Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal 12
Sexto
domingo ordinario
El Hijo de Dios se encarna para
encontrarse con la humanidad necesitada de la liberación del pecado y sus
consecuencias. Así lo contemplamos en el Evangelio y así lo anuncia la Iglesia:
“Jesús de Nazaret nació y vivió pobre en medio de su pueblo Israel, se
compadeció de las multitudes e hizo el bien a todos. Ese pueblo agobiado por el
pecado y el dolor, esperaba la liberación que Él les promete (Mt 1,21). En
medio de él, Jesús anuncia: Se ha
cumplido el tiempo; el Reino de Dios está cercano; conviértanse y crean en el
Evangelio (Mt 1,15). Jesús, ungido por el Espíritu Santo para anunciar el
Evangelio a los pobres, para proclamar la libertad a los cautivos, la
recuperación de la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos nos ha
entregado en las Bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña la gran
proclamación de la nueva ley del Reino de Dios” (Puebla 190).
El evangelista Marcos nos cuenta que
Jesús, al comenzar su predicación y la elección de sus primeros discípulos, se
puso en acción con el encuentro con los seres humanos más necesitados, los
enfermos y pecadores. Según el gran especialista en las Sagradas Escrituras
Luis Alonso Schökel, Marcos escribe sobre Jesús a una comunidad pagana, pobre y
perseguida. Dice que la primera parte de su evangelio sucede velozmente:
bautismo, desierto, discípulos, primeros milagros y controversias. Es como un
combate entre el bien y el mal, él y el pecado. Pero, a mi juicio, el encuentro
con el leproso (Mc 1,40-45) es de una significación extraordinaria. Es el
encuentro del humano, desprovisto de toda fuerza de poder y riqueza, totalmente
enfermo y marginado.
Para comprender la profundidad de
este encuentro debemos saber que en el pueblo de Jesús había una ley que
declaraba impuro al enfermo de lepra (cf. Lev 13,1-2.44-46). Es decir, todo
leproso era declarado pecador y expulsado de la comunidad. Hasta muy reciente
nosotros aislábamos a los leprosos por miedo al contagio, hasta que se
descubrió que tal enfermedad no amenazaba a nadie. Pero en el pueblo de Jesús creían
que el contacto con el leproso les hacia automáticamente impuros. Es difícil
para nosotros comprender tal creencia. Sin embargo, la actitud de Jesús es
diferente. Realmente, para él el ser humano tiene una dignidad que está por
encima de cualquier ley, tradición o creencia. Se acerca al leproso porque lo
necesita, a riesgo de ser considerado impuro.
Pero
un encuentro con Jesús no queda en simple momento afectivo pasajero, es
liberador. Antes y después de este acontecimiento narrado por Marcos ocurren
otros con igual efectividad: la liberación del endemoniado de Cafarnaúm donde sorprendió
con su autoridad (Mc 1,21-28). La curación de la suegra de Simón que él
convierte en servidora (Mc 1,29-39). Y, después de liberar al leproso de su
enfermedad y del desprecio de los demás, cura al paralítico liberándolo del
pecado (Mc 2, 1-12) y, mirando con misericordia a Leví, lo libera de un oficio
corrupto y lo llama a ser su apóstol (Mc 2,13-17). Estos acontecimientos son
señales de que Dios está presente y reina entre nosotros, es la confirmación de
su primer anuncio: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios,
arrepiéntanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15).
Ciertamente,
el pecado nos convierte en personas imposibilitadas para actuar el bien y amar
a los demás. Como con una lepra espiritual que nos hace insensibles ante el
necesitado. Jesús nos enseña a tener compasión, es decir, a compartir
solidariamente la pasión y el sufrimiento de los demás: Jesús se compadeció del
leproso, extendió la mano, lo tocó y lo curó (cf. Mc 1,40-41). La lepra
espiritual, fruto del odio, la envidia, del egoísmo, de ambiciones, rompe la
relación con Dios y nos conduce al desprecio del otro. Para librarnos del
pecado, arrepentirnos y creer en el Evangelio, acerquémonos al Señor y su
encuentro nos liberará para convertirnos en servidores de su reino.
Maracaibo,
15 de febrero de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario