, p. 17).
A mi parecer, ésta es la línea que
sigue la doctrina social que busca “promover
un humanismo integral y solidario” (CDSI 7). Ciertamente, como lo expresa
en la introducción el Compendio, lo que se pretende es construir un mundo más
humano, es decir, una humanidad centrada en el ser humano integral, en su
dimensión inmanente y trascendente. En este sentido, yo me apunto por los que
optan por una antropología cristocéntrica y, por lo tanto, también centrada en
el Dios comunión trinitaria. Así como un Dios humanado quien, al revelarnos el
misterio de Dios, revela también el del ser humano (Cf. Gaudium et spes 22).
Para reforzar lo afirmado, nos referimos a la aclaratoria de la
Constitución Gaudium et spes (GS): “Es la persona humana la que hay que
salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar… el hombre todo entero,
cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad… (La Iglesia)
ofrece (su servicio solidario) a todo el género humano… para forjar la
fraternidad universal que corresponde a esta vocación” (GS 3). Es de ahí
que Pablo VI denomina a la Iglesia como la
doméstica de la humanidad.
El Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia comienza presentándonos el designio de amor del Dios para la
humanidad. La acción liberadora de Dios en la historia de Israel, su cercanía
gratuita y, especialmente el don de su Hijo Jesucristo para cumplir plenamente
su proyecto salvador. No sólo que se interesa por nosotros, sino que nos ama
infinitamente. El Dios que nos revela Jesucristo, es el mismo Dios Creador que
nos creo libre para el amor, para la comunión fraterna. Esto testimonia que el
ser humano es importante para Dios.
Lo que conocemos de Dios y del ser
humano es lo que nos revela la historia de salvación, la acción liberadora de
Dios en la experiencia del pueblo de Israel. Necesariamente debemos buscar en
las Sagradas Escrituras porque es la fuente del misterio revelado. Es el hambre
que sufren los hijos de Israel la que los obliga a refugiarse en Egipto donde
sufren la esclavitud de un régimen absoluto. Es ahí, en la extrema necesidad,
subyugados por la tiranía del faraón, donde se produce el encuentro de Dios con
su pueblo.
La acción liberadora de Dios con su pueblo comienza por su
acercamiento gratuito. Elige un líder, baja y se presenta a Moisés, el elegido,
para expresarle su profundo sentimiento de descontento ante una humanidad
sufrida y su firme decisión de liberarla, porque ha escuchado sus gemidos (Ex
3,1-6). Es así como Dios se hace samaritano ante un pueblo herido por los
poderosos. Es que esta situación de opresión no es querida por Dios porque
contraría su designio. Esta verdad se fundamenta en lo que el Compendio señala
como el principio de la creación (CDSI 26-27).
En el desarrollo de la fe de Israel se descubre que el Dios que
nos ha liberado, es el mismo que nos ha creado. Dios, pues, no puede quedar
indiferente ante una humanidad sufrida y esclava, porque la ha creado para la
libertad, para la convivencia fraterna, en participación de su naturaleza
divina. Por eso, “la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina
en el hombre. Pues quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión, de
modo que busque sin coacción a su Creador y, adhiriéndose a Él, llegue
libremente a la plena y feliz perfección” (GS 17). Este es el designio de Dios.
Es este también el sentido más profundo de la acción de Dios en la historia.
La encarnación de Cristo marca la plenitud de la revelación de
Dios y el cumplimiento de su promesa (CDSI 28-29). “Jesús se sitúa, pues, en la
línea del cumplimiento, no sólo porque lleva a cabo lo que había sido prometido
y era esperado por Israel, sino también, en un sentido más profundo, porque en
Él se cumple el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres” (CDSI
28). Ésta es la más grande exaltación de la dignidad humana. Dios se hace
solidario con el género humano, convive con nosotros en este mundo, en esta
historia. La buena noticia (el Evangelio) consiste en que Jesucristo es Dios
presente y actuante en la historia con un proyecto liberador: anunciar el
Evangelio a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, hacer ver a los
ciegos, liberar al oprimido y declarar el “año de gracia del Señor” (Lc
4,18-19; cf. CDSI 28).
De esta plena revelación y cumplimiento del designio de Dios por
Cristo, se contempla lo que el Compendio señala como el principio trinitario de
la DSI. Dios es relación interpersonal de amor de tres personas distintas, en
una unidad de comunión perfecta en el amor: “El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como
amor fontal del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que
el Hijo hace de este amor; volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los
hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo
infunde en el corazón de los hombres” (CDSI 31).
En definitiva, Dios es comunión de amor, fuente, modelo y meta
de la Familia, la Iglesia y la Sociedad. Cristo que se dona, nos enseña que
Dios es Padre de todos y, por tanto, todos somos hermanos. Un reto importante es
la creación de una sociedad fraterna, en comunión de amor, en libertad y
corresponsabilidad. Es el ideal de toda comunidad cristiana. Aquí encontramos,
pues, el fundamento teológico de la sociedad y la naturaleza del misterio de la
Iglesia como sacramento de salvación, signo e instrumento de comunión de la
humanidad entera: Presencia de Cristo en la humanidad o, como lo enseña el
Compendio, “morada de Dios con los hombres” (CDSI 60-61), dentro del capítulo
dos sobre la misión de la Iglesia y la Doctrina Social: “La Iglesia es entre
los hombres la tienda del encuentro con Dios” (CDSI 60).
Este capítulo segundo del Compendio es una síntesis muy completa
de la naturaleza de la DSI centrándola en la misión evangelizadora. No como una
parte de la misión de la Iglesia, sino como integrada e identificada con la
evangelización y el mismo misterio de la Iglesia. Por ahora, nos ocupamos en
cuatros puntos: la presencia de Dios en el mundo por la misma presencia de la Iglesia,
la sociedad fecundada por el Evangelio de Jesús, la promoción humana como lugar
privilegiado de la evangelización, y el derecho y el deber de la Iglesia frente
a la sociedad y sus cuestiones.
Esta exposición, pues, forma parte de este gran capítulo, no es
un tema aislado. De manera que no nos sorprenda que acudamos a los apartados de
“La Naturaleza de la Doctrina Social” (CDSI 72-86) y “La Doctrina Social en
nuestro tiempo: Apuntes Históricos” (CDSI 87-104). Pues, la misión
evangelizadora está integrada en la naturaleza de la doctrina social que tiene
una dimensión histórica porque, con ella, la Iglesia acompaña al peregrino por
todo el desarrollo de la historia para iluminar sus caminos y dar respuestas a
las cuestiones sociales.
La Iglesia está en el mundo no aislada, sino encarnada. En ella
Dios habita entre nosotros. No está para ser admirada, ni para dominar, sino
para servir y dar la vida como lo hace Jesús. Para mí, el discurso de clausura
del Vaticano II, pronunciado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, día que
coincide con la promulgación de la constitución pastoral de la Iglesia en el
mundo actual, la Gaudium et spes, es
iluminador para aquellos que optamos, como lo hace la doctrina social, por un
humanismo integral y solidario. Comienza afirmando lo que se propuso desde el
principio este acontecimiento eclesial: “Este Concilio entregará a la
posteridad una imagen de la Iglesia”.
Dice que el Concilio se ha “preocupado muchísimo de analizar el
mundo actual, ha sentido la necesidad de conocer la sociedad que la rodea, de
acercarse a ella, de comprenderla, de penetrar en ella, servirla y transmitirle
el mensaje del Evangelio y de aproximarse a ella siguiéndola en su rápido y
continuo cambio”. “La Iglesia, reunida en Concilio, ha dirigido realmente su
atención (…) hacia el hombre, el hombre tal como se presenta actualmente: el
hombre que vive; el hombre que no sólo se considera el único centro de todo su
interés, sino que se atreve a afirmar que él es el principio y razón de todas
las cosas”.
“Las necesidades humanas conocidas y meditadas de nuevo, que son
tanto más penosas cuanto más crece el hijo de la tierra, absorbieron toda la
atención de este Sínodo nuestro. Vosotros,
humanistas modernos que negáis las verdades que trascienden la naturaleza de
las cosas, conceded al menos este mérito al Concilio y reconoced nuestro nuevo
humanismo, pues también nosotros, nosotros más que nadie, somos cultivadores
del hombre”. “Aún hay otra cosa que juzgamos digna de consideración: toda
esta riqueza doctrinal tiene una única finalidad: servir al hombre en todas las
circunstancias de su vida, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades. La Iglesia se ha declarado en cierto modo
la sirvienta de la humanidad”. Termina expresando que la Iglesia ama al ser
humano. Parafraseando a Don Bosco que dice que para educar al joven hay que
amarlo, podemos igualmente afirmar que para evangelizar al ser humano debemos
amarlo.
El Compendio también destaca el sentido de la Iglesia como
servidora de la humanidad, un servicio de salvación que humaniza. “Por esta
razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se
produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y
humanizadora, de la vida social” (CDSI 62). Aquí a seguimos una vez más a Pablo
VI que en su carta magna de la evangelización, Evangelii nuntiandi (EN), nos presenta la evangelización como
servicio a la humanidad.
Para el beato papa, evangelizar es anunciar la salvación
liberadora, ésta identifica el misterio de la Iglesia (EN 14). Evangelizar es
humanizar, renovar la humanidad, es liberar, es hacer crecer a la persona
humana y la sociedad sembrando en su corazón la semilla del Reino de Dios, el
Evangelio de Jesús: “Entre evangelización y promoción humana (desarrollo,
liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico
porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser
sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológicos, ya que
no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega
hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de
justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico
como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin
promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento
del hombre?” (EN 31).
La tercera conferencia del episcopado latinoamericano en Puebla
nos habla también de la relación entre evangelización, liberación y promoción
humana, más específicamente, con relación a la doctrina social de la Iglesia.
Se trata de iluminar con el Evangelio la realidad de los pueblos, discernir
criterios de reflexión y promover comunidades cristianas. Más explicito dice:
“La evangelización da a conocer a Jesús como Señor, que nos revela al Padre y
nos comunica su Espíritu. Nos llama a la conversión que es reconciliación y
vida nueva, nos lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos.
Hace brotar, por la caridad derramada en nuestros corazones, frutos de
justicia, de perdón, de respeto, de dignidad, de paz en el mundo” (Puebla 352).
Por su parte, la conferencia episcopal latinoamericana en Santo
Domingo (SD), proclama que “la promoción humana es una dimensión privilegiada
de la nueva evangelización” (SD 159-163). Aquí, al igual que en Puebla, se
asume la Evangelii nuntiandi y el
vínculo que existe entre evangelización y promoción humana. Se podría concluir
radicalmente que la acción evangelizadora de la Iglesia sin el compromiso de
promoción humana es ineficaz.
Santo Domingo añade que “el sentido último del compromiso de la
Iglesia con la promoción humana, predicado reiteradamente en su magisterio
social, está en la firme convicción de que la genuina unión social exterior
procede de la unión de los espíritus y los corazones, esto es, de la fe y de la
caridad” (SD 157). Esta idea es reforzada por la conferencia en Medellín: “La
originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de
la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia, en la conversión
del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos un continente nuevo sin
hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser verdaderamente libres y
responsables” (Medellín 1 Justicia 3). En efecto, concluye Santo Domingo, “con
el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora del
desarrollo precisamente porque lleva a la conversión del corazón y de la
mentalidad” (SD 157).
Aún es necesario anotar que se trata de la doctrina social de la
Iglesia, donde el cristiano encuentran los principios, criterios y
orientaciones “para la tarea de transformar el mundo según el proyecto de Dios”
(SD 158). Es esta doctrina social la que enseña que la promoción humana
comienza con la liberación. Porque, lo dirá Pablo VI con la profundidad de una
sencilla fórmula en la Populorum
progressio (PP): “…el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y
para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas” (PP
20).
El Compendio afirma que “en cuanto Evangelio que resuena
mediante la Iglesia en el hoy del hombre, la doctrina social es palabra que
libera. Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu
de Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y
proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito
social significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado
y de liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del
hombre en cuanto que es medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre
más humana porque es más conforme al Reino de Dios” (CDSI 63).
También el Compendio cita y desarrolla los vínculos que, según
la Evangelii nuntiandi, relacionan la
evangelización con el desarrollo humano y la liberación de los pueblos (Cf.
CDSI 66-68). Es, pues, un deber de la Iglesia el “hacer resonar la palabra
liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de
la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia,
de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive” (CDSI
70).
(Conferencia en el primer taller de DSI en la Parroquia San Antonio María Claret, Maracaibo, el 29-5-2016)
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