jueves, 28 de julio de 2011

MENSAJE CON MOTIVO DEL CXIV ANIVERSARIO DE LA IGLESIA LOCAL QUE PEREGRINA EN MARACAIBO

Muy amados hijos presbíteros, diáconos, consagrados y fieles laicos


Gracia y paz en Cristo Jesús, salvador nuestro y gran pastor de nuestras almas. Hoy quiero invitarles a dar gracias al Señor por el aniversario CXIV de la creación de nuestra Iglesia local de Maracaibo. Tener diócesis propia fue un hondo anhelo de esta grey noroccidental. Hubo que esperar prácticamente un siglo para que esa aspiración se cristalizara. En la consecución de este hermoso objetivo concurrieron muchas voluntades, entre ellos vale la pena a citar al diputado consular José Domingo Rus y al presidente del Estado Zulia, Dr. Jesús Muñoz Tébar. Las contribuciones del gobierno nacional y de Mons. Tulio Tonti delegado de la Santa Sede, fueron también decisivas para que el Papa León XIII decretara mediante un Breve Pontificio la creación de la diócesis del Zulia.
El actual territorio del Zulia estuvo gobernado eclesiásticamente en su parte norte por la diócesis de Coro, creada el 26 de julio de 1531, posteriormente trasladada a Caracas y en su parte sur por la arquidiócesis de Santa Fe de Bogotá. Cuando se creó la diócesis de Mérida Maracaibo, el 17 de febrero de 1777, todo el territorio zuliano quedó subordinado a esta nueva Iglesia local. Cuando el Papa León XIII creó la nueva circunscripción zuliana el 28 de julio de 1897, la adscribió a la sede arzobispal de Caracas. Al ser elevada Mérida a sede metropolitana el 11 de junio de 1923, la diócesis del Zulia quedó adscrita a esta provincia eclesiástica. En 1953 nuestra Iglesia local pasó a denominarse Diócesis de Maracaibo, ya que desde 1943 con una parte de su territorio se había constituido el Vicariato Apostólico de Machiques. La creación de la diócesis de Cabimas por el Papa Paulo VI el 23 de julio de 1965, con el territorio de la costa oriental del lago, abre la puerta para que el mismo Pontífice erija Maracaibo como sede metropolitana de una nueva provincia eclesiástica y pase a denominarse Arquidiócesis de Maracaibo.
Desde su creación ha sido pastoreada por los siguientes obispos: Mons. Francisco Marvez (1897-1904), Mons. Arturo Celestino Álvarez (1910-1919), Mons. Marcos Sergio Godoy (1920-1957), Mons. Rafael Pulido Méndez (1958-1961), Mons. Domingo Roa Pérez ( 1961-1992), Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales (1992-1999) y un servidor desde el 13 de enero de 2001. En los períodos de sede vacante ha sido regida por administradores diocesanos y administradores apostólicos. Desde 1957 hasta la actualidad los obispos y arzobispos residenciales han contado con la valiosa ayuda de cinco obispos auxiliares: Mons. José Rincón Bonilla, Mons. José Alí Lebrún, Mons. Antonio López, Mons. William Delgado y en la actualidad con Mons. Cástor Oswaldo Azuaje OCD.
A lo largo de estos 114 años nuestra Iglesia madre ha venido renovándose, tratando de ser fiel a su misión propia y a los desafíos suscitados por una realidad en permanente evolución. Páginas de oro han escrito insignes sacerdotes diocesanos, religiosos y religiosas y laicos tanto asociados como no asociados. Desde antes de tener autonomía eclesiástica nuestra comunidad se ha recogido con entrañable sentido familiar bajo el manto amoroso de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y ha aprendido de ella a crecer en entrega, en ímpetu misionero y en ardor caritativo a favor de los más necesitados. De tantos y tantos testigos en la fe hemos recibido un precioso legado de fe que tratamos de conservar entregándolo de forma nueva y creativa a las actuales generaciones. No nos podemos quedar dormidos en los laureles.
Por eso este año como acicate para continuar con renovado empeño nuestra labor evangelizadora comparto con ustedes uno de los capítulos de los Lineamenta (Documento de consulta), de la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispo sobre Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana que lleva por título: La Iglesia local, sujeto de la transmisión de la fe:

15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión

“El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en la Iglesias locales. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias locales, además de ser sujetos, son también el fruto de esa acción del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe, como resulta de la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47): el Espíritu congrega a los creyentes entorno a las comunidades que viven fervorosamente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la propia vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II confirma esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que la «Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”». (LG 26)
La vida concreta de nuestras Iglesias ha tenido la fortuna de ver en el campo de la transmisión de la fe, y más genéricamente del anuncio, una realización concreta, frecuentemente ejemplar, de esta afirmación del Concilio. El número de los cristianos, que en las últimas décadas se han empeñado en modo espontáneo y gratuito en el anuncio y en la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable y ha dejado su huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del Espíritu ofrecido a nuestras comunidades cristianas. Las acciones pastorales relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los roles y de los ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Alrededor del Obispo se ha visto florecer el rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de las comunidades, cada uno con la propia misión y la propia competencia (Cf Directorio General de la Catequesis No 219-232).
Junto a los dones y a los aspectos positivos, sin embargo, hay que considerar también los desafíos, que la novedad de las situaciones y las evoluciones que la distinguen, pone a varias Iglesias locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el influjo de la comunidad cristiana. El riesgo es que una acción tan importante y fundamental vea caer el peso de su ejecución solo sobre la figura de los catequistas, oprimidos por la tarea a ellos confiada y por la soledad en la cual se encuentran al realizarla.
Como ya se ha mencionado, el clima cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe. La pregunta del apóstol san Pablo « ¿cómo creerán... sin que se les predique?» (Rm 10, 14) – suena en nuestros días muy pertinente. En una situación como ésta, hay que reconocer como don del Espíritu la frescura y las energías que la presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión de transmitir la fe. Al mismo tiempo, debemos trabajar para que estos frutos puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis y de transmisión de la fe que han perdido su ardor originario”. ( Lineamenta No 15).
Entre las preguntas que acompañan el texto de consulta he espigado las siguientes para que puedan proseguir la reflexión con sus respectivas comunidades parroquiales, de vida consagrada y de vida apostólica y misionera. Acordémonos además que tenemos la tarea de hacer llegar el aporte de nuestra Iglesia local al Pontificio Secretariado del Sínodo antes de finales de noviembre.

PREGUNTAS

1. ¿En qué medida nuestras comunidades cristianas logran proponer lugares eclesiales que sean instrumentos de experiencia espiritual?
2. ¿Nuestros caminos de fe tienen como objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana o se proponen verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de “habitación” en el misterio de Cristo?
3. ¿En qué modo las Iglesias individualmente han encontrado soluciones y respuestas a la exigencia de experiencia espiritual, que proviene también de las jóvenes generaciones de hoy? La Palabra y la Eucaristía son los vehículos principales, los instrumentos privilegiados para vivir la fe cristiana como experiencia espiritual.
Que el Señor siga derramando ubérrimas bendiciones sobre nuestra Iglesia marabina y haga crecer en nuestros corazones el entusiasmo por servirla con fidelidad creativa, entrega incondicional y alegría fraterna. Me encomiendo a sus oraciones y los coloco a todos bajo el manto protector y materno de María de Chiquinquirá. Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo los bendiga a todos.

Maracaibo 28 de julio de 2011

+Ubaldo R. Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo












sábado, 2 de julio de 2011

Presidente… arrepiéntase

Pbro. Andrés Bravo Capellán de la UNICA
Dudé mucho… pero mucho, para escribirle estas líneas desde mi condición de venezolano y cristiano. Yo tengo mucho temor a Dios. Esto significa que me da miedo ofender a mi Dios con mis acciones y palabras y no responderle al amor que Él me tiene. Yo trato en todo posible de no hacerlo. Como decía santo Domingo Savio, es preferible morir antes que pecar. Pero, cuando lo hago acudo enseguida al sacramento de la confesión, me arrepiento, pido perdón y, especialmente, trato de reparar mis errores. Yo pienso que no hay que hacer leña del árbol caído. Jamás desear un mal a nadie… pero a nadie, ni a nuestro peor enemigo. Y, aunque Usted no es mi enemigo porque en verdad procuro no tenerlo, le deseo no sólo su total salud corporal, sino, sobre todo, su salud espiritual. Cuando a san Alberto Hurtado, sacerdote chileno, le dieron la noticia de que tenía cáncer, exclamó con fe: “Dios ha sido tan bueno conmigo que me ha dado tiempo para purificar mi vida y arrepentirme de mis pecados”. Y cuando le preguntaban por su salud respondía: “contento, Señor, contento”. Señor presidente, yo le digo lo que Dios mismo le dijo a los israelitas por medio del profeta Isaías, vuelva a Dios mientras va de camino.
No quisiera que mis palabras le lastimen el alma. Mucho menos que ofendan a sus humildes seguidores que son los que en verdad sufren por su enfermedad, no así sus secuaces que ya están pensando qué hacer para no perder sus privilegios. Yo rezo por Usted al Dios de mis Padres que es el mismo que Jesús de Nazaret me reveló en la cruz, a quien sigo, para que le convierta su corazón. Presidente, lea bien lo que el Señor le está queriendo decir con este acontecimiento de su vida. La Iglesia católica, estoy seguro, le acoge con la misma misericordia del Padre eterno. No se alegra como lo hizo Usted con la enfermedad del Cardenal Velazco, no lo enviará al infierno como lo hizo Usted cuando el Pastor de Caracas murió. Tampoco mandará a tirar perros muertos y gritar insultos como lo hizo Usted en el entierro del valiente misionero Cardenal Velazco. Lo primero que hizo la Conferencia Episcopal, cuando Usted oficializó su estado de salud, es ordenar a todos los católicos que oráramos por su salud. Así lo haremos, estoy seguro. Les pediremos a nuestros amados cardenales Velazco y Rosario Castillo y al Sr. Brito, así como a los asesinados el 4 de febrero del 92 y el 11 de abril del 2002, para que intercedan por su salud ante el Señor de la historia.
Presidente… arrepiéntase. Pida perdón por la muerte del Sr. Brito y rectifique devolviéndole sus propiedades a su familia. Devuélva las propiedades y las empresas confiscadas por su régimen. Deje libre a los presos políticos e invite a los perseguidos por usted a que regresen a nuestro País. Devuélvale sus trabajos a los numerosos despedidos injustamente de PDVSA y de otros lugares de trabajos oficiales. Llame a la reconciliación nacional. Ordene a sus secuaces no atropellar a ningún venezolano. No echar gas del bueno ni del malo a los estudiantes ni a los familiares de los presos ni a los profesionales y obreros que reclaman justicia. No persiga más a los comunicadores sociales, no cierre más Medios de Comunicación Social y ordene abrir o devolver los cerrados o confiscados. Y muchas más acciones de su régimen que ha hecho sufrir al prójimo.
Presidente… estamos conmovidos por su enfermedad. Pero conmuévase usted por la enfermedad de muchos presos políticos a quienes se les está negando sus derechos humanos más elementales de asistencia médica.
Repito, que mis palabras no lo ofendan. Pero insisto en mi invitación a convertir su corazón y reparar sus pecados. Nada sana y libera más que el perdón. Dios lo cuide presidente y proteja a mi pueblo de la tiranía.

viernes, 1 de julio de 2011

CARTA PASTORAL DEL EPISCOPADO VENEZOLANO EL BICENTENARIO DEL 5 DE JULIO (1811-2011)

1.- La Carta Pastoral sobre El Bicentenario del 19 de abril, que compartimos el año pasado con todo el pueblo de Venezuela, tenía como objetivo ser memoria viva y agradecida del gesto heroico del inicio del proceso emancipador y, a su vez, propuesta de proyección en el presente y el futuro de nuestro país .
2.- Con la presente declaración, como Pastores de este pueblo, invitamos desde el evangelio de Jesús a todos los venezolanos a transformar nuestra sociedad, fracturada, agresiva y violenta, en otra que sea justa, respetuosa y unida. A convertir el poder en servicio y los bienes de la tierra en medios de vida y oportunidades para todos, en vez de utilizarlos como proyectos e instrumentos de lucha de clases y discriminación . El Concilio Plenario aprobó dos documentos claves y actuales para asumir la tarea de la reconstrucción del país: La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y La Evangelización de la cultura en Venezuela .

MEMORIA AGRADECIDA DEL PASADO

3.- El 5 de julio es nuestra fiesta nacional por excelencia. Su celebración es una exigencia de justicia con las personas que, con su inteligencia, coherencia y fidelidad al espíritu de libertad, engendraron la patria. Esos hombres se comprometieron con sus vidas y bienes a construirla libre de vínculos coloniales. En su gesto brilló la fuerza de la civilidad, la autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje. Su proyecto de república independiente e igualitaria no fue del todo explicitado, ni comprendido, ni puesto en práctica solidariamente, lo que llevó a la división en bandos ensangrentados y trajo consigo la desgracia de la guerra civil .

EL PRESENTE: DESAFIO A NUESTRA CAPACIDAD DE CONVIVENCIA PACIFICA

4.- La actual situación de nuestro país refleja distintas realidades. Por una parte, la globalización, un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones. Lamentablemente su cara más extendida y exitosa es su dimensión económica, que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana . Esa globalización, que es también comunicacional-mediática, se traduce en estructuras de poder y en cultura del consumo y del espectáculo. Ella es efecto y causa de la modernización, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, y nos pone ante un mundo cambiante, con nuevas necesidades y exigencias diferentes a las de las generaciones anteriores.
5.- Por otra parte, la regionalización e integración latinoamericana, de la que nuestro país es protagonista, ha sufrido altibajos, marchas y contramarchas, en las que ha privado una falta de visión y un exceso de politización, dando al traste con proyectos sólidos y de largo alcance que favorezcan las economías y la convivencia de nuestros pueblos. No obstante, en América Latina y El Caribe se aprecia una creciente voluntad de integración regional con acuerdos multilaterales, involucrando un número creciente de países que generan sus propias reglas en el campo del comercio, los servicios y las patentes . Sin embargo, el peligro de aislarnos por posturas ideológicas, más que por intereses comunes, es un escenario real.
6.- En este contexto, nuestro país, atraviesa una coyuntura sociopolítica que se hace cada día más difícil. En efecto, mientras muchas naciones viven un desarrollo sistemático, progresivo y acelerado, Venezuela sufre un constante deterioro económico social; lo que implica que estamos quedando fuera de la tendencia global de cambios que permitan un desarrollo sostenido .
7.- A lo anterior se añade lo que estamos viviendo en estos últimos días: el drama inhumano de las cárceles. La descomposición de estas instituciones es global y profunda. La ambigüedad en la defensa de los derechos humanos y la ineficiencia del Estado para dar una respuesta adecuada a tan vasta problemática, hacen presumir que la situación se le ha escapado de las manos a las autoridades y ha pasado a las de los mismos reclusos. Es tiempo ya de dar una solución definitiva y humanizadora al sistema penitenciario. Lamentamos la inestimable pérdida de vidas humanas en los hechos más recientes de violencia carcelaria.
8.- Otro hecho que llama a reflexión es el daño causado a imágenes religiosas en diferentes ciudades. Este insólito ataque representa un desprecio a las devociones más queridas del pueblo, y en la práctica, una negación de los valores trascendentes; esconde el mismo irrespeto a la vida y a la dignidad del ser humano. Es lo contrario de una vida digna, serena y pacífica.
9.- Ante tantos problemas que vivimos a nivel personal, familiar y social, corremos el peligro de dejarnos invadir por el pesimismo debido a la falta de propuestas concretas con una nueva visión de país. El pesimismo puede llevarnos a una desilusión parecida a la de los discípulos de Emaús, quienes, entristecidos por la muerte de Jesús, caminaban sin esperanza . No podemos sucumbir a la tentación de la indiferencia, la resignación o la huida de la realidad. Frente a estos peligros nos alienta e impulsa la presencia del Señor en nuestras vidas, la fuerza de su Espíritu y el Pan de vida de la Eucaristía, como lo proclamamos gozosamente en el IV Congreso Eucarístico Nacional que acabamos de celebrar.

EL BICENTENARIO COMO MOTIVACION PARA EL CAMBIO

10.- Hemos sido y seguimos siendo un pueblo profundamente solidario, fraterno, trabajador y abierto a los demás, sin distinción de color, procedencia, credos o preferencias políticas. La tolerancia es una virtud del venezolano. Los problemas públicos suelen enfrentarse con paciencia y hasta con ánimo jocoso. Pero esta actitud no es suficiente. No debemos perder la capacidad de crítica ni de asombro ni de reacción moral; no podemos permanecer de brazos cruzados ante una situación que hiere las fibras humanas y espirituales más hondas de toda la sociedad venezolana.
11.- La parábola evangélica del Buen Samaritano , que expresa la actitud que Jesucristo reclama a sus oyentes: anda y haz tú lo mismo , nos ilumina para unir esfuerzos y levantar al país. La conmemoración del Bicentenario del 5 de julio nos brinda la ocasión de hacer propuestas, como ciudadanos y pastores, que aspiramos se conviertan en criterios de renovación social de Venezuela.
12.- Primero, es urgente recuperar entre todos el respeto y la promoción de la inviolable dignidad de la persona humana y de todos sus derechos. Sigamos el ejemplo de tanta gente desinteresada que, movida por un profundo sentido humanista y por las exigencias superiores de la fe religiosa, trabaja por los derechos humanos, la dignificación de las cárceles y la superación integral de los más pobres. El Estado, a su vez, tiene que demostrar capacidad y eficiencia para construir y cuidar los servicios básicos dignos: desde la recolección de la basura hasta la atención médica; una infraestructura confiable de la vialidad, el servicio eléctrico sin interrupciones, el trato humano adecuado en la oficina pública o privada, en el mercado o en el estadio, en el hogar y en el vecindario. En una palabra, dar respuesta satisfactoria a las necesidades del pueblo.
13.- Segundo, valorar una cultura del trabajo y de la colaboración solidaria en la producción y gestión de la riqueza. Se crece y madura como persona en el trabajo tesonero y en el aporte real de nuestras capacidades al bien común. Tenemos que superar la anticultura de la dádiva, de las colas interminables para recibir los mendrugos de una asignación o beca de la autoridad de turno. No podemos seguir con una vida parasitaria que se mueve al vaivén de quien tiene para repartir. No puede ser el clientelismo el que conceda empleos a quienes no son capaces o no estén suficientemente preparados para una determinada tarea y lo único que pueden mostrar es su afecto o compromiso con una línea política. La capacitación laboral de calidad y las oportunidades de empleo deben ser los parámetros de una cultura que aprecie el sentido pleno del trabajo productivo.
14.- Tercero, revalorizar la ciudadanía. Ser ciudadano es responsabilizarse de la vida y de la marcha de la comunidad. Participar activa y conscientemente en todos los espacios de la vida social. El país que queremos necesita del protagonismo de todos, en el que la meta principal ha de ser el bien común. Ciudadanía es también sinónimo de respeto al pluralismo y promoción de la convivencia democrática.
15.- Cuarto, ser discípulos de la verdad, el bien y la gratuidad. Solo la verdad nos hace libres . No transitemos por los caminos del facilismo, la mediocridad, el engaño o la manipulación. Necesitamos ver y reconocer un sinnúmero de ejemplos a nuestro alrededor, que nos muestran cómo se puede pensar en el bien del otro antes que en el propio beneficio.
16.- Quinto, corresponder a un país necesitado de auténtica reconciliación. Como creyentes estamos ante la gran oportunidad de manifestar el valor religioso del perdón, de la superación de los odios y resentimientos, para dar espacio a la acogida, a la sanación de actitudes, que nos lleven a incluir e integrar y a ser capaces de trabajar en común a pesar de las diferencias. La ética cristiana invita a alcanzar metas altas y exigentes, siempre con dulzura, delicadeza, y premura de quien desea el bien de las personas a quienes se dirige.
17.- Sexto, asumir como venezolanos y cristianos los desafíos de:
 Integrar en nuestras vidas el proceso de conversión y renovación espiritual, moral, intelectual, en la familia, la comunidad y la Iglesia, en la línea de un compromiso mayor para transformar la realidad actual del país;
 profundizar la opción preferencial por los pobres, ejercer un influjo real de transformación hacia un sistema económico más justo, más solidario y más propicio al desarrollo integral de todos;
 promover la solidaridad cristiana y defender los derechos humanos ante las frecuentes violaciones de los mismos;
 reconstruir la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana;
 renovar la labor de evangelización del ámbito cultural, defendiendo y promoviendo los valores humanos .

CONCLUSION

18.- La celebración del Bicentenario del 5 de julio del año 1.811 nos exige escribir de nuevo el Acta de la Independencia encarnando en cada uno de nosotros los postulados que la constituyen: como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra. Con la convicción de que la búsqueda de nuestro propio bien y utilidad no se quiere establecer sobre la desgracia de nuestros semejantes.
19.- Caminemos por la senda de la fraternidad y el respeto. Busquemos el bien y la utilidad común, sin menoscabo de los demás, de los que no piensan como nosotros. No repitamos los errores que condujeron al fracaso y a la guerra. Profundicemos la vía de la gratuidad, del servicio desinteresado. Como el samaritano del camino que se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega desinteresada fue su satisfacción frente a Dios y ante sí mismo. Es lo que pedimos para todos: en especial, para el pueblo llano y sencillo, creyente y amante de la paz, auténtico depositario de la soberanía, integrado por personas libres y de invalorable dignidad.
20.- Quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba, le dijeron a Jesús los dos discípulos de Emaús; su actitud de desesperanza cambió al descubrir que era Jesús Resucitado aquel que les acompañaba y con quien conversaban. Dejémonos convocar por el gesto profundo de Cristo, compartiendo el pan, fruto del sacrificio y del trabajo común.
Los mejores logros en la vida bicentenaria del país, sólo se obtienen afirmando el sistema democrático, superando las diferencias políticas y aceptando el diálogo, no exento de tensiones, como vía de convivencia pacífica. Animémonos a vivir de esta manera; y comprometámonos, cada quien desde su propia responsabilidad, a construir entre todos un país mejor.
Con nuestra bendición episcopal y la seguridad de la maternal protección de María Santísima de Coromoto.
Los Arzobispos y Obispos de Venezuela
Caracas, 29 de Junio de 2011, solemnidad de San Pedro y San Pablo