lunes, 21 de noviembre de 2016

La Virgen de Chiquinquirá: Una espiritualidad zuliana

Pbro. Mgs. Andrés Bravo
Director del Centro de Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
UNICA

            En estos días el pueblo zuliano enfoca con mayor relieve su atención hacia la Virgen de Chiquinquirá, la Chinita de Maracaibo, la Sagrada Dama del Saladillo, la Zuliana de los Zulianos o como queramos decirle, porque los zulianos nos tomamos la libertad de llamarla con una gran confianza, con nombres que la identifican con nuestra cultura, nuestra idiosincrasia. Así la sentimos cada vez más cerca y más amada.
Los zulianos somos chiquinquireños. Igual que los cristianos somos marianos. Porque, en nuestra genuina espiritualidad, los seguidores de Jesucristo nos sentimos amados por su Madre. Aquella que el crucificado nos entregó como nuestra Madre y, como lo hizo el discípulo amado, la hemos recibido en nuestro hogar. Es precisamente en este acontecimiento que narra el Evangelio según San Juan (cf. Jn 19, 25-27), donde Jesús anuncia el nacimiento de la nueva familia, en la que todos somos hermanos, con el mismo Padre Dios y la misma Madre María. Los cristianos somos hijos amados porque estamos configurados al Hijo amado. Amados por nuestro Padre común que es también el Padre de Jesucristo y la misma Madre común que es su misma Madre María.
Los Zulianos también somos la familia de Dios y a esta Madre la veneramos e invocamos como Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, la Reina del Lago, Chinita amada. Ya hace muchísimos años que se reveló humilde como nuestro pueblo, a orillas del inmenso Lago del Coquivacoa, a una señora pobre de El Saladillo quien la custodió hasta que fue llevada a la Ermita de San Juan de Dios que luego se convertiría en la bella Basílica de Chiquinquirá. A partir de entonces la Basílica es el lugar de encuentro espiritual de los Zulianos entre sí y con Dios, por medio de la Virgen que nos lo muestra. Ahí acudimos todos, sin vestimentas de poder, sin las prebendas humanas que nos distinguen, sin la soberbia que nos encierra en nosotros mismos e impide el encuentro con el otro humano y con el Otro divino.
          Encuentro de amor, sin otra razón que la búsqueda de Dios. Ahí, podemos observar los hechos más sencillos, donde la persona humana se inclina al Absoluto de quien se sabe necesitada. Para pedirle a Jesús por mediación de la Madre buena, Chinita, porque para nosotros es Guajira y a los Guajiros los identificamos como chinos y chinas, chinitos y chinitas. Ante la imagen de esta Madre Guajira, pedimos empleo, salud, liberación de los vicios, salvación de matrimonios en crisis, paz y justicia para la sociedad, liberación de secuestrados, y muchas otras necesidades más que seguro son peticiones escuchadas con amor solícito por nuestro Padre Dios y nuestra Madre Chinita.
          Esto lo sabemos porque el mismo Señor nos lo ha revelado en su Evangelio. La Madre de Dios es nuestra mejor medianera. Ella, como lo hizo en las bodas de Cana de Galilea (cf. Jn 2,1-11), se fija en las necesidades humanas y siente sus carencias: “No tienen vino, les falta alegría, felicidad”. Luego se acerca a su hijo Jesús para expresarle con confianza materna que atienda nuestras necesidades. Enseguida se vuelve a nosotros y la Señora nos invita a hacer lo que el Señor nos pide. Así, cumpliendo la voluntad de Dios, podemos sentir la acción salvadora que hace el milagro de la fraternidad, la fiesta del amor, donde María también está presente con su digna misión de Madre medianera.
Con la misma sinceridad, le entregamos a María de Chiquinquirá nuestras mejores ofrendas. Los premios ganados por cualquier zuliano son para la Virgen. Desde el trofeo de la Serie del Caribe, las diversas bandas de concursos de bellezas, así como títulos académicos o el primer salario obrero. Hasta el solideo del santo Papa Juan Pablo II en su extraordinario encuentro con nosotros en 1985. Pero, la Virgen sólo quiere que sus hijos se amen entre sí, se cuiden y protejan mutuamente, expresen su solidaridad por los más necesitados y nos sintamos la Gran Familia de Dios, la Familia Chiquinquireña.
Les cuento que es Dios quien asocia a la joven María de Nazaret a su plan de salvación a la humanidad y le pide que sea la Madre del Salvador (cf. Lc 1, 26-38). Ella, con una fe sincera, le responde con obediencia y expresa que este Dios que la elige hace cosas maravillosas con “su sierva”. A partir de entonces, siente que los cristianos de todos los tiempos la amamos y la veneramos como la bienaventurada (cf. Lc 1,46-55). Es decir, la bendecida por Dios.
Es maravilloso el misterio que se revela en la persona de la joven virgen de Nazaret. Con su obediencia, se manifiesta el acontecimiento de la encarnación que hace plena la historia. El Hijo eterno, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se hace humano como nosotros. Al participar Dios de nuestra naturaleza humana en el seno limpio y puro de la Nazarena, nosotros podemos gozar de su naturaleza divina. Ella le da su naturaleza humana y recibe para nosotros la naturaleza divina de Dios. Recibiendo al Hijo encarnado en la fe humilde, en la entrega generosa, comprometiéndose con la causa salvadora y libremente obediente. Así le da a luz en este mundo y lo entrega a la humanidad que goza de su presencia salvadora. Cristo es la luz verdadera que ilumina al mundo. La Virgen es como un candelabro que hace brillar la luz divina en el mundo.
En este sentido, los zulianos creemos en la Virgen Chinita como la Aurora bonita, aquella que le da paso al Sol de Justicia (cf. Malaquías 4,2), el Sol que nace de lo Alto (cf. Lc 1,67-79), al Redentor de la humanidad. Este es el genuino significado de la extraordinaria procesión de la Aurora, para mi gusto, la más bella, llena de fantasía, de cantos y colores, de expresiones culturales, de zulianidad: “Noche de emoción bendita/ aquella de El Saladillo/ cuando al son del estribillo/ el pueblo espera la hora/ de que le llegue la aurora/ y aparezca la Chinita/ y Ella se asoma bonita/ y el pueblo de emoción llora”, reza el pueblo cantando gaitas.

jueves, 3 de noviembre de 2016

SALUTACION CHIQUINQUIREÑA 2016


Concluye el Año de la Misericordia en la Iglesia universal y también en nuestra Iglesia local de Maracaibo. Ha sido un año de gracia extraordinario que hemos celebrado con gozo en nuestra arquidiócesis bajo la conducción de la Comisión Arquidiocesana del Jubileo, presidida por nuestro Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo. Dios, cuya Providencia es infinita, ha guiado a su servidor el Papa Francisco para que lo decretara en un momento álgido de la historia de la humanidad y del devenir de nuestra patria. Esta iniciativa profética del Obispo de Roma, verdadera inspiración del Espíritu Santo, nos ha permitido entrar por la Puerta Santa de la Misericordia, sumergirnos en las fuentes del Amor Redentor de Jesús y descubrir que la misericordia es la expresión de la caridad que nuestro tiempo reclama, una caridad samaritana.
Las fiestas de la Chinita forman parte de esta clausura. Y siento un deber obligante como Pastor de esta amada grey zuliana,  ante el triste panorama de pobreza, miseria,  inseguridad y alarmante deterioro de la salud integral que azota a las familias e instituciones de nuestro país y de la región zuliana de invitarles a hacernos la siguiente pregunta: ¿Cómo quiere nuestra madre, ante tanta desolación y amargura de sus hijos, que celebremos su fiesta este año?

La respuesta es sencilla. La Madre de la divina Providencia nos invita a celebrarlas si, con fe, con esperanza, con rebosante  belleza y alegría pero al mismo tiempo  impregnadas de gran sencillez y austeridad, de mucha caridad y  solidaridad con nuestros hermanos que sufren toda clase de indigencia y abandono.  Llenaremos de alegría el corazón de nuestra Madre si realizamos unas fiestas al mismo tiempo hermosas y llenas de misericordia. Este año por consiguiente evitaremos todo gasto superfluo y ostentoso: no habrá profusión de luces, ni de flores ni de fuegos artificiales en la Bajada, en la solemnidad del 18, y en el resto del programa  hasta la subida de la imagen a su camerino.  Pero en su lugar, con el fruto de la reducción de gastos y ahorros obtenidos,  habrá profusión de gestos de amor, de cercanía y de fraternidad con nuestros hermanos que sufren toda clase de indigencia y de abandono. Buscaremos además consolidar la organización y formación de todos los grupos, empezando por esas dos grandes instituciones que son las Hijas de María y los Servidores de María.

Conozco ya el corazón de este pueblo hermoso y generoso y estoy seguro que esta manera de celebrar este año a nuestra amada Madre y honrar su presencia entre nosotros, encontrará una gran receptividad y que todos estaremos atentos a las indicaciones que nos darán el rector de la Basílica y los demás agentes pastorales y organizadores para actuar unidos y ser así el brazo amoroso de nuestra Chinita que llega a sus hijos más necesitados.

+Ubaldo R Santana Sequera

Arzobispo de Maracaibo

viernes, 21 de octubre de 2016

Una Reflexión Urgente, escrita el 21/10/2016

Hermanos Venezolanos

          Anoche nos acostamos con un sabor amargo, decepcionados, tristes y frustrados. Una vez más el régimen mostró su rostro, ya conocido y revelado un millón de veces, de cruel dictadura. El CNE, servicio obsceno del régimen, prácticamente suspendió el Referendo Revocatorio, salida pacífica y democrática hacia la liberación de Venezuela ¿Qué hacer? No estoy muy claro porque no soy un analista político. Soy un ciudadano de fe cristiana que, aunque la sombra nos cubra demasiado, ve siempre un agujero donde se cuela un rayito de luz de esperanza.
Como reza el salmo 23, aunque camine por cañadas obscuras nada temo porque tú, Buen Pastor, vas con nosotros. Y, como decimos en nuestro pueblo, la pelea es peleando. Yo añado que no podemos seguir luchando con llantos y miedo en nuestro corazón. En píe de lucha nos mantenemos, la resignación no es cristiana. Tampoco, hacia donde nos quieren llevar el régimen, es cristiana ni humana la violencia. Pero, hay que distinguir el conflicto de la violencia. Ésta destruye, aquella exige una respuesta donde va incluida la organización y el sacrificio. El sacrificio por la lucha liberadora, no el sacrificio de la miseria que mata. La protesta es un derecho, es irreverente sí. Muchos quieren que se proteste pero que no los molesten. Los dictadores tienen fuerza bruta, nosotros tenemos la fuerza de la razón y, los cristianos, la fuerza de la fe.
No sé cuánto durará esta situación. Lo que sí sé es que jamás nos podemos detener, ¡jamás! La maldad no tiene la palabra definitiva, el bien siempre triunfa. El camino es largo y difícil, pero es el camino que nos lleva a conquistar la libertad y la democracia. Cerrar puertas es tarea de ellos, abrirlas es nuestra voluntad. Y si quieren saber lo que creo, esto no es mucho lo que dura. El futuro es importante construirlo de manera más humana. Pa’lante venezolanos, Dios los bendiga.

P. Andrés Bravo

lunes, 17 de octubre de 2016

El Cardenal Baltazar Porras. Un Escrito Pretencioso

Pbro. Mg. Andrés Bravo
Director del Centro de Estudios de la Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
Universidad Católica Cecilio Acosta
            Una gran alegría sentimos los cristianos y los venezolanos en general al escuchar la buena noticia del nombramiento de Mons. Baltazar Porras como Cardenal de la Iglesia Universal, anunciado por el Papa Francisco en el rezo del Ángelus el domingo 9 de octubre de este Año Jubilar de la Misericordia 2016. Mons. Porras, Arzobispo de Mérida, es una de las personas más apreciada en todo el país y más allá de nuestras fronteras. Como ciudadano ejemplar y sacerdote integral. Buen pastor e intrépido profeta que anuncia la verdad del Evangelio con caridad y valentía. Quienes lo conocemos y hemos tenido la gracia compartir con él, damos testimonio de un ser integro, destacándose por su amor a la Iglesia y a la Patria. Pienso que al escribir estas líneas me convierto en un pretencioso por atreverme hablar de tan alta dignidad.
            Lo conocimos en el Seminario Interdiocesano de Caracas cuando en 1977 los seminaristas esperábamos que llegara de España, como doctor en teología pastoral de la Pontificia Universidad de Salamanca, el nuevo director de estudios. Todos hablábamos de un joven sacerdote del clero de Calabozo. Se había ordenado sacerdote de 22 años y obtiene el doctorado de 32 años. Llegó tarde (enero de 1978, después de presentar su tesis doctoral), el curso había comenzado. Una agradable impresión nos causó su llegada. Lo más relevante era la enorme biblioteca que portaba con él como uno de su más valiosos tesoro. Por lo demás, su inmediata cercanía ganó nuestra admiración y querencia. Observamos que los sacerdotes y laicos intelectuales se acercaban para exclamar con entusiasmo: “Oye, tú eres Baltazar Porras, todos hablan de ti, que gusto conocerte”. Él, con la sonrisa de siempre, respondía con agrado y hasta con sorpresa.
            No tardó mucho para impartir sus primeras lecciones en teología pastoral, más tarde enseñó cristología y otras asignaturas teológicas. Su autor preferido es el progresista teólogo español Casiano Floristán quien le había tutorado su tesis doctoral. Venía con una sólida formación filosófica y teológica, con una clara inclinación por la historia y la cultura, que ha profundizado en su devenir histórico. Seis meses después de su llegada al Seminario Interdiocesano Santa Rosa de Lima, se convierte en nuestro vice-rector. Venía también con una enorme experiencia pastoral. De diácono ya era profesor y miembro del equipo directivo del Seminario Menor San José de Calabozo (1966-1967).
Es ordenado sacerdote el 30 de julio de 1967, en la Catedral de Calabozo, de manos de Mons. Miguel Antonio Salas, Obispo de Calabozo. Sin duda, su mentor, su padre y maestro, desde que fue Baltazar seminarista y Mons. Salas rector del Seminario Interdiocesano hasta que le entregó su Sede Arzobispal de Mérida. Seguro su padre y maestro siguió viviendo feliz hasta la eternidad porque la Iglesia andina quedaba en manos de un buen pastor.
A Mons. Miguel Antonio Salas Salas lo conoceremos mejor por una breve biografía escrita por el propio Baltazar y publicada por el Archivo Arquidiocesano de Mérida (2015), presentada a la Santa Sede para la apertura de su Causa de Beatificación. Escribe el nuevo Cardenal: “Quienes fuimos sus alumnos en el Seminario Menor recordamos con fruición las clases de historia de Venezuela y de formación social, moral y cívica. Verdaderas cátedras de conocimiento, amor a la propia idiosincrasia, dictadas con pericia pedagógica. Bebimos como adolescentes el valor de las virtudes humanas y cristianas que deben adornar a cualquier persona que se precie de su ciudadanía y de ser creyente”. Baltazar no sólo aprendió estas enseñanzas, sino que las vivió y se dejó orientar por ellas. Además, nos las comunica con la misma pericia pedagógica.
Pero, lo repito, entraba el Padre Porras al Seminario con una extraordinaria experiencia pastoral, como párroco, capellán, asesor de movimientos de laicos, trabajo de curia y acción vocacional como formador de sacerdotes. Nuestro formador es un sacerdote amigo de los seminaristas. Creo que aprendimos más viéndole vivir y con las tertulias informales que muchas veces teníamos en su estudio o en los paseos improvisados, que en las magistrales clases en el aula.
Se ve una persona a quien le gusta el deporte y nos exige practicarlo con él. En la introducción de su libro De Cara al Futuro, su primer tomo, publicado por la Universidad de los Andes en 1992 como homenaje a su jubileo de plata sacerdotal, lo expresa con espontaneidad señalando lo que llama “tres querencias”: la capilla, indicando su fuerte vida espiritual. El ejercicio físico que le permite ser disciplinado, constante y eficaz en su trabajo. La tercera querencia son sus libros, su estudio e investigación con seriedad y competencia. Actitudes que formó al sacerdote Baltazar desde seminarista por parte de los Padres Euditas que, por el decir de él, eran de hierro.
El Cardenal Porras vive y se forma en el camino renovador de la Iglesia actual que comienza por los movimientos litúrgicos, sociales, bíblicos, patrísticos, teológicos y pastorales que impulsaron el Concilio Vaticano II (1962-1965). El inicio de su formación teológica en Salamanca coincide con el año de la apertura de las Sesiones Conciliares. Lo sigue paso a paso por medio de informaciones, estudios e investigaciones. Va forjando su vida sacerdotal con el ritmo de una Iglesia que se rejuvenece. Para reflexionar sobre este acontecimiento del Espíritu, nuestro Cardenal escribe con cierto reclamo: “El Concilio, no nos engañemos, inició un movimiento irreversible que no lo podemos detener ni acomodar. Estamos traicionando el paso del Espíritu si seguimos aferrados a las adherencias que los siglos y nuestra propia comodidad han ido acumulando. Ha sido tan avasallador el paso del Concilio que la dinámica de la vida eclesial ha superado, en mucho, algunos planteamientos iniciales y, ¿podemos quedarnos al margen o ignorar esa realidad? Sería suicida porque faltaríamos a la fidelidad al Espíritu que es el que lo mueve todo” (De Cara al Futuro, p.20).
A los cincuenta años de este Concilio, en nuestra Católica de Maracaibo (UNICA), el actual Cardenal Porras comunicará su experiencia: “Tuve la dicha de que mis cuatro años de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca coincidieran con las cuatro sesiones conciliares. Vivimos aquellos años con pasión, ávidos de aprender, hurgando en ese Espíritu que soplaba por doquier lo que necesitábamos para poder ser heraldos de la Palabra de Dios en un mundo que mostraba síntomas de cansancio y aburrimiento por lo religioso” (Conferencia dictada el 13 de septiembre de 2012 en la UNICA).
Sigue su conferencia aclarando y desafiando: “Pero, me pregunto a estas alturas, ¿cómo hablar del Concilio Vaticano II a un auditorio que en su mayoría, fundamentalmente por razones de edad, percibe el concilio como un hecho del pasado que no genera el entusiasmo y la pasión que ardió en quienes nos tocó vivir el paso cualitativo de la etapa preconciliar a la efervescencia de las diversas etapas postconciliares? Intentaré, por tanto, de hacer un recorrido testimonial más que doctrinal, con la esperanza de que el recuerdo cordial del Vaticano II sea más bien, un acicate para acercarse a él con la convicción de que hay muchas tareas pendientes que deben asumir las actuales y futuras generaciones”.
Baltazar respira amor a su Iglesia, ésta que ha sido capaz de revisarse a la luz del Evangelio y de la Tradición, que se auto-comprende misterio de comunión y misión en el mismo Misterio de Dios Trinidad. La que es en Cristo, no en ella misma, sacramento de salvación. Que, como dirá Juan Pablo II, es casa y escuela de comunión. La que nace de la voluntad amorosa del Padre y la misión salvadora del Hijo y del Espíritu Santo. La que sirve al Reino de Dios, no la que se cree el Reino de Dios. La Iglesia como comunidad cristiana, humana, integrada por seres humanos, solidaria del género humano y de su historia. Sirvienta de la humanidad, como dirá Pablo VI, el papa de la modernidad, como lo califica Baltazar.
De muchas maneras, nuestro Cardenal, participa y es protagonista de primera plana de los grandes acontecimientos eclesiales de América Latina que sigue el camino renovador del Concilio. Desde estas experiencias, en 1976, él interroga a los cristianos actuales (Los Interrogantes del Cristiano de hoy, Trípode, Caracas 1976): “¿La Iglesia se derrumba? No. La Iglesia cambia. Necesita cambiar, porque le urge dar respuesta a los problemas actuales”. Desde Medellín (1968), al siguiente año de su ordenación sacerdotal, va a vibrar con la Iglesia liberadora que opta preferencialmente por los pobres. Con el fin de ayudar a los laicos a conocer y acoger las Conclusiones de Medellín, realiza una extraordinaria síntesis titulada: Documentos del CELAM (Medellín) para Cursillos de Cristiandad (Trípode, Caracas 1972).
Por lo mismo, su tesis doctoral la dedica al tema del diagnóstico teológico-pastoral de la Venezuela contemporánea desde la documentación episcopal venezolana y desde la teología latinoamericana (Los Obispos y los Problemas de Venezuela, Trípode Caracas 1978). Para el autor, “el mensaje eclesial de Medellín parte de la necesidad de una búsqueda de una nueva y más intensa presencia de la Iglesia en la actual transformación del continente. Convencida de que tiene un mensaje para todos los hombres que tienen hambre y sed de justicia. Quiere ser Iglesia-signo y penetrar todo el proceso de cambio con los valores evangélicos. Como línea pastoral opta por las comunidades eclesiales de base”.
Pero, en Puebla (1979), Baltazar desde el Seminario Santa Rosa de Lima, trabajó y reflexionó muy arduamente desde el primer documento de consulta, en la preparación de los aportes de la Conferencia Episcopal Venezolana y en el mismo desarrollo de la Tercera Conferencia. Va a criticar con serenidad aquel documento de consulta de Puebla, reformado totalmente por los aportes de las distintas conferencias episcopales del continente (se puede leer su artículo “observaciones desde la teología pastoral al documento de consulta de Puebla”, De Cara al Futuro, pp. 116-119).
Pero, existe un libro muy importante que nuestro Cardenal escribe con Mons. Mario Moronta en 1980, siendo los dos presbíteros, se trata de: Puebla, Opción Fundamental de la Iglesia, Trípode, Caracas: “El documento nos presenta en todo momento una referencia a la Iglesia como signo, como comunión, como servicio, como evangelizadora, como preocupada por los hombres, etc. Por ello, la opción de Puebla está en la Iglesia” (p. 7). Aquí se estudia especialmente, las opciones preferenciales por los pobres y por los jóvenes.
Aquellos tiempos de Puebla fueron en el Seminario, gracias Baltazar, intenso en todo lo que significó estudio y reflexión, información, crítica y análisis, tiempos de posturas importantes que nos permitió identificarnos totalmente con la realidad socio-política de Latinoamérica. De luchas, dictaduras militares crueles, guerras civiles, ideologías como el socialismo, cristianos por el socialismo, al otro extremo, la seguridad nacional. Tiempos juveniles de la revista Protesta (Ed. San Pablo) penetrada por nosotros en el Seminario. Cómo olvidar cuando el 24 de marzo de 1980 nos metimos a llorar el asesinato de Mons. Romero en el estudio de Baltazar, que compartía nuestras inquietudes y nos escuchaba, así como también nos orientaba y enseñaba. Es verdaderamente una gracia divina haber vivido mi formación con sacerdotes como Baltazar.
Después de que lo nombran Obispo Auxiliar de Mérida en 1983 y luego Arzobispo de la misma Arquidiócesis andina en 1991, lo hemos visto actuar a nivel nacional. Especialmente, en estos años de totalitarismo y grave crisis humanitaria. Ha sido un pastor y un profeta agudo. Según él, “sería bueno, pasearnos por la realidad venezolana y preguntarnos, si basta la estética comunicacional o es necesario hincarle el diente a la ética, para que la igualdad sea el rasero con el que midamos la conducta personal y la de aquellos que nos dirigen”. Como hijo del Vaticano II, de Medellín y Puebla, sabe escrutar los nuevos signos de los tiempos y responderle con los valores del Evangelio de Jesús. De esta forma nos enseña que “la justicia humana no es sólo el pago de una pena, requiere del respeto a la condición humana y a la vida, que están por encima de cualquier otra connotación”.
            Con la sensación de no haber dicho lo suficiente, finalizamos estas reflexiones, escritas presumiendo amistad con nuestro nuevo Cardenal, me rindo ante los pies del crucificado para agradecer tan importante designación y que sirva, como bien lo ha referido él, para la paz y la superación de los males que sufre nuestro pueblo venezolano.

martes, 27 de septiembre de 2016

Ser Sacerdote


Homilía en la Eucaristía del décimo aniversario del P. Nedward Andrade
16/9/2016

Pbro. Mg. José Andrés Bravo H.
Director del Centro de Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia UNICA
            Nos reúne hoy la acción de gracias por los diez años de una existencia consagrada al Señor para el servicio del Pueblo de Dios, como sacerdote, como pastor y como profeta. Como lo recuerda el papa Juan Pablo II al comienzo de nuestro milenio, refiriéndose al mandato que Jesús hace a aquellos pescadores a quienes luego los consagra para ser sus Apóstoles y remar mar adentro, “¡Duc in altum! Estas palabras resuenan también hoy para nosotros y nos invitan a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro” (Novo millennio ineunte 1).
         Éste es el mandato que recibimos todos y la gracia de poder responder como lo hicieron esos humildes pescadores: dejándolo todo, lo siguieron. Éste es el gozo que hoy celebramos en la persona del padre Nedward Jorge Andrade Govea. Gratitud por el pasado, por su vocación, por su llamado, por el mandato recibido, por su elección, por su consagración. Ese pasado de entrega llena de vivencias gratas y pruebas difíciles. Diez años que han pasado entre trabajos pastorales y estudios, que inspira una alabanza agradecida al Señor de la historia.
         El Padre Nedward fue ordenado sacerdote el 16 de septiembre de 2006, por la imposición de manos y la oración consagratoria de nuestro Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana. Un sacerdote para el tercer milenio. De origen marense, aunque nacido en Maracaibo, porque su papá, el Maestro Norberto Andrade viene del pueblo de San Rafael de El Moján, cantor y compositor de nuestra música folclórica, característica de nuestro pueblo costeño, donde las aguas del lago chocan con el malecón inspirando las más hermosas musas. Su mamá, la Sra. Nancy Govea de Andrade, desde el cielo lo acompaña, lo guía y bendice siempre.
Precisamente en Mara vive sus primeras experiencias pastorales, primero como vicario parroquial de la parroquia Inmaculada Concepción de Carrasquero; luego como administrador parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de Coromoto y San José Obrero de la Sierrita. Aunque sus primeros servicios los brinda como vicario parroquial de las parroquias populares San Pablo Apóstol y la Resurrección del Señor.
Una de las más gratas vivencias que da el ser sacerdote es poder sentir el calor humano, sencillo y humilde de las comunidades parroquiales. Acercarse y servir a Cristo en ellas, compartiendo sus inquietudes y enseñándoles a vivir la comunión, es, más que un trabajo, un descanso espiritual, una caricia divina.
No digo que las dificultades son inexistentes. Pero los momentos de compartir son aún más agradables. Yo sé lo que significa el trabajo pastoral y comunitario en pueblos y barrios. No dejan tiempo ni para el reposo. Enseña el papa Francisco que en la parroquia se requiere la docilidad y creatividad misioneras del Pastor y de la comunidad. Que estemos en contacto con los hogares y la vida del pueblo sin separarnos de la gente. No podemos dedicarnos a grupos selectos que nos mimen y donde podemos sentirnos seguros. Todo esto nos enseña nuestro actual papa. Para él, “la Parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración” (Evangelii gaudium 28).
El Padre Nedward desde seminarista ha orientado su formación y su ministerio preferencialmente a la sagrada liturgia. Gran parte de su vida sacerdotal la ha dedicado con gran competencia y responsabilidad a la liturgia de la Arquidiócesis, como Maestro de Ceremonias. Esto lo conduce a Madrid, España, donde realiza sus estudios de postgrado en teología litúrgica en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. A pesar de dedicarse con responsabilidad a sus estudios en España, no deja su acción pastoral en la parroquia madrileña Santa María de la Caridad.
Regresando a esta su Iglesia particular, se dedica a una de las más importantes y graves tareas del Pueblo de Dios, la formación de los futuros sacerdotes. Pues, es nombrado vice-rector de nuestro Seminario Mayor y profesor de teología litúrgica. Es tan importante esta acción pastoral que el Vaticano II reconoce que la renovación impulsada por este concilio depende en gran parte del ministerio sacerdotal y, estos, de “la trascendental importancia que tiene la formación sacerdotal” (Optatam totius 1). Porque, como lo enseña el santo papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Pastores dado vobis en el capítulo cuarto, la vocación sacerdotal es la pastoral de la Iglesia. Es, pues, una gravísima responsabilidad para un formador, porque para enseñar a ser sacerdote se debe vivir como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo.
Juan Pablo II indica las dimensiones de esta formación sacerdotal. Mientras las señalamos, más nos convencemos de su gran importancia. Comenzando con la formación humana, que significa una justa y necesaria maduración y realización de sí mismo. Más aún, exige el cultivo de valores que ayuden a una personalidad equilibrada, sólida y libre, capaz de llevar el peso de las  responsabilidades pastorales.
También, se debe fortalecer la capacidad de relacionarse con los demás. Sobre esto, dice el santo papa: “Esto exige que el sacerdote no sea arrogante ni polémico, sino afable, hospitalario, sincero en sus palabras y en su corazón, prudente y discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de ofrecer personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas, dispuesto a comprender, perdonar y consolar” (PDB 43).
Otra dimensión subrayada por Juan Pablo II es la formación espiritual. Esta formación es, por supuesto, integral, pues, “la misma formación humana, si se desarrolla en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad sobre el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual” (PDB 45).
Y, con estas dos primeras dimensiones de la formación sacerdotal, se integra la formación intelectual – el santo papa lo refiere como la inteligencia de la fe – aquí tienen una gran responsabilidad los formadores, especialmente los profesores del Seminario. Y, por último pero no menos importante, la formación pastoral. Así, padre Nedward, comprendo perfectamente tu constante y asidua inquietud por la formación de los futuros sacerdotes nuestros. Comprendo tu grave tarea como vice-rector del Seminario, porque también yo, como joven sacerdote, llegué a honrarme con esa misión. A igual que tú, lo viví con gran pasión, pero con temor y temblor por la magnitud de su importancia.
Actualmente, el padre Nedward tiene bajo su cuidado pastoral, nada menos que la capellanía de la Universidad Católica Cecilio Acosta desde donde también sirve al Seminario como profesor. Es director general del Instituto Niños Cantores Ciudad de Dios, capellán militar, miembro del Consejo Presbiteral, Maestro de Ceremonia, y otras acciones que lo mantienen entregado por completo a la Iglesia que ama, la Iglesia de Cristo.
         Así, pues, se encuentra hoy viviendo el presente con pasión y el futuro con confianza. En entrega renovada, con el entusiasmo de siempre comenzar, sabiendo que el amanecer no arrastra el afán del día anterior, sino que nos despierta para una nueva jornada que trae consigo sus propias inquietudes, sus nuevas exigencias.
Pasión por el Evangelio que debe anunciar siempre con nuevo ardor, nuevo método y nuevas expresiones. Como lo exige el documento de la Conferencia de Puebla, “debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).
         Querido padre Nedward, la única forma que conozco para que nuestro pueblo crea en este Cristo, resucitado y glorificado, anunciado y celebrado por la Iglesia, es viviendo nosotros como Jesús, compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de este nuestro pueblo. No olvides que el glorioso Cristo es quien ha entregado su vida en la cruz, quien es despojado de todo, quien siendo eterno se hace terreno, quien siendo divino se hace humano, quien siendo rey se hace esclavo, quien siendo todopoderoso se hace débil, quien siendo rico se hace pobre, quien siendo inmortal muere crucificado.
Es ese Jesucristo a quien seguimos, el sumo y eterno sacerdote quien, según nos testimonia la carta a los Hebreos, inaugura un nuevo estilo de sacerdote que en vez de derramar sangre y sacrificar vidas de animales, sacrifica su propia vida y derrama su propia sangre, porque es Él el verdadero cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así es el verdadero sacerdote cristiano. Entrega total de la vida hasta la cruz.
Sí, querido hermano, en la cruz nace nuestro sacerdocio. Porque al ser instituido en la última cena, como un solo misterio con la Eucaristía, Jesús dijo que entregaba su vida y derramaba su sangre por todos, especialmente por los pecadores, y que nosotros debemos hacerlo en memoria suya. Sacerdocio y Eucaristía son los sacramentos del amor extremo que se viven y celebran entregando la vida por la salvación de todos los seres humanos tal como lo hace Jesús en la cruz.
Hoy, el mismo Señor te hace un regalo, con gran significado. En esta celebración, Acción de Gracias por el don de tu sacerdocio, permite que un hijo espiritual tuyo, Ángel Pico, engendrado en el bautismo por ti, reciba la primera comunión.
Que el Pastor bueno te bendiga a ti y a esta Comunidad Parroquial que celebró con gozo tu ordenación sacerdotal y hoy comparte contigo la fiesta de tus diez años de entrega. Recordando con gratitud el pasado, viviendo con pasión el presente y abriéndose con confianza al futuro. ¡Alabado sea el Señor!

lunes, 5 de septiembre de 2016

LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Por Mons. Baltazar Porras
Arzobispo de Mérida
 
El domingo 4 de septiembre el Papa Francisco canonizará a la Madre Teresa de Calcuta y ese mismo día tendrá lugar en Roma el jubileo de la misericordia para todos los agentes pastorales que trabajan en medio de los más pobres del mundo. Mujer menuda, nacida en Albania, hecha religiosa en la India, sintió una especial vocación para servir a los más pobres entre los pobres. Su gran libro fue su propia vida, el testimonio de una existencia marcada por la alegría de aceptar que el amor a Jesús lo es todo. Las Hermanas de la Caridad de Calcuta, con su sencillo hábito blanco con franjas azules, son las continuadoras de su obra en casi todo el mundo.

Venezuela tiene el honor de haber sido la sede de la primera casa de las Hermanas fuera de la India. Durante el Concilio Vaticano II, el entonces obispo de Barquisimeto, Críspulo Benítez Fonturvel, tuvo noticias de la existencia de una congregación que apenas estaba solicitando la aprobación pontificia. La sensibilidad social de Mons. Benítez fue una de las características sobresalientes del ilustre prelado margariteño. El estado Yaracuy formaba parte de la diócesis barquisimetana. Cocorote, pueblo entonces sin párroco, recibió en julio de 1965 la primera visita de la Madre Teresa con el primer grupo de hermanas que se han sembrado en aquel pintoresco pueblo que conserva viva la memoria de la fundadora que en varias ocasiones visitó a sus hermanas. La casa es considerada santuario de la Madre y conserva una serie de objetos usados por la santa durante su vida.

A las visitas anuales de la Madre Teresa a Venezuela se suma el homenaje que el Presidente Luis Herrera Campins le brindó en 1980. La comida ofrecida por el primer mandatario no cambió la dieta ordinaria de la Madre quien apenas tomó un caldo, suficiente para alimentar la enjuta humanidad de aquella mujer cuya fortaleza estaba en el amor a Dios que animaba todos sus actos. “No es lo mucho que hagas, sino el amor que le ponemos a las obras”. El día de su beatificación el Papa Juan Pablo II dijo: “Con el testimonio de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde. No sólo eligió ser la última, sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza”.

Su vida fue un ejemplo de entrega total. En muchas ocasiones recibió críticas de algunas personas, las cuales le recordaban ese viejo adagio que dice: “si le das a un pobre un pez comerá un día, si le das una caña de pescar comerá todos los días”; ella con una sonrisa en su rostro les respondía: “eso es cierto, pero los que yo cuido son tan débiles que no pueden sostener la caña de pescar”. Esta es una de las tantas anécdotas del amor inmenso que poseía la Madre Teresa.

Su canonización es oportunidad para valorar el auténtico sentido del amor a los pobres, bofetada para quienes se aprovechan de los pobres para medrar en su beneficio dejando a los pobres sumidos en la mayor de las dependencias. Buena lección para los tiempos que corren en este país. Oremos con Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”.
42.- 27-8-16 (3509)

lunes, 22 de agosto de 2016

Homilía con motivo de los cincuenta años de vida sacerdotal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro

Pbro. Eduardo Ortigoza
Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá
Maracaibo, 20 de agosto de 2016



Nos congregamos en esta tarde abrigados en el regazo de nuestra Madre María del Rosario de Chiquinquirá, para una vez más hacer profesión de nuestra fe.

Aquí estamos respondiendo a la iniciativa salvífica del Señor expresada hoy por el Profeta Isaías “Yo vendré a reunir a todas las naciones”, ese es el sueño de Dios que en palabras de Jesús nos dice “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”.

Venimos a acompañar a Mons. Roberto Lückert en su acción de gracias por sus cincuenta años de ministerio sacerdotal. Él, durante su vida, ha sido portador de la invitación de comunión y unidad  que nos transmite el Profeta, Él, como buen pastor, se ha esforzado en prepararse junto con su pueblo para pasar por la puerta estrecha.

Nos reúne el testimonio de una vida entregada al servicio del Señor y de los hermanos. Nos estimula la gratitud y el cansancio de un largo camino recorrido por la mayoría de nosotros al lado de un hermano mayor, Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.

Con afecto fraterno y desde la comunión en un solo Señor, en una sola Fe y en un solo Bautismo, compartimos la alegría y gratitud de este pastor de la Iglesia venezolana, por las Bodas de Oro de su ordenación sacerdotal. Largo ha sido el camino recorrido.

Mons. Lückert, durante estos cincuenta años de ministerio sacerdotal, ha demostrado su fidelidad inquebrantable a los grandes amores de su vida: Cristo, la Iglesia, la Virgen María en sus diversas advocaciones, en especial la Chinita, el Zulia y la Patria Venezolana.

A Monseñor Lückert lo hemos admirado por su sencillez, su amabilidad y su temple de carácter, que ha sabido combinar con una natural mansedumbre y con una voluntad a toda prueba, todos estos son dones que Nuestro Señor, dador de toda gracia, le ha concedido en abundancia y que él ha sabido desarrollar con mucha inteligencia.

Para entender el carácter de este pastor de la Iglesia venezolana debemos referirnos a quienes contribuyeron en su formación.

En primer lugar los Padres Jesuitas del Colegio Gonzaga donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Sin duda que la participación en la Congregación Mariana le permitió consolidar su vocación cristiana y comenzar a pensar en una futura vida sacerdotal. En efecto, en los Colegios dirigidos por los Padres Jesuitas la Congregación Mariana se constituía en un lugar especial donde los alumnos “…desarrollaban una devoción muy particular, fundamentada sobre tres pilares: la frecuencia de los sacramentos, la oración y la penitencia, sin olvidarse de otras obras de piedad. Los miembros llevaban, de este modo, vidas edificantes, muy cercanas a la condición de beatos mensajeros de la Madre de Dios”.[1]

En segundo lugar, los Padres Eudistas quienes durante bastante tiempo fueran los responsables de la formación sacerdotal en el Seminario interdiocesano de Caracas. Que en el decir de, Mons. Baltazar Porras, uno de los compañeros de estudio de nuestro homenajeado,  “…Bajo la estricta disciplina…. y la excelente formación académica de aquellos abnegados formadores. ….Nos fogueaban en las continuas charlas de formación social, política y religiosa que nos daban hombres de renombre y de amplitud de miras. Las convicciones profundas, la forja de virtudes que dan constancia y coraje, se fraguan en la adversidad y en las contradicciones. De allí el agradecimiento perenne a quienes moldearon nuestro ser cristiano y sacerdotal[2].

La etapa histórica por la que hoy damos sentidas gracias al Señor comenzó  el domingo 14 de Agosto de 1966, a las 8.30 am, cuando Mons. Domingo Roa Pérez  ordenó sacerdote al Diácono Roberto Lückert en la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo. Al día siguiente, el 15 de agosto de 1966, Solemnidad de la Asunción de la Virgen Santísima, celebraba su Primera Misa en su Parroquia de origen, Ntra. Sra. de La Asunción, en la Av. Los Haticos.

A los pocos de días de haber sido ordenado Presbítero, Mons. Lückert daría una un nuevo paso en su formación permanente. El 22 de septiembre de 1966 es nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia Santa Bárbara de Maracaibo, para acompañar a quien sería un gran maestro en su vida pastoral, Monseñor Mariano Parra León. Al año siguiente, por el nombramiento del nuevo obispo de Cumaná, es nombrado Vicario Ecónomo y posteriormente Párroco de la misma.

Como Director del Diario La Columna a partir del 1 de octubre de 1968, pudo continuar la propedéutica experiencia acumulada en los tiempos del Seminario como integrante del equipo redactor de la revista Vínculo, órgano de divulgación de la vida del Seminario.Tal responsabilidad editorial y de difusión introdujo a un grupo de futuros sacerdotes y obispos venezolanos en ambientes de frontera, de confrontación y de horizontes amplios en los que se superan miedos, se dialoga con quienes no piensan como uno y obligan a buscar consensos para caminar con quien sea, sin distingos de ninguna especie. Esa juvenil experiencia se convirtió en una escuela invalorable que a lo largo del tiempo ha marcado nuestras vidas[3].

Allí están las raíces que, unidas a los orígenes familiares, han determinado la vida y el ministerio de este zuliano a carta cabal, de este sacerdote, de este obispo que ha sabido ser hermano, amigo, padre, y pastor en Maracaibo, en Cabimas, en Falcón y también en toda Venezuela.

La Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Maracaibo, la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, esta Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, los Movimientos de Apostolado, las funciones de gobierno como Vicario General junto al Arzobispo de Maracaibo, su desempeño durante ocho años como Obispo de Cabimas, las tareas encomendadas por sus hermanos Obispos en la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Venezolana, en el Departamento para las Comunicaciones Sociales  del Celam con sede en Bogotá Colombia, en el Departamento de Liturgia de la CEV, en la Comisión de Música y Arte Sagrado y Bienes Patrimoniales y en la Comisión de Justicia y Paz de la CEV, su designación en 1993 como Obispo de Coro y en 1998 como Primer Arzobispo de la misma. En apretada síntesis podríamos resumir cincuenta años de trabajo apostólico.

Por eso hemos venido en esta tarde para dar gracias en torno al altar de la Eucaristía por los 50 años de ministerio sacerdotal del Arzobispo de Coro. Es un espacio de tiempo muy respetable, es una vida gastada cada día al servicio del Evangelio cumpliendo lo que nos refiere el evangelista San Juan en palabras de Jesús “…me desprendo de mi vida, para tomarla de nuevo..” Jn. 10, 17. En efecto, para un ministro de Cristo, su vida ya no le pertenece, está en manos de Dios. A Él se la entrega día a día en el servicio de todos, los  pequeños y grandes. Haciéndose amigo de todos y cada uno. En la espera de recibirla de nuevo en la vida eterna.

50 años de servicio en la vida de un pastor que ha permanecido fiel al Evangelio se convierten hoy en libro abierto y en motivo de meditación.

Porque eso ha sabido ser nuestro querido Mons. Lückert, imagen de Cristo Buen Pastor, pues en el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para siempre[4]. En efecto, es Cristo, quien por el ministerio ordenado, continúa predicando el Evangelio de la salvación, continúa conduciendo al pueblo de Dios peregrino hacia la felicidad eterna, es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía.

Permítanme una confidencia personal:

En mis primeros pasos dentro de la Iglesia, me inicié en el servicio del altar en esta Basílica. Aquí conocí a grandes sacerdotes de esta querida Diócesis, entre los que destacaba la figura del joven Arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, lleno siempre de seriedad y majestad, de sus Vicarios Generales, el joven Mons. Medardo Luzardo y el anciano Mons. Olegario Villalobos tan lleno de años y de obras, el afamado párroco de Santa Bárbara Mons. Mariano Parra León, el apacible anciano Pbro. Lisandro Puche siempre rodeado de niños, el emprendedor Párroco de esta Basílica Pbro. Ángel Ríos Carvajal, y un grupo de jóvenes sacerdotes que se distinguían por su calidad humana, su piedad y su celo apostólico, entre ellos Gustavo Ocando, Hermán Romero, Jesús Quintero, José Joaquín Troconis, Roberto Lückert, José Severeyn, Antonio López, etc.

El testimonio de estas diversas generaciones de sacerdotes sembró en mi alma de niño el deseo de explorar en las intrincadas sendas de la vocación sacerdotal. Allí destacaba Mons. Lückert, a quien luego por casi medio siglo he tenido como maestro, confesor, compañero y amigo.

Como maestro en la vida sacerdotal, él nos enseñó a muchos de los presentes que ser sacerdote significa vivir como enseña Jesucristo: “El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Ser servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. Siempre servidores y siempre listos para servir. Y además nos enseñó que ser sacerdote y pastor es ser hombre de oración, de profunda vida eucarística y de firme devoción mariana. De esta manera, teniendo el corazón lleno de Dios podemos salir a predicar su Palabra.

En esa misma dimensión de la vida pastoral ha insistido el Papa Francisco, cuando pide que los pastores “no nos olvidemos que la primera tarea del ministro es la oración, y que la segunda tarea, es el anuncio de la Palabra, luego viene lo demás”[5].

Como compañero sacerdote y amigo, ha estado siempre atento en los diversos momentos de la vida de cada uno de nosotros, en los alegres y en los difíciles y tristes. Su presencia se ha hecho tan cotidiana que, a pesar de la lejanía, siempre ha estado y aparecido cuando más lo hemos necesitado. Muchos de sus amigos aquí presentes podrán confirmar esto que digo.

Hoy nos encontramos junto a Mons. Lückert gran cantidad de familiares y amigos, de todas las edades. Un grupo más grande todavía celebra esta acción de gracias en la liturgia celestial.

En primer lugar, sus padres Walter y Alicia, sus hermanos Eva María, Walter y Francisco, desde el cielo dan gracias al Señor de la Misericordia porque este hijo y hermano ha sabido ser fiel y se ha entregado generosamente por el Evangelio, por la Iglesia y por la Patria, porque ha sabido vivir su vida guardando diligentemente el Magisterio y la Tradición, porque ha vivido intensamente la devoción a María Santísima. Junto a ellos, sus formadores, sus hermanos sacerdotes y tantos amigos y feligreses a quienes bendijo y acompañó en diversos momentos de la vida.

Cincuenta años indican un largo camino recorrido, las fuerzas físicas ya no son las mismas, el peso del tiempo y del trabajo van haciendo su efecto, el comején comienza a carcomer la humanidad del pastor.

Cincuenta años haciendo que las ovejas oigan la voz de Cristo no es labor fácil, riendo con los que ríen, llorando con los que lloran, abrazando al atribulado, siendo luz para los que viven en las tinieblas del pecado personal y del pecado social.  

Cincuenta años viviendo y dejando que sea Cristo el que viva en ti. Renunciando a tus proyectos personales para ser otro Cristo en medio de tu pueblo, llenando tu alma con la sonrisa agradecida de tus feligreses que te sienten cercano y te miran como padre y amigo.

Cincuenta años viviendo la bienaventuranza de sentirte amado por Dios cada vez que la canalla te persigue y te calumnia por causa del Hijo del Hombre.

Cincuenta años siendo figura controversial por llamar las cosas por su nombre y por no quedarte en medias palabras. Hay muchos que te conocen y te quieren, como también hay muchos que no te quieren, pero ninguno ha podido permanecer indiferente.

Cincuenta años poniendo en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir” y “Amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Así has sabido ser buen ejemplo de fidelidad a la Iglesia, siempre remando mar adentro en la Barca de Pedro, en las diversas tareas y encargos pastorales que has desempeñado.

Querido Monseñor Roberto, padre, hermano y amigo, siempre sucede en el servicio a Dios y en su Iglesia, que este trabajo ofrendado diariamente nos puede desgastar pero no destruir, y aunque por la ley de la vida nuestro cuerpo en su integridad sufre el inevitable deterioro físico o psíquico que a todos nos afecta, sin embargo se da un verdadero fortalecimiento con el pasar de los años cuando se han vivido en el Señor, y paradójicamente se crece en serenidad, en libertad y en sabiduría, preciosas virtudes para acoger más y mejor la gracia de la santidad a la que fuimos llamados.  

Monseñor en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, de su Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana, de su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, y de su clero y de sus feligreses, doy gracias a Dios por la valentía, la paciencia y la serenidad con que has vivido estos cincuenta años de ministerio, gracias porque has llevado la cruz del episcopado en medio de las grandes preocupaciones que ha tenido que vivir nuestra Iglesia Venezolana. Doy gracias porque siempre has sabido ser el pastor cercano que acompañas permanentemente a tu pueblo.

Junto a la acción de gracias pido al Señor que te siga acompañando y que tu voz siga siendo fuerte, oportuna, certera para continuar guiando a tu pueblo, que tu oración llegue al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que tanto anhelamos nuestra venezuela.

Monseñor. Que Dios te guarde en su amor y en su misericordia durante largos años, quiero finalizar con las palabras del Apóstol Pablo:  “..continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús… “los ha enriquecido… y los hará permanecer irreprochables hasta el fin…” Dios es fiel contigo como tú lo has sido con Él.

Queridos hermanos. Nunca dudemos de la fidelidad del Señor; estos cincuenta años de vida sacerdotal son prueba palpable de la gracia que un día le concedió a su elegido y que le ha permitido perseverar con fortaleza. Este hermano nuestro, hoy  celebra  con el mismo fervor y devoción con que celebró su primera eucaristía, con una conciencia más clara pero siempre con emoción nueva y gratitud. Esta Eucaristía es la acción de gracias de un hombre sencillo a quien el señor ha invitado a vivir en su intimidad, a descubrir los secretos de su corazón, a revelarle el rostro de su Padre.



[1] Fermín Marín Barriguete,  Los jesuitas y el culto mariano, en TIEMPOS MODERNOS 9, 2003-2004.
[2] Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida. Catedral de Coro, 29 de junio de 2010, Homilía con motivo de los veinticinco años de vida episcopal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
[3] Ibid.
[4] Papa Francisco, Homilía en la ordenación de nuevos Obispos, 19-03-2016.
[5] Ibid.

Homilía con motivo de los cincuenta años de vida sacerdotal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro

Pbro. Eduardo Ortigoza
Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá
Maracaibo, 20 de agosto de 2016



Nos congregamos en esta tarde abrigados en el regazo de nuestra Madre María del Rosario de Chiquinquirá, para una vez más hacer profesión de nuestra fe.

Aquí estamos respondiendo a la iniciativa salvífica del Señor expresada hoy por el Profeta Isaías “Yo vendré a reunir a todas las naciones”, ese es el sueño de Dios que en palabras de Jesús nos dice “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”.

Venimos a acompañar a Mons. Roberto Lückert en su acción de gracias por sus cincuenta años de ministerio sacerdotal. Él, durante su vida, ha sido portador de la invitación de comunión y unidad  que nos transmite el Profeta, Él, como buen pastor, se ha esforzado en prepararse junto con su pueblo para pasar por la puerta estrecha.

Nos reúne el testimonio de una vida entregada al servicio del Señor y de los hermanos. Nos estimula la gratitud y el cansancio de un largo camino recorrido por la mayoría de nosotros al lado de un hermano mayor, Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.

Con afecto fraterno y desde la comunión en un solo Señor, en una sola Fe y en un solo Bautismo, compartimos la alegría y gratitud de este pastor de la Iglesia venezolana, por las Bodas de Oro de su ordenación sacerdotal. Largo ha sido el camino recorrido.

Mons. Lückert, durante estos cincuenta años de ministerio sacerdotal, ha demostrado su fidelidad inquebrantable a los grandes amores de su vida: Cristo, la Iglesia, la Virgen María en sus diversas advocaciones, en especial la Chinita, el Zulia y la Patria Venezolana.

A Monseñor Lückert lo hemos admirado por su sencillez, su amabilidad y su temple de carácter, que ha sabido combinar con una natural mansedumbre y con una voluntad a toda prueba, todos estos son dones que Nuestro Señor, dador de toda gracia, le ha concedido en abundancia y que él ha sabido desarrollar con mucha inteligencia.

Para entender el carácter de este pastor de la Iglesia venezolana debemos referirnos a quienes contribuyeron en su formación.

En primer lugar los Padres Jesuitas del Colegio Gonzaga donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Sin duda que la participación en la Congregación Mariana le permitió consolidar su vocación cristiana y comenzar a pensar en una futura vida sacerdotal. En efecto, en los Colegios dirigidos por los Padres Jesuitas la Congregación Mariana se constituía en un lugar especial donde los alumnos “…desarrollaban una devoción muy particular, fundamentada sobre tres pilares: la frecuencia de los sacramentos, la oración y la penitencia, sin olvidarse de otras obras de piedad. Los miembros llevaban, de este modo, vidas edificantes, muy cercanas a la condición de beatos mensajeros de la Madre de Dios”.[1]

En segundo lugar, los Padres Eudistas quienes durante bastante tiempo fueran los responsables de la formación sacerdotal en el Seminario interdiocesano de Caracas. Que en el decir de, Mons. Baltazar Porras, uno de los compañeros de estudio de nuestro homenajeado,  “…Bajo la estricta disciplina…. y la excelente formación académica de aquellos abnegados formadores. ….Nos fogueaban en las continuas charlas de formación social, política y religiosa que nos daban hombres de renombre y de amplitud de miras. Las convicciones profundas, la forja de virtudes que dan constancia y coraje, se fraguan en la adversidad y en las contradicciones. De allí el agradecimiento perenne a quienes moldearon nuestro ser cristiano y sacerdotal[2].

La etapa histórica por la que hoy damos sentidas gracias al Señor comenzó  el domingo 14 de Agosto de 1966, a las 8.30 am, cuando Mons. Domingo Roa Pérez  ordenó sacerdote al Diácono Roberto Lückert en la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo. Al día siguiente, el 15 de agosto de 1966, Solemnidad de la Asunción de la Virgen Santísima, celebraba su Primera Misa en su Parroquia de origen, Ntra. Sra. de La Asunción, en la Av. Los Haticos.

A los pocos de días de haber sido ordenado Presbítero, Mons. Lückert daría una un nuevo paso en su formación permanente. El 22 de septiembre de 1966 es nombrado Vicario Cooperador de la Parroquia Santa Bárbara de Maracaibo, para acompañar a quien sería un gran maestro en su vida pastoral, Monseñor Mariano Parra León. Al año siguiente, por el nombramiento del nuevo obispo de Cumaná, es nombrado Vicario Ecónomo y posteriormente Párroco de la misma.

Como Director del Diario La Columna a partir del 1 de octubre de 1968, pudo continuar la propedéutica experiencia acumulada en los tiempos del Seminario como integrante del equipo redactor de la revista Vínculo, órgano de divulgación de la vida del Seminario.Tal responsabilidad editorial y de difusión introdujo a un grupo de futuros sacerdotes y obispos venezolanos en ambientes de frontera, de confrontación y de horizontes amplios en los que se superan miedos, se dialoga con quienes no piensan como uno y obligan a buscar consensos para caminar con quien sea, sin distingos de ninguna especie. Esa juvenil experiencia se convirtió en una escuela invalorable que a lo largo del tiempo ha marcado nuestras vidas[3].

Allí están las raíces que, unidas a los orígenes familiares, han determinado la vida y el ministerio de este zuliano a carta cabal, de este sacerdote, de este obispo que ha sabido ser hermano, amigo, padre, y pastor en Maracaibo, en Cabimas, en Falcón y también en toda Venezuela.

La Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Maracaibo, la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, esta Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, los Movimientos de Apostolado, las funciones de gobierno como Vicario General junto al Arzobispo de Maracaibo, su desempeño durante ocho años como Obispo de Cabimas, las tareas encomendadas por sus hermanos Obispos en la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Venezolana, en el Departamento para las Comunicaciones Sociales  del Celam con sede en Bogotá Colombia, en el Departamento de Liturgia de la CEV, en la Comisión de Música y Arte Sagrado y Bienes Patrimoniales y en la Comisión de Justicia y Paz de la CEV, su designación en 1993 como Obispo de Coro y en 1998 como Primer Arzobispo de la misma. En apretada síntesis podríamos resumir cincuenta años de trabajo apostólico.

Por eso hemos venido en esta tarde para dar gracias en torno al altar de la Eucaristía por los 50 años de ministerio sacerdotal del Arzobispo de Coro. Es un espacio de tiempo muy respetable, es una vida gastada cada día al servicio del Evangelio cumpliendo lo que nos refiere el evangelista San Juan en palabras de Jesús “…me desprendo de mi vida, para tomarla de nuevo..” Jn. 10, 17. En efecto, para un ministro de Cristo, su vida ya no le pertenece, está en manos de Dios. A Él se la entrega día a día en el servicio de todos, los  pequeños y grandes. Haciéndose amigo de todos y cada uno. En la espera de recibirla de nuevo en la vida eterna.

50 años de servicio en la vida de un pastor que ha permanecido fiel al Evangelio se convierten hoy en libro abierto y en motivo de meditación.

Porque eso ha sabido ser nuestro querido Mons. Lückert, imagen de Cristo Buen Pastor, pues en el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para siempre[4]. En efecto, es Cristo, quien por el ministerio ordenado, continúa predicando el Evangelio de la salvación, continúa conduciendo al pueblo de Dios peregrino hacia la felicidad eterna, es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía.

Permítanme una confidencia personal:

En mis primeros pasos dentro de la Iglesia, me inicié en el servicio del altar en esta Basílica. Aquí conocí a grandes sacerdotes de esta querida Diócesis, entre los que destacaba la figura del joven Arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, lleno siempre de seriedad y majestad, de sus Vicarios Generales, el joven Mons. Medardo Luzardo y el anciano Mons. Olegario Villalobos tan lleno de años y de obras, el afamado párroco de Santa Bárbara Mons. Mariano Parra León, el apacible anciano Pbro. Lisandro Puche siempre rodeado de niños, el emprendedor Párroco de esta Basílica Pbro. Ángel Ríos Carvajal, y un grupo de jóvenes sacerdotes que se distinguían por su calidad humana, su piedad y su celo apostólico, entre ellos Gustavo Ocando, Hermán Romero, Jesús Quintero, José Joaquín Troconis, Roberto Lückert, José Severeyn, Antonio López, etc.

El testimonio de estas diversas generaciones de sacerdotes sembró en mi alma de niño el deseo de explorar en las intrincadas sendas de la vocación sacerdotal. Allí destacaba Mons. Lückert, a quien luego por casi medio siglo he tenido como maestro, confesor, compañero y amigo.

Como maestro en la vida sacerdotal, él nos enseñó a muchos de los presentes que ser sacerdote significa vivir como enseña Jesucristo: “El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Ser servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. Siempre servidores y siempre listos para servir. Y además nos enseñó que ser sacerdote y pastor es ser hombre de oración, de profunda vida eucarística y de firme devoción mariana. De esta manera, teniendo el corazón lleno de Dios podemos salir a predicar su Palabra.

En esa misma dimensión de la vida pastoral ha insistido el Papa Francisco, cuando pide que los pastores “no nos olvidemos que la primera tarea del ministro es la oración, y que la segunda tarea, es el anuncio de la Palabra, luego viene lo demás”[5].

Como compañero sacerdote y amigo, ha estado siempre atento en los diversos momentos de la vida de cada uno de nosotros, en los alegres y en los difíciles y tristes. Su presencia se ha hecho tan cotidiana que, a pesar de la lejanía, siempre ha estado y aparecido cuando más lo hemos necesitado. Muchos de sus amigos aquí presentes podrán confirmar esto que digo.

Hoy nos encontramos junto a Mons. Lückert gran cantidad de familiares y amigos, de todas las edades. Un grupo más grande todavía celebra esta acción de gracias en la liturgia celestial.

En primer lugar, sus padres Walter y Alicia, sus hermanos Eva María, Walter y Francisco, desde el cielo dan gracias al Señor de la Misericordia porque este hijo y hermano ha sabido ser fiel y se ha entregado generosamente por el Evangelio, por la Iglesia y por la Patria, porque ha sabido vivir su vida guardando diligentemente el Magisterio y la Tradición, porque ha vivido intensamente la devoción a María Santísima. Junto a ellos, sus formadores, sus hermanos sacerdotes y tantos amigos y feligreses a quienes bendijo y acompañó en diversos momentos de la vida.

Cincuenta años indican un largo camino recorrido, las fuerzas físicas ya no son las mismas, el peso del tiempo y del trabajo van haciendo su efecto, el comején comienza a carcomer la humanidad del pastor.

Cincuenta años haciendo que las ovejas oigan la voz de Cristo no es labor fácil, riendo con los que ríen, llorando con los que lloran, abrazando al atribulado, siendo luz para los que viven en las tinieblas del pecado personal y del pecado social.  

Cincuenta años viviendo y dejando que sea Cristo el que viva en ti. Renunciando a tus proyectos personales para ser otro Cristo en medio de tu pueblo, llenando tu alma con la sonrisa agradecida de tus feligreses que te sienten cercano y te miran como padre y amigo.

Cincuenta años viviendo la bienaventuranza de sentirte amado por Dios cada vez que la canalla te persigue y te calumnia por causa del Hijo del Hombre.

Cincuenta años siendo figura controversial por llamar las cosas por su nombre y por no quedarte en medias palabras. Hay muchos que te conocen y te quieren, como también hay muchos que no te quieren, pero ninguno ha podido permanecer indiferente.

Cincuenta años poniendo en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir” y “Amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Así has sabido ser buen ejemplo de fidelidad a la Iglesia, siempre remando mar adentro en la Barca de Pedro, en las diversas tareas y encargos pastorales que has desempeñado.

Querido Monseñor Roberto, padre, hermano y amigo, siempre sucede en el servicio a Dios y en su Iglesia, que este trabajo ofrendado diariamente nos puede desgastar pero no destruir, y aunque por la ley de la vida nuestro cuerpo en su integridad sufre el inevitable deterioro físico o psíquico que a todos nos afecta, sin embargo se da un verdadero fortalecimiento con el pasar de los años cuando se han vivido en el Señor, y paradójicamente se crece en serenidad, en libertad y en sabiduría, preciosas virtudes para acoger más y mejor la gracia de la santidad a la que fuimos llamados.  

Monseñor en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, de su Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana, de su Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, y de su clero y de sus feligreses, doy gracias a Dios por la valentía, la paciencia y la serenidad con que has vivido estos cincuenta años de ministerio, gracias porque has llevado la cruz del episcopado en medio de las grandes preocupaciones que ha tenido que vivir nuestra Iglesia Venezolana. Doy gracias porque siempre has sabido ser el pastor cercano que acompañas permanentemente a tu pueblo.

Junto a la acción de gracias pido al Señor que te siga acompañando y que tu voz siga siendo fuerte, oportuna, certera para continuar guiando a tu pueblo, que tu oración llegue al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que tanto anhelamos nuestra venezuela.

Monseñor. Que Dios te guarde en su amor y en su misericordia durante largos años, quiero finalizar con las palabras del Apóstol Pablo:  “..continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús… “los ha enriquecido… y los hará permanecer irreprochables hasta el fin…” Dios es fiel contigo como tú lo has sido con Él.

Queridos hermanos. Nunca dudemos de la fidelidad del Señor; estos cincuenta años de vida sacerdotal son prueba palpable de la gracia que un día le concedió a su elegido y que le ha permitido perseverar con fortaleza. Este hermano nuestro, hoy  celebra  con el mismo fervor y devoción con que celebró su primera eucaristía, con una conciencia más clara pero siempre con emoción nueva y gratitud. Esta Eucaristía es la acción de gracias de un hombre sencillo a quien el señor ha invitado a vivir en su intimidad, a descubrir los secretos de su corazón, a revelarle el rostro de su Padre.



[1] Fermín Marín Barriguete,  Los jesuitas y el culto mariano, en TIEMPOS MODERNOS 9, 2003-2004.
[2] Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida. Catedral de Coro, 29 de junio de 2010, Homilía con motivo de los veinticinco años de vida episcopal del Excmo. Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro.
[3] Ibid.
[4] Papa Francisco, Homilía en la ordenación de nuevos Obispos, 19-03-2016.
[5] Ibid.