sábado, 23 de noviembre de 2013

HOMILIA DE LA MISA DE CLAUSURA DEL AÑO DE LA FE

Mons. Ubaldo Ramón Santana Sequera  FMI
Arzobispo de Maracaibo
 
 
Muy queridos hermanos y hermanas,
En la apertura del Año de la Fe, el Papa Benedicto XVI nos dijo: “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida”.
Clausurar el Año de la Fe no es, por lo tanto, cerrar una puerta que abrimos el año pasado sino traspasar su umbral para iniciar una andadura comunitaria que nos lleve a alcanzar nuevas metas en el camino de la salvación. Los cristianos jamás lograremos profundizar lo suficiente en la Fe, que es el conocimiento de Dios, la confianza incondicional en Él y en su amor, y el escuchar y cumplir lo que nos pide amorosamente. Por eso, este es un camino que no se acaba, y que tendrá su plenitud sólo en la comunión eterna y amorosa en la Santísima Trinidad. Ojala nuestra fe llegara a ser por lo menos del tamaño de un grano de mostaza; ojala fuera una luz prendida en medio de la oscuridad aunque fuera del tamaño de un fósforo.
El signo que escogimos para representar el año de la fe en nuestra Iglesia local fue el de la barca, signo compartido con la Iglesia universal. La barca de la cual se valió Jesús tantas veces para predicar a orillas del lago de Galilea, la barca símbolo de la Iglesia capitaneada por el Señor y que navega por los lagos, mares y océanos de la humanidad llevando la buena nueva; la barca instrumento de trabajo cotidiano de nuestros pescadores con la que se ganan el pan de cada día. El signo de la barca ha recorrido todas las zonas pastorales y las parroquias, rectorías y centros misioneros de nuestras arquidiócesis ayudándonos a celebrar el don de la fe, nuestra común pertenencia a la familia de Dios y nuestro empeño comunitario en la elaboración de nuestro proyecto arquidiocesano de renovación pastoral.
Este Año de la Fe ha sido para todos la oportunidad que nos ha dado la Iglesia para hacer del nuestro, un caminar más consciente, más discernido, mejor vivido, del amor que Dios nos ha tenido desde toda la eternidad y para siempre. Ha sido una ocasión para responder más fielmente a ese amor con nuestro amor más maduro, probado, sosegado, sereno, sólido. Al finalizar el año celebrativo nos podemos preguntar:¿Hemos crecido en la fe? ¿La hemos compartido con otros hermanos? ¿Nos hemos integrado más a nuestra Iglesia arquidiocesana y hemos aprendido a vivir más en comunión?
A la luz de los instrumentos que ha puesto en nuestras manos la Iglesia, hemos podido remar mar adentro en aguas de mayor profundidad. La Sagrada Escritura, los documentos del Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica, el Concilio Plenario de Venezuela y el Documento de Aparecida han sido para todos excelentes apoyos para alcanzar la solidez deseada. Con su Palabra, el mismo Dios ha sido lámpara para nuestros pasos y luz en el sendero. Esos documentos conjuntamente con las experiencias de Iglesia que los han producido se han constituido en la mejor ruta de discernimiento para estar en condiciones de caminar juntos en la realización del proyecto salvador de Dios en nuestro continente y más especialmente en Venezuela y esta región occidental del país.
Mis queridos hermanos, demos gracias a Dios por el camino personal y comunitario que hemos recorrido juntos en nuestra arquidiócesis, en nuestras parroquias y rectorías y por haber llegado a este momento. Sepamos que este camino se abre para todos, de modo que debemos seguir recorriéndolo con la esperanza de crecer cada vez más, siendo fieles a lo que nos convoca nuestro Padre, que es a su amor, a la fraternidad y a vivir la comunión aquí en la tierra y luego en el cielo.
En el camino de nuestra celebración nos hemos encontrado con el testimonio de Abraham. El es el modelo de nuestra fe, nuestro padre y nuestro maestro. Su gesto de abandono radical en el Señor, siendo casi totalmente desconocido para él, es la mejor demostración de lo que debemos hacer todos, que sí lo conocemos y hemos probado su dulzura entrañable. A pesar de ser Abraham nuestro maestro, nosotros lo aventajamos, pues tenemos más evidencias de la actuación del Dios Todopoderoso y Amor en nuestras vidas. Tenemos más evidencias y más razones para guardar sólidas esperanzas. En medio de todos los avatares de la vida, sabemos bien que hay un Dios que nos auxilia y nos consuela, que le da plenitud a nuestras alegrías y a las metas que alcanzamos. Dios da, sin duda, un fundamento sólido a todo lo que somos y vivimos.
María de Nazaret, San Juan Bautista, Pedro y Pablo así como los demás apóstoles, cada uno de ellos han vivido profundas experiencias de fe y son modelos para nosotros. Ellos forman parte de esa nube de testigos que nos preceden y acompañan en nuestro itinerario de fe. En cada una de sus vidas Jesús ha sido el iniciador y el consumador de su fe. Como dice Pablo, ellos supieron, en todas las circunstancias de su vida en quien ponían su confianza, de quién se fiaban. Con la celebración del Año de la Fe los creyentes de esta Iglesia local, conjuntamente con toda la Iglesia universal, nos hemos querido colocar en la larga procesión de peregrinos de la fe conformada por tantos y tantos hermanos que nos han precedido y nos han dado ejemplo de perseverancia hasta el final. Ojala podamos decir con San Pablo: He conservado la fe, he llevado hasta el final el combate de la fe.
El mundo y Venezuela dentro de ese mundo pasan por momentos esperanzadores y también difíciles. En momentos felices, o dolorosos, o de expectativas firmes, nos hemos colocado también delante del Señor para decirle que sabemos que Él tiene el poder, que nos ama infinitamente, y que puede ser el remedio para nuestro mal, o la plenitud de nuestra felicidad, o quien llene absolutamente todas nuestras expectativas. Nuestra fe se ha sentido probada en muchas ocasiones, y en ellas la hemos podido acrisolar cada vez más para hacerla más sólida y más madura. En nuestro caminar, jamás estamos solos. Dios “pasa” continuamente a nuestro lado, más aún, camina con nosotros, se hace el encontradizo, para que lo veamos y lo llamemos, clamando por su poder y por su amor para que sea nuestro alivio y nuestro consuelo. No existe apoyo mejor que el mismo Jesús. A Él debemos reconocerlo como nuestro Salvador, como el Mesías, como el Hijo de Dios, quien puede mirarnos con amor, consolarnos de la mejor manera, limpiar nuestras impurezas, hacernos recuperar la vista. Su mano poderosa y amorosa está extendida hacia nosotros para que lo hagamos nuestro compañero de camino, tomándonos firmemente de ella y no soltándonos jamás.
No somos navegantes solitarios. Estamos montados en la barca de la Iglesia junto con todo le pueblo de Dios. Nuestra fe no nos ha sido dada para vivirla individualmente. Aunque es una experiencia personal, un don que Dios nos da a cada uno y que debemos hacer crecer en nuestros corazones, su plenitud se logrará sólo en la medida que la vivamos con los demás. Ellos, nuestros hermanos, han recibido también la misma fe, y con ellos nos hacemos más sólidos en la confesión y la vivencia de ella. Más aún, en cristiano, aunque la fe sea un regalo personal de Dios a cada uno, se entiende su vivencia únicamente en la medida en que se trate de hacerlo en común y de llevarla a quien no la tiene. Si hemos recibido ese regalo de Dios no es para que nos lo quedemos en un disfrute egoísta. Eso sería asesinarla. La fe es para los demás, un don que nos exige salir de nosotros para compartirlo como lo mejor que le podemos brindar al hermano.
Llevar la fe a los demás es una cuestión de amor. Por amarlos, queremos que vivan ellos también nuestra solidez, la realidad profunda que nos sustenta. No queremos que tengan el vacío existencial de quien no tiene una referencia a lo Absoluto, a lo fraterno, a lo eterno. Más aún, el aumento de nuestra fe está en la misma proporción en que nos preocupemos por hacerla llegar a los demás, como dijo el Beato Juan Pablo II: “La Fe se fortalece dándola”. Y es en esos actos en los que se sustentará la credibilidad de lo que creemos y confesamos, cuando la hagamos común con todos, los humildes, los sencillos, los menos favorecidos.  “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras, te mostraré mi fe”, decía el Apóstol Santiago.

Esta experiencia del compartir la fe la vamos a vivir intensamente, la semana que viene cuando abramos las puertas de nuestra Iglesia local para que numerosos delegados misioneros de las Iglesias hermanas de América vengan a compartir con nosotros el Cuarto Congreso Americano Misionero. Todo está ya listo para recibirlos. Este Congreso es a la vez un espléndido broche de oro para clausurar el Año de la Fe y al mismo tiempo un potente impulso para iniciar una nueva etapa de la renovación de la vocación misionera de nuestra Iglesia. Miles de familias de nuestras parroquias y rectorías han decidido abrir las puertas de sus casas para hospedar los misioneros visitantes. El Santo Padre Francisco se hará presente a través de un delegado especial, el Cardenal Fernando Filoni, de un mensaje y de una oración compuestos especialmente para esta ocasión. Centenares de obispos y sacerdotes vendrán con sus respectivas delegaciones a aportarnos las fortalezas de sus respectivas comunidades misioneras. Juntos celebraremos la fe que compartimos en América. Juntos manifestaremos nuestro compromiso de cumplir con nuestra vocación de ser el continente de la esperanza y de la caridad, ahora con mayor fuerza por contar con un Papa latinoamericano.
Decía que este Congreso será para nosotros una formidable palanca desde tomaremos impulso para introducirnos en el 2014, que será el año del lanzamiento de nuestro Proyecto de Renovación Pastoral. Llevamos varios años preparándolo, con paciencia, dedicación, durante los cuales hemos abierto canales y espacios para escuchar y consultar el pueblo de Dios y facilitarle cauces de participación para que el proyecto sea lo más posible de todos. No ha sido fácil este tramo del camino pero no nos hemos detenido y las dificultades y obstáculos nos han servido para renovar nuestra fe en el Señor y descubrir su paso salvador entre nosotros. Ya están casi listos los instrumentos de trabajo que nos guiarán en el caminar, seguimos avanzando en la formación de agentes, hemos buscado crecer en la espiritualidad de comunión que nos pide la Iglesia de hoy y hemos buscado que nuestras parroquias y zonas pastorales cuenten con algunos equipos y servicios básicos para estar en condiciones de asegurar la coordinación, la participación de todos y el proceso de evangelización de todos los que pertenecen a nuestra Iglesia.
Por eso clausuramos este Año de la Fe con mucha esperanza, con la mirada puesta en las próximas etapas que vamos a recorrer juntos. Le ofrecemos al Señor en esta Eucaristía la idea-fuerza del modelo ideal de nuestro plan pastoral: “La Iglesia de Maracaibo, pueblo de Dios conducido por el Espíritu Santo a través de los ministerios, carismas y dones, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión, participación y misión permanente como signo y presencia del Reino de Dios”.
Que la Virgen de Chiquinquirá, cuya fiesta acabamos de celebrar esta semana y que peregrina con el pueblo creyente desde su bajada el pasado 26 de octubre nos ayude a tomar en serio este compromiso de fe, afianzados como ella en la Palabra de Dios; nos acompañe solícita y maternal en el nuevo trayecto de nuestro proyecto que vamos a emprender, nos enseñe a ser discípulos misioneros de su Hijo Jesús y a experimentar nuevas dimensiones de la Iglesia casa de comunión, escuela de misión y taller de solidaridad. Amen

Catedral de Maracaibo 23 de noviembre de 2013

viernes, 22 de noviembre de 2013

EL DON DE LA ACIANIDAD



Dr. Emilio Fereira
Profesor emérito de
La Universidad del Zulia
 
Contemplo la vida como parte de unaconcreción;por ello, no temo a la vejez que,considerada como unanueva fase de tránsito, presenta varios índices que señalan su comienzo, unos de carácter biológico y otros de naturaleza social, relacionados con la percepción del anciano por parte de los demás. En el camino hacia la misma, se van produciendo cambios en los órganos y sistemas que tienen su repercusión directa en todo el funcionamiento del organismo.En muchos casos,estos justifican la noción de «pérdida» (presbicia, presbiacusia, alteración de la motricidad)que predomina durante esa penúltima etapa de la vida adulta.
Ahora bien, las limitaciones que van apareciendo en la vida de  quienes cumplen más de 60 años (tengo 74),  no son únicamente producto de un declive biofisiológico, también son resultado de condiciones sociales, culturales y económicas[1]. Estas disminuciones provocan una evidente pérdida de la velocidad de reacción, transmisión y respuesta del sistema nervioso central.
La ancianidad connota, además, una restricción en la memoria. La persona mayor evidencia  dificultad para almacenar nueva información. La remembranzade los recuerdos antiguos, se mantiene con la edad;las investigaciones demuestran que el pasado permanece por más tiempo en nuestras mentes que los recuerdos recientes.También afecta la inteligencia. Hay tendencia, en el anciano, a validar la estabilidad e incremento de las habilidades verbales, mientras que las prácticasdecaen. Se plantea que el rendimiento intelectual se relaciona con la experiencia cultural; en esta etapa hay un predominio de una inteligenciaclarificada que aplica a la situación presente la acumulación de experiencias anteriores[2].
Por lo que respecta ala afectividad,es común en anciano el convencimiento apesadumbrado de estar excluido, de no tener acceso a ese mundo de interacciones, siendo una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de compañía para las actividades deseadas, tanto físicas como intelectuales o para lograr intimidad emocional[3].Se puede hablar de una muerte social que puede preceder varios años a la muerte biológica y que hace a la persona tan vulnerable a la depresión que puede conducir a un mayor deterioro de la calidad de vida por falta de estimulación.
Una marcada preocupación de quien arriba a la vejez es la duración de la existencia propia. Cuando cumplí sesenta años me di cuenta de que si vivía hasta los setenta, solo me restaban 3650 días. Ello despertó en mí el deseo y la voluntad de no perder un día en banalidades. Me obligo a definir proyectos de vidaa muy corto plazo.
En efecto, la muerte puede aparecer como límite, pero también, como un  acicate. Sentirse cercano  a ella, especialmente para un cristiano,no puede aferrar a la persona a su pasado,convirtiéndolo  en una forma de sobrevivir en el presente y disminuir la  perspectiva futura; esto conduciría a un vacío existencial.
Como estableciera Juan Pablo II: las personas mayores tenemos una valiosa contribución que hacer al Evangelio de la vida'[4]. La muerte es parte de la vida. La vida y la muerte encuentran su significado verdadero en el amor de Dios y de nuestro compartir en su amor. Amar a otros significa, según Gabriel Marcel manifestara las personas cercanas a ti, pareja, hijos, nietos, amigos, vecinos, la esperanza de que ''tú nunca morirás''[5]. En verdad, como Dios nos ama, nunca moriremos. La muerte, para los que creen en Cristo, significa realmente no morir nunca: “Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre”(Juan. 11:25-26).
Así pues, para un anciano con visión cristiana de la vida, la muerte, siendo por supuesto importante y también traumática, no es la realidad última, un atributo reservado para la vida eterna con Dios. Como escribió Rabindranath Tagore:“No importa que mis cabellos empiecen a blanquear. Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del pueblo. Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la mirada. Éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas en las tinieblas. Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura. Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos blanquean?''[6]
Siendo ancianos enfrentados al sufrimiento y la muerte, recordemos lo que dijo San Agustín en La Ciudad de Dios: ''Somos el pueblo de la Pascua (de la vida que va pasando), y Aleluya es nuestra canción''. Aleluya, es decir: ¡Alaba al Señor! A lo largo del peregrinar de toda nuestra vida; también a través de los años de la ancianidad, del sufrimiento y de la muerte.
Que al final de nuestras vidas, nuestros hijos y allegados puedan decir: Alabaron y dieron gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia[7].



[1][1]Richard Simmons y Herbert Pardes (Edit.), 1978.Understanding Human Behavior In health and Illness.Baltimire.The Williams & Wilkins Company.
[2][2]James E. Birren y SWarnerSchaie. 2006. Handbook of the Psychology of Aging.Burlintong, MA. USA. Elsevier, AcademicPress.
[3]Marta Rodríguez Martín. 2009. La soledad en el anciano. Gerokomos,v.20 n.4 Madrid dic.http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1134-928X2009000400003&script=sci_arttext 19/11/2013
[5]Gabriel Marcel. 2005. Homo Viator. Salamanca, España. Ediciones Sigueme.
[7]Esdras, 3; 11

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La patrona del Zulia


Dr. Fernando Chumaceiro
Exalcalde de Maracaibo /fchuma2009@live.com
Miércoles, 20 noviembre 2013

 El amplio delta de nuestros diferentes orígenes confluye hacia el único y caudaloso río de la zulianidad. La Chinita, como la bautizó el afecto popular, preside el torrente de la zulianidad, caudal a través del cual se abrazan las diferentes culturas hacia el cauce común de nuestros valores espirituales


El 18 de noviembre el pueblo zuliano celebra el día de su patrona, la Virgen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El amplio delta de nuestros diferentes orígenes confluye hacia el único y caudaloso río de la zulianidad. La Chinita, como la bautizó el afecto popular, preside el torrente de la zulianidad, caudal a través del cual se abrazan las diferentes culturas hacia el cauce común de nuestros valores espirituales.
Esa veneración es el pilar de la espiritualidad regional. Allí terminan nuestros diferentes orígenes. No importa dónde se haya nacido, en qué Estado del país, en cual nación y continente o en cuál cultura. No importa la ideología política que se profese. No importa la edad, el oficio o la profesión ni los títulos académicos, ni los patrimonios económicos. Ante La Chinita lo que prevalece es la devoción que de ella se tenga, pues todas esas pluralidades de razas y culturas convergen en la devoción que el pueblo le rinde en una comunidad de fe.
Los zulianos, como cualquier otro pueblo, tenemos no pocas diferencias. Sin embargo, la zulianidad amalgama y neutraliza todas ellas en una zona común en la cual nadie es más zuliano que otro, no importan las edades, los títulos, los patrimonios, las ideologías y cualquier otra diferencia. Ante La Chinita todos somos iguales, todos la merecemos y ninguno puede sentirse más privilegiado que otro.
La zulianidad es, de verdad, una forma de ser, de pensar, de hablar, de actuar. Es como el cauce de un río que se nutre de una pluralidad de afluentes y se convierte, multiplicado de energías, en un solo torrente de emociones, valores y todos los demás elementos que conforman una cultura.
Ahora en el tiempo de la fiesta religiosa, el delta de nuestros diferentes orígenes confluye hacia el Lago inmenso por donde nos llegó nuestra Virgen Chinita, símbolo auténtico de la zulianidad, que es el punto exacto donde la pluralidad se hace cultura única; es decir, una forma de hablar, de pensar, de actuar… de ser.
En este difícil momento de autoritarismos y autocracias le pedimos a nuestra Virgen Chinita que bendiga a nuestro pueblo, dándonos fortaleza, constancia y virtudes para merecer una patria más libre, una sociedad más justa y una vida más digna.

América Misionera


Dr. Juan Pablo Guanipa V.

/ juanpabloguanipa@gmail.com/ @JuanPGuanipa


Miércoles, 20 Noviembre 2013 00:00

La patria de los misioneros es el mundo entero. Ellos han decidido dedicar su vida a los demás atendiendo las necesidades espirituales y materiales de mucha gente que quizá nunca ha tenido una sola oportunidad. Se dedican al apostolado. Más de cinco mil misioneros de América se reunirán desde el 25 de noviembre hasta el 01 de diciembre en nuestra Maracaibo en el Cuarto Congreso Americano Misionero y Noveno Congreso Misionero Latinoamericano. Me atrevo a afirmar que es la actividad internacional más importante en nuestra ciudad durante este año 2013, no sólo por la cantidad de participantes de los diversos países de América, sino también por la importante tarea que la Iglesia Católica, a través de los misioneros, realiza en el mundo entero. Que se reúnan para discutir el funcionamiento de sus Iglesias locales, para compartir sus experiencias, para afianzar sus conocimientos, para acrecentar su fe y renovar su compromiso es una gran noticia para los ciudadanos de todo el continente. Que esa actividad la realicen en Maracaibo es una gran noticia para quienes queremos ver a nuestra ciudad llena, todos los días del año, de turistas de convenciones.
Para que esta gran actividad quede muy bien, nuestra Iglesia local ha pedido la cooperación de todos. Así que invitamos a todos los ciudadanos a convertirnos en buenos anfitriones, a hospedar en nuestras casas a los participantes, a acompañar logísticamente las diversas comisiones de trabajo y las variadas actividades del congreso. Estamos a tiempo de seguir este gran esfuerzo. Visitemos la página web www.venezuelacam4.org.ve o comuniquémonos vía telefónica (04245786413 – 04146329092) o electrónica (cam4maracaibo@gmail.com). 
Este congreso es un gran reto para la Iglesia Venezolana y para la ciudad de Maracaibo. Con el esfuerzo y la cooperación de todos, demostraremos que valió la pena escogernos como sede. ¡América Misionera, comparte tu fe!