lunes, 23 de noviembre de 2009

Manifiesto XI Congreso Católicos y Vida Pública

Madrid, 22 de noviembre de 2009.- “La política, al servicio del bien común” ha sido el tema apasionante del XI Congreso Católicos y Vida Pública organizado por la Fundación Universitaria San Pablo CEU, obra de la Asociación Católica de Propagandistas. Como resultado de este encuentro, esta Fundación quiere manifestar públicamente.
La razón de ser de La Política está en el bien común. Por eso resulta radicalmente pervertida cuando se pone al servicio de intereses particulares, personales o partidarios, con daño del interés general, como ponen de manifiesto los graves y frecuentes casos de corrupción en la actividad política, o en ámbitos vinculados con ésta. Pero esta corrupción, que tanto escandaliza a la sociedad, pone a la vez de relieve la pasividad política y la anemia moral de esta misma sociedad.
Servir al bien común es crear y asegurar las condiciones de la vida social que hagan posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Exigencias y elementos esenciales del bien común son ante todo el respeto y promoción de los derechos y libertades fundamentales de la persona, el bienestar social, subordinado al bien de cada persona. Sin el respeto a los derechos y libertades fundamentales, no es posible un verdadero orden democrático en el que ninguna voz quede excluida del debate público. La libertad hemos de conquistarla y defenderla cada día, hemos ejercerla cada día.
En estos momentos, aun en Estados que se dicen democráticos, y de manera muy clara en España, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, la ideológica, la educativa son objeto de preocupantes restricciones, cuando no de grave vulneración, por la ofensiva laicista que intenta imponer como ética pública una particular opción que se quiere hacer pasar por común, simplemente por el hecho de que aparece desvinculada de toda referencia religiosa. Defender la libertad religiosa contra los frecuentes ataques a los que se ve hoy sometida, desde los más burdos y ofensivos hasta los más encubiertos, no es desatar ninguna guerra de religión sino sencillamente proteger una fundamental libertad constitucional, sin respeto a la cual la democracia no subsiste.
Una política al servicio del bien común ha de asegurar el derecho fundamental, primero y primario, de toda persona humana, a la vida desde el instante mismo de su concepción, en el que ya ha de reconocérsele su dignidad ontológica de persona, hasta la muerte natural. Esto exige desarrollar una política eficaz de protección integral a la maternidad, mediante un sistema coherente de ayudas que permita a toda mujer, por desfavorables que sean sus circunstancias, acoger y educar a sus hijos. Una política al servicio del bien común es la que defiende y protege a la familia, constituida sobre el matrimonio verdadero que une a un hombre y a una mujer. Para la vida y la familia constituye hoy una amenaza especialmente grave --frente a la que lanzamos una apremiante alerta-- la difusión de la llamada ideología de género que ha conseguido en España imponer un conjunto de leyes absolutamente incompatibles con el respeto a la vida humana, con la dignidad de la mujer, con una recta concepción del matrimonio y de la institución familiar.
Bajo la luz y el impulso de la encíclica Caritas in veritate, subrayamos la dimensión moral de toda la actividad económica, la necesidad ineludible de que el mercado atienda a las exigencias éticas que lo ordenen al bien común, la necesidad de una nueva economía cuya dinámica esté marcada por la solidaridad y la subsidiariedad.
No basta denunciar la corrupción política, en todas sus vertientes, incluida la culpable pavorosa incapacidad de no pocos para la gestión de la cosa pública; no basta esa denuncia, ni aun podremos hacerla con autoridad, si no asumimos todos la grave responsabilidad moral que a cada uno nos corresponde de hacer que toda la actividad política esté orientada a la consecución del bien común.
Y ésta es la hora en que resulta imperiosamente necesaria la presencia de los católicos en el ámbito de la Política en su más estricto sentido, entendida como actividad específica, orgánica e institucionalmente consistente en la ordenación del todo social a la consecución del bien común, mediante los diversos modos de ejercicio del Poder. La actividad política estricta ha de vivirse como una auténtica vocación y un compromiso moral. Las exigencias de orden moral a las que debe atenerse el político católico no son distintas de las que debe atender el no católico, si bien la fe le proporciona al creyente especial luz para percibirlas con toda claridad y la gracia, especial fuerza para cumplirlas. Más aún: en la perspectiva de la fe, la actividad política constituye un lugar de santificación y medio privilegiado para lograrla, en cuanto la política es lugar e instrumento para la realización estructural de la caridad, la caridad política, mediante decisiones y actuaciones que permiten crear “estructuras de gracia” que hagan más seguro y pleno el logro del bien común. La presencia de católicos en la Política será verdaderamente eficaz y relevante cuando ellos y la comunidad a la que pertenecen estén poseídos por la convicción de la fuerza política del amor. Con ella serán capaces de ofrecer no una mera alternancia política, mera variante de lo mismo, sino una verdadera alternativa cultural, axiológica, moral.
En la presente situación: -proclamamos la necesidad de la actuación urgente de todos y cada uno para regenerar moral y democráticamente la vida y las instituciones políticas.
Por último, reiteramos nuestra disposición al diálogo y a la colaboración con cuantos, desde sus diversas opciones religiosas e ideológicas, están comprometidos en la lucha contra la corrupción política y en la realización del bien común; con cuantos reconocen en la persona el “principio, sujeto y fin de todas las instituciones”; con cuantos afirman la dignidad de la persona en todos los momentos de su existencia, desde la concepción, hasta la muerte natural y los derechos fundamentales radicados en esa dignidad; con cuantos, desde este respeto incondicionado a la persona, apuestan por la justicia y la libertad en una sociedad auténticamente democrática.

(Tomado de http://revistaecclesia.com/ bajado el 23-11-2009)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Evolución vs. Creación

En muchos textos sobre antropología filosófica se presentan tres grandes temáticas que se denominan dimensiones de la persona humana, la dimensión corpórea, la dimensión psicológica y la dimensión intersubjetiva. La dimensión corpórea hace referencia a la materialidad humana, la psicológica se relaciona al conocimiento en general y la intersubjetiva vinculada al tema de la relación interpersonal y a la alteridad social.
Siempre se ha discutido la primera dimensión, la corpórea, en referencia a lo material; el ser humano está compuesto de alma y cuerpo, una unidad dual que le permite la plena existencia. El hombre en la búsqueda de la verdad ha tenido como una de las principales preocupaciones la cuestión del origen de la vida, e inclusive su dotación racional pareciera le exigiera dar respuesta sobre sí mismo y sobre el resto de los entes. De hecho en la historia del conocimiento científico se puede encontrar un sinfín de especulaciones sobre el problema de la existencia. Con esto podemos afirmar que ni el filósofo ni el hombre corriente puede contener la duda sobre cómo se originó la existencia de los seres. “Gracias a la capacidad del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma…constituye ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos” Fides et Ratio(33).
Desde la antropología filosófica se pueden presentar dos puntos de vistas, la perspectiva de la teoría evolutiva y la teoría de la creación. La primera intenta demostrar con la tan sola fuerza de la razón el origen de la corporeidad humana, la segunda lo plantea desde la fe. “Fides et Ratio”, Fe y razón, dos elementos que a simple vista parecen antitéticos.
Las teorías científicas de la evolución como lo son el darwinismo, el neo darwinismo, el lamarckismo, el organicismo, el saltacionismo, convergen en la idea de que el origen de la vida está sustentado en la evolución atómica molecular; así la ciencia lo ha demostrado. El micro átomo evolucionó desde hace millones de años hasta llegar a lo que somos hoy, seres con caracteres específicos. Por otra parte, la teoría de la creación fundamenta el origen de la humanidad como aparece en las sagradas escrituras en el libro del Génesis, Dios por su omnipotencia creó ex nihilo “desde la nada” al hombre dotándole de cuerpo y alma.
Sin embargo, la razón no ha podido descubrir de donde salió el micro átomo, ¿ha existido desde siempre, o tendrá un creador? La razón no podrá por sí misma dar esta respuesta, está limitada, para pensar en un ser capaz de crear desde la nada entonces tendríamos que acudir a la fe. Creer en un ser que por cuya omnipotencia ha existido desde siempre y dio existencia a otros seres, es decir, un ser que causa y a su vez es incausado. Ese ser es llamado Dios.
Sólo a través de la conciliación entre razón y fe se puede dar razones a estas enigmáticas cuestiones. No fue hasta la edad moderna que el cristianismo católico aceptó la tesis. Si bien cierto, los pueblos primitivos, las culturas individuales de la humanidad han buscado respuestas al tema del origen de la existencia, recurriendo a mitos étnicos y religiosos. El libro del Génesis muestra una catequesis sobre cómo pudo Dios crear a la humanidad, habla de 6 días literales y un séptimo en cuál descansó de todo lo que había hecho y vio que era bueno. Gén. 1-2,4.
Cómo conciliar la teoría científica de la evolución con lo planteado en el Génesis. Ahora bien, el cronos humano no es el mismo que el kairos de Dios, para Dios un día pueden ser miles de años; los miles de años que tardó la biopartícula de la vida para evolucionar hasta ser lo que hoy en día son los seres. Sólo de esta manera se podrá comprender el origen de la humanidad, así la razón queda adherida a un misterio que la razón no podría penetrar. El papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio (1998), insiste en la unión del poder racional con la fe, juntas podrán dar respuestas a los enigmas más grandes que pueda presentar la historia de la humanidad.

Prof. Samir Alarbid. M.Sc.
Universidad Católica Ceciclio Acosta

viernes, 6 de noviembre de 2009

La política: ese arte difícil y tan noble

El Papa Pío XI escribió que la política es la forma suprema de la caridad, y el Concilio Vaticano II llamó a la política “ese arte tan difícil y tan noble”. Es un arte difícil porque supone superar esa práctica habitual que ha degradado la política a mera politiquería, a retórica, negocio o espectáculo; que utiliza el poder para lucrarse y aprovecharse de él, poder para dominar y servirse del Estado y de los demás. La política auténtica entiende y asume el poder como un medio esencial para servir, para buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el bien de toda la sociedad. Poder ya no para dominar, sino para empoderar, es decir, para potenciar a las personas, de modo que se constituyan en sujetos de sus propias vidas y en ciudadanos responsable y solidarios, fieles defensores de sus derechos y cumplidores celosos de sus obligaciones. Por ello, y siguiendo al Concilio Vaticano II, la política es también un arte noble porque el servicio que está llamado a prestar es precisamente la búsqueda del bien común, que hace posible la paz, la concordia social y las relaciones fraternales entre todos.
Para que este servicio sea eficaz necesita de la política entendida como la búsqueda y organización del bien común, el bien de todas las personas y de toda la persona, es decir, su desarrollo más pleno e integral. En consecuencia, la política nos concierne a todos. Nadie, mucho menos un católico o cristiano en general, puede vivir sin preocuparse y ocuparse por la suerte de los demás, en especial de los más necesitados. La política, en consecuencia, es el ejercicio de un amor eficaz a los demás. Lleva en su propia entraña la dimensión ética, ya que nos exige considerar como propias las necesidades de los demás, e implicarnos en su solución. Si la política se aparta del amor y olvida su raíz ética se convierte en mera politiquería, camino a la ambición, al dinero fácil, a la corrupción, al poder por el poder mismo, a la utilización de lo público en beneficio propio o de los suyos, al dominio sobre los demás. La politiquería no sólo degrada a los falsos políticos, sino que provoca un enorme daño a la sociedad entera pues imposibilita el bienestar general. Si la política está guiada por el amor y se pone al servicio de la humanidad es fuente de bienestar, encuentro y vida. Degradada a mera politiquería es fuente de destrucción, división y muerte.
La práctica de la verdadera política, como arte difícil y noble, exige que los políticos sean muy honestos, buenos negociadores, respetuosos de todos y de las opiniones diversas, dispuestos a servir siempre a la verdad. Desgraciadamente hoy en día, donde lo común es disfrazar las ambiciones bajo el ropaje retórico del amor y del servicio, y donde la justicia está al servicio del poder, “la verdad sólo perjudica al que la dice”, como ya nos lo advirtió Quevedo. Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra, el diálogo respetuoso, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras. Mandar en vez de persuadir, eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos.
Todos deberíamos saber bien que no es posible lograr un mundo fraternal si sembramos odio y amenazas; no es posible imponer autoritariamente la libertad, no es posible establecer la paz con insultos, acusaciones sin pruebas y violencia. “¿Qué ética es esa –se preguntaba alarmado Paulo Freire- que sólo vale cuando se aplica a mi favor? ¿Qué extraña manera es esa de hacer historia, de enseñar democracia, golpeando a los que son diferentes para continuar gozando, en nombre de la democracia, de la libertad de golpear? No existe gobierno que permanezca verdadero, legítimo, digno de fe, si su discurso no es corroborado por su práctica, si apadrina y favorece a sus amigos, si es duro sólo con los opositores y suave y ameno con los correligionarios. Si cede una, dos, tres veces a las presiones poco éticas de los poderosos o de amigos ya no se detendrá hasta llegar a la democratización de la desvergüenza” (Política y Educación, pág. 38).
La violencia, sea verbal o física, la imposición de un único modo de ver las cosas, niega de raíz la democracia que es, por su misma esencia, un poema de la diversidad. En palabras de Edgar Morin, “la democracia supone y alimenta la diversidad de los intereses así como la diversidad de las ideas. El respeto de la diversidad significa que la democracia no se puede identificar con la dictadura de la mayoría sobre las minorías….Así como hay que proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la de las ideas y opiniones y también la diversidad de las fuentes de información y de los medios de información (prensa y medios de comunicación) para salvar la vida democrática”. Toda imposición, todo irrespeto, toda forma de violencia son actitudes profundamente antidemocráticas.
Del Dr. Antonio Pérez Esclarín