lunes, 22 de agosto de 2016

Homilía con motivo de los cincuenta años de vida sacerdotal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro

Pbro. Eduardo Ortigoza
Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá
Maracaibo, 20 de agosto de 2016



Nos congregamos en esta tarde abrigados en el regazo de nuestra Madre María del Rosario de Chiquinquirá, para una vez más hacer profesión de nuestra fe.

Aquí estamos respondiendo a la iniciativa salvífica del Señor expresada hoy por el Profeta Isaías “Yo vendré a reunir a todas las naciones”, ese es el sueño de Dios que en palabras de Jesús nos dice “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”.

Venimos a acompañar a Mons. Roberto Lückert en su acción de gracias por sus cincuenta años de ministerio sacerdotal. Él, durante su vida, ha sido portador de la invitación de comunión y unidad  que nos transmite el Profeta, Él, como buen pastor, se ha esforzado en prepararse junto con su pueblo para pasar por la puerta estrecha.

Nos reúne el testimonio de una vida entregada al servicio del Señor y de los hermanos. Nos estimula la gratitud y el cansancio de un largo camino recorrido por la mayoría de nosotros al lado de un hermano mayor, Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.

Con afecto fraterno y desde la comunión en un solo Señor, en una sola Fe y en un solo Bautismo, compartimos la alegría y gratitud de este pastor de la Iglesia venezolana, por las Bodas de Oro de su ordenación sacerdotal. Largo ha sido el camino recorrido.

Mons. Lückert, durante estos cincuenta años de ministerio sacerdotal, ha demostrado su fidelidad inquebrantable a los grandes amores de su vida: Cristo, la Iglesia, la Virgen María en sus diversas advocaciones, en especial la Chinita, el Zulia y la Patria Venezolana.

A Monseñor Lückert lo hemos admirado por su sencillez, su amabilidad y su temple de carácter, que ha sabido combinar con una natural mansedumbre y con una voluntad a toda prueba, todos estos son dones que Nuestro Señor, dador de toda gracia, le ha concedido en abundancia y que él ha sabido desarrollar con mucha inteligencia.

Para entender el carácter de este pastor de la Iglesia venezolana debemos referirnos a quienes contribuyeron en su formación.

En primer lugar los Padres Jesuitas del Colegio Gonzaga donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Sin duda que la participación en la Congregación Mariana le permitió consolidar su vocación cristiana y comenzar a pensar en una futura vida sacerdotal. En efecto, en los Colegios dirigidos por los Padres Jesuitas la Congregación Mariana se constituía en un lugar especial donde los alumnos “…desarrollaban una devoción muy particular, fundamentada sobre tres pilares: la frecuencia de los sacramentos, la oración y la penitencia, sin olvidarse de otras obras de piedad. Los miembros llevaban, de este modo, vidas edificantes, muy cercanas a la condición de beatos mensajeros de la Madre de Dios”.[1]

En segundo lugar, los Padres Eudistas quienes durante bastante tiempo fueran los responsables de la formación sacerdotal en el Seminario interdiocesano de Caracas. Que en el decir de, Mons. Baltazar Porras, uno de los compañeros de estudio de nuestro homenajeado,  “…Bajo la estricta disciplina…. y la excelente formación académica de aquellos abnegados formadores. ….Nos fogueaban en las continuas charlas de formación social, política y religiosa que nos daban hombres de renombre y de amplitud de miras. Las convicciones profundas, la forja de virtudes que dan constancia y coraje, se fraguan en la adversidad y en las contradicciones. De allí el agradecimiento perenne a quienes moldearon nuestro ser cristiano y sacerdotal[2].

La etapa histórica por la que hoy damos sentidas gracias al Señor comenzó  el domingo 14 de Agosto de 1966, a las 8.30 am, cuando Mons. Domingo Roa Pérez  ordenó sacerdote al Diácono Roberto Lückert en la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo. Al día siguiente, el 15 de agosto de 1966, Solemnidad de la Asunción de la Virgen Santísima, celebraba su Primera Misa en su Parroquia de origen, Ntra. Sra. de La Asunción, en la Av. Los Haticos.

A los pocos de días de haber sido ordenado Presbítero, Mons. Lückert daría una un nuevo paso en su formación permanente. El 22 de septiembre de 1966 es nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia Santa Bárbara de Maracaibo, para acompañar a quien sería un gran maestro en su vida pastoral, Monseñor Mariano Parra León. Al año siguiente, por el nombramiento del nuevo obispo de Cumaná, es nombrado Vicario Ecónomo y posteriormente Párroco de la misma.

Como Director del Diario La Columna a partir del 1 de octubre de 1968, pudo continuar la propedéutica experiencia acumulada en los tiempos del Seminario como integrante del equipo redactor de la revista Vínculo, órgano de divulgación de la vida del Seminario.Tal responsabilidad editorial y de difusión introdujo a un grupo de futuros sacerdotes y obispos venezolanos en ambientes de frontera, de confrontación y de horizontes amplios en los que se superan miedos, se dialoga con quienes no piensan como uno y obligan a buscar consensos para caminar con quien sea, sin distingos de ninguna especie. Esa juvenil experiencia se convirtió en una escuela invalorable que a lo largo del tiempo ha marcado nuestras vidas[3].

Allí están las raíces que, unidas a los orígenes familiares, han determinado la vida y el ministerio de este zuliano a carta cabal, de este sacerdote, de este obispo que ha sabido ser hermano, amigo, padre, y pastor en Maracaibo, en Cabimas, en Falcón y también en toda Venezuela.

La Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Maracaibo, la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, esta Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, los Movimientos de Apostolado, las funciones de gobierno como Vicario General junto al Arzobispo de Maracaibo, su desempeño durante ocho años como Obispo de Cabimas, las tareas encomendadas por sus hermanos Obispos en la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Venezolana, en el Departamento para las Comunicaciones Sociales  del Celam con sede en Bogotá Colombia, en el Departamento de Liturgia de la CEV, en la Comisión de Música y Arte Sagrado y Bienes Patrimoniales y en la Comisión de Justicia y Paz de la CEV, su designación en 1993 como Obispo de Coro y en 1998 como Primer Arzobispo de la misma. En apretada síntesis podríamos resumir cincuenta años de trabajo apostólico.

Por eso hemos venido en esta tarde para dar gracias en torno al altar de la Eucaristía por los 50 años de ministerio sacerdotal del Arzobispo de Coro. Es un espacio de tiempo muy respetable, es una vida gastada cada día al servicio del Evangelio cumpliendo lo que nos refiere el evangelista San Juan en palabras de Jesús “…me desprendo de mi vida, para tomarla de nuevo..” Jn. 10, 17. En efecto, para un ministro de Cristo, su vida ya no le pertenece, está en manos de Dios. A Él se la entrega día a día en el servicio de todos, los  pequeños y grandes. Haciéndose amigo de todos y cada uno. En la espera de recibirla de nuevo en la vida eterna.

50 años de servicio en la vida de un pastor que ha permanecido fiel al Evangelio se convierten hoy en libro abierto y en motivo de meditación.

Porque eso ha sabido ser nuestro querido Mons. Lückert, imagen de Cristo Buen Pastor, pues en el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para siempre[4]. En efecto, es Cristo, quien por el ministerio ordenado, continúa predicando el Evangelio de la salvación, continúa conduciendo al pueblo de Dios peregrino hacia la felicidad eterna, es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía.

Permítanme una confidencia personal:

En mis primeros pasos dentro de la Iglesia, me inicié en el servicio del altar en esta Basílica. Aquí conocí a grandes sacerdotes de esta querida Diócesis, entre los que destacaba la figura del joven Arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, lleno siempre de seriedad y majestad, de sus Vicarios Generales, el joven Mons. Medardo Luzardo y el anciano Mons. Olegario Villalobos tan lleno de años y de obras, el afamado párroco de Santa Bárbara Mons. Mariano Parra León, el apacible anciano Pbro. Lisandro Puche siempre rodeado de niños, el emprendedor Párroco de esta Basílica Pbro. Ángel Ríos Carvajal, y un grupo de jóvenes sacerdotes que se distinguían por su calidad humana, su piedad y su celo apostólico, entre ellos Gustavo Ocando, Hermán Romero, Jesús Quintero, José Joaquín Troconis, Roberto Lückert, José Severeyn, Antonio López, etc.

El testimonio de estas diversas generaciones de sacerdotes sembró en mi alma de niño el deseo de explorar en las intrincadas sendas de la vocación sacerdotal. Allí destacaba Mons. Lückert, a quien luego por casi medio siglo he tenido como maestro, confesor, compañero y amigo.

Como maestro en la vida sacerdotal, él nos enseñó a muchos de los presentes que ser sacerdote significa vivir como enseña Jesucristo: “El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Ser servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. Siempre servidores y siempre listos para servir. Y además nos enseñó que ser sacerdote y pastor es ser hombre de oración, de profunda vida eucarística y de firme devoción mariana. De esta manera, teniendo el corazón lleno de Dios podemos salir a predicar su Palabra.

En esa misma dimensión de la vida pastoral ha insistido el Papa Francisco, cuando pide que los pastores “no nos olvidemos que la primera tarea del ministro es la oración, y que la segunda tarea, es el anuncio de la Palabra, luego viene lo demás”[5].

Como compañero sacerdote y amigo, ha estado siempre atento en los diversos momentos de la vida de cada uno de nosotros, en los alegres y en los difíciles y tristes. Su presencia se ha hecho tan cotidiana que, a pesar de la lejanía, siempre ha estado y aparecido cuando más lo hemos necesitado. Muchos de sus amigos aquí presentes podrán confirmar esto que digo.

Hoy nos encontramos junto a Mons. Lückert gran cantidad de familiares y amigos, de todas las edades. Un grupo más grande todavía celebra esta acción de gracias en la liturgia celestial.

En primer lugar, sus padres Walter y Alicia, sus hermanos Eva María, Walter y Francisco, desde el cielo dan gracias al Señor de la Misericordia porque este hijo y hermano ha sabido ser fiel y se ha entregado generosamente por el Evangelio, por la Iglesia y por la Patria, porque ha sabido vivir su vida guardando diligentemente el Magisterio y la Tradición, porque ha vivido intensamente la devoción a María Santísima. Junto a ellos, sus formadores, sus hermanos sacerdotes y tantos amigos y feligreses a quienes bendijo y acompañó en diversos momentos de la vida.

Cincuenta años indican un largo camino recorrido, las fuerzas físicas ya no son las mismas, el peso del tiempo y del trabajo van haciendo su efecto, el comején comienza a carcomer la humanidad del pastor.

Cincuenta años haciendo que las ovejas oigan la voz de Cristo no es labor fácil, riendo con los que ríen, llorando con los que lloran, abrazando al atribulado, siendo luz para los que viven en las tinieblas del pecado personal y del pecado social.  

Cincuenta años viviendo y dejando que sea Cristo el que viva en ti. Renunciando a tus proyectos personales para ser otro Cristo en medio de tu pueblo, llenando tu alma con la sonrisa agradecida de tus feligreses que te sienten cercano y te miran como padre y amigo.

Cincuenta años viviendo la bienaventuranza de sentirte amado por Dios cada vez que la canalla te persigue y te calumnia por causa del Hijo del Hombre.

Cincuenta años siendo figura controversial por llamar las cosas por su nombre y por no quedarte en medias palabras. Hay muchos que te conocen y te quieren, como también hay muchos que no te quieren, pero ninguno ha podido permanecer indiferente.

Cincuenta años poniendo en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir” y “Amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Así has sabido ser buen ejemplo de fidelidad a la Iglesia, siempre remando mar adentro en la Barca de Pedro, en las diversas tareas y encargos pastorales que has desempeñado.

Querido Monseñor Roberto, padre, hermano y amigo, siempre sucede en el servicio a Dios y en su Iglesia, que este trabajo ofrendado diariamente nos puede desgastar pero no destruir, y aunque por la ley de la vida nuestro cuerpo en su integridad sufre el inevitable deterioro físico o psíquico que a todos nos afecta, sin embargo se da un verdadero fortalecimiento con el pasar de los años cuando se han vivido en el Señor, y paradójicamente se crece en serenidad, en libertad y en sabiduría, preciosas virtudes para acoger más y mejor la gracia de la santidad a la que fuimos llamados.  

Monseñor en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, de su Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana, de su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, y de su clero y de sus feligreses, doy gracias a Dios por la valentía, la paciencia y la serenidad con que has vivido estos cincuenta años de ministerio, gracias porque has llevado la cruz del episcopado en medio de las grandes preocupaciones que ha tenido que vivir nuestra Iglesia Venezolana. Doy gracias porque siempre has sabido ser el pastor cercano que acompañas permanentemente a tu pueblo.

Junto a la acción de gracias pido al Señor que te siga acompañando y que tu voz siga siendo fuerte, oportuna, certera para continuar guiando a tu pueblo, que tu oración llegue al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que tanto anhelamos nuestra venezuela.

Monseñor. Que Dios te guarde en su amor y en su misericordia durante largos años, quiero finalizar con las palabras del Apóstol Pablo:  “..continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús… “los ha enriquecido… y los hará permanecer irreprochables hasta el fin…” Dios es fiel contigo como tú lo has sido con Él.

Queridos hermanos. Nunca dudemos de la fidelidad del Señor; estos cincuenta años de vida sacerdotal son prueba palpable de la gracia que un día le concedió a su elegido y que le ha permitido perseverar con fortaleza. Este hermano nuestro, hoy  celebra  con el mismo fervor y devoción con que celebró su primera eucaristía, con una conciencia más clara pero siempre con emoción nueva y gratitud. Esta Eucaristía es la acción de gracias de un hombre sencillo a quien el señor ha invitado a vivir en su intimidad, a descubrir los secretos de su corazón, a revelarle el rostro de su Padre.



[1] Fermín Marín Barriguete,  Los jesuitas y el culto mariano, en TIEMPOS MODERNOS 9, 2003-2004.
[2] Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida. Catedral de Coro, 29 de junio de 2010, Homilía con motivo de los veinticinco años de vida episcopal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
[3] Ibid.
[4] Papa Francisco, Homilía en la ordenación de nuevos Obispos, 19-03-2016.
[5] Ibid.

Homilía con motivo de los cincuenta años de vida sacerdotal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro

Pbro. Eduardo Ortigoza
Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá
Maracaibo, 20 de agosto de 2016



Nos congregamos en esta tarde abrigados en el regazo de nuestra Madre María del Rosario de Chiquinquirá, para una vez más hacer profesión de nuestra fe.

Aquí estamos respondiendo a la iniciativa salvífica del Señor expresada hoy por el Profeta Isaías “Yo vendré a reunir a todas las naciones”, ese es el sueño de Dios que en palabras de Jesús nos dice “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”.

Venimos a acompañar a Mons. Roberto Lückert en su acción de gracias por sus cincuenta años de ministerio sacerdotal. Él, durante su vida, ha sido portador de la invitación de comunión y unidad  que nos transmite el Profeta, Él, como buen pastor, se ha esforzado en prepararse junto con su pueblo para pasar por la puerta estrecha.

Nos reúne el testimonio de una vida entregada al servicio del Señor y de los hermanos. Nos estimula la gratitud y el cansancio de un largo camino recorrido por la mayoría de nosotros al lado de un hermano mayor, Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.

Con afecto fraterno y desde la comunión en un solo Señor, en una sola Fe y en un solo Bautismo, compartimos la alegría y gratitud de este pastor de la Iglesia venezolana, por las Bodas de Oro de su ordenación sacerdotal. Largo ha sido el camino recorrido.

Mons. Lückert, durante estos cincuenta años de ministerio sacerdotal, ha demostrado su fidelidad inquebrantable a los grandes amores de su vida: Cristo, la Iglesia, la Virgen María en sus diversas advocaciones, en especial la Chinita, el Zulia y la Patria Venezolana.

A Monseñor Lückert lo hemos admirado por su sencillez, su amabilidad y su temple de carácter, que ha sabido combinar con una natural mansedumbre y con una voluntad a toda prueba, todos estos son dones que Nuestro Señor, dador de toda gracia, le ha concedido en abundancia y que él ha sabido desarrollar con mucha inteligencia.

Para entender el carácter de este pastor de la Iglesia venezolana debemos referirnos a quienes contribuyeron en su formación.

En primer lugar los Padres Jesuitas del Colegio Gonzaga donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Sin duda que la participación en la Congregación Mariana le permitió consolidar su vocación cristiana y comenzar a pensar en una futura vida sacerdotal. En efecto, en los Colegios dirigidos por los Padres Jesuitas la Congregación Mariana se constituía en un lugar especial donde los alumnos “…desarrollaban una devoción muy particular, fundamentada sobre tres pilares: la frecuencia de los sacramentos, la oración y la penitencia, sin olvidarse de otras obras de piedad. Los miembros llevaban, de este modo, vidas edificantes, muy cercanas a la condición de beatos mensajeros de la Madre de Dios”.[1]

En segundo lugar, los Padres Eudistas quienes durante bastante tiempo fueran los responsables de la formación sacerdotal en el Seminario interdiocesano de Caracas. Que en el decir de, Mons. Baltazar Porras, uno de los compañeros de estudio de nuestro homenajeado,  “…Bajo la estricta disciplina…. y la excelente formación académica de aquellos abnegados formadores. ….Nos fogueaban en las continuas charlas de formación social, política y religiosa que nos daban hombres de renombre y de amplitud de miras. Las convicciones profundas, la forja de virtudes que dan constancia y coraje, se fraguan en la adversidad y en las contradicciones. De allí el agradecimiento perenne a quienes moldearon nuestro ser cristiano y sacerdotal[2].

La etapa histórica por la que hoy damos sentidas gracias al Señor comenzó  el domingo 14 de Agosto de 1966, a las 8.30 am, cuando Mons. Domingo Roa Pérez  ordenó sacerdote al Diácono Roberto Lückert en la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo. Al día siguiente, el 15 de agosto de 1966, Solemnidad de la Asunción de la Virgen Santísima, celebraba su Primera Misa en su Parroquia de origen, Ntra. Sra. de La Asunción, en la Av. Los Haticos.

A los pocos de días de haber sido ordenado Presbítero, Mons. Lückert daría una un nuevo paso en su formación permanente. El 22 de septiembre de 1966 es nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia Santa Bárbara de Maracaibo, para acompañar a quien sería un gran maestro en su vida pastoral, Monseñor Mariano Parra León. Al año siguiente, por el nombramiento del nuevo obispo de Cumaná, es nombrado Vicario Ecónomo y posteriormente Párroco de la misma.

Como Director del Diario La Columna a partir del 1 de octubre de 1968, pudo continuar la propedéutica experiencia acumulada en los tiempos del Seminario como integrante del equipo redactor de la revista Vínculo, órgano de divulgación de la vida del Seminario.Tal responsabilidad editorial y de difusión introdujo a un grupo de futuros sacerdotes y obispos venezolanos en ambientes de frontera, de confrontación y de horizontes amplios en los que se superan miedos, se dialoga con quienes no piensan como uno y obligan a buscar consensos para caminar con quien sea, sin distingos de ninguna especie. Esa juvenil experiencia se convirtió en una escuela invalorable que a lo largo del tiempo ha marcado nuestras vidas[3].

Allí están las raíces que, unidas a los orígenes familiares, han determinado la vida y el ministerio de este zuliano a carta cabal, de este sacerdote, de este obispo que ha sabido ser hermano, amigo, padre, y pastor en Maracaibo, en Cabimas, en Falcón y también en toda Venezuela.

La Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Maracaibo, la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, esta Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, los Movimientos de Apostolado, las funciones de gobierno como Vicario General junto al Arzobispo de Maracaibo, su desempeño durante ocho años como Obispo de Cabimas, las tareas encomendadas por sus hermanos Obispos en la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Venezolana, en el Departamento para las Comunicaciones Sociales  del Celam con sede en Bogotá Colombia, en el Departamento de Liturgia de la CEV, en la Comisión de Música y Arte Sagrado y Bienes Patrimoniales y en la Comisión de Justicia y Paz de la CEV, su designación en 1993 como Obispo de Coro y en 1998 como Primer Arzobispo de la misma. En apretada síntesis podríamos resumir cincuenta años de trabajo apostólico.

Por eso hemos venido en esta tarde para dar gracias en torno al altar de la Eucaristía por los 50 años de ministerio sacerdotal del Arzobispo de Coro. Es un espacio de tiempo muy respetable, es una vida gastada cada día al servicio del Evangelio cumpliendo lo que nos refiere el evangelista San Juan en palabras de Jesús “…me desprendo de mi vida, para tomarla de nuevo..” Jn. 10, 17. En efecto, para un ministro de Cristo, su vida ya no le pertenece, está en manos de Dios. A Él se la entrega día a día en el servicio de todos, los  pequeños y grandes. Haciéndose amigo de todos y cada uno. En la espera de recibirla de nuevo en la vida eterna.

50 años de servicio en la vida de un pastor que ha permanecido fiel al Evangelio se convierten hoy en libro abierto y en motivo de meditación.

Porque eso ha sabido ser nuestro querido Mons. Lückert, imagen de Cristo Buen Pastor, pues en el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para siempre[4]. En efecto, es Cristo, quien por el ministerio ordenado, continúa predicando el Evangelio de la salvación, continúa conduciendo al pueblo de Dios peregrino hacia la felicidad eterna, es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía.

Permítanme una confidencia personal:

En mis primeros pasos dentro de la Iglesia, me inicié en el servicio del altar en esta Basílica. Aquí conocí a grandes sacerdotes de esta querida Diócesis, entre los que destacaba la figura del joven Arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, lleno siempre de seriedad y majestad, de sus Vicarios Generales, el joven Mons. Medardo Luzardo y el anciano Mons. Olegario Villalobos tan lleno de años y de obras, el afamado párroco de Santa Bárbara Mons. Mariano Parra León, el apacible anciano Pbro. Lisandro Puche siempre rodeado de niños, el emprendedor Párroco de esta Basílica Pbro. Ángel Ríos Carvajal, y un grupo de jóvenes sacerdotes que se distinguían por su calidad humana, su piedad y su celo apostólico, entre ellos Gustavo Ocando, Hermán Romero, Jesús Quintero, José Joaquín Troconis, Roberto Lückert, José Severeyn, Antonio López, etc.

El testimonio de estas diversas generaciones de sacerdotes sembró en mi alma de niño el deseo de explorar en las intrincadas sendas de la vocación sacerdotal. Allí destacaba Mons. Lückert, a quien luego por casi medio siglo he tenido como maestro, confesor, compañero y amigo.

Como maestro en la vida sacerdotal, él nos enseñó a muchos de los presentes que ser sacerdote significa vivir como enseña Jesucristo: “El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Ser servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. Siempre servidores y siempre listos para servir. Y además nos enseñó que ser sacerdote y pastor es ser hombre de oración, de profunda vida eucarística y de firme devoción mariana. De esta manera, teniendo el corazón lleno de Dios podemos salir a predicar su Palabra.

En esa misma dimensión de la vida pastoral ha insistido el Papa Francisco, cuando pide que los pastores “no nos olvidemos que la primera tarea del ministro es la oración, y que la segunda tarea, es el anuncio de la Palabra, luego viene lo demás”[5].

Como compañero sacerdote y amigo, ha estado siempre atento en los diversos momentos de la vida de cada uno de nosotros, en los alegres y en los difíciles y tristes. Su presencia se ha hecho tan cotidiana que, a pesar de la lejanía, siempre ha estado y aparecido cuando más lo hemos necesitado. Muchos de sus amigos aquí presentes podrán confirmar esto que digo.

Hoy nos encontramos junto a Mons. Lückert gran cantidad de familiares y amigos, de todas las edades. Un grupo más grande todavía celebra esta acción de gracias en la liturgia celestial.

En primer lugar, sus padres Walter y Alicia, sus hermanos Eva María, Walter y Francisco, desde el cielo dan gracias al Señor de la Misericordia porque este hijo y hermano ha sabido ser fiel y se ha entregado generosamente por el Evangelio, por la Iglesia y por la Patria, porque ha sabido vivir su vida guardando diligentemente el Magisterio y la Tradición, porque ha vivido intensamente la devoción a María Santísima. Junto a ellos, sus formadores, sus hermanos sacerdotes y tantos amigos y feligreses a quienes bendijo y acompañó en diversos momentos de la vida.

Cincuenta años indican un largo camino recorrido, las fuerzas físicas ya no son las mismas, el peso del tiempo y del trabajo van haciendo su efecto, el comején comienza a carcomer la humanidad del pastor.

Cincuenta años haciendo que las ovejas oigan la voz de Cristo no es labor fácil, riendo con los que ríen, llorando con los que lloran, abrazando al atribulado, siendo luz para los que viven en las tinieblas del pecado personal y del pecado social.  

Cincuenta años viviendo y dejando que sea Cristo el que viva en ti. Renunciando a tus proyectos personales para ser otro Cristo en medio de tu pueblo, llenando tu alma con la sonrisa agradecida de tus feligreses que te sienten cercano y te miran como padre y amigo.

Cincuenta años viviendo la bienaventuranza de sentirte amado por Dios cada vez que la canalla te persigue y te calumnia por causa del Hijo del Hombre.

Cincuenta años siendo figura controversial por llamar las cosas por su nombre y por no quedarte en medias palabras. Hay muchos que te conocen y te quieren, como también hay muchos que no te quieren, pero ninguno ha podido permanecer indiferente.

Cincuenta años poniendo en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir” y “Amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Así has sabido ser buen ejemplo de fidelidad a la Iglesia, siempre remando mar adentro en la Barca de Pedro, en las diversas tareas y encargos pastorales que has desempeñado.

Querido Monseñor Roberto, padre, hermano y amigo, siempre sucede en el servicio a Dios y en su Iglesia, que este trabajo ofrendado diariamente nos puede desgastar pero no destruir, y aunque por la ley de la vida nuestro cuerpo en su integridad sufre el inevitable deterioro físico o psíquico que a todos nos afecta, sin embargo se da un verdadero fortalecimiento con el pasar de los años cuando se han vivido en el Señor, y paradójicamente se crece en serenidad, en libertad y en sabiduría, preciosas virtudes para acoger más y mejor la gracia de la santidad a la que fuimos llamados.  

Monseñor en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, de su Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana, de su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, y de su clero y de sus feligreses, doy gracias a Dios por la valentía, la paciencia y la serenidad con que has vivido estos cincuenta años de ministerio, gracias porque has llevado la cruz del episcopado en medio de las grandes preocupaciones que ha tenido que vivir nuestra Iglesia Venezolana. Doy gracias porque siempre has sabido ser el pastor cercano que acompañas permanentemente a tu pueblo.

Junto a la acción de gracias pido al Señor que te siga acompañando y que tu voz siga siendo fuerte, oportuna, certera para continuar guiando a tu pueblo, que tu oración llegue al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que tanto anhelamos nuestra venezuela.

Monseñor. Que Dios te guarde en su amor y en su misericordia durante largos años, quiero finalizar con las palabras del Apóstol Pablo:  “..continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús… “los ha enriquecido… y los hará permanecer irreprochables hasta el fin…” Dios es fiel contigo como tú lo has sido con Él.

Queridos hermanos. Nunca dudemos de la fidelidad del Señor; estos cincuenta años de vida sacerdotal son prueba palpable de la gracia que un día le concedió a su elegido y que le ha permitido perseverar con fortaleza. Este hermano nuestro, hoy  celebra  con el mismo fervor y devoción con que celebró su primera eucaristía, con una conciencia más clara pero siempre con emoción nueva y gratitud. Esta Eucaristía es la acción de gracias de un hombre sencillo a quien el señor ha invitado a vivir en su intimidad, a descubrir los secretos de su corazón, a revelarle el rostro de su Padre.



[1] Fermín Marín Barriguete,  Los jesuitas y el culto mariano, en TIEMPOS MODERNOS 9, 2003-2004.
[2] Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida. Catedral de Coro, 29 de junio de 2010, Homilía con motivo de los veinticinco años de vida episcopal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
[3] Ibid.
[4] Papa Francisco, Homilía en la ordenación de nuevos Obispos, 19-03-2016.
[5] Ibid.