viernes, 21 de octubre de 2016

Una Reflexión Urgente, escrita el 21/10/2016

Hermanos Venezolanos

          Anoche nos acostamos con un sabor amargo, decepcionados, tristes y frustrados. Una vez más el régimen mostró su rostro, ya conocido y revelado un millón de veces, de cruel dictadura. El CNE, servicio obsceno del régimen, prácticamente suspendió el Referendo Revocatorio, salida pacífica y democrática hacia la liberación de Venezuela ¿Qué hacer? No estoy muy claro porque no soy un analista político. Soy un ciudadano de fe cristiana que, aunque la sombra nos cubra demasiado, ve siempre un agujero donde se cuela un rayito de luz de esperanza.
Como reza el salmo 23, aunque camine por cañadas obscuras nada temo porque tú, Buen Pastor, vas con nosotros. Y, como decimos en nuestro pueblo, la pelea es peleando. Yo añado que no podemos seguir luchando con llantos y miedo en nuestro corazón. En píe de lucha nos mantenemos, la resignación no es cristiana. Tampoco, hacia donde nos quieren llevar el régimen, es cristiana ni humana la violencia. Pero, hay que distinguir el conflicto de la violencia. Ésta destruye, aquella exige una respuesta donde va incluida la organización y el sacrificio. El sacrificio por la lucha liberadora, no el sacrificio de la miseria que mata. La protesta es un derecho, es irreverente sí. Muchos quieren que se proteste pero que no los molesten. Los dictadores tienen fuerza bruta, nosotros tenemos la fuerza de la razón y, los cristianos, la fuerza de la fe.
No sé cuánto durará esta situación. Lo que sí sé es que jamás nos podemos detener, ¡jamás! La maldad no tiene la palabra definitiva, el bien siempre triunfa. El camino es largo y difícil, pero es el camino que nos lleva a conquistar la libertad y la democracia. Cerrar puertas es tarea de ellos, abrirlas es nuestra voluntad. Y si quieren saber lo que creo, esto no es mucho lo que dura. El futuro es importante construirlo de manera más humana. Pa’lante venezolanos, Dios los bendiga.

P. Andrés Bravo

lunes, 17 de octubre de 2016

El Cardenal Baltazar Porras. Un Escrito Pretencioso

Pbro. Mg. Andrés Bravo
Director del Centro de Estudios de la Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
Universidad Católica Cecilio Acosta
            Una gran alegría sentimos los cristianos y los venezolanos en general al escuchar la buena noticia del nombramiento de Mons. Baltazar Porras como Cardenal de la Iglesia Universal, anunciado por el Papa Francisco en el rezo del Ángelus el domingo 9 de octubre de este Año Jubilar de la Misericordia 2016. Mons. Porras, Arzobispo de Mérida, es una de las personas más apreciada en todo el país y más allá de nuestras fronteras. Como ciudadano ejemplar y sacerdote integral. Buen pastor e intrépido profeta que anuncia la verdad del Evangelio con caridad y valentía. Quienes lo conocemos y hemos tenido la gracia compartir con él, damos testimonio de un ser integro, destacándose por su amor a la Iglesia y a la Patria. Pienso que al escribir estas líneas me convierto en un pretencioso por atreverme hablar de tan alta dignidad.
            Lo conocimos en el Seminario Interdiocesano de Caracas cuando en 1977 los seminaristas esperábamos que llegara de España, como doctor en teología pastoral de la Pontificia Universidad de Salamanca, el nuevo director de estudios. Todos hablábamos de un joven sacerdote del clero de Calabozo. Se había ordenado sacerdote de 22 años y obtiene el doctorado de 32 años. Llegó tarde (enero de 1978, después de presentar su tesis doctoral), el curso había comenzado. Una agradable impresión nos causó su llegada. Lo más relevante era la enorme biblioteca que portaba con él como uno de su más valiosos tesoro. Por lo demás, su inmediata cercanía ganó nuestra admiración y querencia. Observamos que los sacerdotes y laicos intelectuales se acercaban para exclamar con entusiasmo: “Oye, tú eres Baltazar Porras, todos hablan de ti, que gusto conocerte”. Él, con la sonrisa de siempre, respondía con agrado y hasta con sorpresa.
            No tardó mucho para impartir sus primeras lecciones en teología pastoral, más tarde enseñó cristología y otras asignaturas teológicas. Su autor preferido es el progresista teólogo español Casiano Floristán quien le había tutorado su tesis doctoral. Venía con una sólida formación filosófica y teológica, con una clara inclinación por la historia y la cultura, que ha profundizado en su devenir histórico. Seis meses después de su llegada al Seminario Interdiocesano Santa Rosa de Lima, se convierte en nuestro vice-rector. Venía también con una enorme experiencia pastoral. De diácono ya era profesor y miembro del equipo directivo del Seminario Menor San José de Calabozo (1966-1967).
Es ordenado sacerdote el 30 de julio de 1967, en la Catedral de Calabozo, de manos de Mons. Miguel Antonio Salas, Obispo de Calabozo. Sin duda, su mentor, su padre y maestro, desde que fue Baltazar seminarista y Mons. Salas rector del Seminario Interdiocesano hasta que le entregó su Sede Arzobispal de Mérida. Seguro su padre y maestro siguió viviendo feliz hasta la eternidad porque la Iglesia andina quedaba en manos de un buen pastor.
A Mons. Miguel Antonio Salas Salas lo conoceremos mejor por una breve biografía escrita por el propio Baltazar y publicada por el Archivo Arquidiocesano de Mérida (2015), presentada a la Santa Sede para la apertura de su Causa de Beatificación. Escribe el nuevo Cardenal: “Quienes fuimos sus alumnos en el Seminario Menor recordamos con fruición las clases de historia de Venezuela y de formación social, moral y cívica. Verdaderas cátedras de conocimiento, amor a la propia idiosincrasia, dictadas con pericia pedagógica. Bebimos como adolescentes el valor de las virtudes humanas y cristianas que deben adornar a cualquier persona que se precie de su ciudadanía y de ser creyente”. Baltazar no sólo aprendió estas enseñanzas, sino que las vivió y se dejó orientar por ellas. Además, nos las comunica con la misma pericia pedagógica.
Pero, lo repito, entraba el Padre Porras al Seminario con una extraordinaria experiencia pastoral, como párroco, capellán, asesor de movimientos de laicos, trabajo de curia y acción vocacional como formador de sacerdotes. Nuestro formador es un sacerdote amigo de los seminaristas. Creo que aprendimos más viéndole vivir y con las tertulias informales que muchas veces teníamos en su estudio o en los paseos improvisados, que en las magistrales clases en el aula.
Se ve una persona a quien le gusta el deporte y nos exige practicarlo con él. En la introducción de su libro De Cara al Futuro, su primer tomo, publicado por la Universidad de los Andes en 1992 como homenaje a su jubileo de plata sacerdotal, lo expresa con espontaneidad señalando lo que llama “tres querencias”: la capilla, indicando su fuerte vida espiritual. El ejercicio físico que le permite ser disciplinado, constante y eficaz en su trabajo. La tercera querencia son sus libros, su estudio e investigación con seriedad y competencia. Actitudes que formó al sacerdote Baltazar desde seminarista por parte de los Padres Euditas que, por el decir de él, eran de hierro.
El Cardenal Porras vive y se forma en el camino renovador de la Iglesia actual que comienza por los movimientos litúrgicos, sociales, bíblicos, patrísticos, teológicos y pastorales que impulsaron el Concilio Vaticano II (1962-1965). El inicio de su formación teológica en Salamanca coincide con el año de la apertura de las Sesiones Conciliares. Lo sigue paso a paso por medio de informaciones, estudios e investigaciones. Va forjando su vida sacerdotal con el ritmo de una Iglesia que se rejuvenece. Para reflexionar sobre este acontecimiento del Espíritu, nuestro Cardenal escribe con cierto reclamo: “El Concilio, no nos engañemos, inició un movimiento irreversible que no lo podemos detener ni acomodar. Estamos traicionando el paso del Espíritu si seguimos aferrados a las adherencias que los siglos y nuestra propia comodidad han ido acumulando. Ha sido tan avasallador el paso del Concilio que la dinámica de la vida eclesial ha superado, en mucho, algunos planteamientos iniciales y, ¿podemos quedarnos al margen o ignorar esa realidad? Sería suicida porque faltaríamos a la fidelidad al Espíritu que es el que lo mueve todo” (De Cara al Futuro, p.20).
A los cincuenta años de este Concilio, en nuestra Católica de Maracaibo (UNICA), el actual Cardenal Porras comunicará su experiencia: “Tuve la dicha de que mis cuatro años de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca coincidieran con las cuatro sesiones conciliares. Vivimos aquellos años con pasión, ávidos de aprender, hurgando en ese Espíritu que soplaba por doquier lo que necesitábamos para poder ser heraldos de la Palabra de Dios en un mundo que mostraba síntomas de cansancio y aburrimiento por lo religioso” (Conferencia dictada el 13 de septiembre de 2012 en la UNICA).
Sigue su conferencia aclarando y desafiando: “Pero, me pregunto a estas alturas, ¿cómo hablar del Concilio Vaticano II a un auditorio que en su mayoría, fundamentalmente por razones de edad, percibe el concilio como un hecho del pasado que no genera el entusiasmo y la pasión que ardió en quienes nos tocó vivir el paso cualitativo de la etapa preconciliar a la efervescencia de las diversas etapas postconciliares? Intentaré, por tanto, de hacer un recorrido testimonial más que doctrinal, con la esperanza de que el recuerdo cordial del Vaticano II sea más bien, un acicate para acercarse a él con la convicción de que hay muchas tareas pendientes que deben asumir las actuales y futuras generaciones”.
Baltazar respira amor a su Iglesia, ésta que ha sido capaz de revisarse a la luz del Evangelio y de la Tradición, que se auto-comprende misterio de comunión y misión en el mismo Misterio de Dios Trinidad. La que es en Cristo, no en ella misma, sacramento de salvación. Que, como dirá Juan Pablo II, es casa y escuela de comunión. La que nace de la voluntad amorosa del Padre y la misión salvadora del Hijo y del Espíritu Santo. La que sirve al Reino de Dios, no la que se cree el Reino de Dios. La Iglesia como comunidad cristiana, humana, integrada por seres humanos, solidaria del género humano y de su historia. Sirvienta de la humanidad, como dirá Pablo VI, el papa de la modernidad, como lo califica Baltazar.
De muchas maneras, nuestro Cardenal, participa y es protagonista de primera plana de los grandes acontecimientos eclesiales de América Latina que sigue el camino renovador del Concilio. Desde estas experiencias, en 1976, él interroga a los cristianos actuales (Los Interrogantes del Cristiano de hoy, Trípode, Caracas 1976): “¿La Iglesia se derrumba? No. La Iglesia cambia. Necesita cambiar, porque le urge dar respuesta a los problemas actuales”. Desde Medellín (1968), al siguiente año de su ordenación sacerdotal, va a vibrar con la Iglesia liberadora que opta preferencialmente por los pobres. Con el fin de ayudar a los laicos a conocer y acoger las Conclusiones de Medellín, realiza una extraordinaria síntesis titulada: Documentos del CELAM (Medellín) para Cursillos de Cristiandad (Trípode, Caracas 1972).
Por lo mismo, su tesis doctoral la dedica al tema del diagnóstico teológico-pastoral de la Venezuela contemporánea desde la documentación episcopal venezolana y desde la teología latinoamericana (Los Obispos y los Problemas de Venezuela, Trípode Caracas 1978). Para el autor, “el mensaje eclesial de Medellín parte de la necesidad de una búsqueda de una nueva y más intensa presencia de la Iglesia en la actual transformación del continente. Convencida de que tiene un mensaje para todos los hombres que tienen hambre y sed de justicia. Quiere ser Iglesia-signo y penetrar todo el proceso de cambio con los valores evangélicos. Como línea pastoral opta por las comunidades eclesiales de base”.
Pero, en Puebla (1979), Baltazar desde el Seminario Santa Rosa de Lima, trabajó y reflexionó muy arduamente desde el primer documento de consulta, en la preparación de los aportes de la Conferencia Episcopal Venezolana y en el mismo desarrollo de la Tercera Conferencia. Va a criticar con serenidad aquel documento de consulta de Puebla, reformado totalmente por los aportes de las distintas conferencias episcopales del continente (se puede leer su artículo “observaciones desde la teología pastoral al documento de consulta de Puebla”, De Cara al Futuro, pp. 116-119).
Pero, existe un libro muy importante que nuestro Cardenal escribe con Mons. Mario Moronta en 1980, siendo los dos presbíteros, se trata de: Puebla, Opción Fundamental de la Iglesia, Trípode, Caracas: “El documento nos presenta en todo momento una referencia a la Iglesia como signo, como comunión, como servicio, como evangelizadora, como preocupada por los hombres, etc. Por ello, la opción de Puebla está en la Iglesia” (p. 7). Aquí se estudia especialmente, las opciones preferenciales por los pobres y por los jóvenes.
Aquellos tiempos de Puebla fueron en el Seminario, gracias Baltazar, intenso en todo lo que significó estudio y reflexión, información, crítica y análisis, tiempos de posturas importantes que nos permitió identificarnos totalmente con la realidad socio-política de Latinoamérica. De luchas, dictaduras militares crueles, guerras civiles, ideologías como el socialismo, cristianos por el socialismo, al otro extremo, la seguridad nacional. Tiempos juveniles de la revista Protesta (Ed. San Pablo) penetrada por nosotros en el Seminario. Cómo olvidar cuando el 24 de marzo de 1980 nos metimos a llorar el asesinato de Mons. Romero en el estudio de Baltazar, que compartía nuestras inquietudes y nos escuchaba, así como también nos orientaba y enseñaba. Es verdaderamente una gracia divina haber vivido mi formación con sacerdotes como Baltazar.
Después de que lo nombran Obispo Auxiliar de Mérida en 1983 y luego Arzobispo de la misma Arquidiócesis andina en 1991, lo hemos visto actuar a nivel nacional. Especialmente, en estos años de totalitarismo y grave crisis humanitaria. Ha sido un pastor y un profeta agudo. Según él, “sería bueno, pasearnos por la realidad venezolana y preguntarnos, si basta la estética comunicacional o es necesario hincarle el diente a la ética, para que la igualdad sea el rasero con el que midamos la conducta personal y la de aquellos que nos dirigen”. Como hijo del Vaticano II, de Medellín y Puebla, sabe escrutar los nuevos signos de los tiempos y responderle con los valores del Evangelio de Jesús. De esta forma nos enseña que “la justicia humana no es sólo el pago de una pena, requiere del respeto a la condición humana y a la vida, que están por encima de cualquier otra connotación”.
            Con la sensación de no haber dicho lo suficiente, finalizamos estas reflexiones, escritas presumiendo amistad con nuestro nuevo Cardenal, me rindo ante los pies del crucificado para agradecer tan importante designación y que sirva, como bien lo ha referido él, para la paz y la superación de los males que sufre nuestro pueblo venezolano.