Profesor de la UNICA
Una de las experiencias espirituales
que viví durante mis estudios en Roma fue el 14 de octubre de 1994 cuando Juan
Pablo II beatificó al ya muy querido y venerado Padre Alberto Hurtado (nace en
Chile el 22 de enero de 1901 y entrega su alma al cielo el 18 de agosto de
1952). El acto litúrgico, como es costumbre en la plaza de San Pedro, revistió
una extraordinaria solemnidad. Pero, estando metido entre el entusiasmo de sus compatriotas
chilenos y demás latinoamericanos, experimenté una alegría popular que sólo la
fe en Jesús y la identidad de ser latinoamericano pueden lograr. “Viva Chile…
viva América Latina… Viva el Apóstol de los pobres…”, se gritaba con banderas
en alto, nos sentíamos en nuestros pueblos. Ciertamente, Dios ha sido bueno con
nosotros y estamos alegres, ha fijado su mirada en el corazón de un humilde
sacerdote que tomó en serio su opción por Jesucristo y, en el amor a los más
pobres, entregó su vida anunciando con palabras y obras, el Evangelio del reino
de Dios.
El
Padre Hurtado es un servidor de Jesús, fundamentando su servicio en lo que él
mismo dice: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en
persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos
tratarlo como un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”. Así le
reconoce Benedicto XVI al canonizarlo el día 23 de octubre de 2005. Aquí vale
recordar una meditación de Semana Santa dirigida a los jóvenes en 1946, donde
el Padre Hurtado nos enseña qué tipo de Santo es: “Cristo quiere cristianos
plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invitación de la Gracia, que
se dejen poseer por ese torrente invasor, que se dejen tomar por Cristo,
penetrar de Él. La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida
que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡Dios
quiere hacer de mí un Santo! Quiere tener santos estilo siglo XX: estilo Chile,
estilo liceo, estilo abogado, pero que reflejen plenamente su vida”.
Poco después de su canonización, San
Alberto Hurtado llegó a nuestra Universidad Católica Cecilio Acosta, casi sin
sentirlo, con pasos cortos y silenciosos, sin conocerlo, con la misma humildad
con la que vivió su fe. Sin muchas averiguaciones, quisimos invitarlo a formar
parte de nuestra Comunidad Universitaria porque necesitábamos un protector y
modelo de cristiano, una vida y un magisterio que nos marcara los pasos para
seguir a Jesús. Culminando su visita pastoral en nuestra Comunidad, nuestro
Arzobispo Mons. Ubaldo Santana lo nombra solemnemente nuestro Patrono el 7 de
abril de 2006.
San
Alberto Hurtado es nuestro mejor Maestro de humanismo cristiano. Muriendo joven
(de 51 años de edad), permanece siendo guía de juventudes. Aún resuenan sus
palabras, como las que pronunció a los jóvenes en la cima del Cerro San
Cristóbal (Chile) la noche anterior a la fiesta de Cristo Rey en 1938: “Una
vida íntegramente cristiana, mis queridos jóvenes, he ahí la única manera de
irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en vuestro hogar; vida cristiana
con los pobres que nos rodean; vida cristiana con sus compañeros; vida
cristiana en el trato con las jóvenes… Vida cristiana en vuestra profesión;
vida cristiana en el cine, en el baile, en el deporte. El cristianismo, o es
una vida entera de donación, una transformación en Cristo, o es una ridícula
parodia que mueve a risa y a desprecio”.
San Alberto Hurtado es cercano, un
santo que pasa por estos pueblos durante la primera mitad del siglo XX, con una
concepción cristiana que bien podríamos situar en el camino renovador que se
testimonia en el Vaticano II (1965), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo
Domingo (1992) hasta Aparecida (2007). Con un espíritu que mueve a la
liberación del oprimido y da sentido a la historia. Con una clara y firme
opción por los pobres y los jóvenes. Renuncia a ser un universitario pasivo,
individualista… quieto, sin producir nada. Sabe el sacrificio de muchos
estudiantes que trabajan y estudian, porque así fue como estudia él la carrera
de derecho en la Universidad Católica de Chile. Mientras que los domingos,
consagrados a Dios, lo dedica al trabajo entre los pobres de los barrios.
No
resta en nada a la excelencia de su carrera hasta graduarse de abogado en 1923.
Todavía nos falta mencionar su actividad socio-política a favor de la libertad
y la democracia fundada en la doctrina social de la Iglesia, con una especial
atención a la clase obrera. Inmediatamente después de su graduación, decide
seguir a Cristo de una manera radical entrando en la Compañía de Jesús
(Jesuitas), ordenándose sacerdote el 24 de agosto de 1933. No sólo es abogado,
estudia filosofía y teología en Lovaina (Bélgica), sino que también se
convierte en doctor en pedagogía y psicología. Toda esta vida académica la
consagra al servicio de su pueblo en el Colegio San Ignacio y en la Universidad
Católica de Chile, donde además atendía espiritualmente a estudiantes y
profesores. Como asesor de la Acción Católica en su país posee una admirable experiencia
pastoral. En todo es un verdadero seguidor de Jesús.
Debemos
resaltar con fuerza su obra de mayor impacto: “El Hogar de Cristo”, para el
servicio de Jesús en el rostro sufrido del pobre. Cuatro días antes de irse al
reino preparado para los servidores del Señor, nos deja su más caro deseo: “El
Hogar de Cristo, fiel a su ideal de buscar a los más pobres y abandonados para
llenarlos de amor fraterno, ha continuado con sus Hospederías de hombres y
mujeres, para que aquellos que no tienen donde acudir, encuentren una mano
amiga que los reciba”. Este mensaje es su testamento y su mejor lección: “Al
partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el
que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque
el pobre es Cristo. «Lo que hiciereis al más pequeñito, a mí me lo hacéis» (Mt
25,40)”. Él es el Patrono de la Universidad Católica Cecilio Acosta de nuestra
Arquidiócesis de Maracaibo.
Maracaibo,
22 de enero de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario