martes, 28 de junio de 2011

EUCARISTIA EN LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

IV CONGRESO EUCARISTICO NACIONAL
VIERNES 24 DE JUNIO
EUCARISTIA EN LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
HOMILIA

Amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús,
Hoy la santa madre Iglesia nos invita a celebrar, 6 meses antes de la navidad, la natividad de San Juan Bautista. Es el único santo que goza de este privilegio en el calendario litúrgico. Es que Juan ocupa un lugar particular en la historia de la salvación. Dios quiso colocarlo como una bisagra entre la primera y la segunda alianza. En la larga lista de justos y profetas escogidos por Dios para secundarlo en sus designios salvíficos y avanzar hacia la plenitud de los tiempos mesiánicos, Juan el Bautista fue puesto inmediatamente antes del Mesías para preparar su venida y disponer los corazones de su pueblo:

“Y a ti, niño, te llamarán profeta del altísimo
Porque irás delante del Señor a preparar sus caminos
Anunciando a su pueblo la salvación
El perdón de los pecados” (Lc 1,76-77)

La liturgia de la Palabra le aplica a Juan uno de los 4 cánticos del Siervo de Yvh: “El Señor llamó a su siervo desde el seno materno” (Cf 1ª lectura). San Lucas alude directamente a esta profecía cuando narra la visitación de María a su prima Isabel: “En cuanto Isabel oyó el saludo de María saltó de gozo el niño en su seno” (Lc 1,41). Esta exultación de gozo es uno de los signos del advenimiento de los tiempos mesiánicos:

“Grita, alborozada, Sión
Lanza clamores Israel
Celébralo alegre de todo corazón
Ciudad de Jerusalén,
Yvh, rey de Israel
Está en medio de ti…
Un poderoso salvador”

Esta exultación gozosa no es otra cosa que la transmisión del gozo que embarga a Dios mismo porque el tiempo de la promesa ha llegado a su fin y empieza el anhelado tiempo de su cumplimiento:

“Yvh tu Dios está en medio de ti
Exulta de gozo por ti
Te renueva con su amor
Danza por ti con gritos de júbilo
Como en los días de fiesta” (Sof 23,14-18)

Estas profecías se cumplieron plenamente en Jesús pero le correspondió a Juan Bautista reflejarlas anticipadamente en su vida y su misión. Él no era la luz sino el testigo de la luz; no era el esposo sino el amigo del esposo; no era el Mesías sino su precursor; no bautizaba con fuego y espíritu sino con agua; no era la Palabra sino la voz. ¡Qué hermoso escuchar su propio testimonio:
“Yo no soy el Cristo sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye se alegra mucho con la voz del novio. Esta es mi alegría que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,28-30)
La Iglesia, como sacramento universal de salvación, tiene la misma misión con relación al advenimiento final de Jesús en la parusía. En estos tiempos que son los últimos a ella también le toca asumir el estilo y el talante de la misión del Bautista: preparar los caminos, enderezar las sendas, rellenar los barrancos, rebajar los montes y colinas, enderezar las trochas torcidas y quitar las asperezas del camino para que todos puedan ver la salvación de Dios (Cf Lc 3,4-6). Esa es la diaconía joánica de la Iglesia: que Cristo crezca y ella disminuya.
Hoy podemos hacer también nuestra la profecía del profeta Isaías y el grito admirado del salmista: “Señor, te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras: conocías hasta el fondo de mi alma desde que me estabas formando y entretejiendo en las entrañas maternas” (Sa 139,13-15)

JUAN ES SU NOMBRE

Antes de que mis padres pensaran en ponerme un nombre y me presentaran al registro civil y al bautismo ya el Señor había pronunciado mi nombre en la eternidad de su amor. Ningún ser humano es anónimo para Dios. Todos tienen un nombre, todos tienen igual valor, todos llamados a ser hijos en el Hijo.
El nombre de Juan no lo escogió Zacarías ni tampoco Isabel; lo escogió Dios mismo y se lo inspiró a sus padres ante el asombro de los familiares y vecinos. “Juan es su nombre” escribió Zacarías en una tablilla antes de superar su mudez y prorrumpir en alabanzas y bendiciones al Señor. Juan significa “Dios es favorable”. No solo es el nombre del Bautista sino ante todo una revelación de la actitud de Dios para con la humanidad. Con la llegada de Juan el Señor quiere manifestar su benevolencia trayendo vida y salvación para la humanidad. Quiere derramar sobre su pueblo la luz de su gracia y desde allí extenderla al mundo entero.
Juan también es precursor de la misión sacramental de la Iglesia, colocada por Dios en el mundo como signo eficaz de que la vida, el amor, la salvación y la paz, dones mesiánicos por excelencia, no son para unos pocos sino para todos:
“Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob…te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49,6).
Esa misma fuerza es la que el Señor Jesús quiere dar a nuestras vocaciones y a nuestras Iglesias cuando nos llama, nos elige, comparte con nosotros su vida y nos hace sus discípulos misioneros. Cuando el Señor nos visita nosotros y nos saluda por medio de María, nuestro corazón exulta por su presencia: toda nuestra existencia queda estremecida por la recepción del don amoroso de su salvación. Descubrimos entonces con asombro nuestro verdadero nombre, el sentido de nuestra vida, nuestra vocación en la Iglesia y la misión que se nos encomienda. A la luz de su Palabra también descubrimos porque nos ha traído precisamente a nosotros a este Congreso y qué respuesta espera que le demos a esta invitación.
Queridos hermanos y hermanas, para muchos hombres y mujeres, para muchos jóvenes de esta Venezuela de hoy, allí donde vivimos y trabajamos, somos Juan y Dios quiere mostrarles también a través de nosotros su favor. ¡Que nadie nos arrebate la alegría de ver cómo otros hermanos gracias a nuestro servicio sencillo y humilde quedan transfigurados con el descubrimiento de Jesús y lo dejan todo para seguir sus pasos! Juan Bautista nos enseña a servir disminuyéndonos para que aparezca el único que debe aparecer: El Señor Jesús.
De este congreso deben salir servidores diligentes que ayuden a Cristo a repartir los cinco panes y dos peces a las multitudes hambrientas; manantiales de agua viva que manen a raudales sanación y reconciliación por donde pasan (Cf Jn 7,38; Ez 47,9-10.12); antorchas vivas que ayuden a Cristo a arrojar el fuego de su amor sobre Venezuela entera (Cf Lc 12,49); cristianos y cristianas con nombre y apellido que le devuelvan su dignidad a tantos seres sin nombre, pisoteados y maltratados y los inscriban en el Libro de la vida; constructores de las moradas derruidas donde venga a habitar nuevamente lleno de gozo su creador; soles de justicia con la salud en sus rayos para que los ciegos, los cojos y lo9s prisioneros salgan brincando y cantando como terneros bien cebados del establo (Cf Mal 3,20). Así fue Mons. Juan Bautista Castro, cuyo onomástico recordamos hoy con alegría.
¡Todo esto y mucho más ocurrirá si nos nutrimos de Jesucristo, pan vivo bajado del cielo en la Eucaristía! Si vivimos tan estrechamente unidos a él que podamos decir como Pedro y Juan a los enfermos y postrados de esta Venezuela llena de odios, divisiones y violencia: “Oro y plata no tenemos pero lo que tenemos te lo damos: en nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡levántate y anda!” (Cf Hech 3,6).
Ese es el sol que nunca debe ponerse en nuestras vidas y que nunca debemos dejar que se ponga en el horizonte de nuestra patria. Amen
Iglesia de S. José de Tarbes. Caracas 24 de junio de 2011

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Artzobispo de Maracaibo
Presidente de la CEV

ALABADO SEA EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR

PALABRAS INAUGURALES DEL IV CONGRESO EUCARISTICO NACIONAL



Caracas 23 a 26 de junio de 2007


Es motivo de gran alegría para mí, al pronunciar estas palabras de apertura, darle a todos los presentes, en nombre de todos mis hermanos que conforman la Conferencia Episcopal de Venezuela a este gran evento al que se ha denominado el IV Congreso Eucarístico Nacional, bajo el lema “La eucaristía, pan de vida para Venezuela”.
“Mira que estoy a la puerta llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3,20). Cincuenta y cuatro años después del último congreso eucarístico el Señor toca nuevamente a la puerta de nuestras Iglesias locales y de nuestros corazones. ¡Hoy se abren todas de par en par! ¡Entra, Señor y quédate con nosotros!
La tradición de los Congresos Eucarísticos la inició en Venezuela el ilustrísimo Mons. Juan Bautista Castro, apenas 26 años después del Primer Congreso Internacional que tuvo lugar en Lille (Francia) en 1881. Estos actos brotaron del intenso ambiente eucarístico que envolvió a Francia a finales del siglo XIX (Cf. Diccionario de Cristianismo, San Pablo, Madrid 2009 p. 222).
La chispa inspiradora brotó del fogoso corazón de un santo, Pedro Julián Eymard (1811-1868), llamado “el apóstol de la eucaristía”, fundador de los Padres Sacramentinos, congregación a la que perteneció más adelante Mons. Salvador Montes de Oca, obispo venezolano que sacó del hontanar de la eucaristía la fuerza heroica de la fidelidad y del martirio. Se cuenta que el fundador sacramentino tuvo una experiencia mística: de la custodia eucarística ante la cual estaba en oración vio salir un fuego vivo que se extendía por todas las ciudades francesas, reducidas a cenizas por el laicismo invadente. La interpretó como un vehemente llamado a incendiar el mundo con el amor eucarístico (Cf. Diccionario de la Eucaristía Ed. Monte Carmelo Burgos 2005, pp.156-168).
Simultáneamente en la ciudad de Tours, una mujer, la Srta. Marie Marta Emilie Tamisier (1834-1910), vivía una experiencia mística similar, en la que ella sintió que Dios la llamaba a consagrar su vida a la salvación social por medio de la Eucaristía. Con la ayuda de otros laicos, sacerdotes y obispos y con la bendición del Papa León XIII, organizó el primer congreso eucarístico internacional en Lille en 1881, bajo el lema: “La Eucaristía salva al mundo”. Se tenía efectivamente la certeza en ese momento de que la recentración de la vida cristiana en torno al eje eucarístico era la clave para superar la ignorancia e indiferencia religiosas.
Desde entonces se han celebrado 49 congresos internacionales bajo la coordinación del Comité Pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales. En la actualidad tienen lugar cada 4 años. Los dos últimos han tenido lugar en América. En 2004 en Guadalajara (México) y en el 2008 en Quebec (Canadá). Los Congresos eucarísticos nacionales y diocesanos nacieron en la estela de estos eventos internacionales para recoger sus conclusiones y aplicar sus propuestas pastorales. El Diccionario de la Eucaristía reseña 62 congresos nacionales en el continente americano. Todos tienen en común el propósito de renovar la vida de fe, de esperanza y de caridad a partir de la Eucaristía y el de traducir esa fe en servicios caritativos en favor de los más pobres.
La dinámica y el contenido de sus programas se fueron conformando progresivamente. Al principio se centraron en el culto público y solemne del Santísimo Sacramento. Después de los decretos de San Pio X incentivando la comunión frecuente y el acceso de los niños a este sacramento, incluyeron también la promoción de la comunión frecuente de adultos y masivas primeras comuniones de niños. Bajo el impulso de Pio XI adquirieron un perfil internacional más claro y alcanzaron “una dimensión misionera y de re-evangelización” (Ibíd. p. 157). Fue al calor de uno de estos congresos que el Papa estableció la fiesta de Cristo Rey. A partir del XXXVII Congreso internacional todas las manifestaciones eucarísticas se organizaron en torno a la celebración de la eucaristía como “statio orbis”. En la época post conciliar se han abierto a los grandes problemas del mundo contemporáneo, al ecumenismo y al diálogo inter-religioso.
Hoy en día, tanto los internacionales como los nacionales, se rigen por las directrices del Comité Pontificio, prestan mayor atención a las desafiantes realidades del mundo globalizado y poseen amplio margen de libertad para responder con creatividad a las necesidades pastorales del momento. Se desarrollan en un ambiente gozoso, impregnado de intensa oración y fraternidad. Profundizan en la fe eucarística. Desarrollan catequesis incentivadoras sobre el sentido de la presencia real, viva y actuante de Jesucristo en el corazón de la Iglesia; promueven una participación más activa, gozosa y consciente en la Sagrada Liturgia dominical, como fiesta viva de la comunidad cristiana; ofrecen espacios para manifestaciones culturales y artísticas de diversa índole, desembocan en compromisos pastorales y servicios caritativos a favor de los más pobres.
Los tres anteriores se llevaron todos a cabo en el siglo XX con distintas denominaciones lo que hace difícil establecer su secuencia numérica (Cf Ocando Yamarte, Congresos eucarísticos en Venezuela, Maracaibo 2011). El que hoy estamos inaugurando es el primero del siglo XXI. Se quiso convocar en el 2007 para conmemorar el centenario del Primer Congreso Eucarístico Internacional que tuvo lugar en Caracas del 25 al 31 de diciembre de 1907. Diversas circunstancias nos llevaron a aplazarlo hasta este año. Nos hace falta sin duda contar con un reglamento que establezca algunos principios y criterios de organización y de periodicidad.
El primero fue un acto profético y audaz de Mons. Juan Bautista Castro quien lo concibió “el centro vivificante de la resurrección religiosa en Venezuela después de las tribulaciones pasadas”. El siglo XIX fue una ruda batalla entre la libertad y la barbarie. La libertad política se conquistó con muy altos costos en vidas humanas y con la ruina de muchas instituciones. Una de ellas fue la Iglesia católica. Las guerras y las despiadadas persecuciones promovidas por distintos regímenes políticos la dejaron en terapia intensiva. Entró en el siglo XX débil y menguada pero con los tizones de la fe ardiendo debajo de las cenizas. El arzobispo de Caracas intuyó que el mejor camino para reactivar el fuego de la fe cristiana en Venezuela era convocar a los fieles en torno a Jesús eucaristía, procesionar con él y caer de rodillas ante su único señorío. Ya el ilustre arzobispo había demostrado su pasión por la Eucaristía cuando siendo rector de la Santa Capilla promovió el 2 de julio de 1889 la consagración de Venezuela al Smo. Sacramento. Desde entonces cada año conmemoramos este gesto orando y pidiendo al Señor que el sol de la eucaristía que se ha levantado en nuestra patria no conozca nunca ocaso.
El siguiente Congreso eucarístico se convocó precisamente para celebrar las bodas de plata de la consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento y se llevó a cabo en Caracas del 25 al 30 de junio 1925 con el lema “la Paz de Cristo en el Reino de Cristo” inspirado en la recién establecida fiesta de Cristo Rey. Estaba saliendo el mundo del cataclismo de la primera guerra mundial. Una de sus acciones pastorales más significativas para su preparación fue el fomento de las Cruzadas Eucarísticas entre los niños (Cf Ocando Yamarte pag.60) bajo el patrocinio de San Tarcisio. Recuerdo con emoción esta iniciativa porque fue en el seno de ese movimiento que surgió mi vocación al sacerdocio ministerial. ¡Ora, comulga y haz apostolado!¡Cuánta falta nos hacen movimientos apostólicos infantiles y juveniles!
El III fue en realidad el II Congreso Eucarístico Bolivariano- el 1º había sido en Cali (1949)- se llevó a cabo en Caracas del 12 al 16 de diciembre de 1956 bajo el pontificado de Mons. Rafael Arias Blanco y fue precedido por la Misión de Caracas que penetró en toda la geografía urbana y alcanzó todos los estratos de la población. Entre sus más prominentes participantes estuvo Mons. Joseph Cardjin, el famoso prelado belga que Pio XII había enviado a través del mundo para que difundiera el ideal de la Juventud Obrera Católica. En Venezuela encontró un apóstol entusiasta en la persona de Mons. Feliciano González, Obispo de Maracay (Cf Ocando Yamarte pp. 99 ss.).
Profundos y acelerados cambios se han producido en el mundo y en Venezuela desde entonces. Cambio de milenio. Cambio de siglo. Revoluciones tecnológicas. La globalización y los acelerados procesos de secularización planetaria. Terrorismos, pandemias y debacles financieros que han puesto en jaque el frágil equilibrio de la convivencia humana. Nuevos modelos políticos emergentes.
Con el Concilio Vaticano II y las 5 Conferencias generales del Episcopado latinoamericano y del Caribe, se hicieron nuevamente presentes el viento inspirador y las llamas de fuego de Pentecostés en la vida de la Iglesia, abriendo puertas y ventanas, inyectando el aire fresco de la renovación y reconectándola con el mundo. Reformas profundas en todos los campos jurídicos, institucionales y pastorales. La aparición de las metodologías sinodales. El acercamiento de los papas al pueblo fiel. La celebración de los 500 años de la evangelización de América y del Jubileo de la Encarnación en el 2000. En medio de estas convulsiones y sacudidas, aparecen nuevamente los testigos fuertes y valerosos en la fe que nos animan con el Beato Juan Pablo II a la cabeza a la santidad comunitaria y a remar con audacia y sin temor mar adentro en las aguas de este nuevo milenio.
Vivimos tiempos de gracia centrados en la Eucaristía. “En el espacio de apenas cuarenta años la Iglesia católica se ha dotado de una impresionante doctrina relativa a la Eucaristía”. En la antesala de este resurgimiento solo comparable al que ocurrió en la edad media en tiempos de Santo Tomás de Aquino, encontramos la renovación litúrgica promovida desde los monasterios y las encíclicas “Mystici Corporis Christi” de Pio XII ( 29-6-1943) y “Mysterium Fidei” de Paulo VI ( 3-9-1965). El 17 de abril de 2003 el Beato Juan Pablo II firmaba la Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”. Un poco más tarde inauguraba un año consagrado a la eucaristía con la carta apostólica “Mane nobiscum Domine” (7-10-2004). El año de la Eucaristía se inauguró con el Congreso Eucarístico internacional de Guadalajara y terminó con la XI Asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía (3-23 de octubre de 2005). El 17 de marzo se publicó la exhortación post-sinodal “Sacramentum Caritatis” el Papa Benedicto XVI. ¡Tres textos de gran importancia en escasos cuatro años! No es fácil encontrar en la historia un corpus doctrinal tan denso en un tiempo tan reducido. (Cf Sanguinetti Albero, Sursum Corda, Ed. San Benito, Buenos Aires 2010, pág. 5).
El Señor quiere que volvamos a lo esencial. “La Eucaristía está en el corazón de la Iglesia y es un don que atañe a todo bautizado” (Ibíd.). Los documentos citados y otros de gran importancia como la “Evangelii Nuntiandi” (EN 47), “Ecclesia in América” (EIA 35), el Catecismo de la Iglesia católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia son vetas ricas de gracia que aún están por explorar y difundir.
Nosotros tenemos nuestro propio Pentecostés. El Concilio Plenario de Venezuela, acontecimiento de trascendental importancia que ha marcado el inicio de una nueva época en la historia de nuestra Iglesia (2000-2006), es sin duda el gran don de Dios para nuestras Iglesias en el inicio del siglo XXI. Estamos aún en el décimo aniversario de su inicio. Si la Iglesia entró débil y exhausta en el siglo XX, gracias a este Concilio, está entrando en el siglo XXI con un vasto programa de evangelización que le puede dar un renovado vigor. Este Congreso es el primer evento nacional de gran magnitud que se produce en Venezuela después del Concilio y nos va permitir evaluar hasta dónde han penetrado su línea teológico-pastoral, su espiritualidad y sus conclusiones en el tejido vital de nuestras comunidades eclesiales.
Pidámosle al Señor que en este magno evento en torno al Sacramento eucarístico, no solo reencontremos el espíritu, el ambiente y el talante festivo, fraterno, gozoso y esperanzado que caracterizaron las seis sesiones conciliares sino que seamos capaces de interpretar los nuevos signos de los tiempos y dar pasos significativos en la aplicación de sus propuestas fundamentales. Grande será el fruto del Congreso si avanzamos en la conversión pastoral y eclesiológicas necesarias para asumir con mayor decisión y audacia el modelo de Iglesia pueblo de Dios, comunidad fraterna de vida y amor.
El Congreso nos ofrece la oportunidad de retomar temas de gran trascendencia para la renovación de la vida eucarística en dimensión comunitaria y misionera, como por ejemplo la celebración del día domingo (ICM 183), la formación litúrgica de los fieles para que participen viva, consciente y activamente en las celebraciones eucarísticas y sacramentales, la adopción de los itinerarios catequísticos de iniciación cristiana dándole a la eucaristía la primacía que le corresponde (CIV 40), la implementación de las directrices pastorales de los Documento de la Celebración de los misterios de la fe (NN 106,107, 123-128), La Iglesia ante las sectas y otros movimientos religiosos ( NN 118-132).
La Virgen María ha estado presente desde los inicios bajo el título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. “Ella quiere educarnos …mediante una participación no solo externa sino sobre todo interior, a vivir el misterio pascual de su Hijo para que nuestra vida se transforme en verdadera comunión con Dios y entre los hombres” (ibíd. 165). En el Congreso de 1907 se le dio el título de Nuestra Sra. De América Latina. El domingo que viene, en la clausura, consagraremos a Venezuela al Corazón inmaculado de la Virgen de Coromoto.
Recibimos este Congreso Eucarístico Nacional con inmenso gozo como un don excelso de nuestro Padre providente para nuestra Iglesia y para nuestra patria. Es sin duda una ocasión privilegiada para volver a lo esencial formando comunidades eucarísticas. Hagamos nuestra la oración del Beato Juan Pablo II en el XLV Congreso internacional en Sevilla adaptándola a nuestro momento y lugar:
“Que tras este congreso eucarístico, todas nuestras Iglesias locales salgan reforzadas para la nueva evangelización que Venezuela necesita…Evangelización por la Eucaristía, en la Eucaristía y desde la Eucaristía: tres aspectos inseparables para que acontezca la Iglesia para la comunión y la solidaridad, vivamos el misterio de Cristo y cumplamos la misión de comunicarlo a los hombres”.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
Salmo 33


Caracas 23 de junio de 2011


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la CEV

miércoles, 22 de junio de 2011

Por el Respeto a los Derechos Humanos de los Privados de Libertad

Los Obispos miembros de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana, y el equipo de apoyo de apoyo en medio de la realidad carcelaria que vivimos, sentimos la urgencia de fortalecer y promover en nuestra sociedad, la dignidad humana, el valor de la justicia, la verdad, la libertad y el respeto de los Derechos Humanos de los Privados de Libertad.
Nuevamente la sociedad venezolana debe lamentar la indescriptible situación padecida por la población interna en las cárceles venezolanas y por sus familiares; en esta oportunidad los hechos de sangre se verificaron en el Internado Judicial Capital El Rodeo I, en Guatire, Estado Miranda; establecimiento en el que al momento de redactar estas líneas fallecieron en un enfrentamiento armado treinta y siete internos y un número mayor resultó herido, según cifras no oficiales manifestada por los distintos familiares.
Estos hechos en los que internos en los penales se enfrenta entre ellos y con los cuerpos de seguridad del estado utilizando armas de fuego confirma de manera escandalosa y lamentable lo que se ha denunciado ininterrumpidamente desde hace muchos años: que las autoridades del estado venezolano no solamente incumplen con el mandato constitucional recogido en el artículo 272 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, sino que ha abandonado completamente su responsabilidad de garantizar la vida y la integridad física de la población procesada y penada, para permitir en su lugar el funcionamiento impune y abierto de bandas y mafias internas que ejercen el control absoluto dentro de las instalaciones de los internados judiciales y penitenciarías, y que además cuenta con armamento, bajo la mirada cómplice de las autoridades del país.
Las autoridades del estado venezolano no pueden de ningún modo abdicar de su autoridad y de sus obligaciones respecto de los derechos y garantías de la población interna en sus cárceles; y de ninguna manera puede ser visto con indiferencia o como algo normal el que en las prisiones venezolanas no solamente exista hacinamiento, corrupción, ausencia de los servicios más básicos, retardo procesal y ausencia de clasificación de la población interna, sino que además el estado permita que sean las bandas delictivas y las mafias quienes impongan su ley dentro de los recintos penitenciarios; esta es una situación extremadamente grave de cuyas consecuencias las autoridades no pueden sustraerse.
Es de destacar que desde el 8 de febrero de 2008 rigen a favor de los internos del Internado Judicial Capital El Rodeo I y El Rodeo II medidas provisionales dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, mediante las cuales este tribunal internacional acordó: “Requerir al Estado que adopte las medidas provisionales que sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de todas las personas privadas de libertad en el Internado Judicial Capital El Rodeo I y El Rodeo II, en particular para evitar heridas y muertes violentas.”, es deplorable que la nula atención que las autoridades del estado venezolano han prestado igualmente a las decisiones de los órganos de los sistemas internacionales de protección se traduzca en la pérdida de vidas humanas.
Nos hacemos solidarios con los familiares de los internos del Centro Penitenciario El Rodeo I, quienes han vivido horas de angustia y desesperación particularmente intensos desde el pasado domingo 12 de junio, esperando a las puertas del establecimiento penitenciario noticias sobre la situación de sus seres queridos; de nuevo se nos muestra en todo su drama como en nuestro país la entrada en prisión significa sufrimiento para todo el grupo familiar del procesado o penado.
La situación de las cárceles venezolanas no ha dejado de ser para el estado venezolano y para toda nuestra sociedad en general un motivo de vergüenza y de luto; en esta nueva oportunidad lamentablemente nos vemos obligados a advertir que mientras continúen sin resolverse los problemas estructurales de nuestro sistema de administración de justicia, y en particular de la administración de los recintos penitenciarios, estaremos condenados a repetir una y otra vez esta situación de verdadero horror para los procesados, los penados y sus familiares.
Instamos al Estado venezolano a actuar apegado a los estándares de protección de los derechos humanos establecidos en la Constitución de la República, tanto de los privados de libertad como a sus familiares. Animamos a los Poderes Públicos a cumplir su misión de vigilante de las garantías constitucionales de nuestros hermanos.

En caracas a los 16 días del mes de Junio de 2011


+ Mons. Roberto Luckert León
Presidente de la Oficina de Justicia y Paz
Vice. Presidente de la CEV

miércoles, 8 de junio de 2011

CON EL ESPIRITU SANTO…

Mons. Mario Moronta
Obispo de san Cristobal

Pablo VI, refiriéndose a la efusión del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, dijo lo siguiente: “Aunque Cristo después de la resurrección se ha hecho invisible a nuestros ojos, no por eso dejamos de sentir que él vive con nosotros; sentimos su respiración. Llamo respiración de Jesucristo a la efusión del Espíritu Santo”. Este pensamiento del Siervo de Dios Pablo VI nos permite entender la importancia de la fiesta de Pentecostés. No es sólo el recuerdo de la venida del Espíritu Sobre el Colegio Apostólico. Es algo más: el Espíritu se convierte en el protagonista de la misión que Jesús les ha encomendado a sus discípulos. Y así, hace sentir la presencia viva del Resucitado en medio de todos.
La fiesta de Pentecostés viene a ser la fiesta de la mayoría de edad de la Iglesia. Jesús les ha enviado a evangelizar hasta los confines de la tierra, y los discípulos ahora sienten la fuerza del Espíritu que les ha llegado de una manera particular. Con esa fuerza, no sólo son capaces de realizar la misión de evangelizar , sino que hacen sentir la presencia viva de Jesús, en cuyo nombre actúan.
Esto es necesario tenerlo en consideración. Ciertamente que se requieren de métodos y expresiones muy humanas. Pero la acción de los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, es manifestación de “su respiración”. Es decir, manifestación de que sigue manifestándose como Palabra Viva y como salvador de la humanidad, gracias a la acción del Espíritu que da decisión y valentía a los discípulos.
Lo que celebramos el día de Pentecostés es eso: como el Espíritu nos concede su fortaleza y sus dones para poder actuar en nombre de Jesús, hacer presente su Reino de salvación y hacer que la Palabra se sienta como lo que es, Palabra de vida. De igual manera, con la presencia y acción del Espíritu, se garantiza la eficacia verdadera de la acción evangelizadora, cual es que aumente el número de los discípulos, que éstos sean capaces de vivir el bautismo y profundicen las enseñanzas del Señor.
Por otra parte, como nos lo relata el evangelio, los discípulos en el mismo cenáculo recibieron al Espíritu para que fueran capaces de vivir en la paz de Cristo. Vivirla y edificarla, como lo recuerdan las bienaventuranzas. Pablo nos enseña que la Paz de los creyentes es la que viene del mismo Cristo: es decir, la comunión con Él y con los hermanos, vivida en el amor. Con el Espíritu Santo, los creyentes pueden hacer realidad este mandato de paz. Para ello, edifica la unidad en el amor y se manifiesta con la riqueza de sus dones. Los dones son para el beneficio del pueblo de Dios y para la propia santificación de los creyentes.
Celebramos la fiesta de Pentecostés: es la fiesta de la acción decidida del espíritu en medio de nosotros. Es la fiesta en la que reavivamos nuestro compromiso apostólico, sabiendo que todo lo podemos hacer en nombre de Jesús, gracias al Consolador, al espíritu que nos ilumina, nos guía y nos sostiene. Con Él, seguimos sintiendo la “respiración” del Resucitado, que vive y nos hace caminar en la novedad de vida.

SI A LA VIDA, NO AL ABORTO





















Mons. Mario Moronta
Obispo de san Cristobal


Fiel al evangelio y en plena comunión con su Señor, la Iglesia defiende la vida. Por eso, no sólo proclama el Evangelio de la vida, sino que también lo convierte en compromiso ineludible a través de sus actos. Para todo discípulo de Jesús, en la dinámica evangelizadora que le es propia, la defensa de la vida, en todas sus manifestaciones, constituye un deber irrenunciable. El derecho a la vida, fundante de todos los derechos humanos, es el más importante de todos. De allí que para quien profesa la fe en Cristo y es miembro de la Iglesia no hay ni excusa ni argumento que les exima de no actuar a favor de la vida.
Desde esta perspectiva, queremos reafirmar la doctrina eclesial en defensa de la vida naciente y en contra del aborto. No puede haber ambigüedad en esta postura. Hoy, encontramos a quienes suelen decir que esta postura de la Iglesia está desfasada y pasada de moda. Sin embargo, aunque haya críticas, incomprensiones y hasta burlas sarcásticas contra quienes sostienen la doctrina eclesial a favor de la vida y en contra del aborto, hay que mantenerse firmes y en plena fidelidad al evangelio de la vida.
Es de todos sabido que, por ser un crimen abominable, el aborto es “un pecado reservado” al Obispo. Es decir, quien lo comete debe confesarlo al Obispo para alcanzar la reconciliación con Dios. Para favorecer al penitente, los Obispos pueden delegar a los sacerdotes para absolverlo. Siempre se recomienda aconsejar con firmeza y actuar con misericordia: así se reafirma la gravedad del aborto, pero se hará sentir la misericordia de Dios quien no quiere la condenación del pecador, sino que se salve. En el coloquio del acto sacramental de la confesión, como en la catequesis y en la predicación de la Iglesia, hay que dejar bien claro que el único dueño de la vida es Dios; y que el aborto es un crimen abominable que se perpetra contra una criatura inocente e indefensa. Es, a la vez, un menos precio de marca mayor hacia la grandeza de la maternidad.
Pero, hay una situación que debemos tener presente: generalmente cuando se habla del aborto, se suele cargar las tintas sólo sobre las mujeres que se han sometido a dicha praxis. Aún más: quienes suelen ir al confesionario son sólo las mujeres que han abortado. Acuden llenas de temor, con gran sentimiento de culpa y arrepentimiento. Por eso, con actitud de pastor bueno, el confesor ha de atenderla como Jesús hizo con tantos pecadores: purificándolos y haciéndoles sentir la fuerza liberadora del perdón; al igual que con aquella adúltera que querían apedrear y a quien le dijo “no peques más”. En el diálogo pastoral con ellas hay que subrayar la gravedad de su falta y cómo hay que repararla con una actitud en defensa de la vida.
Sin embargo, poco se habla de la responsabilidad de quienes promueven y colaboran con el aborto. También el padre de la criatura, si sabe que la madre va a abortar o la induce al aborto está cometiendo ese pecado. Muchas veces, son hombres casados que embarazan a una mujer que no es su esposa, o también hombres que lo hacen con alguna mujer y que obligan a las madres de sus hijos a abortar porque su “honor”, su “fama” o su “condición social” se ponen en peligro. Ellos también deben confesar su grave y abominable pecado. Además, a esto se añaden las amenazas y coacciones que debilitan la libertad de las madres de sus hijos. Lo mismo hay que decir de los papás y las mamás de adolescentes y jóvenes que han quedado embarazadas, a quienes las obligan al aborto, para así “mantener limpio el apellido y la fama de la familia”. Esos padres que así actúan, como también los padres irresponsables que inducen a las madres de sus hijos al aborto han roto la comunión con Dios. Se convierten en protagonistas del asesinato de una vida inocente. Es, como lo enseña la Iglesia un “pecado reservado”.
Si lo antes expuesto es grave, lo resulta más la actitud de los médicos y colaboradores que auspician, realizan y promueven el aborto. Son más de los que nos imaginamos. Hay quienes lo hacen recomendando un determinado tipo de pastilla o medicamento con efectos abortivos. Otros lo realizan en sus consultorios privados. Lo hacen sin ningún escrúpulo y con un claro afán mercantilista, ya que se lucran con el asesinato de un inocente. Lo mismo dígase de aquellos establecimientos médicos donde se practican abortos: sus dueños y quienes participan en dicha praxis son cómplices claros de asesinatos de vidas inocentes.
Lamentablemente en nuestra región existen médicos que se dedican a esta praxis. Hay que decirles claramente que están en contra del plan de Dios, fuera de su comunión y de la comunión eclesial. No importa si son grandes especialistas, personas de relieve en la sociedad y hasta se presentan como “devotos católicos” amigos de sacerdotes y de la Iglesia. Ellos tienen que convertirse y reconocer su pecado, también “reservado” al Obispo.
Junto a la decidida defensa de la vida, hemos de ser claros en lo que a la vida naciente se refiere. El rechazo y la condena del aborto no pueden tener ningún tipo de excepción. De allí que los cristianos católicos proclamemos el Evangelio de la vida y exijamos que nuestra legislación venezolana no abra brechas en contra de la defensa de la vida (es decir, a favor del aborto y la eutanasia). Es un compromiso que surge por ser seguidores del Dios de la vida y del amor. Hace algún tiempo, en una pared en Caracas leí un “graffiti” que puede ayudar a entender porqué debemos luchar en contra del aborto y a favor de la vida: “Sólo puede defender el aborto, aquél que no murió abortado”. Ojalá esto lo tengan en cuenta todos los que defienden, promueven y realizan la praxis del aborto.

lunes, 6 de junio de 2011

Ante los ataques a imágenes religiosas



Comunicado de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana

1.- Los Obispos que conformamos la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana manifestamos nuestra consternación y firme repudio ante los ataques infringidos a la Imagen de la Divina Pastora y a otras sagradas y veneradas imágenes en diversos lugares de nuestro país.
2.- Estos ataques, vienen a añadirse a otros hechos semejantes, ocurridos en los últimos años, en contra de personas, lugares y símbolos católicos y de otras denominaciones cristianas. Tales acciones vulneran el sentimiento católico de la mayoría del pueblo venezolano, desdicen del espíritu de respeto, tolerancia o afecto hacia lo religioso que es tradicional entre nosotros, atentan contra la convivencia pacífica, inciden negativamente en el clima de la seguridad ciudadana, y ponen en peligro el disfrute del derecho fundamental a la libertad religiosa y de conciencia consagrado en nuestra Constitución.
3.- En consecuencia, instamos a los organismos competentes a adelantar con diligencia las investigaciones pertinentes que lleven a esclarecer las causas e identificar y sancionar a los responsables de estos hechos, como muestra de lucha contra la impunidad y testimonio eficaz de vigencia del Estado de derecho. En efecto, es obligación de las autoridades y poderes del Estado proteger y promover el derecho a la libertad religiosa y los otros derechos inviolables del ser humano.
4.- Expresamos a todo el pueblo de Dios y, en particular, al pueblo larense y yaracuyano, nuestra oración y solidaridad ante estos lamentables e inadmisibles hechos vandálicos, y saludamos sus testimonios de fervor y veneración, de identidad religiosa y cultural, como muestras de su espíritu de libertad y reconciliación.
5.- Rechazamos, al mismo tiempo, la utilización reiterada del lenguaje, imágenes u otros símbolos religiosos, con fines comerciales, políticos o ideológicos, ajenos por principio a su naturaleza y finalidad.
6. - Reiteramos el firme compromiso de todos los miembros de la Iglesia católica en trabajar con la fuerza y la gracia de Jesús, Príncipe de la Paz, y con la ayuda de Nuestra Madre Santísima de Coromoto, para que ninguna persona o grupo religioso sea coaccionado o atemorizado ni vea limitadas o impedidas la profesión pública o la enseñanza de su fe.
7. invitamos a todos los sectores de la sociedad y en particular a sus dirigentes a trabajar juntos para que la violencia y la intolerancia desaparezcan de los espíritus y de los corazones y cedan el paso a la concordia y al diálogo entre todos los ciudadanos, sin importar cuál sea su origen, raza o credo religioso y tomando en cuenta simplemente nuestra común condición de personas llamadas a vivir fraternamente como hijos de un mismo Padre.
Caracas, 03 de Junio de 2011

+Ubaldo Ramón Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la CEV


+Baltazar E. Porras Cardozo
Arzobispo de Mérida
1° Vicepresidente de la CEV

+Roberto Lûckert León
Arzobispo de Coro
2° Vicepresidente de la CEV


+Jesús González de Zárate
Obispo Auxiliar de Caracas
Secretario General de la CEV