martes, 27 de septiembre de 2016

Ser Sacerdote


Homilía en la Eucaristía del décimo aniversario del P. Nedward Andrade
16/9/2016

Pbro. Mg. José Andrés Bravo H.
Director del Centro de Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia UNICA
            Nos reúne hoy la acción de gracias por los diez años de una existencia consagrada al Señor para el servicio del Pueblo de Dios, como sacerdote, como pastor y como profeta. Como lo recuerda el papa Juan Pablo II al comienzo de nuestro milenio, refiriéndose al mandato que Jesús hace a aquellos pescadores a quienes luego los consagra para ser sus Apóstoles y remar mar adentro, “¡Duc in altum! Estas palabras resuenan también hoy para nosotros y nos invitan a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro” (Novo millennio ineunte 1).
         Éste es el mandato que recibimos todos y la gracia de poder responder como lo hicieron esos humildes pescadores: dejándolo todo, lo siguieron. Éste es el gozo que hoy celebramos en la persona del padre Nedward Jorge Andrade Govea. Gratitud por el pasado, por su vocación, por su llamado, por el mandato recibido, por su elección, por su consagración. Ese pasado de entrega llena de vivencias gratas y pruebas difíciles. Diez años que han pasado entre trabajos pastorales y estudios, que inspira una alabanza agradecida al Señor de la historia.
         El Padre Nedward fue ordenado sacerdote el 16 de septiembre de 2006, por la imposición de manos y la oración consagratoria de nuestro Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana. Un sacerdote para el tercer milenio. De origen marense, aunque nacido en Maracaibo, porque su papá, el Maestro Norberto Andrade viene del pueblo de San Rafael de El Moján, cantor y compositor de nuestra música folclórica, característica de nuestro pueblo costeño, donde las aguas del lago chocan con el malecón inspirando las más hermosas musas. Su mamá, la Sra. Nancy Govea de Andrade, desde el cielo lo acompaña, lo guía y bendice siempre.
Precisamente en Mara vive sus primeras experiencias pastorales, primero como vicario parroquial de la parroquia Inmaculada Concepción de Carrasquero; luego como administrador parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de Coromoto y San José Obrero de la Sierrita. Aunque sus primeros servicios los brinda como vicario parroquial de las parroquias populares San Pablo Apóstol y la Resurrección del Señor.
Una de las más gratas vivencias que da el ser sacerdote es poder sentir el calor humano, sencillo y humilde de las comunidades parroquiales. Acercarse y servir a Cristo en ellas, compartiendo sus inquietudes y enseñándoles a vivir la comunión, es, más que un trabajo, un descanso espiritual, una caricia divina.
No digo que las dificultades son inexistentes. Pero los momentos de compartir son aún más agradables. Yo sé lo que significa el trabajo pastoral y comunitario en pueblos y barrios. No dejan tiempo ni para el reposo. Enseña el papa Francisco que en la parroquia se requiere la docilidad y creatividad misioneras del Pastor y de la comunidad. Que estemos en contacto con los hogares y la vida del pueblo sin separarnos de la gente. No podemos dedicarnos a grupos selectos que nos mimen y donde podemos sentirnos seguros. Todo esto nos enseña nuestro actual papa. Para él, “la Parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración” (Evangelii gaudium 28).
El Padre Nedward desde seminarista ha orientado su formación y su ministerio preferencialmente a la sagrada liturgia. Gran parte de su vida sacerdotal la ha dedicado con gran competencia y responsabilidad a la liturgia de la Arquidiócesis, como Maestro de Ceremonias. Esto lo conduce a Madrid, España, donde realiza sus estudios de postgrado en teología litúrgica en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. A pesar de dedicarse con responsabilidad a sus estudios en España, no deja su acción pastoral en la parroquia madrileña Santa María de la Caridad.
Regresando a esta su Iglesia particular, se dedica a una de las más importantes y graves tareas del Pueblo de Dios, la formación de los futuros sacerdotes. Pues, es nombrado vice-rector de nuestro Seminario Mayor y profesor de teología litúrgica. Es tan importante esta acción pastoral que el Vaticano II reconoce que la renovación impulsada por este concilio depende en gran parte del ministerio sacerdotal y, estos, de “la trascendental importancia que tiene la formación sacerdotal” (Optatam totius 1). Porque, como lo enseña el santo papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Pastores dado vobis en el capítulo cuarto, la vocación sacerdotal es la pastoral de la Iglesia. Es, pues, una gravísima responsabilidad para un formador, porque para enseñar a ser sacerdote se debe vivir como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo.
Juan Pablo II indica las dimensiones de esta formación sacerdotal. Mientras las señalamos, más nos convencemos de su gran importancia. Comenzando con la formación humana, que significa una justa y necesaria maduración y realización de sí mismo. Más aún, exige el cultivo de valores que ayuden a una personalidad equilibrada, sólida y libre, capaz de llevar el peso de las  responsabilidades pastorales.
También, se debe fortalecer la capacidad de relacionarse con los demás. Sobre esto, dice el santo papa: “Esto exige que el sacerdote no sea arrogante ni polémico, sino afable, hospitalario, sincero en sus palabras y en su corazón, prudente y discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de ofrecer personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas, dispuesto a comprender, perdonar y consolar” (PDB 43).
Otra dimensión subrayada por Juan Pablo II es la formación espiritual. Esta formación es, por supuesto, integral, pues, “la misma formación humana, si se desarrolla en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad sobre el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual” (PDB 45).
Y, con estas dos primeras dimensiones de la formación sacerdotal, se integra la formación intelectual – el santo papa lo refiere como la inteligencia de la fe – aquí tienen una gran responsabilidad los formadores, especialmente los profesores del Seminario. Y, por último pero no menos importante, la formación pastoral. Así, padre Nedward, comprendo perfectamente tu constante y asidua inquietud por la formación de los futuros sacerdotes nuestros. Comprendo tu grave tarea como vice-rector del Seminario, porque también yo, como joven sacerdote, llegué a honrarme con esa misión. A igual que tú, lo viví con gran pasión, pero con temor y temblor por la magnitud de su importancia.
Actualmente, el padre Nedward tiene bajo su cuidado pastoral, nada menos que la capellanía de la Universidad Católica Cecilio Acosta desde donde también sirve al Seminario como profesor. Es director general del Instituto Niños Cantores Ciudad de Dios, capellán militar, miembro del Consejo Presbiteral, Maestro de Ceremonia, y otras acciones que lo mantienen entregado por completo a la Iglesia que ama, la Iglesia de Cristo.
         Así, pues, se encuentra hoy viviendo el presente con pasión y el futuro con confianza. En entrega renovada, con el entusiasmo de siempre comenzar, sabiendo que el amanecer no arrastra el afán del día anterior, sino que nos despierta para una nueva jornada que trae consigo sus propias inquietudes, sus nuevas exigencias.
Pasión por el Evangelio que debe anunciar siempre con nuevo ardor, nuevo método y nuevas expresiones. Como lo exige el documento de la Conferencia de Puebla, “debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).
         Querido padre Nedward, la única forma que conozco para que nuestro pueblo crea en este Cristo, resucitado y glorificado, anunciado y celebrado por la Iglesia, es viviendo nosotros como Jesús, compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de este nuestro pueblo. No olvides que el glorioso Cristo es quien ha entregado su vida en la cruz, quien es despojado de todo, quien siendo eterno se hace terreno, quien siendo divino se hace humano, quien siendo rey se hace esclavo, quien siendo todopoderoso se hace débil, quien siendo rico se hace pobre, quien siendo inmortal muere crucificado.
Es ese Jesucristo a quien seguimos, el sumo y eterno sacerdote quien, según nos testimonia la carta a los Hebreos, inaugura un nuevo estilo de sacerdote que en vez de derramar sangre y sacrificar vidas de animales, sacrifica su propia vida y derrama su propia sangre, porque es Él el verdadero cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así es el verdadero sacerdote cristiano. Entrega total de la vida hasta la cruz.
Sí, querido hermano, en la cruz nace nuestro sacerdocio. Porque al ser instituido en la última cena, como un solo misterio con la Eucaristía, Jesús dijo que entregaba su vida y derramaba su sangre por todos, especialmente por los pecadores, y que nosotros debemos hacerlo en memoria suya. Sacerdocio y Eucaristía son los sacramentos del amor extremo que se viven y celebran entregando la vida por la salvación de todos los seres humanos tal como lo hace Jesús en la cruz.
Hoy, el mismo Señor te hace un regalo, con gran significado. En esta celebración, Acción de Gracias por el don de tu sacerdocio, permite que un hijo espiritual tuyo, Ángel Pico, engendrado en el bautismo por ti, reciba la primera comunión.
Que el Pastor bueno te bendiga a ti y a esta Comunidad Parroquial que celebró con gozo tu ordenación sacerdotal y hoy comparte contigo la fiesta de tus diez años de entrega. Recordando con gratitud el pasado, viviendo con pasión el presente y abriéndose con confianza al futuro. ¡Alabado sea el Señor!

lunes, 5 de septiembre de 2016

LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Por Mons. Baltazar Porras
Arzobispo de Mérida
 
El domingo 4 de septiembre el Papa Francisco canonizará a la Madre Teresa de Calcuta y ese mismo día tendrá lugar en Roma el jubileo de la misericordia para todos los agentes pastorales que trabajan en medio de los más pobres del mundo. Mujer menuda, nacida en Albania, hecha religiosa en la India, sintió una especial vocación para servir a los más pobres entre los pobres. Su gran libro fue su propia vida, el testimonio de una existencia marcada por la alegría de aceptar que el amor a Jesús lo es todo. Las Hermanas de la Caridad de Calcuta, con su sencillo hábito blanco con franjas azules, son las continuadoras de su obra en casi todo el mundo.

Venezuela tiene el honor de haber sido la sede de la primera casa de las Hermanas fuera de la India. Durante el Concilio Vaticano II, el entonces obispo de Barquisimeto, Críspulo Benítez Fonturvel, tuvo noticias de la existencia de una congregación que apenas estaba solicitando la aprobación pontificia. La sensibilidad social de Mons. Benítez fue una de las características sobresalientes del ilustre prelado margariteño. El estado Yaracuy formaba parte de la diócesis barquisimetana. Cocorote, pueblo entonces sin párroco, recibió en julio de 1965 la primera visita de la Madre Teresa con el primer grupo de hermanas que se han sembrado en aquel pintoresco pueblo que conserva viva la memoria de la fundadora que en varias ocasiones visitó a sus hermanas. La casa es considerada santuario de la Madre y conserva una serie de objetos usados por la santa durante su vida.

A las visitas anuales de la Madre Teresa a Venezuela se suma el homenaje que el Presidente Luis Herrera Campins le brindó en 1980. La comida ofrecida por el primer mandatario no cambió la dieta ordinaria de la Madre quien apenas tomó un caldo, suficiente para alimentar la enjuta humanidad de aquella mujer cuya fortaleza estaba en el amor a Dios que animaba todos sus actos. “No es lo mucho que hagas, sino el amor que le ponemos a las obras”. El día de su beatificación el Papa Juan Pablo II dijo: “Con el testimonio de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde. No sólo eligió ser la última, sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza”.

Su vida fue un ejemplo de entrega total. En muchas ocasiones recibió críticas de algunas personas, las cuales le recordaban ese viejo adagio que dice: “si le das a un pobre un pez comerá un día, si le das una caña de pescar comerá todos los días”; ella con una sonrisa en su rostro les respondía: “eso es cierto, pero los que yo cuido son tan débiles que no pueden sostener la caña de pescar”. Esta es una de las tantas anécdotas del amor inmenso que poseía la Madre Teresa.

Su canonización es oportunidad para valorar el auténtico sentido del amor a los pobres, bofetada para quienes se aprovechan de los pobres para medrar en su beneficio dejando a los pobres sumidos en la mayor de las dependencias. Buena lección para los tiempos que corren en este país. Oremos con Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”.
42.- 27-8-16 (3509)