lunes, 31 de mayo de 2010

La Iglesia en Venezuela (III)

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

La reflexión teológica que constituye la parte central del documento “la comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela” (CVI) del Concilio Plenario (CPV), sigue a la Lumen gentium (LG) del Vaticano II (21-11-1965) y a las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano celebradas en Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Preparándonos al evento de Aparecida celebrado en el año 2007. Es el esfuerzo que ha realizado la misma Iglesia, tanto en su Magisterio como en su reflexión teológica, de buscar en la fuente misma del misterio de Dios su naturaleza. Porque, como lo señala el Cardenal Montini (futuro Paulo VI) a sus feligreses de Milán poco antes de la celebración del Vaticano II: “la Iglesia es un misterio que es necesario buscar en la mente de Dios. Conviene que nos habituemos a hacer este esfuerzo, humilde, atento, amoroso, de buscar el origen de la Iglesia en el pensamiento divino, saboreando las palabras de la Sagrada Escritura”. Siguiendo estas sabias palabras, la Iglesia comienza a verse como fruto amoroso del designio de Dios.
Los Cristianos creemos, porque el mismo Jesús así nos lo ha revelado, que Dios es Padre amante que nos donó a su Hijo amado para nuestra salvación, y los dos nos enviaron al Espíritu Santo que es el amor vinculante que con el Amante y el Amado forman la comunidad divina de amor. Pues, el Dios en el que creemos es perfecta comunión donde la pluralidad de personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) viven en una íntima relación de amor que sólo se puede confesar, adorar y amar como un solo Dios. Este es el Misterio de la Santísima Trinidad que se revela en la misión del Hijo encarnado y en la inspiración del Espíritu Santo que habita en nosotros. Esta verdad existencial de “Dios amor” (1 Jn 4,8), es fuente del sentido del ser humano, de la familia, de la Iglesia y de todo lo que de humano nos permite vivir la comunión: solidaridad, fraternidad, participación, amistad. Para el documento CVI, la Trinidad es la raíz de la vida de la Iglesia.
Una síntesis de esta reflexión teológica la podemos encontrar de forma clara en el documento de Puebla, en el apartado donde nos comunica “la verdad sobre Jesucristo” (Puebla 170-219). Seguro nos ayudará a comprender mejor nuestra fe y nuestra vivencia eclesial, y apoyar así nuestra reflexión en torno a todo el contenido del CPV, sobre todo, del documento CVI.
Puebla hace un hermoso recorrido histórico de la acción de Dios en la humanidad, empeñado éste en encaminarnos hacia la casa eterna de la Comunión Divina de donde nos alejó el pecado rompiendo la comunión: “El hombre, ya desde el comienzo, rechazó el amor de su Dios. No tuvo interés por la comunión con Él. Quiso construir un reino en este mundo prescindiendo de Dios. En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos: las obras de sus manos, las cosas del mundo; se adoró a sí mismo. Por eso, el hombre se desgarró interiormente… Se destruyó la convivencia fraterna. Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes” que contradicen el plan divino de comunión (Puebla 185-186). Resistiéndose a que nos perdamos, Dios comenzó su plan asociando a personas concretas para construir el mundo a partir de la fe y la comunión con Él. Hasta que el tiempo se hace pleno con la encarnación del Hijo y la salvación llega a su realización al asumir “lo humano y lo creado y restablece la comunión entre su Padre y los hombres” (Puebla 188).
En el misterio pascual de la muerte y resurrección del Hijo, don amado, se realiza el reino de Dios. Así, “se inicia la historia nueva y ésta recibe el impulso indefectible que llevará a todos los hombres, hechos hijos de Dios por la eficacia del Espíritu, a un dominio del mundo cada día más perfecto; a una comunión entre hermanos cada vez más lograda y a la plenitud de comunión y participación que constituye la vida misma de Dios” (Puebla 197). Es aquí donde el ser y misión de la Iglesia hunde sus raíces porque, como hermosamente lo expresa una extraordinaria carta pastoral de un conjunto de Obispos españoles, “confesar la Trinidad no es sólo reconocerla como principio, sino también aceptarla como modelo último de nuestra vida. Cuando afirmamos y respetamos las diferencias y el pluralismo entre los hombres, confesamos prácticamente la distinción trinitaria de las personas. Cuando eliminamos las distancias y trabajamos por la igualdad real entre hombre y mujer, afortunado y desgraciado, cercano y lejano, afirmamos con nuestras obras la igualdad de las personas de la Trinidad. Cuando nos esforzamos por tener un solo corazón y una sola alma y sabemos ponerlo todo en común para que nadie sufra necesidades, estamos confesando al único Dios y acogiendo en nosotros su vida trinitaria” (Creer hoy en el Dios de Jesucristo, PPC, Madrid 2006).
Con estas reflexiones podemos abonar el camino de comprensión de los puntos teológico-pastorales de nuestro documento CVI. Es decir, las raíces trinitarias de la comunión eclesial, la sacramentalidad de la Iglesia comunión, el Pueblo de Dios, la fraternidad de este Pueblo y la comunión para la misión evangelizadora. En pocas palabras, comprender el núcleo o clave de la eclesiología del CPV: la comunión y la misión.

viernes, 21 de mayo de 2010

La Iglesia en Venezuela (II)


Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

En mi opinión, el Concilio Plenario de Venezuela (CPV) debe estudiarse comenzando por el segundo documento, a saber “La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela” (CVI) porque, tal como lo hace la Constitución Lumen gentium (LG) del Vaticano II, debemos primero enfocar nuestra atención en el misterio de la Iglesia revelado en la historia salvífica donde Dios realiza su designio, para luego comprender, desde este mismo misterio, su misión y su estructura.

Siguiendo el método inductivo, que parte de la realidad con toda su complejidad, una mirada de fe que luego es juzgada por el misterio de Dios revelado para iluminar las líneas de acción pastoral que identifica el misterio de la Iglesia en clave de comunión y misión, el documento en cuestión exige a la misma Iglesia peregrina en Venezuela una profunda conversión. Esto significa la superación de lo que durante la historia ha ensombrecido su rostro y ha impedido su auto-comprensión y, por tanto, también el cumplimiento de su misión de cara a la humanidad. Está, pues, invitada a superar una concepción puramente jerárquica e institucional que anula el sentido de la corresponsabilidad pastoral de todo el Pueblo de Dios; para aceptar debidamente la diversidad de ministerios y carismas, dando impulso a los diversos equipos pastorales que expresen la comunión y participación, así como la solidaridad entre las diversas iglesias particulares.
La conversión hacia una Iglesia Comunión como la quiere Jesús, que sea sacramento del misterio de Dios que es Comunión de Amor, nos exige romper radicalmente con las sombras del individualismo y el sectarismo. Ciertamente, una de las gracias luminosas que podemos exhibir es lo que expresa nuestro documento en el numeral 12: “Existen experiencias de comunión desde pequeñas comunidades eclesiales, donde se hace presente el protagonismo de los laicos desde sus respectivos ministerios, movimientos de apostolado, instituciones seculares con su compromiso social y otros ámbitos de participación, que ayudan a conformar la parroquia como comunidad de comunidades en un proceso participativo y de corresponsabilidad en la tarea evangelizadora”. Sin embargo, para fortalecer esta realidad y promoverla donde no existe, como signo concreto de conversión, el mismo documento nos exige superar lo que textualmente acusa en el numeral 19: “Los movimientos de apostolado seglar, y otras experiencias de asociación, han sido una gracia para la Iglesia en Venezuela, pero algunas veces, por falta de diálogo y sentido de comunión, se ha caminado paralelamente, creándose una actitud sectaria y de distanciamiento con los demás movimientos y organismos pastorales de la diócesis. Hay algunos de estos movimientos que son supradiocesanos y con proyectos y planes elaborados en un contexto nacional, sin integración a la pastoral ordinaria de la diócesis”.
Ciertamente, el camino del diálogo es importante; pero fundamental es formarnos en el sentido de comunión para vivir como Iglesia, sacramento de Dios-Amor. Pues, ésta es la causa principal, que señala el documento en el numeral 27, de la mentalidad individualista y fragmentaria de las personas de Iglesia: “Una débil formación para la comunión y la corresponsabilidad en los miembros del Pueblo de Dios”. A veces, lamentablemente, la formación para la comunión es, no débil, más bien nula. Por eso, el CPV, desde la carta pastoral de convocatoria al evento (1998), expresa su sentido y finalidad en buscar “impulsar a una mayor fidelidad y entrega a Dios Uno y Trino, mediante un encuentro vivo con Jesucristo, que lleve a una conversión personal y comunitaria, a una mayor comunión eclesial y a una más amplia solidaridad social, particularmente con los pobres”. Sólo así podemos erradicar de nuestros corazones la “actitud individualista y fragmentaria, …, que desemboca en la autosuficiencia y en la escasa valoración del otro y de las experiencias que no sean propias” (CVI 29).
Aunque en estas líneas he alcanzado expresar sólo la primera parte del documento, no puedo dejar de reforzar el llamado urgente a la conversión expresado por el mismo documento como su primer, yo diría, su principal desafío: “Vivir el proceso de conversión y reconciliación como signo de comunión y unidad” (CVI 58).
Ahora bien, la dinámica de toda conversión es la que el documento adopta como su método. Estar consciente de la realidad que vivimos, las luces y las sombras, hasta llegar a las causas. Buscar en el misterio de Dios revelado el camino que debemos andar para fortalecer las luces y superar las sombras, para luego poder emprender la tarea de enfrentar los desafíos y vivir, según el Evangelio de Jesús, la Iglesia que Él fundó. Pidamos, pues, a Dios que nos conceda la conversión de corazón; para obtener la reconciliación y alcanzar a vivir la comunión con Él y con nuestros hermanos, y, finalmente ser un solo Pueblo de Dios (cf. Misal Romano).

martes, 18 de mayo de 2010

La Iglesia en Venezuela (I)

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

Todavía no nos hemos dado cuenta de la magna significación histórica y pastoral del Concilio Plenario de Venezuela (CPV). Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos de la Conferencia Episcopal y la Comisión encargada de promover las líneas claves de los documentos, aun éstos no han encontrado la debida receptividad por parte de los responsables pastorales de nuestras comunidades cristianas. Duele decirlo, pero muchos no conocen el extraordinario contenido de tan importante Concilio. Y no se trata sólo de información y publicidad, los agentes pastorales, en particular los Sacerdotes, deben ocuparse de darle vida en cada comunidad cristiana. Nuestra Iglesia debe regirse por sus enseñanzas, si no quiere seguir siendo una simple institución dispersa y sin orientación común, sin nada que ofrecer al pueblo venezolano.
En estas líneas que escribo con el propósito de motivar la reflexión y la acción del evento en cuestión, daré por supuesto el conocimiento de lo que es un Concilio y sus diversas modalidades. Sólo resalto que el Concilio, además de ser un signo de comunión eclesial, representa la potestad suprema sobre la misma Iglesia. En este caso, el CPV es para todos los católicos norma vinculante de obligado asentimiento. Debo suponer también el conocimiento del origen y desarrollo del CPV que comenzó a gestarse desde el año 1996, cuando se tomó la decisión de su celebración, hasta su culminación y la promulgación de sus documentos el año 2006. No quisiera detenerme tampoco en la expresión justa de la extraordinaria experiencia de comunión que vivimos aquellos que participamos en el evento; así como su amplia y significativa participación y dedicación en el trabajo. Sólo pretendo ocuparme en transmitir su contenido.
Al igual que el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) y siguiendo sus enseñanzas, el CPV se centra en el misterio y la misión de la Iglesia; con una bien marcada dimensión pastoral y en clave de comunión y misión. Mons. Ovidio Pérez Morales, quien lo presidió, lo expresa en la Introducción: “Siguiendo la línea teológico-pastoral del Concilio (se refiere al Vaticano II) y de acuerdo con sus contenidos básicos, que se perfilan ya desde el primer documento aprobado, podemos decir, a manera de síntesis, que el Concilio aspira edificar una Iglesia, que, por su honda conversión y encuentro con Cristo y su compromiso discipular en Él, sea auténticamente comunional y solidaria; y, por ello, más profética, santa, misionera, formadora, inculturada y dialogante”.
A mi juicio, los tres primeros documentos, a saber “La proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela” (PPEV), “La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela” (CVI) y “La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad” (CIGNS), constituyen la base fundamental de todo el conjunto del CPV. Precisamente, porque nuestra Iglesia es Sacramento de Comunión que tiene en el Misterio de la Trinidad (Dios como Comunidad Divina de Amor) su fuente, su modelo y su meta (CVI) expresada en su misión evangelizadora y profética en la historia concreta de nuestro pueblo venezolano con testimonio de vida y palabras (PPEV). Pero, además, como signo e instrumento (Sacramento) de comunión, la Iglesia está llamada a ser en la humanidad testimonio de una sociedad fraterna que viva la novedad de los valores del Evangelio de Jesús. En este sentido, como lo reafirma una y otra vez Juan Pablo II, la Iglesia ante la humanidad entera debe convertirse en casa y escuela de comunión, donde hombres y mujeres puedan aprender y vivir en solidaridad, fraternidad, justicia, paz, libertad y amor, para construir la nueva sociedad siguiendo el modelo trinitario (CIGNS).
Partiendo del misterio de la Iglesia como comunión y misión, el CPV nos ofrece un valioso documento donde nos dibuja la estructura renovada de la Iglesia peregrina en Venezuela. Se trata del documento titulado “Instancias de comunión del Pueblo de Dios para la misión” (ICM) donde se “pretende recoger el ideal que debe guiar la renovación de las instancias de comunión ya existentes y orientar el surgimiento de nuevas instancias, en modo que puedan asumirse los desafíos y orientaciones pastorales en fidelidad a la misión recibida” (ICM 78). Aquí se acoge creativamente el documento de la III Conferencia en Puebla (1979) que habla, en categoría de comunión y participación, de los centros de evangelización.
Todos los demás documentos quedan así fundamentados. “La Catequesis” (CAT) al estilo de Jesús y centrada en la predicación del Reino de Dios. Además, “catequizar… es dar testimonio de la persona de Jesús, para que el catequizando lo busque, lo encuentre, lo siga y mantenga la solidez de las enseñanzas recibidas” (CAT 52). Pero, además, la catequesis nos conduce a vivir en comunidad cristiana (CAT 83). Por su parte, el documento “La celebración de los Misterios de la Fe” (CMF), presenta la liturgia como “epifanía de la Iglesia, realización de su misterio de comunión y salvación” (CMF50).
Deseamos, con estas líneas, ofrecer una lectura serena y un análisis crítico de estos y cada uno de los demás documentos del CPV.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La Iglesia es Evangelizadora

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

“…has de evangelizador” (Tim 4,5). Esta solemne exhortación que Pablo hace al Obispo Timoteo constituye la identidad y la vocación de la Iglesia. Se trata de anunciar el Evangelio de Jesús. Evangelio es una palabra de origen griego que significa Buena Nueva o Buena Noticia. Se trata, entonces, de anunciar el mensaje de Jesús que es una buena noticia. Todos los seguidores de Jesús, unidos en comunión, estamos llamados a anunciar su Evangelio. Somos evangelizadores. Si no asumimos con eficacia y responsabilidad la tarea eclesial de evangelizar, tendríamos que revisar nuestra identidad de cristianos.
El mismo Jesús se identificó con esta misión que afirma haberlo recibido del Padre al ser ungido por el Espíritu Santo. En el bautizo, Jesús es presentado por el Padre como el Don Amado que revela al Amante, y recibe de Éste el Espíritu Santo, Espíritu de Amor y Comunión (Lc 3,21-22). Más tarde, cuando comienza ya su servicio en el pueblo, predicando en la Sinagoga de Nazaret nos enseña que Él es el ungido por el Espíritu del Señor, tal como lo había profetizado Isaías (Is 61,1-2), “para anunciar a los pobres la Buena Nueva… proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Podemos decir con Paulo VI en la Evangelii nuntiandi (EN) que Jesús es el primero y mayor evangelizador (EN 7). Realmente, en la medida en que somos configurados a Él por el bautismo, somos con Él, evangelizadores.
El Evangelio que Jesús nos anuncia con hechos y palabras tiene como centro el reinado de Dios. Es decir, la presencia activa y eficaz de Dios que nos libera del pecado y sus consecuencias, y nos hace partícipe de su Comunidad de Amor (La Trinidad). Esta es la Buena Noticia: ya el mundo pecador ha sido derrotado, el Amor ha vencido, somos salvados. Los pobres reciben esta Buena Noticia con alegría porque Dios rige a su pueblo con justicia y socorre a los pobres de la tierra. Porque Dios “desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,51-53). Por el contrario, los detentores de los poderes que tiranizan al pueblo tiemblan de miedo, el mensaje de que ha nacido el Rey en Belén de Judá, el Mesías, es para ellos una mala noticia (Mt 2,1-12). El Evangelista Marcos testimonia que Jesús comenzó su servicio proclamando que el Reino de Dios está cerca y, por eso, invita a cambiar la orientación de sus vidas para creer en esta Buena Noticia (Mc 1,14-15). Por eso, aquellos que reciben el mensaje del Reino como Buena Noticia adquieren el compromiso de ser sus constructores, cambiando su modo de vivir.
Los Pastores latinoamericanos reunidos en Puebla (1979) sintetizan: “A las palabras, Jesús unió los hechos: acciones maravillosas y actitudes sorprendentes que muestran que el Reino anunciado ya está presente, que Él es el signo eficaz de la nueva presencia de Dios en la historia, que es el portador del poder transformante de Dios, que su presencia desenmascara al maligno, que el amor de Dios redime al mundo y alborea ya un hombre nuevo en un mundo nuevo” (Puebla 191). Ciertamente, el Reino se identifica con la persona de Jesús. Los mismos Pastores reunidos después el año 1992 en Santo Domingo (SD) mantienen esta certeza de que “Jesucristo es el Evangelio del Padre”. Por eso, al preguntarse ¿qué es evangelizar? se responde con firmeza: “El contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo. Evangelio del Padre, que anunció con gesto y palabra que Dios es misericordioso con todas sus criaturas, que ama al hombre con un amor sin límites y que ha querido entrar en su historia por medio de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para liberarnos del pecado y todas sus consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina” (SD 27). Pero, el mismo Jesús sigue evangelizando en su Iglesia.
Antes de su ascensión a la casa del Padre, Jesús transmite esta misión de evangelizar a la Iglesia. A Ella le corresponde alcanzar a la humanidad entera, enseñarle el Evangelio y convertir a los hombres y mujeres en sus seguidores (cf. 28,19). La fuente de esta misión es la misma misión de Jesús que con su presencia en la historia la ha evangelizado a Ella. Pero, la fuerza que la dinamiza es la efusión del Espíritu Santo que viene a Ella el día de Pentecostés. Tal como le sucedió a Jesús en su bautizo, la Iglesia recibe el Espíritu Santo y los seguidores de Jesús rompen con sus miedos y timideces para dejar oír sus voces anunciando el Evangelio. Así nace la Iglesia y comienza su servicio a la humanidad.
Esta misión evangelizadora no consiste en implantar la Iglesia, sino de convocar con la Palabra de Dios a los hombres y mujeres del mundo entero a una vida comunitaria de fe, esperanza y amor; que tiene en la Eucaristía su máxima expresión. Porque, lo dice mejor Juan Pablo II, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra” (Christifideles laici 32).