martes, 2 de marzo de 2010

La visión cristiana del Progreso Humano

(Ponencia presentada el 1-3-2010 en la UNICA en el Foro sobre la Encíclica de Benedicto XVI, Caritas in Veritate, en el marco de la IV Semana de la Doctrina Social de la Iglesia)

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

El ser humano es un proyecto. No es un ser arrojado al mundo. Su existencia es dinámica… un perpetuo devenir. Se realiza en la historia a la vez que hace la historia. Según el libro del Génesis, el mundo y el ser humano son creados por Dios en un proceso temporal de seis días, dejando el séptimo para la adoración al Creador. Pero, ni el mundo ni el mismo hombre son creados completamente, es una tarea bajo la responsabilidad del ser humano. De esta manera el cristianismo concibe al ser humano como un proyecto de Dios. En él, Dios realiza su designio. La realización humana en el mundo, en continuo peregrinar, es, pues, una vocación. Responde a un llamado continuo del Absoluto, de donde surge como su fuente creador, y hacia donde dirige sus pasos como a su meta final. Tiene la misión de ser fecundo, multiplicarse y hacer crecer la tierra (Cf. Gen 1,28). Todo está bajo su responsabilidad, él es la luz que ilumina al mundo creado por Dios y es la sal de donde recibe lo creado su sentido. Sin el hombre, el mundo es oscuro y sin sabor: “Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada… Ustedes son la luz del mundo…”, dice Jesús (Mt 5, 13-16).
El ser humano avanza así en su propio ilimitado perfeccionamiento por su acción sobre el mundo. Siendo humano (polvo, tierra), fue creado con participación de la naturaleza divina de su Creador. “El hombre ha sido creado a imagen de Dios, capaz de conocer y amar a su Creador y ha sido constituido por Él señor de todas las criaturas terrenas para regirlas y servirse de ellas glorificando a Dios” (Gaudium et spes 12). Ahí radica la dignidad del ser humano que siendo materia con todo el mundo material, es espíritu con todo el mundo espiritual. Es Persona Humana capaz de hacer del mundo creado un mundo transformado a su servicio en justicia y santidad. Eso es la humanización del mundo por medio del trabajo, de la ciencia y la tecnología. Por medio del arte y la mística.
La lectura cristiana al libro del Génesis en su capítulo primero, en el verso que recoge la decisión del Creador de hacer al hombre a su imagen y semejanza, nos indica la meta de la historia humana, su fin, su vocación: ser cada vez más esa imagen y semejanza según el perfecto modelo que es el Hijo encarnado, perfecta imagen del Padre. Donde Dios se hace visible y se revela plenamente. El hombre perfecto (Gaudium et spes 22). Pues, Jesucristo es el modelo ideal de todo ser humano. Donde éste realiza plenamente su vocación.
El progreso, es decir, el crecimiento del mundo por los avances de las obras temporales de la inteligencia humana es bendecido por Dios porque forma parte del ser ontológico del humano. Esta es una de las mayores afirmaciones del Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral, el valor cristiano de la actividad humana: “Los creyentes tienen la certeza de que la actividad humana individual y colectiva, es decir, aquel ingente esfuerzo con el que los hombres pretenden mejorar las condiciones de su vida a lo largo de los siglos, considerado en sí mismo, responde al plan de Dios. Pues el hombre, creado a imagen de Dios, ha recibido el mandato de regir el mundo en justicia y santidad, sometiendo la tierra con todo cuanto en ella hay, y, reconociendo a Dios como creador de todas las cosas, de relacionarse a sí mismo y al universo entero con Él, de modo que, con el sostenimiento de todas las cosas al hombre, sea admirable el nombre de Dios en toda la tierra” (Gaudium et spes 34). Es por eso que Paulo VI expresa en la Populorum progressio que la Iglesia, dentro de su misión evangelizadora, debe promover “la elevación humana de los pueblos” (Populorum progressio 12).
En esta misma línea, Benedicto XVI en su nueva Encíclica Caritas in Veritate, señala que Paulo VI tiene una visión articulada del desarrollo. Desarrollo es en concreto, “que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo” (Caritas in Veritate 21). Por eso, ¿cómo pueden proclamar que nuestro pueblo vive en un proceso de desarrollo? Por el contrario, a mi juicio, hoy en Venezuela debiéramos cuestionarnos con palabras de Juan Pablo II: “¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse?” (Novo millennio ineunte 50). Porque, en Mara y Páez, municipios situados en la región más rica y petrolera del país más rico y petrolero, son uno de los más pobres de América Latina y el de mayor índice de desnutrición infantil, para señalar sólo un caso.
Sigue Benedicto XVI interpretando la concepción de desarrollo humano para Paulo VI. Dice que “desde el punto de vista económico, eso significaba su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional; desde el punto de vista social, su evolución hacia sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar libertad y paz” (Caritas in Veritate 21). Ciertamente, en Venezuela, estamos ponchados. En lo económico (primer skrike), en lo social (segundo skrike) y en lo político (tercer skrike).
Pero, más allá de lo temporal, con todo su valor humano y divino, el desarrollo no se reduce a ello. Por ser auténtico, el desarrollo humano debe ser integral: “Promover a todos los hombres y a todo el hombre” (Populorum progressio 14). Citando al dominico Lebret, Paulo VI asegura: “Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombre, hasta la humanidad entera” (Populorum progressio 14). Benedicto XVI señala así las dos grandes verdades la Populorum progressio. A saber, “que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre” (Caritas in Veritate 10). Y “la segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones” (Caritas in Veritate 10).
Hoy todos aceptan, al menos en la teoría, el concepto integral con que Paulo VI concibió el Desarrollo Humano: “El paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humana, a condiciones más humana” (Populorum progressio 20). Más humana, además de las mejores condiciones materiales, significa: la adquisición de la cultura, el aumento en la consideración de la dignidad de la persona, el bien común, la paz y la solidaridad, el reconocimiento de los valores supremos, la fe, la esperanza y la caridad. Juan Pablo II, celebrando el vigésimo aniversario de la Populorum progressio con su encíclica Sollicitudo rei socialis, destaca el valor de la solidaridad diciendo que un “signo positivo del mundo contemporáneo son la creciente conciencia de solidaridad de los pobres entre sí, así como también sus iniciativas de mutuo apoyo y su afirmación pública en el escenario social, no recurriendo a la violencia, sino presentando sus carencias y sus derechos frente a la ineficiencia o a la corrupción de los poderes públicos. La Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común” (Sollicitudo rei socialis 39). Benedicto XVI, poniendo su acento en la caridad vivida en la verdad, subraya la fraternidad que hace posible la comunión, máxima expresión del desarrollo humano.
En este sentido, me gustaría terminar mi reflexión con las palabras del Papa donde precisa este valor para el desarrollo cristiano del ser humano: “Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Caritas in Veritate 34).

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