martes, 6 de octubre de 2009

"Patria, Socialismo o (y) muerte: venceremos"

Un día pasado, un Señor llamó a un programa de televisión aclarando que no se trata de “Patria, socialismo y muerte”, sino de “Patria, socialismo o muerte”. Es decir, explicaba el televidente, que si la Patria no es socialista, entonces es la muerte. Me llamó mucho la atención y enseguida le pregunté mentalmente ¿muerte de quién? Porque aquí se puede entender de manera heroica, es decir estar dispuesto a morir si en la Patria no triunfa el socialismo. Pero, también, y no de mala fe, podríamos pensar que si la Patria no es socialista, tenemos que matar, hasta vencer. Porque dicho lema concluye con una seguridad de vencimiento. En lo personal creo que hay motivo más digno por la que podemos ofrecer la vida. Por otro lado, motivo para quitarla no conozco ninguno.
Ciertamente el tema me interesó. Me pregunto: ¿tiene sentido eso de “Patria, socialismo y muerte”? Es como decir, que la Patria es igual al socialismo y estos son iguales a muerte. Patria=socialismo, Patria=muerte, socialismo=muerte. Podría yo estar equivocado y lo que me quieren es presentar un conjunto de tres realidades distintas que se complementan armónicamente entre sí: Patria, socialismo y muerte. Es como un pabellón criollo: Arroz blanco, carne mechada, caraota negra y tajada (fritica para nosotros). Sólo que en esta exquisita comida son cuatro elementos, cuando no cinco porque algunos le agregan un huevo frito. Pero el arroz sólo o la carne sola, jamás podrá ser un pabellón. Es como si la Patria sin el socialismo y la muerte nunca podría llamarse la “República Bolivariana de Venezuela”. La Patria la escribo en mayúscula porque es un valor, el espacio grande donde todos convivimos compartiendo los mismos derechos y deberes, alegrías y esperanzas, tristezas y angustias; o como diría un autentico patriota como Mons. Carlos Sánchez Espejo, “la Patria para nosotros no es un concepto abstracto. Es algo concreto: es tierra y es cielo, es aire y es sol, es potro que salta en la llanura y es lanza que conquista independencia, es brazo que lucha y es inteligencia que trabaja, es ceniza de mártir en una funeraria y grito de victoria en la bandera nacional”. Pero, el socialismo es sólo un sistema político que puede ser juzgado bueno, malo, menos bueno, menos malo o qué sé yo. Y, por otro lado, la muerte es muerte, lo contrario de la vida. Si morimos ya no tendremos Patria, ni mucho menos socialismo. Muerte es dolor, perdida… el no ser. Pero, no sigamos perdiendo tiempo, porque así no es.
El lema en cuestión reza claramente, sobre todo cuando lo gritan los soldados trotando: “Patria, socialismo o muerte, venceremos”. ¿Claramente? Eso sí, en boca infantil es horroroso. Impresionante escrito en gigante frente a PDVSA, con la cara del líder imitando a los ídolos faraónicos. No creo que sea coherente en un cristiano. Eso si, cuando lo proclama un Sacerdote católico es, por lo menos, escandaloso. Jesús sentencia que quien escandaliza le va mejor colgarse en el cuello una piedra de molino y tirarse al mar. Y, cuidado, porque Jesús habla en serio.
Con la “o” en vez de “y” el sentido cambia. Cuando mi mamá me pregunta: ¿quieres comer ya o más tarde? Mi respuesta debe ser o la una o la otra. El “todo lo contrario” no vale. Es bueno, porque mi mamá me da la posibilidad de escoger. Sin duda, cuando las alternativas son amplias, el derecho a elegir es más libre. Porque si mi mamá me ordena a comer ya, sin alternativas, entonces se debilita mi libertad, sólo me queda obedecer. Sin embargo, obedecer a mi mamá es más grato que obedecer una orden que me dice: “esto o muerte”. Disculpen este ejemplo demasiado domestico, quizá no es el mejor. Probemos con el del ladrón que me sorprende y me dice imperativamente: “me das el carro o te mato”. Por Dios, lo que me dice no me deja alternativas: “o me entregas el carro o me lo entregas”, con un arma en su mano dispuesto a matarme si no le obedezco. Es decir, carro o muerte (socialismo o muerte), sin “venceremos”. Porque, ¿quién podrá vencer si matamos o nos matan? Es que Jesús desde la cruz me convenció que la única muerte vencedora es la que se ofrece por la vida eterna. En fin, si debemos morir, será por algo más digno que por hacer de la Patria una República socialista.
Ah! Ya entendiendo. Se trata de seleccionar: o Patria, o socialismo, o muerte. Dígalo Usted. Porque si lo que se quiere decir es: “la Patria, o es socialista o me muero, o matamos”. Entonces sería mejor decir: “Patria socialista o muerte”. El “venceremos” si que no pega con la muerte. En todo caso, prefiero una Patria con mucha vida. De hecho, el origen del término “Patria” (del latín patria) está en la palabra Padre (del latín pater, -tris). Y no hay Padre que no dé vida y sea vida. Es mejor, se lo aseguro, un lema que diga: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor”. Aquí si hay victoria porque suena a dignidad, a libertad, a paz, a felicidad, a solidaridad, a vida con sentido. Si quieren agregarle “muerte”, le añadimos: “Gritemos con brío: ¡Muera la opresión!”.

La Iglesia de Puebla 1979

¿Lo hemos olvidado? Pues, ¡recordémoslo! Hace treinta años, comenzó el 27 de enero y se prolongó hasta el 13 de febrero de 1979, la Iglesia en América Latina marca otro hito en la historia de su renovación con la celebración en Puebla de los Ángeles (México) de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Desde entonces Puebla es una referencia obligada para identificar el ser y la misión de la Iglesia en nuestros pueblos. El espíritu de Medellín (1968) es quien nos lleva hasta Puebla. La Iglesia liberadora, que opta preferencialmente por los pobres y oprimidos, que vive en Comunidades de Base, que acepta y enfrenta como Jesús el sacrificio de la cruz hasta la persecución y el martirio, desde su acción pastoral con la gracia de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, vuelve a reunirse para rejuvenecerse y reafirmarse con mayor fuerza como la Iglesia de Jesucristo llamada a ser sacramento de liberación en la comunión y participación.
El tema central es “la evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”, inspirado por la Exhortación Apostólica sobre la evangelización en el mundo contemporáneo Evangelii nuntiandi de Paulo VI. Podríamos afirmar que este documento pontificio es para Puebla lo que el Vaticano II significa para Medellín. Aunque, naturalmente, el Concilio sigue guiando el camino renovador. Paulo VI identifica la identidad de la Iglesia con su misión evangelizadora y ésta con la lucha liberadora y el progreso de los pueblos. La clave eclesiológica es la liberación en la comunión y participación. Para ello sigue la metodología de Medellín y en la línea teológica histórico-salvífico.
En la primera parte, el documento final ofrece una visión histórica y socio-cultural de la realidad actual latinoamericana, y la realidad de la Iglesia misma peregrina en nuestros pueblos. Su visión eclesial destaca una Iglesia encarnada en un pueblo que anda entre angustias y esperanzas, entre frustraciones y expectativas: “Las angustias y frustraciones han sido causadas, si la miramos a la luz de la fe, por el pecado que tiene dimensiones personales y sociales muy amplia. Las esperanzas y expectativas de nuestro pueblo nacen de su profundo sentido religioso y de su riqueza humana”. Fe y pecado conviven paradójicamente en América Latina. La Iglesia se ve a sí misma interpelada por esta realidad humana llena de contrastes. Gracias al camino renovador marcado por el Vaticano II; más aun, diez años antes con el nacimiento del CELAM; y la vivencia diez años después en Medellín, “la Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del mensaje a los hombres de hoy”.
Otro punto que debemos subrayar, es la respuesta de la Iglesia al clamor de los pueblos por la justicia. Ese sordo clamor que exige a los pastores en Medellín una liberación que no les llega de ninguna parte, ahora en Puebla ese clamor “es claro, creciente, impetuoso, en ocasiones, amenazante”. Por eso, se reafirma, no sólo la opción por los pobres, sino también la vivencia de una Iglesia pobre y liberadora que testimonia al mismo Jesús que creemos y anunciamos compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de nuestros pueblos.
La segunda parte del documento es más amplia, profundamente teológica y admirablemente pastoral. En ella juzga la realidad de América Latina desde el designio de Dios. Aquí desarrolla el tema de la evangelización fundamentándola con una cristología, una eclesiología y una antropología maravillosamente actuales. Jesucristo es visto desde la imagen profética de Siervo de Dios. Presenta la Iglesia de la liberación en la comunión y participación. Esta eclesiología se ha enriquecido con la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). De ahí enfrenta también la cuestión sobre la “Iglesia popular”. Ésta se entiende como una Iglesia que busca encarnarse en los medios populares del continente y que, por lo mismo surge de la respuesta de la fe que esas Comunidades dan al Señor.
La visión antropológica de Puebla es igualmente muy rica. Después de denunciar las visiones calificadas como inadecuadas, desarrolla un humanismo evangélico bajo la clave de la dignidad humana. Dignidad y libertad son las categorías que utiliza el documento. El fundamento es Jesucristo, revelador de Dios y del misterio mismo del ser humano. Jesucristo es el hombre como debe ser.
Luego, Puebla desarrolla su tema central: la evangelización enmarcada en la redención integral de las culturas, la dignidad del hombre y su liberación. La evangelización de la cultura es un tema que abarca gran espacio en este documento. Esta evangelización de la propia cultura, en el presente y hacia el futuro es, para la Iglesia, una opción pastoral fundamental. Así, también “la evangelización en su relación con la promoción humana, la liberación y la doctrina social de la Iglesia”. La evangelización es liberadora; pues, “es urgente liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absoluto para lograr una convivencia social en justicia y libertad”.
La tercera y la cuarta parte describe la misión de la Iglesia: “Predicar la conversión, liberar al hombre e impulsarlo hacia el misterio de comunión con la Trinidad y de comunión con todos los hermanos, transformándolos en agentes y cooperadores del designio de Dios”. Desde este criterio, presenta a los centros, agentes y medios de comunión y participación. Finalmente, reafirma su opción preferencial por los pobres y hace una novedosa opción por los jóvenes, comprometiéndose a construir la sociedad pluralista, tan cara para nosotros en la actualidad.

La Iglesia, sirvienta de la humanidad

Así la declaró Paulo VI el 7 de diciembre de 1965 dejando clausurado los trabajos del Concilio Vaticano II. Esta humilde vocación de servicio lo aprendió la Iglesia de Jesús quien, ante la petición de la madre de Santiago y Juan de sentarlos a su derecha e izquierda en el reino de Dios, expresó claramente que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida (Cf. Mt 20, 28). Y, haciendo el esfuerzo por explicarles a sus discípulos quién es el más importante, les dice: “¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27). Es decir, Jesús es el sirviente. Es por eso que, en la última cena, tal como era costumbre hacerlo los sirvientes de la casa, Jesús lava los pies a sus discípulos con el propósito de enseñarles el mandamiento nuevo del amor (Cf. Jn 13, 13). Estos no son simples hechos aislados en la vida de Jesús, utilizados como ejemplos pedagógicos. Toda su vida es un servicio al ser humano, para eso es enviado por el Padre. Es la historia de la acción liberadora de Dios que se hace plena en Jesús, lo que nos revela el misterio de una Iglesia servidora.
Pues, el servicio en Jesús se concreta en la entrega desde la encarnación, vaciándose de sí mismo, hasta la muerte en cruz donde entrega su cuerpo y derrama su sangre para nuestra salvación. Su servicio persigue la instauración del reinado de Dios. Por eso es Rey, porque entiende que es el servidor de todos en el amor. Un rey que reina al estilo de un pastor. Es el Pastor bueno que está al servicio de su rebaño, atendiendo con preferencia a las ovejas pérdidas, enfermas y débiles. En los evangelios lo vemos sirviendo a los enfermos, incluso a los que la sociedad despreciaba por impuros; comparte con publicanos y prostitutas, a quienes acusaban de pecadores públicos; dignifica a los niños y mujeres, a quienes sus contemporáneos no tomaban en serio por sus discriminaciones sociales. Así lo presenta la misma Iglesia, “compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo” (Puebla 176).
Este servicio de Jesús es liberador, así queda certificado al comienzo de su ministerio (ministerio significa servicio), cuando en la Sinagoga de Nazaret lee el comienzo del capítulo 61 del profeta Isaías. Aquí proclama que es enviado por el Padre y ungido por el Espíritu Santo, para anunciar a los pobres la buena noticia, la libertad a los presos, dar la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos (Cf. Lc 4, 18-20). Para eso vive, de eso habla, por eso sufre y muere. Pero, “las fuerzas del mal, rechazan este servicio de amor… Se acentúa entonces en Jesús los rasgos dolorosos del Siervo de Yahvé, de que se habla en el libro del profeta Isaías (Is 53). Con amor y obediencia… emprende su camino de donación abnegada, rechazando la tentación del poder político y todo recurso a la violencia. Agrupa en torno a sí, unos cuantos hombres tomados de diversas categorías sociales y políticas de su tiempo. Aunque confusos y a veces infieles, los mueven el amor y el poder que de Él irradian: ellos son constituidos en cimiento de su Iglesia; atraídos por el Padre, inician el camino del seguimiento de Jesús” (Puebla 192).
Así es como la Iglesia asume su vocación y su identidad de servidora. Y es así también como lo entiende el Concilio Plenario de Venezuela. En primer lugar, se presenta dando testimonio como signo de comunión fraterna. Pero, a la vez, como instrumento en las manos de Dios, para ser casa, escuela y taller donde la humanidad aprende a vivir en comunión solidaria. En segundo lugar, se sabe enviada para anunciar proféticamente el Evangelio a nuestros pueblos; anuncio claro y valiente que transforma a los seres humanos en una familia. En tercer lugar, se compromete a la gestación de una nueva sociedad. De esta manera lo certifica: “…asumiremos como Iglesia un mayor compromiso afectivo, desinteresado y efectivo con el mundo de la marginalidad para su necesaria transformación” (CIGNS 130). En relación a los pobres, asume lo que desde “Medellín” se vivió, su opción preferencial. Desde esta opción quiere servir para ejercer “un influjo real de transformación hacia un sistema económico más justo, más solidario y más propicio al desarrollo integral de todos y cada uno de los habitantes de Venezuela” (ídem. 133). En esta misma línea, busca “concretar la solidaridad cristiana y defender y promover la paz y los derechos humanos ante las frecuentes violaciones de los mismos” (ídem. 137). Finalmente, desea “ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil” (ídem. 152). Además, de defender y promover los valores humanos.

Homilía y Política

El Vaticano prohibió hablar de política en las homilías”, así tituló la prensa venezolana cuando el 25 de marzo del 2004 la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos emitió una Instrucción “sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la santísima Eucaristía”. Se trata de un documento de gran importancia exigido por Juan Pablo II. Naturalmente se toca el punto de la homilía por ser una parte de la liturgia de la Palabra dentro de la Eucaristía. Para sorpresa de muchos, el documento no habla sobre tal prohibición. Únicamente el numeral 67 apenas indica que, entre otras cosas, en las homilías no se debe tratar sólo de política. Sin embargo, con mayor relieve, advierte que en las homilías se debe “iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida”. Y es ahí donde debemos prestar atención. Es verdad que hablar de homilía en relación con la política hoy en nuestra sociedad es explosivo. Porque, así lo perciben muchas personas, a veces las predicaciones dominicales se parecen a un discurso político a favor de una u otra de las posturas políticas del momento. Es una tentación de la cual los Sacerdotes debemos cuidarnos. En principio, no somos portadores de un mensaje individual ni ideológico. Predicamos la Palabra de Dios desde la vivencia comunitaria de nuestra fe cristiana. Tal como lo enseña el Vaticano II: “El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la Palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los Sacerdotes”. ¡Tremenda responsabilidad!
Un teólogo protestante que además ejerció el oficio de predicador, decía que se debe predicar con la Biblia en una mano y el Periódico en otra. Esto indica que Dios transmite su mensaje por medio de las Escrituras Sagradas y de la realidad actual de nuestro pueblo. El predicador debe tener una gran sensibilidad social, vivir con el pueblo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y sus angustias. Que no haya nada verdaderamente humano que no resuene en su corazón. Asumir en serio su vocación eclesial de ser solidario con el ser humano y su historia (cf. Gaudium et spes 1). Esta realidad social que muchas veces se torna difícil, llena de grandes conflictos personales, familiares y sociales, exige una respuesta solidaria. Sabemos que en el Evangelio de Jesús se comunica la luz y la fuerza del Espíritu Santo que hace posible motivar acciones a favor del bien de todos, especialmente de los pobres y de cuantos sufren. Escuchar a Dios que en la historia salvífica nos habla con un lenguaje humano, y que la Biblia nos comunica, es el primer paso. Pero, si no somos capaces de escuchar al mismo Dios Padre revelado por Jesús, en los acontecimientos diarios de nuestra vida compartida y no le reconocemos en el hambriento, sediento, vagando abandonado por las calles, desesperado y angustiado, sin empleo, enfermo, sin oportunidad para estudiar, pidiendo limosna, en la cárcel sin que nadie lo proteja judicialmente, robando y hasta matando, es imposible, como lo exige el documento referido al principio, “iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida”.
Estas enseñanzas fueron recogidas en el Concilio Plenario de la Iglesia en Venezuela. En su primer documento, cuyo sólo título ya nos indica el camino correcto: “La Proclamación Profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela”. Uno de sus más sentidos desafíos es precisamente la predicación clara y valiente del Evangelio que sea capaz de transformar a las personas y a la sociedad, sin dejar de denunciar las injusticias. Con firmeza asegura el documento que “la comunidad de los seguidores de Jesús, la Iglesia, debe ser, como Él, pobre y solidaria. Desde su pobreza y desde su preferencia inequívoca por los pobres, debe anunciar el Evangelio a todos”. Esto lo deberíamos recordar y meditar justo cuando nos corresponda predicar. Saber que estamos al servicio de Dios para nuestro pueblo, no de nosotros mismos ni de ninguna ideología política.

San Alberto Hurtado, Patrono de la UNICA

Una de las experiencias espirituales que viví durante mis estudios en Roma fue el 14 de octubre de 1994 cuando Juan Pablo II beatificó al ya muy querido y venerado Padre Alberto Hurtado (nació en Chile el 22 de enero de 1901 y murió donde nació el 18 de agosto de 1952). El acto litúrgico, como es costumbre en la plazoleta de San Pedro, revistió una extraordinaria solemnidad. Pero, estando metido entre el entusiasmo de sus compatriotas chilenos y demás latinoamericanos, experimenté una alegría popular que sólo la fe en Jesús y la identidad de ser latinoamericano pueden lograr. “Viva Chile… viva América Latina… Viva el Apóstol de los pobres…”, se gritaba con banderas en alto, nos sentíamos en nuestros pueblos. Ciertamente, Dios ha sido bueno con nosotros y estamos alegres, ha fijado su mirada en el corazón de un humilde sacerdote que tomó en serio su opción por Jesucristo y, en el amor a los más pobres, entregó su vida anunciando con palabras y obras, el Evangelio del reino de Dios.
El Padre Hurtado es un servidor de Jesús, fundamentando su servicio en lo que él mismo dice: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”. Así le reconoce Benedicto XVI al canonizarlo el día 23 de octubre de 2005. Aquí vale recordar una meditación de Semana Santa dirigida a los jóvenes en 1946, donde el Padre Hurtado nos enseña qué tipo de Santo es: “Cristo quiere cristianos plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invitación de la Gracia, que se dejen poseer por ese torrente invasor, que se dejen tomar por Cristo, penetrar de Él. La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡Dios quiere hacer de mí un Santo! Quiere tener santos estilo siglo XX: estilo Chile, estilo liceo, estilo abogado, pero que reflejen plenamente su vida”.
Poco después de su canonización, San Alberto Hurtado llegó a nuestra Universidad Católica Cecilio Acosta, casi sin sentirlo, con pasos cortos y silenciosos, sin conocerlo, con la misma humildad con la que vivió su fe. Sin muchas averiguaciones, quisimos invitarlo a formar parte de nuestra Comunidad Universitaria porque necesitábamos un protector y modelo de cristiano, una vida y un magisterio que nos marcara los pasos para seguir a Jesús. Culminando su visita pastoral en nuestra Comunidad, nuestro Arzobispo Mons. Ubaldo Santana lo nombra solemnemente nuestro Patrono el 7 de abril de 2006. San Alberto Hurtado es nuestro mejor Maestro de humanismo cristiano. Muriendo joven (de 51 años de edad), permaneció siendo guía de juventudes. Aun resuenan sus palabras, como las que pronunció a los jóvenes en la cima del Cerro San Cristóbal (Chile) la noche anterior a la fiesta de Cristo Rey en 1938: “Una vida íntegramente cristiana, mis queridos jóvenes, he ahí la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jóvenes… Vida cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el cine, en el baile, en el deporte. El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transformación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio”.
San Alberto Hurtado es cercano, un santo que pasó por estos pueblos durante la primera mitad del siglo XX, con una concepción cristiana que bien podríamos situar en el camino renovador que se testimonia en el Vaticano II (1965), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) hasta Aparecida (2007). Con un espíritu que mueve a la liberación del oprimido y da sentido a la historia. Renunció a ser un universitario pasivo, individualista… quieto, sin producir nada. Sabe el sacrificio de muchos estudiantes que trabajan y estudian, porque así fue como estudió él derecho en la Universidad Católica de Chile. Mientras que los domingos, consagrados a Dios, lo dedicaba al trabajo entre los pobres de los barrios. No restando en nada a la excelencia de su carrera hasta graduarse de Abogado en 1923. Todavía nos faltó mencionar su actividad socio-política a favor de la libertad y la democracia fundado en la doctrina social de la Iglesia, con una especial atención a la clase obrera. Inmediatamente después de su graduación, se decide seguir a Cristo de una manera radical entrando en la Compañía de Jesús (Jesuitas), ordenándose sacerdote el 24 de agosto de 1933. No sólo es abogado, estudia filosofía y teología en Lovaina (Bélgica), sino que también se convierte en doctor en pedagogía y psicología. Toda esta vida académica la consagra al servicio de su pueblo en el Colegio San Ignacio y en la Universidad Católica de Chile, donde además atendía espiritualmente a estudiantes y profesores. Como asesor de la Acción Católica en su país tuvo una admirable misión. En todo era un verdadero seguidor de Jesús. Finalmente, debemos resaltar con fuerza su obra de mayor impacto: “El Hogar de Cristo”, para el servicio de Jesús en el rostro sufrido del pobre. Cuatro días antes de morir dijo: “El Hogar de Cristo, fiel a su ideal de buscar a los más pobres y abandonados para llenarlos de amor fraterno, ha continuado con sus Hospederías de hombres y mujeres, para que aquellos que no tienen donde acudir, encuentren una mano amiga que los reciba”. Este mensaje es su testamento y su mejor lección: “Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo. «Lo que hiciereis al más pequeñito, a mí me lo hacéis» (Mt 25,40)”. Él es el Patrono de la Universidad Católica Cecilio Acosta.

Muchachos y Muchachas

Les escribo con profundo sentimiento de orgullo, desde mi fe en el joven Jesús de Nazaret que vivió con autenticidad su misión hasta las últimas consecuencias, que asumió los más extremos sacrificios por la causa del bien, de la paz, de la justicia, de la libertad, de una vida digna para todos, pero con la convicción firme del triunfo de la vida que se hace eterna cuando se entrega por los demás. Cuando les veo sufriendo persecución por la libertad y la dignidad de la Patria (la Patria es el hombre y la mujer, muchachos y muchachas), pareciera que un relámpago de luz iluminara mi mente y mi corazón para movilizarme hacia la misma causa. Si este efecto lo producen en cada venezolano, y creo que sí, la victoria liberadora está con nosotros. Les aseguro, crecer causa dolor. Pero, quien no sacrifica nada, no puede esperar nada. Ustedes por su parte han preferido jugarse la vida, para que todos la vivamos con dignidad, en libertad y justicia.
Sus palabras podrán sonar sordas a nuestros oídos (aunque no hay peor sordo que el que no quiere oír), pero sus actos nos enseñan más que cualquier discurso. Sigan adelante, no se dejen vencer por las vicisitudes del tiempo, ustedes son, sin duda, la gran fuerza renovadora de una verdadera revolución que merece Venezuela. La revolución que arranca de raíz la esclavitud, la tiranía y toda maldad. La que hace de la verdad el arma de lucha, la que nos hace libres. Ella es la que desenmascara al régimen opresor y da el sentido a la historia. Ella fundamenta la causa: todo ser humano es persona, con inteligencia y libertad, con derechos y deberes propios de su misma naturaleza. No sólo no deben ser violados, es que tampoco podemos renunciar a ellos. Por ello, vale cualquier sacrificio, hasta una “huelga de hambre”.
Ustedes, con valentía han desatado una lucha que nos debe comprometer a todos. Una lucha que tiene olor a triunfo. Ante la verdad, la justicia, el amor y la libertad, ante un pueblo organizado y dispuesto siempre a andar los caminos del bien, no hay régimen que imponga su tiranía por siempre. Podrán sí, poseer el poder de la fuerza armamentista, el imperio de leyes inhumanas, utilizar la cárcel y hasta la tortura; pero la razón y la fe es la que nos da la victoria liberadora.
Además, en ustedes, espíritus inquietos, están todos aquellos que sufren el hambre y la miseria, la violencia diaria, el secuestro; que padecen el deterioro grave de la salud y la educación; obreros y empleados maltratados en su dignidad; los presos injustamente condenados; todo el pueblo pobre y oprimido. En ustedes están ellos y con ustedes estamos nosotros.
Muchachos y Muchachas, que Jesús de Nazaret les bendiga.