lunes, 24 de noviembre de 2014

Ángel Leonardo, Sacerdote



Andrés Bravo
Profesor de la UNICA

 
            Padre, amigo y hermano, nos despertaste de golpe y, de verdad, nos dolió. Te vimos actuar con dinamismo, siempre entregándote por tu comunidad desde la Iglesia que amaste. Con sinceridad confesamos que no entendemos. Sin embargo, por la fe, nos rendimos en obediencia ante el misterio de Dios-Amor. Tiene razón el Profeta cuando dice que los caminos de Dios no son los nuestros. Nos consuela cuando, con humildad, lo aceptamos para hacerlos nuestros. Tú ya los recorriste y llegaste pronto a la meta. Nos adherimos a las voces que te gritaron: “Padre querido, nos vemos en el cielo”.
            Sabemos que vienes de una bella familia, humilde y sencilla. Tus padres se esforzaron mucho para darte las mejores oportunidades para una esmerada educación que tú aprovechaste con inteligencia y responsabilidad en el Instituto Niños Cantores del Zulia, primero, y, luego, en el Seminario. Ahí nos encontramos y comenzamos a cosechar amistad y fraternidad. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que tu vocación sacerdotal es fruto natural de tu familia cristiana y tu formación en Niños Cantores.
            Naciste en Maracaibo el 6 de agosto de 1964, cuando el mundo cristiano transitaba la experiencia renovadora de la Iglesia con el Concilio Vaticano II. Renovación eclesial que se desarrollaba contigo y, como sacerdote, la viviste con mayor protagonismo. Ciertamente, nadie te lo puede dejar de reconocer, fuiste primero en mucho. Primer Niño Cantor ordenado sacerdote y el primer fruto del Seminario de Maracaibo. Por eso, la celebración de tu ordenación sacerdotal en 1990 fue grande para nuestra Iglesia. Lo más importante es que tu consagración en tus últimos veinticuatro años sacerdotales fue un digno testimonio de esa gran alegría.
            No hiciste alardes de tu brillante inteligencia. Tu actitud sencilla, humilde y simpática te valió el aprecio y respeto de todos. Te quisimos, aunque poco te lo decíamos. Tu disponibilidad y servicio sincero fueron tus mayores valores, pero, no siempre fuiste comprendido. Muchos debiéramos pedirte perdón por nuestras malas actitudes hacia ti. Tú, sin embargo, en los momentos más conflictivos de nuestra Iglesia local, con libertad y responsabilidad, asumiste misiones importantes, contra toda crítica equivocada, sin ofender a nadie, porque, sin dudas, amaste a nuestra Iglesia.
Tu primera experiencia fue en la Parroquia San José, donde serviste como vicario parroquial. Ahí fuimos testigos de tu gran capacidad para el trabajo en equipo sacerdotal. Era fácil vivir y trabajar contigo, porque eras hermano sincero, respetuoso y comprensivo. Los jóvenes te buscaban para apoyarse en ti, en tus consejos, en tus palabras, en tu espiritualidad, en tu testimonio y amor. Compartimos los cursos básicos de formación, porque fuiste un buen maestro. También admiraban tus homilías por su claridad y profundidad.
Compartiste el trabajo parroquial de San José con tu dedicada y esmerada promoción vocacional, siendo director del entonces Centro Vocacional. ¡Cuántos recuerdos hermosos, Padre! Tu relación con los seminaristas y sacerdotes fue extraordinaria, fuiste padre y hermano. Tu testimonio inspiraba autoridad, la de aquel que ama y sirve. Creciste en las parroquias que gozaron de tu ministerio: San José, Santísimo Cristo de San Francisco, Nuestra Señora de Coromoto y Santísimo Sacramento. En el Seminario y en la Curia Arquidiocesana. Como profesor competente en el Seminario y en la Universidad Católica “Cecilio Acosta”. Tanto creciste que pronto llegaste al cielo donde te espera el Señor para decirte: “Siervo bueno y fiel, pasa a gozar de mi reino preparado para los que aman”.