jueves, 18 de febrero de 2010

Textos de Doctrina Social de la Iglesia

La doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad, así como a las realidades terrenas que con ellas se enlazan, ofreciendo principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis 8).

 “La enseñanza social de la Iglesia se origina del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen de la vida de la sociedad” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 3).



 “Hoy, la doctrina social está llamada, cada vez con mayor urgencia, a aportar su propio servicio específico a la evangelización, al diálogo con el mundo, a la interpretación cristiana de la realidad y a las orientaciones de la acción pastoral, para iluminar las diversas iniciativas en el plano temporal con principios rectos” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 2).



 “Las fuentes de la doctrina social son la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres y de los grandes teólogos de la Iglesia y del mismo Magisterio. Su fundamento y objeto es la dignidad de la persona humana con sus derechos inalienables, que forman el núcleo de la verdad sobre el hombre. El sujeto es toda la comunidad cristiana, en unión y bajo la guía de sus legítimos pastores, en la que también los laicos, con su experiencia cristiana, son activos colaboradores. El contenido, compendiando la visión del hombre, de la humanidad y de la sociedad, refleja al hombre completo, al hombre social, como sujeto y realidad fundamental de la antropología cristiana” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 4).



 “Entre el Evangelio y la vida real, en efecto, hay una interpelación recíproca que, en el plano práctico de la evangelización y de la promoción humana, se concreta en fuertes vínculos de orden antropológico, teológico v espiritual, de modo que la caridad, la justicia y la paz son inseparables en la promoción de la persona humana” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 5).



 “Se puede decir que en cada época y en cualquier situación la Iglesia recorre este camino cumpliendo en la sociedad un triple deber: anuncio de la verdad acerca de la dignidad del hombre y de sus derechos, denuncia de las situaciones injustas, y cooperación a los cambios positivos de la sociedad y al verdadero progreso del hombre” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 5).



 “El Magisterio, al invitar a los fieles a hacer una elección concreta y a obrar según los principios y los criterios expresados en su doctrina social, les ofrece el fruto de muchas reflexiones y experiencias pastorales maduradas bajo la asistencia especial prometida por Cristo a su Iglesia. Corresponde al cristiano verdadero seguir dicha doctrina y ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de participación y de compromiso” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 7).



 “La doctrina social de la Iglesia, por su carácter mediador entre el Evangelio y la realidad concreta del hombre y de la sociedad, necesita ser actualizada continuamente y responder a las nuevas situaciones del mundo y de la historia. De hecho, en el transcurso de los años ella ha experimentado una evolución notable. El objeto inicial de esta doctrina fue la llamada cuestión social, es decir, el conjunto de problemas socio-económicos surgidos en determinadas áreas del mundo europeo y americano como consecuencia de la revolución industrial. Hoy la cuestión social no está limitada a una zona geográfica particular, sino que tiene una dimensión mundial y abarca muchos aspectos, incluso políticos, unidos a la relación entre clases y a la transformación de la sociedad ya realizada y todavía en curso de realización. De todos modos cuestión social y doctrina social permanecen como términos correlativos” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 11).



 “La doctrina social hunde sus raíces en la historia de la salvación y encuentra su origen en la misma misión salvífica y liberadora de Jesucristo y de la Iglesia. Ella se vincula con la experiencia de fe en la salvación y en la liberación total del pueblo de Dios, descrita primeramente en el Génesis, en el Éxodo, en los Profetas y en los Salmos, v después, en la vida de Jesús y en las Cartas Apostólicas” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 15).



 “En toda época la doctrina social, con sus principios de reflexión, sus criterios de juicio y sus normas de acción no ha tenido, ni hubiera podido tener otra finalidad que la de iluminar especialmente, partiendo de la fe y de la tradición de la Iglesia, la situación real de la sociedad, sobre todo cuando en ella se ofende la dignidad humana” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 18).



 “León XIII, preocupado por la cuestión obrera, esto es, por los problemas derivados de la deplorable situación en que se encontraba el proletariado industrial, interviene con la encíclica Rerum novarum (1891), un texto valiente y clarividente, que preparó el desarrollo de la doctrina social llevado a cabo por el Magisterio en documentos posteriores. En la encíclica el Pontífice expone los principios doctrinales que pueden servir para remediar el mal social latente en la situación de los obreros” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 20).



 “Cuarenta años después (de la Rerum novarum), cuando el desarrollo de la sociedad industrial había llevado ya a una enorme y siempre creciente concentración de fuerzas y de poder en el mundo económico social y encendido una cruel lucha de clases, Pío XI sintió el deber y la responsabilidad de promover un mayor conocimiento, una más exacta interpretación y una urgente aplicación de la ley moral reguladora de las relaciones humanas en ese campo, con el fin de superar el conflicto de clases y llegar a un nuevo orden social basado en la justicia y en la caridad. Dada esta atención al nuevo contexto histórico, su encíclica Quadragesimo anno aporta novedades: ofrece una panorámica conjunta de la sociedad industrial y de la producción; subraya la necesidad de que tanto el capital como el trabajo contribuyan a la producción y a la organización económica; establece las condiciones para el restablecimiento del orden social; busca un nuevo enfoque de los problemas surgidos, para afrontar los grandes cambios ocasionados por el nuevo desarrollo de la economía y del socialismo; no duda en tomar posición sobre los intentos, realizados en aquellos años, por superar con el sistema corporativista, la antinomia social mostrándose favorable a los principios de solidaridad y de colaboración que lo inspiraban, pero advirtiendo que la falta de respeto a la libertad de asociación y de acción podía comprometer el éxito deseado” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 21).



 “En los años de la guerra y de la posguerra el Magisterio social de Pío XII representó para muchos pueblos de todos los continentes y para millones de creyentes y de no creyentes la voz de la conciencia universal interpretada y proclamada en íntima conexión con la palabra de Dios. Con su autoridad moral y su prestigio, Pío XII llevó la luz de la sabiduría cristiana a un número incontable de hombres de toda categoría y nivel social, a gobernantes, hombres de la cultura, profesionales, empresarios, dirigentes, técnicos y obreros” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 22).



 “El estilo y el lenguaje de las encíclicas del Papa Juan XXIII (Mater et Magistra en 196l y Pacem in terris en 1963) confieren a la doctrina social una nueva capacidad de aproximación y de incidencia en las nuevas situaciones, sin romper por ello la continuidad con la tradición precedente. No se puede, pues hablar de cambio epistemológico. Es cierto que aflora la tendencia a valorar lo empírico y lo sociológico, pero al mismo tiempo se acentúa la motivación teológica de la doctrina social. Esto es tanto más evidente si se confronta con los documentos anteriores, en los que predomina la reflexión filosófica y la argumentación basadas sobre principios del derecho natural. A dar origen a las encíclicas sociales de Juan XXIII han influido sin duda alguna los cambios radicales tanto dentro de los Estados como en sus relaciones recíprocas, sea en el campo científico, técnico y económico, sea en el social y político” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 23).



 “Cuatro años después de la publicación de la Mater et Magistra, aparece la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual. Si entre los documentos el tiempo transcurrido era demasiado breve para que se produjeran cambios significativos en la realidad histórica, sin embargo, con el nuevo documento el camino recorrido por la doctrina social fue considerable. El Concilio, en efecto, se dio cuenta de que el mundo esperaba de la Iglesia un mensaje nuevo y estimulante. A esta expectación respondió con la citada Constitución, en la cual, en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo interés por la doctrina contenida en los documentos anteriores respecto del testimonio y la vida de los cristianos, como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios en el mundo” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 24).



 “Algunos años después del Concilio, la Iglesia ofreció a la humanidad una nueva e importante reflexión en materia social con la encíclica Populorum progressio (1967) de Pablo VI. Se la puede considerar como una ampliación del capítulo sobre la vida económico-social de la Gaudium et spes, aunque introduciendo algunas novedades significativas” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 25).



 “Después de sólo cuatro años de la encíclica Populorom progressio, Pablo VI escribió la carta apostólica Octogesima adveniens (1971). Era el octogésimo aniversario de la Rerum novarum, pero el Papa más que al pasado miraba al presente y al futuro. En el mundo occidental industrializado habían surgido nuevos problemas, los de la llamada sociedad post-industrial, y se precisaba aplicar a ellos la enseñanza social de la Iglesia. La Octogesima adveniens inicia así una nueva reflexión para la comprensión de la dimensión política de la existencia y del compromiso cristiano, estimulando a la vez el sentido crítico con relación a las ideologías y utopías subyacentes en los sistemas socioeconómicos vigentes” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 25).



 “Diez años después (1981), JUAN PABLO II interviene con la gran encíclica Laborem exercens. El decenio transcurrido había dejado una impronta en la historia del mundo y de la Iglesia. En el pensamiento del Papa no es difícil descubrir el flujo de los nuevos cambios que se habían producido. Si los años setenta habían comenzado con el acentuarse de la conciencia del subdesarrollo y de las injusticias que de él se derivaban, a mediados del mismo decenio se manifestaron los primeros síntomas de una crisis más profunda producida por las contradicciones que encubría el sistema monetario y económico internacional, y caracterizada sobre todo por la enorme alza de los precios del petróleo. En esta situación el Tercer Mundo, frente al conjunto de Países desarrollados de Occidente y a los del bloque oriental colectivista, reclamaba nuevas estructuras monetarias y comerciales que respetaran los derechos de los pueblos pobres no menos que la justicia en las relaciones económicas. Mientras crecía el malestar en el Tercer Mundo, algunos Países, haciéndose eco de este sufrimiento, reivindicaban mayor justicia en la distribución de la renta mundial. Todo el sistema de la distribución internacional del trabajo y de la estructuración de la economía mundial entraba en profunda crisis; y como consecuencia, se exigía una revisión radical de las mismas estructuras que habían llevado a un desarrollo económico tan desigual” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 26).



 “El 30 de diciembre de 1987, a los veinte años de la Populorum progressio, JUAN PABLO II publicó la encíclica Sollicitudo rei socialis, cuyo tema central es la noción del desarrollo según se expone en el documento de Pablo VI. A la luz de la enseñanza siempre válida de la Populorum progressio el Sumo Pontífice ha querido examinar, a veinte años de distancia, la situación del mundo bajo este aspecto, con el fin de actualizar y de profundizar más aún la noción de desarrollo, para que el mismo responda a las necesidades urgentes del momento histórico presente y esté verdaderamente a la altura de hombre. Dos son los temas fundamentales de la Sollicitudo rei socialis: el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo, desde el punto de vista del desarrollo fallido del Tercer Mundo, y el segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombre” (Orientaciones para el estudio y enseñanza de la DSI en la formación de los Sacerdotes 26).



 “En el centenario de la Rerum novarum, Juan Pablo II promulga su tercera encíclica social, la Centesimus annus, que muestra la continuidad doctrinal de cien años de Magisterio social de la Iglesia. Retomando uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política, que había sido el tema central de la encíclica precedente” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 103).



 “Juan Pablo II pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre en Dios es la condición de un auténtico desarrollo humano” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 103).



 “El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina constituye, por tanto, una verdadera prioridad pastoral, para que las personas iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la realidad de hoy y de buscar caminos apropiados para la acción: La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 7).



 El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2005) “se propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un subsidio para los fieles sobre la enseñanza de la moral social” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 7).

martes, 9 de febrero de 2010

Justicia y paz

San Agustín, Comentario al Salmo 84

“La misericordia y la verdad se encuentran; la justicia y la paz se besan” (sal 84, 11). Cumple la justicia y tendrás la paz, a fin de que se besen entre sí la justicia y la paz. Si no amas la justicia, no tendrás la paz, pues ambas se aman y se abrazan.

Para que quien realiza la justicia encuentre la paz, ésta se abraza a la justicia. Son amigas. Acaso tú quieres una y no practicas la otra, pues no hay nadie que no quiera la paz, pero no todos quieren actuar la justicia. Si preguntas a todos y cada uno de los hombres ¿Quieres la paz?, unánimemente te responderá todo el género humano: la deseo, la anhelo, la quiero, la amo. Entonces ama también la justicia, porque son amigas y se abrazan entre sí. Si no amas a la amiga de la paz, esta misma no te amará ni vendrá a ti.

¿Acaso es algo grande desear la paz? Cualquier hombre perverso la desea. Buena cosa es, pues, la paz. Pero cumple la justicia, porque la justicia y la paz se abrazan entre sí y no litigan. ¿Por qué contiendes tú con la justicia? Te manda que no robes y no le haces caso; que no seas adúltero y no la quieres oír; que no hagas a otro lo que no quieres tú sufrir, que no digas a otro lo que no quieres que te diga. Eres enemigo de mi amiga, te dice la paz, ¿por qué me buscas? Soy amiga de la justicia y no acepto al que encuentro enemigo de mi amiga. Cumple la justicia. Por eso, en otro salmo se te dice: “Apártate del mal y haz el bien” (esto es, ama la justicia), y cuando ya te hubieres apartado del mal y practicares el bien, “busca la paz y persíguela” (Sal 35, 15). Pero no la buscarás por mucho tiempo, porque ella misma se llegará a ti y se abrazará a la justicia (S. Agustín, en Sal 84, n.12).

(Citado por Restituto Sierra Bravo, Diccionario Social de los Padres de la Iglesia, Edibesa, Madrid 1997, págs. 240-241)

lunes, 1 de febrero de 2010

EL SILENCIO SE HIZO PALABRA

Tomado del capítulo XI del libro:
Silvio Jose, BÁEZ, Cuando todo calla. El silencio en la Biblia, Madrid 2009

En el Nuevo Testamento, el silencio, más allá de las formas contingentes con las que se puede presentar, tiene siempre un origen único. Nace del «misterio envuelto en el silencio (mysterion sesigemenon) durante siglos eternos, pero manifestado al presente» (Rom 16,25-26). El mysterion es el proyecto eterno de Dios, con su estructura intrínseca y dinámica de realidad escondida y revelada, silenciosa y manifiesta. Envuelto en el silencio por toda la eternidad, el mysterion se ha hecho visible históricamente en el evento de la Palabra hecha carne y en el sucesivo anuncio kerigmático del Cristo.
Dios no es una individualidad replegada en sí misma, sino un misterio relacional que es expresión de sí mismo, fuerza de amor extático, diálogo eterno que se expande y, en cuanto tal, fuente originaria de toda relación. El prólogo del Evangelio de Juan afirma que «en el principio existía el Logos» (Jn 1,1), es decir, la Palabra, que en el pensamiento bíblico es también inmediatamente dinamismo, acción, proyecto divino. El mismo prólogo joánico celebra que este misterio divino, se ha revelado en un momento determinado de la historia en un hombre, Jesús de Nazaret: «el Logos se hizo carne» (Jn 1,14). Por eso, para el Nuevo Testamento, el concepto de «palabra» es determinante, es una categoría teológica fundamental. Cristo Palabra es, en efecto, el camino que revela y conduce al misterio divino. El silencio en el Nuevo Testamento se define siempre en relación con este evento fundamental y único, la manifestación del Logos de Dios en la existencia histórica de Jesús.
En el mismo prólogo del Evangelio de Juan se afirma también que «a Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo ha narrado (exegesato)» (Jn 1,18). En sintonía con toda la tradición bíblica, se afirma la imposibilidad de ver a Dios, incluso después de la manifestación del Hijo, que ha vivido «en el seno del Padre», continuamente orientado al Padre en su existencia terrena. El «ver» a Dios acontece en el «escuchar» al Hijo, cuya misión reveladora es descrita en el evangelio de Juan con un verbo que pertenece al campo semántico del lenguaje y de la descripción, exegéomai, «narrar», «relatar», «explicar detalladamente», como hace un testigo en relación con un evento. El Hijo único, el único testigo ocular del Padre, «narra» lo que ha visto y oído, y su «narración» es auténtica, porque sólo Dios puede hablar en modo adecuado de Dios.
La Palabra, el Hijo, es la puerta que nos introduce en el abismal misterio divino, silencioso y escondido. El Dios revelado en Cristo es al mismo tiempo invisible y silencioso, manifiesto y revelado. Por lo tanto, acoge la Palabra hecha carne sólo quien va más allá de la Palabra y escucha el Silencio, del que ella procede y al que ella revela. La auténtica escucha de la Palabra supone este atravesar la Palabra e ir más allá de ella, hasta oír el Silencio, hasta acoger en la fe al Padre, de quien el Hijo es su plena revelación: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado» (Jn 12,44; cf. 13,20; 14,24). La adhesión de fe a la Palabra exige la escucha del misterio divino que se ha hecho accesible en la encarnación del Hijo, exige la acogida del Padre, el Dios escondido en el silencio. Lo ha dicho en modo sublime San Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».

Si tu rasgases los cielos y bajases

La experiencia religiosa del judaísmo inmediatamente anterior a la época del Nuevo Testamento se caracteriza no sólo por la centralidad de la torah, sino por la conciencia colectiva de vivir una época de silencio, de ausencia de palabras proféticas. Se vivía una especie de nostalgia por la palabra divina, como dejan entrever algunos textos tardíos del Antiguo Testamento: «¡Ah!, si rasgases los cielos y bajases» (Is 63,19); «Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer los profetas» (1 Mac 9,27).
Este período histórico de ausencia de la palabra profética se convierte en espera ansiosa gracias a la fe de innumerables hombres y mujeres, que continuaron viviendo en actitud de profunda escucha frente a Dios. Entre ellos destacan los personajes de quienes hablan los evangelios de la infancia inmediatamente antes del nacimiento de Jesús: Simeón, Ana, Isabel, Zacarías.
Este último es como un icono de este tiempo de esperanza. Su silencio precede y acompaña la manifestación de la última voz profética antes de Jesús, la de Juan Bautista. Zacarías, cuando recibe del ángel el anuncio del nacimiento del hijo, se queda mudo, según el relato por no haber creído y haber pedido un signo (Lc 1,18.20). Sin embargo, esta explicación no es del todo satisfactoria, ya que muchos otros personajes bíblicos antes de él habían pedido un signo a Dios y no han sido presentados necesariamente como faltos de fe (Gn 15,8; Jue 6,36-40; Is 38,3; Lc 1,34). Probablemente el silencio de Zacarías, desde una perspectiva cristiana, tiene un valor catequético: hay que acoger la palabra de Dios sin pedir signos (Jn 20,29). Desde otra clave, simbólica y teológica, su silencio es como un reflejo y una prolongación histórica del «mysterion envuelto en el silencio durante siglos eternos» (Rom 16,26) y que comienza a manifestarse con la llegada del Mesías. El ángel, en efecto, le dice a Zacarías: «Vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas» (Lc 1,20).
Más tarde, cuando tienen que ponerle un nombre al hijo que ha nacido de Isabel, su mujer estéril, Zacarías, todavía sin poder hablar, «pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre» (Lc 1,63). Indica el nombre que le había dicho el ángel (Lc 1,13), el mismo que también Isabel, sin haberse puesto de acuerdo con Zacarías, había indicado (Lc 1,60). El nombre es simbólico, «Juan», es decir, «Dios tiene misericordia». Es un nombre que proviene de Dios, como proviene de Dios el niño que llevará el nombre. Apenas escrito el nombre del hijo, dicho silenciosamente a través de la escritura, Zacarías comienza otra vez a hablar. El nombre de Juan nace del silencio y en el silencio. Zacarías, además, apenas vuelve a hablar, entona un cántico al Señor, Dios de Israel, el Benedictus, un cántico que Lucas presenta como profético (Lc 1,67). Del silencio de Zacarías nacen un hijo profeta, la última palabra profética de la antigua alianza, y una bendición profética, que ilumina y celebra el sentido de los eventos salvadores que preceden la llegada del Mesías.

Desde los cielos se escucha la voz del Padre

El evangelio de Lucas ambienta en el silencio de la noche el nacimiento de Jesús (Lc 2,8), y todos los evangelistas relatan el descubrimiento del sepulcro vacío el día de pascua, precisamente en el momento en que la noche cede su puesto al día, en el momento de la aurora del primer día de la semana (Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1). La noche, como tiempo de silencio, es un ámbito privilegiado para la intervención salvadora de Dios. Noche y silencio constituyen un contexto cósmico ideal para narrar la irrupción de la Palabra, que se revela soberana precisamente allí donde no hay sonidos, ruidos o voces que puedan interferir con ella.
La aparición silenciosa de la Palabra en la historia, suscita a su vez otros silencios significativos. El silencio de José, que desconcertado frente al embarazo de María, que él no logra comprender, decide despedirla secretamente, en privado, en silencio (Mt 1,19). Después, iluminado por Dios, siempre silencioso (¡de él no conocemos ninguna palabra en los evangelios!), actúa solícito y obediente a los designios divinos (Mt 1,20-24). Es significativo también el silencio de María, que vive siempre atenta a los acontecimientos que tienen que ver con su hijo y que luego conserva, silenciosa y amorosamente, con esmero e inteligencia creyente, en su propio corazón (Lc 2,19.51).

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